Desconozco la secreta motivación que pudo impulsar a quienes, hace veintitantos años, decidieron despeñar un automóvil desde lo más alto de un bello paraje, cerca de Rebolledo de Traspeña.
Quizás fuese esa misma que cada año impulsaba a los quintos del pueblo zamorano de Manganeses de la Polvorosa a arrojar una cabra desde el campanario de la iglesia.
Esa irresistible atracción atávica de observar como vuela algo que no ha sido diseñado originalmente para tal fin; ni por la selección natural ni por los ingenieros de la industria del automóvil.
Los resultados del vuelo, no obstante, fueron muy diferentes en cada caso. Año tras año, la cabra aterrizaba, taquicárdica pero viva, en la lona sujetada por los mozos del pueblo. Irónicamente, el evento era denominado "El salto de la cabra", como si fuera un acto voluntario, elegido por el libre albedrío del bicho.
En el caso del coche, fue la tercera repisa rocosa de una espectacular cascada estacional la que recibió el tremendo impacto de sus más de 700 quilos de chapa-pintura-plástico-goma-tapicería. Y el pobre Icaromóvil no sobrevivió al evento. Es más, probablemente estaba ya muerto cuando fue arrojado al vacío.
El coche quedó transformado en una informe masa de metales retorcidos, sin posibilidad alguna de distinguir en dónde se encontraba el maletero y en dónde el motor, en dónde el techo, en dónde los bajos.
La primera vez que creí verlo, hace unos tres años, estaba realizando una ruta en bici de montaña entre la Lora de Valdelucio y las Fuentes del Odra, camino de Castrecías, y era un tórrido día de agosto. No andaba muy sobrado de agua y pensé que aquel amasijo de metal que colgaba a mitad del precipicio de enfrente era un mero producto de mi excesivo cansancio y escasa hidratación.
Era imposible que un coche llegara hasta allí; entonces desconocía que, por el otro lado, un camino asciende desde el pueblo hasta el mismo cortado por el que se despeña la cascada. Y me olvidé de ese supuesto coche, colgado en un emplazamiento imposible y de singular belleza.
Hasta que hace unos meses me dio por fotografiar chatarras varias, y entonces me acordé del supuesto coche volador de Rebolledo de Traspeña y decidí volver allí, a ese espectacular farallón, a fotografiar lo imposible.
No escogí muy bien la fecha de la visita. A mediados de febrero había caído una copiosa nevada por estos lares, y aún quedaban importantes neveros. Decidí subir por un buen camino hasta la cornisa desde la que supuestamente voló el supuesto coche. La cascada, casi totalmente congelada, se despeñaba en varios niveles, con una altura total de 50 metros. Las cinco o seis repisas con que cuenta la caída estaban completamente cubiertas de nieve y hielo, por lo que era imposible saber si en una de ellas se encontraba el coche volador.
Volví un mes más tarde, aunque ahora por la parte inferior de la cascada. Esta vez no hubo espejismos ni escondrijos posibles. Allí estaba el coche. Pero uno es curioso, y no tenía bastante con tirar un par de fotos desde la base de la escalera de cascadas. Quería saber la marca y el modelo del coche volador, la edad que tenía cuando voló (quizás conservara la matrícula), el color de su carrocería (imposible siquiera de imaginar desde abajo), y cualquier otra cosa que pudiera esconder aquel amasijo de chapa.
Y poco a poco, con mucho cuidado (aún quedaban cejas de nieve y todo la pared se encontraba en una resbaladiza umbría) conseguí llegar al lugar. Y no decepciona ni el espectáculo del coche aplastado ni el del paredón "extraplomado" de la cascada visto desde la tercera repisa, con su pequeña poza de agua.
Los musgos invaden las repisas de chapa; los hongos y líquenes, los más que caducados neumáticos; y el óxido avanza, azuzado por las salpicaduras de la cascada y la umbría del lugar. |
Quizás para un experto, la simple disposición del motor, el diseño de las llantas o cualquier otro nimio detalle, le hubiera bastado para discernir marca y modelo. Pero no es el caso, y no encontré ningún logotipo ni nada que a ojos de un profano pudiera servir para identificar el coche. Ya había fotografiado todo lo fotografiable (chapa trasera de matrícula incluida) cuando por fin encontré cuatro letras, casi escondidas por el parachoques trasero -desplazado hacia arriba por el impacto- que no dejaban lugar a dudas acerca de quien fabricó el coche: FASA. El coche volador era un Renault, con carrocería de color blanco, fabricado en España.
Al llegar a casa, tecleas la matrícula del coche en Google y ya tienes el año de matriculación: 1971, en este caso. Gracias a la fotografía de la manilla de la puerta puedes averiguar fácilmente que se trata de un Renault 8, de dos faros delanteros (el de cuatro faros se comenzó a fabricar más tarde).
El Renault 8 fue uno de los coches más populares en aquellos primeros años setenta. Vino a sustituir al Dauphine, y pronto destacó por su calidad constructiva, fiabilidad y prestaciones. En España, fue fabricado en Valladolid por FASA entre los años 1965 y 1976. Durante estos once años, FASA fabricó unas 260.000 unidades de este modelo.
Con un peso total de 715 kg, el Renault 8 montaba un motor de gasolina de 4 cilindros en línea (Cleon-Fonte), trasero, de 956 cc y poco más de 40 CV de potencia; con un depósito de gasolina de 38 litros, 4 velocidades y frenos de disco en las ruedas delanteras, toda una novedad en la época. Tanto es así que, poco después, su hermano mayor, de cuatro faros delanteros, luciría orgulloso en su luneta trasera:
!ATENCION ... FRENOS DE DISCO¡
!ATENCION ... FRENOS DE DISCO¡
No obstante, esta puntera tecnología de frenada de nada le sirvió, en su último viaje, al coche volador de Rebolledo de Traspeña.
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