Desde muy pequeño me cautivó
una fotografía que había en casa de mis abuelos; destacaba de entre todas las
que abarrotaban la caja de zapatos en la que se guardaban las fotos familiares:
escenas campesinas, muchas fotografías de monjas y frailes, recordatorios de
comunión y de difuntos.
La fotografía en cuestión era
de muy buena calidad para la época (alrededor de 1945), obra sin duda de uno de
aquellos fotógrafos ambulantes que viajaban de pueblo en pueblo, de fiesta en
fiesta, de escuela en escuela.
En ella aparecía un hombre
maduro, de unos sesenta y tantos años, mirada clara y ojos brillantes, barba de un par
de días y un cabello muy corto que apenas se dejaba ver bajo su ladeada boina;
su blusa gris contrastaba con el fondo negro tras la puerta entreabierta de su
casa, con la llave en la cerradura del postigo.
Todo lo que sabía de él era su
nombre, el tío Gerardo. Después, poco a poco, fui sabiendo más cosas de su vida.
Quinto hijo de Simón y Felisa,
Gerardo nació en 1876 con una importante minusvalía física por la que sus
piernas no le servían para nada, excepto para arrastrarlas penosamente por el
suelo.
No tuvo una vida fácil. En
aquellos años no existía ni ley de dependencia ni proyecto siquiera de estado
de bienestar. No había nada que recortar. Pero existía algo tan importante como
la denominada “solidaridad familiar”. Nadie quedaba desatendido, las familias
eran amplias, muy amplias, en los hogares convivían varias generaciones y a
nadie se le dejaba en la estacada.
En su madurez, según fueron
falleciendo padres y hermanos mayores, Gerardo acabó por vivir sólo en la
primera casa del barrio de Mercaó, haciendo vida únicamente en la planta baja
de la misma, entre la cocina, el patio y la gloria, dónde dormía. Vivía en soledad únicamente
durante el día, ya que todas las noches le acompañaba alguno de sus múltiples
sobrinos y resobrinos, por turnos según estos iban creciendo.
Sus escasos ingresos procedían
de la venta de la lana de sus “borros”, y del puñado de pequeñas fincas
que heredó, cultivadas por sus familiares. Se trasladaba a lomos de un burro y
su vida transcurría entre su casa y la iglesia, pues Gerardo resultó ser una
persona muy creyente. Creyente y solidaria, pues su casa siempre estuvo abierta
a pobres y mendigos que transitaban por el pueblo.
Cuando enfermó mortalmente, en
la navidad de 1949-1950, le acompañaban por las noches sus resobrinas Benita y
Carmen, entonces de 16 y 12 años de edad, respectivamente. Dormían en la primera
planta, encima de la gloria en la que hacía vida el tío Gerardo.
Su vida se acabó el 6 de enero
de 1950, día de Reyes, a los 73 años de edad, no sin antes recibir la oportuna
visita del párroco de entonces, Don Félix, el cura que tanto marcó a una generación
entera de lugareños. El cura pidió un momento para hablar a solas con el tío
Gerardo y ... entre que Gerardo era una persona muy creyente y el cura muy conocedor
de las particulares circunstancias de cada vecino, el caso es que Gerardo acabó
donando a la Iglesia
parte de sus bienes, los monetarios en concreto.
Cuentan que con parte de la
donación que el tío Gerardo realizó a la Iglesia se compraron al año siguiente los bancos
que sustituyeron a los simples reclinatorios hasta entonces existentes en el
templo parroquial.
Cuentan quienes le conocieron
que Gerardo era, ante todo, una buena persona. No vivió amargado ni amargó la vida a
nadie.
NOTAS
Gerardo [Díaz-] Villalvilla Varona (Huérmeces, 1876-1950)
Padres: Simón [Díaz-] Villalvilla Güemes (Hces, 1839) y Felisa Varona Alonso (Hces, 1840)
Abuelos paternos: José Díaz-Villalvilla Girón (Espinosilla de San Bartolomé) y Gabina Güemes Espinosa (Hces, 1810)
Abuelos maternos: Dionisio Varona Díaz-Ubierna (Hces, 1800) y Lucía Alonso Espinosa (Hces, 1806)
Hermanos: Dionisio (1864), Jacinta (1866), José (1868), Juan (1869), María Mercedes (1871), Venancio (1873), Elisa (1874), Ángela (1878), Elvira (1881) y Gertrudis (1883); en la fecha del fallecimiento de Gerardo sólo vivía Elisa, que aún le sobreviviría siete
años más.
Según consta en un documento (un "recibí" firmado por el cura párroco) guardado en la casa familiar, el día 20 de enero de 1950 Florencia Díaz-Villalvilla (sobrina de Gerardo), le hizo entrega de 3.950 pesetas al cura párroco Félix López Hidalgo, en concepto de "celebración de misas en sufragio de su finado tío D. Gerardo Díaz-Villalvilla (q.e.p.d.)".