sábado, 31 de marzo de 2018

La iglesia de Huérmeces (II): el retablo mayor


La iglesia neoclásica de Huérmeces (1780-1783), constituye toda una excepción dentro del mayoritario mundo románico-gótico que domina la arquitectura religiosa de La Comarca. Ya tratamos de este aspecto en una entrada anterior: La iglesia de Huérmeces (I)

Y no le queda a la zaga su impresionante retablo mayor (1624-1633), uno de los más importantes del periodo clasicista, tanto por la calidad de su ensamblaje como por su talla escultórica. Pertenece al tipo denominado romanista, con clara separación entre arquitectura y escultura, favorecida por la ausencia de decoración renacentista, predominando las líneas rectas. 




HISTORIA DEL RETABLO


La idea de dotar de un retablo importante a la vieja iglesia tardogótica se plasmó ya en 1567, al concertarse la fabricación de un retablo mayor nada menos que a Rodrigo de la Haya, uno de los artistas que trabajaron en la catedral de Burgos. A la muerte de aquel, continuó con la obra su hermano Martín.

Los resultados obtenidos no debieron de ser los esperados. En 1614, la obra presentaba ya numerosos desperfectos, lo que llevó -tras varios pleitos- a plantearse el encargo de uno nuevo.

El nuevo retablo se ensambló entre 1624 y 1626, sobre todo por parte del maestro cántabro Sebastián González, aunque parece ser que también intervino Pedro de Sedano.  El costo total de la arquitectura ascendió a 9.500 reales de vellón, pagados al maestro y herederos hasta 1637.




De la parte escultórica se encargó el gran maestro, también cántabro, Juan de Sobremazas, que fue capaz de completar la talla en otros dos años (1631-1633), casi al mismo tiempo que trabajaba en el retablo de Villasilos. El conjunto escultórico costó 5.700 reales.

Antes de asentar el retablo fue preciso construir el zócalo de piedra, labor de la que se encargó en 1626 el cantero Bartolomé de la Sierra. El retablo se adaptaba al testero poligonal de la primitiva iglesia tardogótica.

Suponemos que por imperativos presupuestarios, las labores de pintura y dorado no se suscribieron hasta el año 1644, y fueron realizadas por los artistas Pedro Delgado y Juan de Aguilar, costando 10.566 reales.

La totalidad de la obra no estuvo concluida -y pagada- hasta 1648, cuando se procedió a ensamblar el altar sobre el zócalo por medio de los correspondientes andamiajes.

Pero aún surgieron nuevos avatares. En 1663 se encargó una nueva imagen de San Juan Bautista, no sabemos si por que la anterior no fuera del agrado de la parroquia o por que aquella hubiera sufrido algún percance.




Luego siguieron casi ciento veinte años de quietud hasta que, en 1780, fue preciso desmontar todo el retablo, ya que la vieja iglesia tardogótica amenazaba ruina y era preciso levantar una nueva, la actual neoclásica. Durante los cuatro años que duraron las obras (1780-1783) la misa pasó a celebrarse en la hoy denominada "capilla" (entonces "salón de la casa de las troges"), también tardogótica. No sabemos si parte del retablo se ensambló en esta capilla o se apiló desmontado en otra estancia a la espera de que finalizaran las obras.




El retablo mayor no volvió a colocarse sobre el zócalo del nuevo ábside (ahora plano, no poligonal como el anterior) hasta el año 1793, diez años después de finalizadas las obras de la nueva iglesia. Fue entonces cuando se comprobó que faltaban algunas piezas, que debieron fabricarse de nuevo, aunque sin alterar en nada su estado original.

Finalmente, en 1832, Vítores de la Fuente, vecino de Santibáñez, colocó y doró un nuevo tabernáculo, de escaso valor artístico. Desconocemos si el anterior simplemente se deterioró o fue una víctima más del saqueo francés acaecido en noviembre de 1808, y que afectó a la totalidad del pueblo y, en especial, a su iglesia.










Columnas pareadas


ARQUITECTURA Y ESCULTURA DEL RETABLO

Predominan las líneas rectas, con algunas excepciones: la hornacina central, ocupada por el santo patrón, dónde el entablamento se curva en arco de medio punto; en el primer cuerpo aparece un frontón curvo partido, encima del tabernáculo; por último, las cuatro tallas escultóricas exentas de las calles laterales se colocan en unos pequeños arcos de medio punto, entre columnas y entablamentos.

El retablo, de considerables dimensiones, se organiza en tres cuerpos (horizontales), divididos en tres calles (verticales). Los soportes son columnas pareadas que sobresalen con respecto a las calles, salvo en los laterales del último cuerpo, que aparecen solas. Todos los fustes de las columnas son entorchados (estriados en espiral).



Cuerpo 1: capiteles dóricos

Cuerpo 2: capiteles jónicos

Cuerpo 3: capiteles corintios


Siguiendo la ortodoxia clasicista, los capiteles de todas las columnas siguen los tres órdenes: en el primer cuerpo: dórico; en el segundo cuerpo: jónico; y en el tercer cuerpo: corintio.





Los entablamentos son muy similares, con arquitrabes moldurados y frisos de decoración pictórica; en el primer cuerpo se añaden una serie de triglifos; las cornisas están provistas de dentículos y, en el tercer cuerpo, de pequeños modillones.



Primer cuerpo: destacan dos esculturas que siguen el modelo clásico de Gregorio Fernández:

- calle de la Epístola (a la derecha): San Pablo, con su libro en una mano y el mandoble (perdido) en la otra
- calle del Evangelio (a la izquierda): San Pedro, con su libro y sus llaves


San Pablo, en la calle de la Epístola
San Pedro, en la del Evangelio
























En el banco de este cuerpo, encontramos dos relieves que representan:

- calle de la Epístola: la Oración del Huerto; talla de inferior calidad, únicamente destacable por el Cristo (al que le falta una mano)
- calle del Evangelio: Cristo atado a la columna; talla mucho más elaborada y elegante que la anterior, quizás obra del propio maestro Sobremazas. Al personaje de la izquierda le falta una pierna.


Oración en el huerto (detalle)

Cristo atado a la columna

 



Se desconoce dato alguno acerca de las ocho pequeñas esculturas que debieron de alojarse en el interior de los netos de la predela de este primer cuerpo.


El tabernáculo, ocupando la calle central, carece de interés artístico, y sustituyó al original en 1832.




Segundo cuerpo
: presidido, en la calle central, por la gran imagen de San Juan Bautista, titular del templo. Aquí, el maestro (se desconoce su nombre) dota a la imagen de una gran elegancia formal: de pie, como es norma, acompañado por el cordero místico, con el que conforma una clara diagonal inmaterial, que se cruza con la originada por el otro brazo.


 
Dos grandes tableros de escultura en relieve ocupan las calles laterales de este segundo cuerpo:

- calle de la Epístola: la Degollación de San Juan, dramática escena en la que el verdugo entrega la cabeza del mártir a Salomé, presta con su bandeja. Por la escasa calidad de su talla, suponemos que fue obra de alguno de los oficiales del taller.
- calle del Evangelio: el Bautismo de Cristo, sin duda el medio relieve de mayor calidad del conjunto; las figuras de Juan y Cristo, en escorzo, presentan una estética un tanto miguelangelesca, y se supone que fue realizada por el maestro Sobremazas.


Degollamiento de San Juan
Bautismo de Cristo
























Justicia

Prudencia


En el banco de este segundo cuerpo figuran los relieves de dos de las cuatro virtudes cardinales: la Prudencia en la calle de la Epístola, y la Justicia en la calle del Evangelio.





Tercer cuerpo
: en este ático o último cuerpo del retablo, destaca en la calle central la escena del Calvario, como clásica culminación de la obra redentora; la talla del Cristo denota un buen conocimiento anatómico por parte del artista. El crucificado aparece albergado en una hornacina rectangular rematada con frontón triangular, con el Padre Eterno en el tímpano.


En las calles laterales de este último cuerpo, dos esculturas, claramente escenográficas, se alojan en hornacinas de arco de medio punto, como sucedía con las del primer cuerpo:

- calle de la Epístola: San Juan Evangelista
- calle del Evangelio: Virgen María




San Juan (Fotografía: Santiago Abella)
Virgen María (Fotografía: Santiago Abella)
























En el basamento de este cuerpo, las otras dos virtudes que faltaban: la Fortaleza y la Templanza.


Fortaleza

Templanza






Hasta hace pocos años, sobre la cornisa final, a ambos lados del frontón, aparecían sendas imágenes de San Francisco y San Benito. Cuando se acometió la restauración del retablo, allá por el año 2003, se decidió reubicar dichas tallas en la denominada "Capilla", vieja estancia que constituye uno de los escasos restos de la antigua iglesia tardogótica.

Ambas imágenes, cuyos hábitos provistos de amplias bocamangas revelaban un estilo escultórico claramente posterior al del resto de tallas, carecen del mérito artístico suficiente como para merecer coronar el retablo mayor de la iglesia.





Casi cuatrocientos años de vida contemplan al retablo mayor de la iglesia parroquial de Huérmeces. Dos maestros cántabros lo levantaron y lo rellenaron de meritorios conjuntos escultóricos. Maestros burgaleses doraron y estofaron sus estatuas, recompusieron su tabernáculo y añadieron nuevas estatuas en su cornisa. Vecinos del pueblo lo pagaron, limpiaron y cuidaron, y ayudaron a montarlo y desmontarlo varias veces. Y jóvenes restauradores venidos de Burgos lo rehabilitaron no hace mucho.





Mientras tanto, el retablo fue testigo de cómo la vieja iglesia amenazaba ruina, de cómo se levantaba una nueva, de cómo soldados franceses profanaban tumbas, sacristía y capilla, de cómo cambiaban los ritos y lenguas (1) utilizados por los oficiantes, y ... sobre todo, fue testigo del ciclo eterno de vida y muerte: bautizos, primeras comuniones, misas patronales, rosarios, novenas, bodas y funerales.
 





Asistió angustiado a la progresiva reducción de la feligresía, década a década, hasta el punto de que -durante el largo invierno castellano- las misas pasaran a celebrarse en la calefactada "capilla", en compañía de los más afortunados San Lorenzo y La Blanca. Aunque también es cierto que, en los últimos años, no le faltaron acordes musicales ni vocales que le hicieron más llevadera su creciente soledad.



Y también se sorprendió cuando, algún verano, de repente, una boda multitudinaria sacudió los cimientos de la nave central. Y cuando, tras muchos años, volvió a celebrarse alguna que otra primera comunión. Y aún más, cuando asistió encantado a pequeños conciertos estivales de música sacra, clásica o medieval, casi siempre en fechas cercanas al 10 de agosto. Menos le sorprendieron, seguramente, el retorno de misas funerales, de vecinos que fallecieron en el pueblo o mucho más lejos, pero que volvieron a él para disfrutar del descanso eterno.







NOTA: Hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965), la misa se celebraba con el oficiante de espaldas a la feligresía, de cara al retablo, mirando a Oriente, y casi toda la ceremonia (excepto la homilía) se realizaba en latín; era la denominada "misa tridentina" (instaurada por el Concilio de Trento, 1545-1563), también llamada "preconciliar" (anterior al Concilio Vaticano II), "latina" (por la lengua dominante) o "de San Pío V" (por el papa que la instauró). Dado que el entonces papa Pablo VI inaguró la nueva formula litúrgica con una misa celebrada en Roma el 7 de marzo de 1965, suponemos que el primer cura de Huérmeces que ofició misa por el nuevo rito fue Alejandro García (1959-1966), y también el último en oficiarla por el viejo, claro.




OTROS RETABLOS REALIZADOS POR SEBASTIÁN GONZÁLEZ Y JUAN DE SOBREMAZAS:



1. Retablo mayor de la iglesia de San Juan Bautista, en Ubierna





La arquitectura de este retablo
, atribuida a Sebastián González, y ejecutada entre 1630 y 1640, es prácticamente idéntica a la del retablo de Huérmeces.


Tiene dos cuerpos, remate y tres calles, y se adapta al testero poligonal del templo. Es similar al de Huérmeces en su organización, por el tipo de hornacinas y por el mismo frontón curvo partido del entablamento en la caja del titular (también San Juan).


En el nicho central que custodia la figura de Cristo, ha desaparecido el dintel y por encima de las columnas aparecen unas pequeñas ménsulas que elevan el frontón del remate, similar a lo que ocurre en los retablos de Huérmeces y Villasilos.


Calle del Evangelio
Calle de la Epístola























San Pedro
San Pablo

























En lo único que difiere es en la autoría de la obra escultórica, ya que la de este retablo es atribuida a Toribio Fernández; aunque la galería de personajes que aparece es casi idéntica, y en parecida situación; en cuanto a figuras exentas, además de San Juan Bautista, aparecen San Pedro, San Pablo, Cristo en la cruz, la Virgen María, San Juan Evangelista; en cuanto a relieves, escenas de la Degollación de San Juan y el Bautismo de Cristo.

 
2. Retablo mayor de la iglesia de San Pedro, en Quintanilla Sobresierra




Se trata de una obra clasicista, ejecutada en 1633 por el arquitecto ensamblador Sebastián González. Su estructura consta de dos cuerpos de tres calles y remate. Los soportes son columnas jónicas y corintias, de fustes estriados.



San Pedro


Se desconoce el nombre del autor de la obra escultórica de este retablo de Quintanilla Sobresierra. Las esculturas exentas representan a San Pedro Papa, los primeros Cuatro Doctores de la Iglesia (San Ambrosio de Milán, San Jerónimo de Estridón, San Agustín de Hipona y San Gregorio Magno) y la Inmaculada. Los dos relieves narran escenas de la vida de San Pedro.



3. Retablo mayor de la iglesia de San Andrés, en Villasilos

  
Fotografía: Pinterest


Este retablo constituye la obra cumbre tanto del arquitecto ensamblador, Sebastián González, como del maestro escultor, Juan de Sobremazas, los mismos que realizaron el retablo mayor de la iglesia de Huérmeces.





La arquitectura fue realizada entre 1615 y 1618 (unos diez años antes que la de Huérmeces), y supuso una obra de enorme complejidad, constituyendo uno de los mejores ejemplos de romanismo de comienzos del siglo XVII en la comarca burgalesa. 


René Payo conjetura que quizás haya sido el retablo mayor de la catedral de Burgos el que le sirviera de referencia inicial a Sebastián González. Este monumental retablo de Villasilos, que se adapta al testero poligonal del templo, consta de dos cuerpos y un gran remate, articulándose el conjunto en cinco grandes calles. Las calles central y laterales sobresalen sobre las dos calles intermedias. 








En la predela aparecen una serie de pequeñas hornacinas cerradas por pequeñas portezuelas, destinadas a albergar relicarios. Los tres cuerpos están formados por columnas de fustes entorchados y capiteles de los tres órdenes clásicos: dórico, jónico y corintio.




San Pablo


La obra escultórica -tanto esculturas exentas como paneles de relieve- fue realizada por Juan de Sobremazas entre los años 1633 y 1635, justo después de acabar la obra escultórica del retablo de Huérmeces.

En este de Villasilos, Sobremazas alcanza altos niveles de maestría, tasándose en su día la obra escultórica en la asombrosa cifra de 23.350 reales.



San Pedro de Villasilos, de notable parecido con el de Huérmeces


Destacan, entre las esculturas exentas:

-primer cuerpo: San Pedro y San Pablo (la de aquel es un fiel reflejo del San Pedro del altar de Huérmeces, diferenciándose únicamente en que su mano derecha está menos alzada)
-segundo cuerpo: en posición central, la imagen de San Andrés, patrón de la iglesia; San Jerónimo y San Ambrosio.

-tercer cuerpo: imagen del Calvario de Cristo, entre la Virgen y San Juan Evangelista; San Gregorio y San Agustín; dos representaciones de San Miguel, como vencedor del diablo y como juez; todo el conjunto rematado por la figura de Dios Padre.

Entre los relieves:

-primer cuerpo: la Anunciación y la Adoración de los Pastores
-segundo cuerpo: dos imágenes relativas al Martirio de San Andrés 



Boda en Villasilos (2016); foto: bocabajoimagen.com


Este retablo de Villasilos, primo hermano mayor del de Huérmeces, justifica sobradamente una visita a aquel pueblo, situado a unos 50 km por carretera del nuestro. No solo el retablo, todo el interior de la iglesia es impresionante. Aunque la iglesia esté habitualmente cerrada, no resultará complicado que algún vecino te indique quien puede enseñártela. Además, todos los domingos se celebra misa, variando su horario en meses alternos, entre las 11:30 y las 12:30. 
 

APUNTES BIOGRÁFICOS:

- Sebastián González (m. 1630): ensamblador de posible origen cántabro, aunque resulta difícil de determinar por la abundancia de este apellido entre los maestros montañeses que trabajaron en su tierra y en las provincias limítrofes; en algunas ocasiones aparece asentado en Burgos, en otras en Manzanedillo, en cuyos alrededores desarrolló una gran actividad; se dedicó en exclusiva a obras de arquitectura en retablos, no habiéndose encontrado ningún indicio de su participarción en obras escultóricas; fue un gran profesional, imbuido en los principios clasicistas derivados del romanismo del siglo XVI. Sus obras se caracterizan por su gran complejidad arquitectónica, con abundancia de frontones por encima de los entablamentos, así como de enmarcamientos y sub-enmarcamientos de imágenes. Sus obras más conocidas son los retablos mayores de las iglesias de Villasilos, Huérmeces, Quintanilla Sobresierra y Ubierna. Se sabe también que en 1627 fue contratado para la realización del retablo mayor de la iglesia de La Asunción, en Castrillo de Rucios; dicho retablo se encuentra hoy desaparecido.


- Juan de Sobremazas Rubalcava (1605-1635): escultor cántabro, vecino de Valdecilla (Cudeyo); su primera obra conocida es el retablo mayor de Huérmeces (1631-1633); también realizó la obra escultórica del retablo mayor de Villasilos (1633-1635), falleciendo justo finalizada esta; fue veedor de las obras del Arzobispado de Burgos, acudiendo como tal a vigilar la construcción del retablo mayor de Cicero (Cantabria); en su tierra se le han atribuido alguna de las esculturas del retablo mayor de Miera, así como el retablo de San Miguel en la iglesia de Campuzano (desaparecido). Falleció a la temprana edad de 30 años, dejando por heredero a su pariente Juan de Rubalcava, escultor que fue colaborador suyo; fue enterrado en la misma iglesia de Villasilos, "en las primeras sepulturas que están bajo el asiento del altar mayor ... al lado del Evangelio". Si su vida se hubiese prolongado más, sin duda se habría convertido en el gran maestro escultor de la comarca burgalesa en los años centrales del siglo XVII. Se supone que era hijo del ensamblador y escultor Juan de Sobremazas, natural de la localidad homónima, y que ejerció su actividad en las provincias de Burgos y Palencia durante el tercio final del siglo XVI. Sus esculturas forman parte de los retablos mayores de las iglesias de Villasilos y Huérmeces, así como de los retablos colaterales y del remate del retablo mayor de la iglesia parroquial (San Facundo y San Primitivo) de Las Quintanillas.

- Pedro de Sedano (c. 1570 - c. 1626): maestro ensamblador, de supuesto origen burgalés; estaba avencindado en el barrio de San Juan, en Burgos. Su estilo resulta de difícil encuadramiento, ya que sus dos grandes obras retablísticas documentadas (retablo mayor de Huérmeces y antiguo retablo mayor de la iglesia de San Lesmes, en Burgos) fueron ejecutadas en colaboración con otros maestros, no teniendo ambas obras ningún parecido entre sí. También realizó obras de carpintería para el monasterio de San Juan de Burgos, y colaboró en la ejecución del desaparecido retablo mayor de la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús de Burgos.




FUENTES:

- "Retablos barrocos de la primera mitad del siglo XVII en Burgos", Alberto C. Ibáñez Pérez, Boletín del Seminario de Arte y Arqueología, Universidad de Valladolid, BSAA (1978) N. 44 (201-212)
- "El retablo en Burgos y su comarca durante los siglos XVII y XVIII", René-Jesús Payo Hernanz, Diputación Provincial de Burgos (1997) [tomo I: páginas 472-475 y 518-521]
- "Retablos barrocos burgaleses. La Bureba, Los Páramos y comarcas próximas", Fernando Sánchez-Moreno del Moral, Diputación Provincial de Burgos (2006) [páginas 376-380, 489-490, 563]
- "Artistas cántabros de la Edad Moderna: su aportación al arte hispánico (diccionario biográfico-artístico)", M. C. González Echegaray, M. A. Aramburu-Zabala Higuera, B. Alonso Ruíz y J. J. Polo Sánchez, Universidad de Cantabria (1991) [página 639] 
- "Villasilos. Villa de realengo cerrada. Bases para la historia de un pueblo castellano." Marcelino Rico Pérez. Junta Administrativa de Villasilos (2015) [páginas 607-617]

    

miércoles, 21 de marzo de 2018

Paisajes con Historia, parajes de leyenda




Personales gustos estéticos aparte, hemos de convenir que existen determinados paisajes a los que la mayor parte de los humanos consideraríamos mucho más atractivos que otros.

Un paisaje alpino, con o sin nieve, reclutará más admiradores que un desolado descampado en la periferia de una gran ciudad mesetaria. Una isla tropical, con parte de su playa de blanquecinas arenas convenientemente sombreada por palmeras cocoteras y rodeada por un mar de transparentes aguas, tampoco se descolgaría mucho en el listado de paisajes considerados paradisíacos. Mientras que un rocoso islote, carente de vegetación, ensenadas ni arenas playeras, no alcanzaría la misma popularidad.

Aunque tampoco habría que desdeñar la posibilidad de que, en algunas ocasiones, paisajes de apariencia vulgar, sin nada llamativo ni fuera de lo común, pudieran metamorfosearse en un lugar incluso bonito, simplemente por el hecho de que allí te hubiera sucedido algo que mereciera ser recordado.
  




El desolado y eólico Páramo puede transformarse en un paisaje maravilloso cuando recuerdas que fue allí dónde un buen día sonó tu móvil –por mor de esa feliz connivencia entre páramo y cobertura- y una voz familiar te informó de que habías aprobado la oposición a notarías; o de que habías sido padre de trillizos; o de que eran buenas las nuevas con respecto a aquella resonancia magnética cuyos resultados estabas esperando con angustia.

La chopera de Valdegoba, aún en su anodina fase invernal, se transforma en un polícromo paisaje apastelado cuando evocas ciertos recuerdos romántico-adolescentes, de cuando todavía manaba la fuente situada a los pies de la arboleda.

En otras ocasiones, puede ser la propia sonoridad del topónimo la que otorgue un halo especial al paraje en cuestión. Sutildarache es uno de los predios más insulsos del término de Huérmeces, pero lo ves con otros ojos cuando imaginas qué arcanos etimológicos habrán sido los causantes de otorgar al lugar ese nombre casi indescifrable, y que ya aparece en documentos del siglo XI (Sotiello de Faraye).  

Y la Historia también cuenta, y mucho. Vemos a Vegas Negras de otra manera desde que sabemos que sus oscuros limos ocultan toda una villa tardorromana. Cuando el pasado otoño pateaste esta arqueológica parcela, los antes despreciables pedazos de escombros variados se transformaron en tégulas, ímbrices, pondus, sigillatas y escorias de fundición; aguzaste la vista al máximo por si la suerte te deparase encontrar una desprendida tesela casi bimilenaria; te preguntaste si estarías ya sobre el oecus o aún no habrías salido del peristilo; también te preguntaste si algún día verían la luz cimientos y paredes, estancias y termas.

Aunque las vistas desde San Vicente siempre ofrezcan un buen espectáculo, este adquiere otro matiz si sabes que estás pisando un antiguo castro de la I Edad de Hierro; castro al que quizás, mucho tiempo después, legiones romanas sometieran a asedio. Castro que se reconvirtió en una humilde ermita en los primeros tiempos de la repoblación y hasta, como mínimo, finales del siglo XV o comienzos del XVI. Hoy en día, solo dos corrales sobreviven a la erosión de los vientos y de los tiempos. Y, al otro lado de la plataforma de San Vicente, los restos vandalizados de una base militar de vida mucho más efímera (1973-1999) que las del castro, ermita o corrales.



Y algo parecido puede experimentarse en La Coronilla, cuya herbosa cima supuestamente albergó un castillo altomedieval; si miras hacia el norte, destaca el arranque del desfiladero de Fuente la Hoz; si lo haces hacia el sur, ante tu vista se despliega la conocida estampa de ermita, palacio de Arriba y caserío del pueblo; sin duda que el paraje merece la leyenda de haber albergado un roqueño castillo; castillo que también aguantaría asedios, aunque en aquellos tiempos fuera a manos de razzias mahometanas; castillo cuyas piedras quizás sirvieran para que, siglos después, se levantara a sus pies una ermita dedicada a una virgen homónima.



Al pasear por parajes tan comunes como San Miguel, La Nevera o La Horquilla, tampoco puedes soslayar la certeza de que estás pisando –literalmente- sendos camposantos, tumbas y lugares de enterramiento altomedieval. Y tampoco puedes evitar acordarte de Poltergeist: no, nunca te harías allí una casa, ni siquiera un merendero, ni de coña. Y menos aún cerca de La Nevera, necrópolis cuya condición se ve complementada por un relativamente reciente episodio de holocausto caprino.



Continuando por parajes con connotaciones necrológicas, en mitad del desolado Páramo de Burgos destaca un forestado túmulo, cuya mata de encinas sirve para remarcar que te encuentras ante una tumba colectiva, levantada hace 6000 años por unas gentes a las que quizás animó un doble propósito: honrar a sus muertos y marcar territorio con respecto a otros clanes.

Algo parecido sucede en el dolmen de La Mina, en el vecino Ruyales del Páramo; destaca su desorientado corredor, abierto al SW en lugar de al habitual SE (orientado a la salida del sol durante el solsticio de invierno), lo que deja abiertas muchas cuestiones relativas a las circunstancias de las gentes que lo levantaron: ¿querían hacerse notar, aún a costa de desafiar a toda una tradición funeraria? ¿estamos en realidad ante un dolmen de corredor o se trata de otro tipo más simple de túmulo? Cuestiones estas secundarias, cuando lo realmente importante es constatar el enorme esfuerzo físico que tuvieron que realizar aquellas gentes para transportar y pinar estos grandes ortostatos, en este caso grandes lanchas de piedra caliza. Y este esfuerzo sobrehumano también nos sirve para hacernos una idea de la importancia que para aquellas gentes tenía el rito funerario, sus creencias en un más allá o en algo muy poderoso en todo caso. No sabemos si en cada panteón tumular se enterraban cadáveres completos o solo una parte (cráneos sobre todo), si se hacía con todos y cada uno de los miembros de un clan o solo con los notables, qué tipo de rituales precedían y seguían a la inhumación, etc. 


Vista desde el camino de Castrillo, impresiona la semi arruinada estampa del torreón de los Padilla; pero mucho más impresionaría la imagen de dos torreones de parecida hechura, una especie de torres gemelas, separadas por apenas 200 metros; imagen que podríamos contemplar si la torre de Santa Cristina hubiera resistido los embates del tiempo y de poderosos linajes.













Para la mayoría de vecinos y visitantes de Huérmeces, el denominado camino de La Blanca ha supuesto desde siempre una invitación a un agradable paseo. Poco cuesta imaginar lo que supondría el añadido de la existencia –casi al final del trayecto- de una pequeña iglesia románica: La Blanca o la desaparecida iglesia de Santa María del barrio de La Parte. La sola pervivencia de su redondeado ábside ya merecería una parada. Un asiento al abrigaño, una pequeña alfombra cespitosa alrededor, una fuente quizás, ... ¿qué más podría desear el común caminante? Bueno, sí, el asfaltado del recorrido. Eso por preguntar.

Valcavado, además de lugar de habitual peregrinaje en temporada de recogida de la avellana, posee la innegable etiqueta de bonito paraje. Y por si lo anterior no fuera suficiente, justo a la entrada del estrecho desfiladero que da acceso al vallejo, existió un poblamiento altomedieval, hace tiempo desaparecido. Y aún más, en sus laderas orientadas al sur, crecen varias especies herbáceas muy valoradas por todo aficionado a la botánica que se precie y, en especial, la planta poseedora de la floración más llamativa de esta parte de Castilla: la humilde peonía o cornavario. En Valcavado se conjugan pues, paraje, paisaje, Historia Humana e Historia Natural. ¿Hay quien dé más?

También podemos jugar al paleopaisaje cuando, desde el mirador de Valdegoba, observamos las fértiles tierras de los Praos de Vega, atravesadas por un Úrbel ya casi maduro. Retrocediendo unos 70.000 años en el tiempo, vemos cómo han desaparecido carretera, caminos y sendas; cómo las tierras de cultivo se han transformado en un denso bosque de quejigo; cómo toda la ribera del Úrbel se ha convertido en un abigarrado bosque de galería, poblado de sauces, salgueras, álamos y alisos; cómo toda la meseta de San Vicente se ha cubierto de monte bajo de encina. También nos asombrará ver abundantes rebaños de rebecos, así como ejemplares solitarios de varias especies de cérvidos, pastando tranquilamente sobre las laderas herbosas de Itero; puede que lleguemos a ver, incluso, alguna acechante manada de lobos; y si aguantamos en el mirador el tiempo suficiente, incluso podremos oir el gruñido de un oso o el rugido de una pantera; sonidos ambos que nos indicarán que ha llegado el momento de abandonar apresuradamente el lugar. Una lástima, porque aún no habíamos sido capaces de descubrir a ejemplar alguno de Homo neanderthalensis, esos homínidos tan parecidos a nosotros.



En ocasiones, no hay que remontarse en el tiempo. Muchos paisajes actuales, fuertemente antropizados, adquieren una peculiar y efímera belleza en determinados momentos del ciclo vegetativo anual. Así sucede con este campo de girasoles, cuyas perfectas alineaciones sortean sin dificultad las ondulaciones del terreno, entre La Muñeca y La Jara, en la cuesta de Mansilla.

O parcelas que alternan cultivos de trigo y cebada, cuyos diferentes ciclos vegetativos originan remedos de tablero de ajedrez a gran escala, como sucede en Valdepino, el diapírico vallejo de Quintanilla Pedro Abarca. Abundan en la comarca estos paisajes agrarios estéticamente destacables, aunque muy dañados biológicamente.

Claro que también el viaje paisajístico puede hacerse hacia un futuro próximo, en un intento de imaginar un paisaje-ficción. Cuando sobre un paraje pesa una pena de próxima infraestructura, no podemos sino observarlo de una manera mucho más benevolente. Eso es justo lo que sucede con el valle de la Rueda, vía natural de comunicación entre Ubierna y Huérmeces. Si los planes de Fomento siguen adelante, dentro de unos años por aquí pasará la autovía A-73 (Burgos-Aguilar), en el tramo Quintanaortuño-Montorio. Seguramente, por este viejo camino anduvo muchas veces el capitán Alegría, personaje de ficción de "Los girasoles ciegos", cuando quería verse con Inés, su novia de Ubierna, antes de que la guerra del 36 los separara para siempre. Seguramente, nuestros próximos paseos por este lugar adquirirán la condición de "últimos": últimos sin pilares de hormigón, últimos sin pasos inferiores, últimos sin traqueteo de tableros, últimos sin ruido de rozamiento de neumáticos sobre asfalto...

La misma pena pesa sobre la humilde laguna de Valdevacas. Probablemente sobreviva al nuevo trazado de la autovía A-73, pero a costa de quedar reducida a una simple isleta, rodeada por la autovía por un lado y un nuevo vial de servicio por otro. Muy crudo lo tendrán sus anfibios moradores en sus excursiones terrestres.



Para hacernos una idea aproximada del impacto que las nuevas infraestructuras ocasionan sobre un paisaje destacable, no tenemos más que acercarnos a uno de los parajes antaño más apreciados como destino de excursiones estivales: el Nido del Buitre, ya en terrenos de Montorio. Desde los primeros años 90 del siglo pasado, el nuevo trazado de la N-627 (Burgos-Aguilar) tuvo a bien pasar justo al lado de la Covatona, por lo que el paraje perdió para siempre su halo misterioso y su silencio. Y aún los perderá más cuando sobre la carretera nacional vuelen los tableros de la nueva autovía y en su entorno se dibujen los amplios círculos que conformarán los proyectados viales de enlace entre autovía y carretera. La magia y encanto del Nido del Buitre habrán desaparecido, pero surgirá una nueva leyenda: "Huérmeces 7 km", tal y como rezará uno de esos enormes carteles informativos de letras blancas sobre fondo azul.



La Peña Rallastra ostenta el título honorífico de cortado rocoso más potente de Huérmeces y alrededores. El lugar es espectacular lo mires desde donde lo mires. Desde abajo, impresiona su cuasi extraplomado paredón; desde arriba, produce vértigo el simple intento de asomarse al vacío.

Buitres, águilas y chovas piquirrojas son testigos nada mudos de esos habituales éxtasis paisajísticos que se dan entre muchos humanos. Si a todo este despliegue de belleza natural le añades una pequeña y triste historia, la peña agranda aún más su categoría. Y es que desde ella se arrojó al vacío, en enero de 1955, Paulino, un vecino de Ruyales. 


Otra combinación entre paisaje y crónica negra nos ofrece la Venta de Valtrasero, sita en Ruyales del Páramo. A finales del siglo XIX, la pareja de venteros que la regentaba resultó salvajemente asesinada, ocasionando el cierre definitivo del establecimiento. Esta ausencia añade mayor desolación a un paisaje ya de por sí suficientemente desolado.


De siempre, en casi todos los sitios, ha funcionado muy bien el binomio cueva-leyenda. Brujas, aquelarres, tesoros de los moros, serpientes gigantes, pasadizos inescrutables que comunicaban lejanas grutas entre sí, accesos secretos a viejas iglesias y ermitas, apariciones marianas, refugios de sanguinarios bandoleros ... todo cabe en una cueva. Hasta un pasado carlista



Varios estratos históricos encontraremos en el viejo camino del Alto la Cruz: a una vieja calzada romana se le superpone otra medieval y sobre esta, a su vez, un camino real del siglo XVIII. Por una ladera casi absolutamente deforestada, árida y abierta a los vientos del NW, habrán pasado a lo largo de los tiempos miles de personas, descalzas o provistas de sandalias, alpargatas, recias botas militares o, últimamente, cómodo calzado deportivo. Y todas ellas habrán sudado o temblado de frío, maldiciendo una pendiente que parece que nunca va a acabar. ¿Cuantas gentes habrán girado más de una vez la cabeza, para echar una postrera mirada al cada vez más alejado caserío del pueblo, preguntándose cuando será el día en que vuelvan a dormir caliente o mullido?


Y ahí aguanta el Puente de Miguel, para que no olvidemos que no es lo mismo cruzar el Úrbel por un puente de hormigón años cincuenta que por todo un puente de piedra del siglo XVII o XVIII: el viejo puente del barrio de La Parte, obra de canteros cántabros, pagados con dineros castellanos.



 
Hasta el rebaño de ovejas percibe la histórica solera del puente, cruzándolo casi reverencialmente, de vuelta a casa, tras su pastoril jornada por terrenos del Páramo o Valdefrailes.  








Y es que el agua siempre comunica vida a un paisaje, aunque sea un agua conducida o retenida por la mano del hombre. El abrevadero de Valdelebrín crea una especie de oasis en la usualmente reseca porción baja del vallejo; a su pilón acuden a beber corzos y abejas, caminantes y ovejas, ciclistas y jabalíes; y el sonido del agua que salta por su rebosadero añade banda sonora a la verde postal.













Aunque en Huérmeces, agua es sinónimo de Fuente la Hoz, el manantial por excelencia. Toda la amplia cuenca receptora de La Lastra resumida en un caudaloso caño de agua, para alegría de los berros que crecen a su vera. El Úrbel recibe aquí un importante aporte de agua, solo equiparable al que recibe aguas arriba, en las fuentes de Montorio.




Y si el agua, en forma de poza sobre el Úrbel, tiene adherida una leyenda, mejor que mejor. La umbrosa y escondida poza de Rogarcía tiene fama de ente tragalotodo; dicen que hace tiempo, mucho tiempo, la poza se tragó a una inocente pareja de bueyes que, con su carro repleto de mies, tuvo la desgracia de caerse en ella. También dicen que en noches de luna llena aún pueden verse brillar las astas de los desdichados bovinos... El lugar tiene su encanto, pero apostaría a que ningún conocedor de la leyenda osaría pegarse un baño en sus insondables profundidades. Para eso ya existen Cigatón y La Presa. O la piscina de Ubierna.



Ese mismo agua fue lo que condicionó la ubicación de la mayor parte de los poblados que por estos lares surgieron durante los tiempos repobladores de finales del siglo IX y comienzos del X. Lugares como Monasteruelo, bien enraizado al lado del arroyo homónimo, no muy lejos de la fuente también homónima. Sus raíces eran sin duda profundas, pero la parte aérea no sobrevivió al siglo XIX, y hoy solo quedan paredes engullidas por la vegetación y tierras planimetradas por la concentración. Este quizás sea uno de los parajes en los que más claramente trasciende su antrópico pasado. Vislumbrar en su ladera una aldea aún viva, oler el humo de sus chimeneas, oír el tañido de las campanas de su pequeña iglesia, escuchar a sus gentes llamar a las bestias dispersas por el monte cercano, a sus niños gritar durante una tarde sin escuela...todo esto es posible si sabes elegir bien el día y la hora en que sentarte pacientemente en la cornisa de la ladera del Páramo que cae sobre el vallejo...

Dicen que en alguna que otra noche de San Juan (patrón de Huérmeces y Monasteruelo) aún pueden verse decimonónicos ediles y clérigos de Ros y de Huérmeces quitando y poniendo mojones en el límite entre los dos pueblos, en un vano intento por hacerse con los dominios del despoblado, sus almas y sus campanas. Desconocedores, quizás, de que el Pleito de Monasteruelo finalizó hace mucho tiempo y lo resolvió la Ley ... de la Gravedad: las aguas del arroyo siguen un curso descendente, hacia Ros.

Eso es lo que tienen los paisajes con Historia, o los parajes de leyenda, que son algo más que una postal más o menos bonita, y solo hace falta rascar un poco por la parte de atrás para que aparezca el premio.




NOTA:

La mayor parte de los parajes y paisajes que aparecen en esta entrada ya han sido tratados en este blog de manera más o menos extensa: 




La base militar de San Vicente
Las ermitas de San Vicente y Santorcaz
Sutildarache 
El castro de San Vicente
La ermita de Cuesta Castillo
La Nevera
Cuevas, dólmenes y un castro
El Torreón
La torre de Santa Cristina
La ermita de La Blanca
Arroyos y vallejos
La cueva de Valdegoba y los neandertales
El diapiro de Quintanilla Pedro Abarca
La autovía de Aguilar (A-73)
De Huérmeces a Ubierna
Los girasoles ciegos
El Nido del Buitre
La Peña Rallastra
La Venta de Valtrasero
Cuevas de Huérmeces
El Camino del Alto la Cruz
El Puente Miguel
Fuentes y abrevaderos
La poza de Rogarcía 
Monasteruelo 
El Pleito de Monasteruelo