A pesar de las duras
condiciones climáticas y de suelo que sufren estas tierras, puede afirmarse que
existe una cierta diversidad botánica, acentuada hacia el Norte y Este y
aminorada hacia el Sur y Oeste del término municipal. Es difícil realizar un
cálculo relativo al número de especies vegetales que viven aquí, pero
disponemos de un "Estudio Florístico
de las Comarcas de La Lora
y Páramo de Masa", realizado a finales de los ochenta por Pablo Galán
Cela. (1) En el se registran más de un
millar de especies vegetales diferentes para éstas dos Comarcas vecinas,
predominando ligeramente las plantas de carácter mediterráneo sobre las de
carácter euroasiático. Lógicamente, en los alrededores de Huérmeces no se
alcanza esa cifra, pero es precisamente a partir de nuestro pueblo donde la
riqueza botánica comienza a ser más evidente.
La primera especie en florecer, durante los últimos días
de DICIEMBRE y los primeros de ENERO, es el eléboro (Helleborus foetidus),
planta que mantiene una tonalidad verdosa incluso en sus flores, inconfundible
por su desagradable olor, y que constituye la primera muestra de vida sobre los
desolados paisajes invernales de nuestra tierra, manteniendo su floración
durante las primeras semanas del año y fructificando (en forma de dos o tres cuernos
verdosos) durante enero y febrero. Encontraremos eléboros sin dificultad en
bosques, matorrales, terraplenes, roquedos y una amplia variedad de medios.
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Eléboro (Helleborus foetidus) en Cotillos |
A últimos de MARZO,
y durante primeros de abril, es el piculillo
(Narcissus bulbocodium) el que inunda
praderas y terrenos húmedos no cultivados. Antes de la roturación de La
Pradera, en el año 1966, éste narciso enano invadía
completamente éste paraje, tiñéndolo de un intenso color amarillo. Hoy,
únicamente en la pradera de Úrbel del Castillo podremos contemplar un
espectáculo semejante.
Durante ABRIL, el endrino (Prunus spinosa)
nos obsequia con su aromática y blanca flor. Para recoger las
"andrinas" y elaborar pacharán tendremos que esperar hasta mediados
de septiembre, aunque mejor aún es recolectarlas durante los meses de octubre y
noviembre, pues es entonces cuando su grado de madurez es óptimo, y con un sólo
mes de maceración en anís obtendremos un pacharán delicioso.
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Endrino (Prunus spinosa) en el manantial de Valdeporros |
Durante éste mes de abril, la floración de varias
especies constituye el claro indicio del despertar primaveral. Así sucede con
dos especies de llamativa floración amarillenta: las prímulas o primaveras (Primula elatior), que crecen en lugares
umbríos, y las adonis vernales (Adonis vernalis) que lo hacen en sitios
despejados; las pequeñas violetas (Viola arvensis, Viola odorata) también
son de las primeras en florecer. Los majuelos
(Crataegus monogyna) tampoco tardarán
en mostrar su espléndida y fragante floración blanquecina.
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Adonis vernal en Buen Tudanca |
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Violeta en Val |
A últimos de abril y primeros de mayo, comienza la
verdadera explosión de color que anuncia la primavera. Los lirios morados (Iris
germanica) crecen en las cercanías de huertos y aldeas (merece la pena el
espectáculo que durante los últimos días de abril puede contemplarse en el
cerro que alberga la ermita visigótica de Santa Centola y Santa Elena en
Siero-Valdelateja).
Los guillomos (Amelanchier ovalis) despliegan por
montes y vallejos su blanquecina y fragante floración, los gamones (Asphodelus albus)
invaden nuestras parameras y lastras (la Peña Amaya, con sus más de 1.300 metros de
altitud, queda convertida en un mar blanco durante los primeros días de mayo). Una planta humilde pero de espectacular floración es el carraspique (Iberis carnosa), que tapiza de blanco los terrenos pedregosos.
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Carraspique (Iberis carnosa) en El Roble |
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Guillomos en flor, Valdegabas |
Las pequeñas ORQUÍDEAS
SILVESTRES invaden, desde mediados de MAYO
hasta primeros de julio, parameras, herbazales húmedos y cunetas. Aunque de
dimensiones mucho más modestas que las exóticas orquídeas brasileñas que venden
en cualquier floristería, las nuestras nada tienen que envidiar en cuanto a
belleza y originalidad. Las orquídeas constituyen la máxima evolución de las
plantas con flores, llegando hasta el punto de imitar en sus formas florales la
apariencia de determinados insectos polinizadores, para así asegurar al máximo
su reproducción. De entre la seis o siete especies que podemos encontrar por
nuestros campos, destacaremos las tres más comunes: la orquídea piramidal (Anacamptis
pyramidalis), que es la mejor adaptada a los lugares relativamente secos
(cunetas y terrenos pedregosos); el satirión
manchado (Orchis maculata), sin
duda la más abundante y versátil, ya que
su floración puede variar desde el blanco al violeta, pasando por toda la gama
de rosados, y su altura oscilar entre menos de un palmo (las que crecen en los
lugares más secos y pedregosos) y cerca del metro (aquellas que crecen al lado
de arroyos o sobre prados y terrenos encharcados); la orquídea abeja (Ophrys
sphegodes), a pesar de ser la modesta en talla es, sin duda, la más
original de todas. Sus flores, de tonalidad amarillenta y en número de una a
tres, semejan la forma de una abeja posada sobre una hierba, por lo que las visitas
de éstos eficaces polinizadores nunca le faltan; en los alrededores de la
fuente de la Chopera
de Valdegoba podremos encontrarla sin dificultad a principios del verano.
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Peonía o cornavario (Paeonia microcarpa), la flor más llamativa de Huérmeces |
Durante la segunda quincena de mayo florece la especie
más llamativa y la que más connotaciones de todo tipo nos ofrece: la peonía o CORNAVARIO. Planta considerada maldita o venenosa en algunos sitios
(Extremadura), medicinal e incluso milagrosa en otros (Cataluña), no pasa
desapercibida en ninguno. Los extremeños la llaman "matagallinas", "oinlodi"
los vascos, "rosa de la Mare de Déu" o "pelònia" los catalanes, "casadillas" los pueblos
vecinos de Huérmeces, y "rosa de
Santa Clara", "rosa
montesina", "rosa de
lobo" o "erva casta"
en otros lugares, ya que escasas son las montañas que no albergan a una de las cuatro especies de peonía que habitan en la península Ibérica; únicamente Galicia
y la vertiente norte de las cordilleras cantábrica y pirenaica se ven privadas
de la presencia de las peonías.
En los montes de Huérmeces crece la más humilde
de las peonías ibéricas, la denominada por los botánicos como Paeonia humilis (Paeonia microcarpa),
mientras que en Andalucía crece la
Paeonia coriacea y en Extremadura, el Sistema
Central y otras montañas del centro y sur peninsular lo hace la Paeonia broteroi, ambas de mayor porte que
nuestro cornavario. En Valderredible (sur de Cantabria) crece la Paeonia mascula. Si algún día viajáis por
Grecia, descubriréis peonías blancas, y si lo hacéis por el Caúcaso, amarillas.
En latitudes más cálidas que la nuestra, la peonía
comienza a florecer a mediados de abril y, según nos cuenta el botánico catalán
Píus Font i Quer, "es posible que la costumbre catalana o barcelonesa de
celebrar con profusión de rosas la fiesta de San Jorge arranque de un cambio de
protagonista, porque la rosa de Sant Jordi es, realmente, la peonía".
Ya
los botánicos griegos se fijaron en ella y pronto le atribuyeron multitud de
virtudes, entre las que destacan la de ahuyentar al demonio, curar la epilepsia
o facilitar la dentición infantil. Puede que las tradicionales ofrendas
florales con que las mujeres de la zona adornaban los altares a últimos de
mayo, o los collares que a base de semillas de cornavario confeccionaban en
verano para colgarlos alrededor del cuello de sus hijos tengan mucho que ver
con éstas virtudes ancestralmente atribuidas a la peonía. No tenemos noticias,
sin embargo, de que alguna vez por éstas tierras se llegara a elaborar el
famoso brebaje antiepiléptico compuesto por "raíz de peonía, cráneo
humano, uña de alce, jacinto y oro batido". Los galenos clásicos
aseguraban, también, que la peonía servía para tratar las menstruaciones
excesivas, ya que uno de los componentes de la raíz de peonía, la peregrinina, actúa sobre el útero y
provoca la contracción de los capilares sanguíneos. De todas formas, su virtud
más llamativa y socorrida es, sin duda, la de mantener a raya a espíritus
malignos, fantasmas, brujas y demonios, por lo que nunca estará de más llevar
en el bolsillo un par de semillas de peonía cuando nos adentremos en el monte,
de noche y con luna llena.
Para observar el espectáculo de la peonía en flor, os
recomiendo un viaje a Huérmeces alrededor del 25 de mayo, y una excursión a la ladera norte de la Peña Itero, dónde se
halla la mayor concentración de peonías de la Comarca, ofreciendo un
bello contraste con la floración amarilla de las aulagas (Genista scorpius).
Más al norte de nuestro pueblo, en los páramos de Los Altos (Dobro) y La Lora, encontraréis peonías
sin dificultad.
Si os empeñáis en recolectar peonías para adornar algún jarrón,
recordad que su conservación como flor cortada es más bien deficiente (dos o
tres días a lo sumo, en sitio fresco) y tened la precaución de cortar las que
aún no están abiertas, pues de lo contrario cuando lleguéis a casa los pétalos
ya estarán a punto de caerse. Y si lo que queréis es sembrar peonías en el
huerto o en una jardinera, olvidaros de enterrar las semillas en primavera,
pues las posibilidades de éxito son muy limitadas.
Después del verano (septiembre-octubre), cuando la planta se encuentra en reposo vegetativo (sobre todo si el verano ha resultado seco) puede desenterrarse la gruesa y ramificada raíz del cornavario;
con paciencia, procurando no dañarla en exceso, especialmente sus brotes, que ya en esa época se encuentran desarrollados; lo más rápidamente posible la
"transplantaremos" al huerto o tiesto de destino, procurando que
disponga de humedad e insolación suficiente a la salida del invierno. Puede que
durante el primer año se limite a desarrollar el follaje, sin llegar a
florecer, pero a la primavera siguiente nuestra paciencia se verá recompensada,
y ya ningún año faltará a la cita.
Según avanza el mes de JUNIO, entran en floración la práctica totalidad de especies de
nuestros campos: el saúco (Sambucus nigra), la madreselva (Lonicera sp.),
los rosales silvestres, escaramujos o tapaculos (Rosa canina),
la zarzamora (Rubus ulmifolius, Rubus caesius), el cornejo (Cornus sanguinea),
el agracejo (Berberis vulgaris), las malvas
(Malva sylvestris, Malva moschata) y
la hierba de San Roberto (Geranium robertianum), invadiendo
baldíos, cascajares, umbrías y solanas.
Durante JULIO
y AGOSTO, florecen aquí especies que
en otros lares lo hacen con varias semanas de antelación; así, en montes y
parameras crecen la dedalera (Digitalis parviflora), la siempreviva (Helichrysum stoechas), la cuchara
de pastor (Leuzea conifera), el té de roca (Jasonia glutinosa), la hierba
mosquera (Inula montana), etc.
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La siempreviva (Helichrysum stoechas), la especie de floración estival más abundante en las estepas calizas de Huérmeces (Alto de Valdegoba) |
También en verano, los linderos de fincas, las cunetas y
arcenes de caminos y carreteras se llenan de color; así sucede con la achicoria (Cichorium intybus), el yezgo
(Sambucus ebulus), el gordolobo (Verbascum pulverulentem), el cardo
común (Cirsium arvense), el cardo lechar (Scolymus hispanicus), la carlina
(Carlina vulgaris), el ajenjo (Artemisia alba), el lampazo
(Arctium minus), el meliloto (Melilotus officinalis), el melgón
(Medicago sativa), la centaurea (Centaurea scabiosa), la milenrama
(Achillea millefolium), la esparceta (Onobrychis viciifolia),...
¿Quién no ha jugado a lanzar las auto-adherentes bolas
del lampazo contra el primer jersei que se cruzara en nuestro camino? ¿Quién no
ha oído el refrán de "la tierra del yezgo no se la des al yerno, dale la
del helecho que le será de más provecho"? ¿Quién no se ha preparado una
infusión de té de roca para calmar los efectos de una comilona?...
También durante el verano las RIBERAS DE RÍOS Y ARROYOS se convierten en efímeros jardines
botánicos en los que abundan el lirio
amarillo (Iris psaudacorus), la menta de agua (Menta aquatica), la salicaria
(Litrum salicaria), el epilobio (Epilibium hirsutum), la sanguisorba
(Sanguisorba officinalis), la filipéndula (Filipendula ulmaria), los equisetos
(Equisetum
arvense), el poleo (Mentha pulegium) y la lisimaquia (Lisimachia vulgaris), predominando los tonos amarillos, carmesís y
blancos. En las aguas del Úrbel también viven el nenúfar amarillo (Nuphar
lutea), con sus flotantes hojas, y el gordolobón
(Typha latifolia), con sus
despeluchables "puros". Los berros
(Nasturium officinale), lejos ya de
su climax culinario (deben recogerse desde últimos de diciembre a últimos de
febrero), abundan en las limpias aguas de Fuente
La Hoz.
Las últimas semanas del verano son pródigas en tormentas,
cuyos aportes hídricos son aprovechados por plantas como los quitameriendas (Colchicum autumnale, Merendera montana), que ya a finales de agosto
tiñen de morado eras y herbazales, páramos y laderas calizas.
En cuanto a SETAS,
fueron los seteros foráneos (vascos y catalanes) los que nos convencieron de
que la seta de cardo (Pleurotus eryngii) no es la única
especie comestible que crece por estos lares. La seta de mango azul (Lepista
personata) aparece por doquier, en herbazales de páramos y laderas, pero la
ubicación exacta de los "setales" sólo pertenece a la memoria de un
puñado de nativos. El champiñón
silvestre (Agaricus campester) es
mucho menos abundante que las dos anteriores, pero se encuentra sin dificultad
en parajes como Buzón y La Coronilla. A pesar de la abundancia de boletos (Boletus sp.) y rúsulas (Russula sp.),
ambas especies no son muy aprovechadas por los seteros de aquí. Por último, no
olvidar que en los otoños húmedos merece la pena pasear por los pinares de Las Traseras de Navas, El Páramo y Valmares,
donde abundan los níscalos (Lactarius deliciosus). En primavera, la
seta más apreciada es el perrechico o
seta de San Jorge (Tricholoma Georgia o Calocybe gambosa), que crece escondida
entre los herbazales de Valdegoba, bajo espinos y endrinos.
(1) GALÁN CELA, P. (1990). Contribución al estudio florístico de las comarcas de la Lora y Páramo de Masa (Burgos). Fontqueria 30: 1-117