Probablemente, en el cementerio (y zonas aledañas al mismo) de Huérmeces yazcan unas
cuatro mil quinientas almas. Dicho
así, puede parecer un poco exagerado para un pequeño pueblo como el nuestro.
Tras un par de mañanas consultando Libros de Difuntos en el Archivo
Diocesano de Burgos, ya no es tan difícil conjeturar un poco al respecto.
Los Libros de Difuntos de la parroquia de Huérmeces, en el período
1789-1915*, aportan los siguientes
datos:
*La Ley
de Protección de Datos de carácter personal (1999) no permite consultar datos
relativos a los cien años anteriores al actual, aunque gran parte de estos
figuren en las propias lápidas y cruces de los cementerios.
Durante
estos 127 años analizados fallecieron
un total de 1610 personas, lo que
supone una media de entre 12 y 13 personas al año.
Hay
que tener en cuenta que, en aquellos tiempos, casi la mitad de los
fallecimientos corresponden a niños pequeños (párvulos, como aparecen
registrados en los Libros de Difuntos) y recién nacidos. Los años con altas
tasas de defunciones (más de 20 fallecimientos) suelen obedecer a altas tasas
de mortalidad infantil, causadas por virulentos brotes de enfermedades
infecto-contagiosas.
Parece
claro que la actual iglesia neoclásica
se levantó sobre otra de trazas góticas. No cabe suponer que ésta se levantara,
a su vez, sobre los restos de una iglesia románica, dado que el emplazamiento
no parece el más acorde con las costumbres de aquellos tiempos (siglos XI-XIII),
en los que solían elegirse pequeñas elevaciones de terreno, alrededor del
pueblo.
Pecando
de conservadores, vamos a suponer que el actual emplazamiento del cementerio,
adosado a la iglesia, no va más allá de principios
del siglo XVI, con una antigüedad total de unos 500 años.
Vamos
a suponer, también, que el tamaño y ubicación del cementerio no ha variado gran
cosa durante este tiempo. En todo caso, puede que la extensión actual del
recinto cercado (250 m2)
se haya reducido y acotado de forma ostensible con el paso de los siglos y con
el incremento de la reglamentación sanitaria al respecto (Real Cédula de Carlos III,
1787).
Sabemos
también que durante siglos existió la costumbre de enterrar –sobre todo a los
que podían pagar por ello- dentro de las iglesias. Es más que posible que
durante mucho tiempo se enterrara también en todo el perímetro alrededor de la iglesia, sin excesiva limitación
de espacio. De hecho, siempre que se ha excavado en los alrededores de la
entrada principal han aparecido multitud de restos óseos, pertenecientes a
antiguos enterramientos.
A
falta de obtener datos más concretos en el Archivo Diocesano, cabe suponer que
en el período 1515-1788 la población
de Huérmeces sería mucho más baja que en el período analizado (1789-1915). Por
tanto, aunque la mortalidad pudiera ser incluso más alta, no lo sería el número
de fallecimientos anuales. Pensar en una cifra total de 2700 fallecidos durante ese período de 273 años no parece exagerado.
En
años posteriores a 1915, los avances
médicos, sanitarios y sociales hacen suponer un descenso de la mortalidad, lo
que junto al incremento de la natalidad y la supervivencia de niños pequeños,
hicieron que la población total aumentara considerablemente hasta los años de la Guerra Civil.
Cada
familia suele guardar viejos recordatorios
en los que quedan registrados fallecimientos de familiares, amigos y vecinos en
aquellos años. En el cementerio también queda constancia pétrea de nombres,
fechas y edades.
En
la actualidad, resultan reconocibles unas 100 lápidas y cruces. La cruz más antigua data de 1910, y guarda memoria del
fallecimiento de la madre de Eusebio
Arroyo Dorao, cura párroco que prestó sus servicios en Huérmeces entre los
años 1902 y 1926.
No es hasta los años sesenta del siglo veinte cuando cabe constatar una disminución
drástica de los enterramientos en el cementerio de Huérmeces. La emigración se
llevó a parte de los vivos y, sin vivos, no hay muertos. La mayor parte de los
emigrados que fallecían lejos de Huérmeces fueron enterrados en sus lugares de
destino.