Aquel
día, las tres hermanas, de diez, ocho y seis años de edad, acudieron a la
escuela más ilusionadas que de costumbre, con sus mejores galas, ya que sabían
que vendría el fotógrafo. Y en aquellos tiempos, un fotógrafo no venía todos
los días.
La
vuelta a la escuela ya era un motivo suficiente de alegría. Atrás quedaban los
duros días de verano en los que, a pesar de su edad, alguna ya había tenido que
ayudar a sus padres en las tareas del campo.
La
mayor, mientras sus padres trabajan en el campo, lleva la casa, incluido el
cuidado de su hermano pequeño, de poco más de tres años de edad; la mediana
ayuda en la labores de casa y, en verano, también en las del campo; la pequeña
va por agua a la fuente, acompaña a su madre a los lavaderos de Atarrío, lo que
haga falta.
Más
atrás quedan los días en que, junto con el resto de sus compañeras y doña Jesusa, la maestra, fueron a coger cornavarios para adornar el altar dedicado a la Virgen. Pobres de ellas si don
Félix consideraba que eran escasas las flores recogidas... Pobres de ellas si se
les ocurría faltar al Rosario de la tarde o entrar en la iglesia en manga
corta...
Don
Félix, siempre don Félix. Treinta años de párroco en Huérmeces. Treinta años que
marcaron a toda una generación.
¿Cuales
serían los sueños e ilusiones de aquellas tres niñas en aquel Huérmeces de la
postguerra? ¿Ver el mar? ¿Ir a la capital? ¿Hacer la primera comunión? ¿Las
fiestas de San Juan? Conviene recordar que en aquellos años ni las navidades ni las comuniones ni los
cumpleaños eran sinónimos de avalancha de regalos.
Seguramente
ni se les pasaba por la cabeza que, con el paso de los años, ninguna de las
tres viviría ya en Huérmeces. Ninguna sería labradora, como lo habían sido sus
padres, sus abuelos y varias generaciones anteriores.
Si
observamos el mapa de España que aparece como telón de fondo de la fotografía,
en el valle del Ebro y Cataluña se vislumbra el rótulo “Grandes industrias”. Y ese sería el sino de gran parte de la
población rural de los años venideros: la emigración a las ciudades, a sus
“grandes industrias” y abundantes servicios.
La
mayor, apuntando a un lugar indeterminado del globo terráqueo, sería la primera
en abandonar el pueblo, con catorce años. En 1958, ya con 23, partió definitivamente, para no volver nunca más.
La
mediana, con el libro de lectura “Escudo
Imperial” en sus manos, partiría poco después que su hermana mayor.
La
pequeña, con “Héroes” en las suyas,
tardaría unos años más, pero también terminaría por irse de Huérmeces.
Ni
ellas ni la mayor parte de sus compañeras de escuela se quedarían en el pueblo.
Algunas se irían a estudiar fuera, otras se casarían con no labradores, o con
labradores que acabarían también por unirse al masivo éxodo rural que comenzó a
finales de los años cincuenta y tuvo su punto álgido a principios de los sesenta.
El País Vasco, Cataluña, Madrid o la capital provincial, con su incipiente polo
de desarrollo, serían los lugares de residencia definitivos para gran parte de
aquellas niñas.
Y
algunas volverían al pueblo sólo unas semanas en verano y, quizás, muchos años
después, a pasar en él parte de su jubilación.
Libros escolares
de lectura que aparecen en la fotografía:
“Escudo Imperial”, Antonio J. Onieva, Hijos de Santiago Rodríguez,
Burgos (1937)
“Héroes”, Antonio J. Onieva, Hijos de Santiago Rodríguez, Burgos (1938)
Antonio Juan Onieva
Santamaría
(Pamplona, 1886; Madrid, 1977): Prolífico pedagogo, periodista y escritor. En
su haber constan multitud de obras de teatro, novelas, biografías, obras
históricas, guías turísticas, traducciones, obras pedagógicas y, sobre todo,
textos escolares. La mayor parte de estos últimos publicados por la editorial
burgalesa Hijos de Santiago Rodríguez. .
siendo
el
ntusiasta partidario de la Institución Libre
de Enseñanza, todo cambió pocos años antes de la Guerra Civil, hasta
el punto de que Onieva acabaría por convertirse en decidido valedor del régimen
nacional-católico. Consta que en 1937 ya era delegado nacional del SEM (Servicio
Español del Magisterio: el sindicato vertical de los maestros durante el
periodo franquista).
Hijos de Santiago Rodríguez: Considerada la
librería más antigua de España, fundada en 1850 por un veinteañero con
inquietudes culturales, Santiago Rodríguez. Años más tarde se lanzó al negocio
editorial, montando una imprenta en un taller cercano a la librería; comenzó a
publicar sobre todo obras relacionadas con la educación: enciclopedias y
cuadernos escolares, así como los famosos Cuentos de Calleja. Generaciones de
españoles, sobre todo desde los años 30, han estudiado con la Enciclopedia Universal
Hijos de Santiago Rodríguez, y con las célebres cartillas 'Amiguitos', una
especie de 'Cuadernos Rubio', con las que aprendió medio país en la segunda
mitad del siglo pasado.
En 1960, la librería se mudó desde Laín Calvo
a su actual emplazamiento en la
Plaza Mayor, un impresionante local de dos plantas y 350 metros cuadrados,
y ahí siguen en la actualidad, la sexta generación de libreros Rodríguez,
dedicándose al noble oficio de vender libros 163 años después de Santiago. La
imprenta se cerró en 1980. (resumen del reportaje firmado por José Antonio
Guerrero, titulado “La librería que nació con el sello”, aparecido en “El
Correo” el 4 de junio
de 2013)
La antigua librería de Hijos de Santiago Rodríguez, en Laín Calvo, fotografiada a principios del siglo XX |
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