Hay objetos que
nos llaman poderosamente la atención por encontrarse completamente fuera de
contexto, fuera de lugar, fuera de juego. Bien porque han sido levantados en un
lugar inesperado, bien porque han sido elaborados con materiales nada
convencionales, para usos sorprendentes.
Una canasta de
baloncesto, realizada con materiales metálicos reciclados (quizás un par de llantas de rueda de una bicicleta infantil), sobre un soporte de
viejas tablas, colgada en una pared de piedra de una casa, en un pequeño pueblo
de Los Páramos, a la sombra de un viejo castillo medieval y a la vera de un río de
obscuras aguas.
Seguramente, la
persona que ensambló la canasta, hace ya muchos años, solo pensó en dar una alegría a
sus nietos, hijos o sobrinos, en su próxima visita estival. Los niños, esa alegría
efímera de estos pueblos medio olvidados durante gran parte del año.
Y durante
algunos veranos, la canasta sufriría mates espectaculares, lanzamientos de tres
puntos realizados desde la esquina de enfrente, tapones del más alto de los
chavales…
Hasta que los niños crecieron, dejaron de visitar el pueblo asiduamente, y la canasta cayó en el olvido, aguantando a duras penas los embates del óxido y del hielo…
Hasta que los niños crecieron, dejaron de visitar el pueblo asiduamente, y la canasta cayó en el olvido, aguantando a duras penas los embates del óxido y del hielo…
Y qué decir del
hórreo emplazado en las cercanías de un pequeño pueblo de Las Torcas, muy lejos de sus primos de tierras astur-galaicas.
Rodeado de una
tierra cultivada de cereal, semi vallado por una tela metálica, seis pilares de
hormigón lo separan del suelo. Una sencilla escalera de piedra servía para que
su dueño accediera a este almacén, caseta o lo que quiera que haya
sido. Y la ausencia del último escalón denota la preocupación de su constructor
por posibles abordajes de lirones hambrientos.
Parece ser que el hórreo fue construido a mediados de los años noventa del siglo pasado, siendo su destino original el servir de refugio para las colmenas de un vecino del pueblo.
Parece ser que el hórreo fue construido a mediados de los años noventa del siglo pasado, siendo su destino original el servir de refugio para las colmenas de un vecino del pueblo.
Y ahí permanece, haciendo también las veces de palafito de secano, precavido contra las posibles crecidas del arroyo que discurre por su trasera, sabedor de que las tormentas de esta comarca pueden muy traicioneras. Ellas son las que han modelado el blando paisaje de Las Torcas, esa arizónica comarca rica en arenas y arcillas fácilmente erosionables.
El hórreo sé donde está y lo he visto algunas veces; siempre me ha llamado la atención. ¿Tendría vinculación con Asturias o Galicia el que lo erigió?
ResponderEliminarYo también me lo he preguntado. La próxima vez que pase por el pueblo intentaré preguntar a algún vecino al respecto. Lo de su construcción en el año 1995 y su utilización como colmenar lo encontré en internet, en un comentario a modo de pie de foto. Visto desde fuera, jamás habría pensado en tal uso, ya que no existe ningún color llamativo que pueda atraer a las abejas (desde mi ignorancia en apicultura)
ResponderEliminarLo de no citar el nombre del pueblo -fácil de descubrir, por otra parte- no es por ánimo de secretismo, simplemente es por jugar un poco con el posible lector de la entrada.
Lo mismo sucede con la canasta de baloncesto. Creo que con las pistas que se dan es más que suficiente para dar con el nombre del pueblo. Y la canasta allí está, a la vista de todo paseante que visite el lugar.