sábado, 25 de junio de 2022

Una estela epigráfica moderna (1832) entre Ruyales del Páramo y Quintanilla Pedro Abarca

 

Estela epigráfica: piedra de la zona, mejor o peor labrada, que conmemora la muerte repentina de una persona en descampado; sus inscripciones suelen ofrecer datos relativos a dicha persona y a la fecha en la que se produjo su fallecimiento; a veces, también aparecen datos relativos a la persona que encargó su realización; se considera moderna si su origen no va más allá de finales del siglo XVIII o principios del XIX.



Hace unos meses, una persona natural de Huérmeces, que solía recorrer el camino entre Ruyales y Quintanilla, me habló de la vieja estela que se erguía a mitad de dicho camino. Yo no conocía su existencia, a pesar de haber pasado muchas veces por ese vial, habitualmente utilizado para completar pequeñas rutas ciclistas alrededor de Huérmeces. Así que, la Semana Santa pasada volví a subir a Ruyales y tomé el camino de Quintanilla ... pero no encontré estela alguna.

Pregunté por ella en Quintanilla, Pantaleón y Ruyales. Las respuestas dadas -y un par de mañanas en el Archivo Diocesano- están en el origen y desarrollo del presente post. Respuestas y documentos que nos hablan de una triste historia por partida doble: la de la estela en sí, y la de las dos personas cuya muerte conmemoraba.    


LA ESTELA DE OCEJO: UNA PIEDRA CONMEMORATIVA DE AZAROSA VIDA 

En el paraje denominado Ocejo, junto a la cuneta derecha del camino que asciende desde Quintanilla Pedro Abarca a Ruyales del Páramo, casi en el alto, existía una estela labrada en piedra, que conmemoraba la muerte accidental de dos mujeres, un suceso acaecido hace casi dos siglos.

Desde el año 2004, cuando se procedió a la completa rehabilitación del camino, la vieja estela de piedra caliza ya no se encuentra en su ubicación original; es más, la estela ya no existe, por lo menos en su integridad.


MTN50-H167 (1928): aparecen marcados los límites entre los términos de los pueblos


En aquel referido año 2004, cuando se procede a la rehabilitación del viejo camino, la Junta Vecinal de Ruyales (ya que el paraje de Ocejo se encuentra en su término) decide trasladar la estela desde su ubicación original hasta otra más protegida, en el propio casco urbano del pueblo, dada la cada día más frecuente "desaparición accidental" de este tipo de piedras conmemorativas, objeto de deseo para personas sin escrúpulos, ávidas de cualquier objeto antiguo, portable y vendible, para su posterior uso como elemento decorativo en jardines, patios y bodegas propiedad de personas también carentes de escrúpulos y quizás sobradas de euros.


Estela de Ocejo (anverso): la epigrafía aún resultaba legible

Estela de Ocejo (reverso): la cara anepigráfica; al fondo, el pinar de Ocejo-La Cotorra


Sin embargo, hubo un vecino que no estuvo de acuerdo con la nueva ubicación de la estela, recolocada en un espacio público situado en la zona oeste del casco urbano, junto a un banco de la Caja. Y dicho vecino, visitante ocasional del pueblo, manifestó su desacuerdo de la forma más brutal posible: destrozando la estela a golpes de azada. Así se escribe la historia.






Parece ser que, tras aquella desgraciada actuación, otro vecino, veraneante del pueblo, recogió los fragmentos de la estela de Ocejo, con la intención de recomponerlos. Desgraciadamente, una enfermedad se interpuso en su camino y no pudo llevar a cabo la planeada rehabilitación de la piedra.

Suponemos que los restos de la estela permanecen aún en la cochera de la antigua casa que aquel vecino voluntarioso se vio obligado a vender, pocos meses antes de su fallecimiento. 


CARACTERÍSTICAS FÍSICAS DE LA ESTELA DE OCEJO

La estela de Ocejo era del tipo antropomorfo, de cabeza discoidea, elaborada en piedra caliza de tonalidad blanquecina (caliza del páramo). Con el paso de los años, en el anverso de la piedra (orientado al E-NE) se fueron adhiriendo líquenes grises que ocuparon -sobre todo- las pequeñas oquedades de la piedra, que acabó por presentar una tonalidad general grisácea. Por el contrario, en el reverso (orientado al W-SW), abundan los líquenes blancos, pardos y amarillentos. 

El disco tenía unos 53,5 cm de diámetro por unos 20 cm de grosor. El pie, ensanchado en la base, presentaba una altura visible de unos 30 cm, más otros 40 cm que se encontraban enterrados en su ubicación original.



Su estado de conservación era relativamente bueno, aunque la porción superior izquierda del borde del disco se encontraba bastante dañada, lo que imposibilitaba leer completo el nombre de pila de la primera de las mujeres epigrafiadas (que resultó ser BRIGIDA, aunque solo se apreciaba la sílaba final "DA").

En cuanto a la epigrafía de la estela de Ocejo, dispuesta de manera concéntrica en el anillo exterior de su cabeza discoidea, rezaba así:


AQUY MURIERON [BRIGI]DA FONTURVEL Y MARIA RODRIGO


La fecha aparece grabada en el centro del disco, dispuesta en dos líneas, la primera de las cuales se encuentra dentro de un recuadro rectangular con los dos lados cortos aconcavados:


AN[0] DE
1832


El reverso de la estela de Ocejo no presentaba -aparentemente- epigrafía ni decoración alguna.


EL SOPORTE DOCUMENTAL DE LA MEMORIA POPULAR

Dice la memoria popular de Quintanilla, Pantaleón y Ruyales que la estela de Ocejo conmemoraba la muerte por congelación de dos mujeres. No se recordaban más detalles: ni de dónde procedían ambas mujeres, ni a dónde se dirigían, ni en qué mes del año se había producido el desgraciado suceso.

Por otra parte, la memoria popular de Huérmeces recuerda el dicho "en marzo se helaron las carrasqueñas", haciendo alusión -supuestamente- a las dos mujeres fallecidas entre Ruyales y Quintanilla. Desconocemos completamente el significado del apelativo "carrasqueñas" (carrasca o carraspa es la denominación local de la encina). La referida frase solía pronunciarse para aconsejar a algún familiar o allegado en el sentido de que tuviera la precaución de llevar ropa de abrigo suficiente a la hora de emprender un desplazamiento por la zona, sobre todo si ya se encontraban fuera de los meses más fríos del invierno (enero y febrero).

Se daba por sentado que las dos mujeres eran de la zona, ya que Fontúrbel y Rodrigo eran -y son- apellidos relativamente frecuentes en Quintanilla Pedro Abarca, San Pantaleón y Ruyales del Páramo.

Gracias a los datos encontrados en el Archivo Diocesano de Burgos, ahora sabemos que el suceso acaeció el lunes 26 de marzo de 1832. Dos días más tarde, tras los pertinentes trámites médicos y judiciales, se ofició la inhumación de las dos mujeres en el cementerio de Quintanilla Pedro Abarca, ya que en este pueblo residían ambas.

La fecha del desgraciado suceso, propia de finales de invierno y comienzos de primavera, nos sitúa justo en ese entretiempo en el que las personas se abrigan ya algo menos, pensando que los días más duros del invierno ya pasaron; y hablamos de una época en la que no existían las previsiones meteorológicas científicas ni nada que se le pareciera, por lo que las decisiones sobre la conveniencia o no de realizar un viaje se tomaban al albur del criterio o necesidad del viajero.

En el "Libro de Finados de la parroquia de Quintanilla Pedro Abarca", encontramos los apuntes siguientes:


"en la iglesia parroquial del lugar de Quintanilla Pedro Abarca, a 28 de marzo de 1832, se dio sepultura eclesiástica a Brígida Fontúrbel, viuda de José Fontúrbel, vecinos del mismo, quien no recibió los Santísimos Sacramentos por habérsela hallado cadáver en despoblado, de muerte natural, de la intemperie del tiempo, según parecer de los cirujanos que la reconocieron..."

 

"en la iglesia parroquial del lugar de Quintanilla Pedro Abarca, a 28 de marzo de 1832, se dio sepultura eclesiástica a María Rodrigo, viuda de Pedro Fontúrbel, vecinos del mismo, quien no recibió los Santísimos Sacramentos por habérsela hallado difunta en despoblado, de muerte natural, causada por la intemperie estacional, según parecer de los cirujanos que la reconocieron..."


Observamos que ambos apuntes, consignados por Salvador Martínez (cura sirviente de Quintanilla Pedro Abarca) el mismo día del entierro, contienen un texto de cabecera muy similar. Sin embargo, el apunte completo de Brígida ocupa casi tres páginas del libro de finados, mientras que el de María apenas lo hace con media página.

Esta notable diferencia se debe a que Brígida había otorgado testamento en su día, mientras que María, mucho más joven, aún no lo había hecho. Otorgar testamento significaba, en aquellos píos años, establecer una serie de cláusulas relativas -sobre todo- a las características que debían cumplir las exequias del finado: el tipo de misa funeral, los sacerdotes oficiantes, la ropa de la mortaja, el lugar preciso de inhumación, las memorias perpetuas a satisfacer por sus deudos, etc.


EL TESTAMENTO DE BRÍGIDA FONTÚRBEL

Brígida Fontúrbel y su marido, José Fontúrbel, habían otorgado testamento doce años antes, con fecha 11 de junio de 1820, bajo testimonio de un ya viejo conocido de este blog: Melchor Díaz-Ubierna, el escribano de Huérmeces y de su Jurisdicción de Haza de Siero. Las cláusulas más destacables de aquel testamento eran las siguientes:

-que su cuerpo fuera amortajado con el hábito o disfraz que pudiese ser habido
-que su cuerpo fuera sepultado en la misma sepultura en la que yacen sus padres 
-que asistieran al entierro los curas de Quintanilla y Pantaleón
-que a los párrocos de Villalibado, Acedillo, La Nuez de Arriba y Montorio se les entregaran seis reales y medio a cada uno, para que hicieran un oficio en sus respectivas parroquias
-que la misa de cuerpo presente fuera cantada, con vigilia y responso
-que los curas de Quintanilla y Pantaleón celebraran un novenario cantado, según costumbre de la parroquia
-que se pagasen dos ducados al procurador síndico del Convento de San Francisco de Burgos, para que se les hiciera un oficio de difuntos
-que se le donara un florín de oro al Hospital de San Juan de Burgos para ganar las indulgencias concedidas
-que por el alma de sus padres, abuelos y demás familia, se oficiaran 200 misas rezadas, por limosna de 3 reales cada una, en el altar privilegiado de la parroquia de Quintanilla, así como en las ermitas de Santa Isabel y de Los Dolores
-que nombraban por testamentarios a su hijo Pedro Fontúrbel, a su cuñado Gregorio Díez (vecino de Acedillo) y a su cuñado Manuel Rodrigo (vecino de Villalibado)
-que instituían por único y universal heredero a su hijo Pedro [ya casado por entonces con María Rodrigo]

Las anteriores cláusulas eran las habituales en los testamentos de la época; época en la que aún regían con fuerza los conceptos de "purgatorio" y "redención de penas por misas", esa imaginativa y malévola doble figura inventada por la curia romana y que sirvió -sobre todo- para que la iglesia hiciera caja (mucha caja) durante siglos, a costa de los deudos de los difuntos. Las familias "donaban" parte de sus ahorros a diversas instituciones religiosas, para que sus miembros rezaran por los finados, posibilitando de esta manera que su alma pudiera realizar un tránsito purgatorial lo más rápido e indoloro posible. Estas memorias perpetuas constituían una especie de lubricante purgatorial -caro, pero muy efectivo- para las almas de los difuntos. Genial, sencillamente genial.

Como ya he comentado, María no tenía otorgado testamento, por lo que tuvo que ser su madre, Manuela Fontúrbella que testificara ante el cura de Quintanilla acerca de los últimos deseos de su hija; Manuela dispuso que el funeral de su hija se hiciera de igual manera que el oficiado tres años antes por su yerno, Pedro Fontúrbel, cuyas cláusulas figuraban en el folio correspondiente del libro de finados.

 
BRÍGIDA Y MARÍA: SUEGRA Y NUERA, TÍA Y SOBRINA, VIUDAS AMBAS   

Por los datos encontrados en el Archivo Diocesano, sabemos que Brígida y María eran suegra y nuera. Y que también tenían la condición de tía y sobrina, ya que la madre de María era hermana de Brígida (aunque únicamente por parte de padre). Además, ambas poseían la condición de viudas recientes: José, el marido de Brígida, había fallecido cuatro años antes (1828); Pedro, el marido de María, lo había hecho en 1829, apenas tres años antes. 

Brígida tenía al fallecer 67 años de edad. María, por su parte, tenía tan solo 34 años y, además de tratarse de una viuda joven, dejaba huérfanos a tres hijos de corta edad: Pedro (12 años), Lorenza (11 años) y Dámaso (5 años).

Brígida era natural de Quintanilla Pedro Abarca, así como sus padres. María, por su parte, había nacido en Villalibado, pueblo situado a unos 15 km al oeste de Quintanilla Pedro Abarca. En Villalibado también habían nacido su padre, Manuel, y sus abuelos paternos, Santiago y Escolástica. Su madre, Manuela, era nativa de Quintanilla Pedro Abarca, aunque vivía en Villalibado desde su casamiento con Manuel Rodrigo (también difunto).


Desconocemos si a Brígida y María el temporal de nieve y frío les sorprendió mientras realizaban un corto desplazamiento a Ruyales del Páramo (3 km) o a Huérmeces (7 km, pueblo en el que solía residir el alcalde mayor de Haza de Siero, como cabeza de la jurisdicción homónima) o bien si se encontraban en el trayecto de ida o vuelta a un destino muchos más alejado: quizás a Burgos, la capital provincial, situada a unos 32 km; quizás a Santibáñez Zarzaguda, situada a unos 12 km, pueblo en el que existían varios establecimientos comerciales y se celebraban periódicas ferias; quizás a Villalibado, situado a unos 15 km, pueblo en el que ambas mujeres conservaban familiares...

En aquellos tiempos, el camino de Quintanilla a Burgos coincidía en parte con el Camino Real de Burgos a Reinosa, que pasaba por las cercanías de Ruyales y bajaba hacia Huérmeces por el camino del Alto la Cruz.

De todas formas, llama la atención el hecho de que la muerte les sorprendiera en un lugar que dista apenas un kilómetro y medio -en rápido descenso- de Quintanilla Pedro Abarca (Ruyales está algo más cerca, a poco más de un kilómetro, aunque el camino discurre por terrenos elevados, más expuestos a las ventiscas). Damos por sentado que las dos mujeres conocían de sobra los caminos y parajes de la zona. Suponemos, pues, que la ventisca de nieve llegó de manera súbita y desatada. Quizás el acontecimiento sobrevino a últimas horas del día, con la noche a la vuelta de la esquina...


Bajada hacia Quintanilla Pedro Abarca: el camino se introduce en Valdementero a la altura de Las Peñuelas




LA ESTELA DE OCEJO: UNA POSIBLE SEGUNDA OPORTUNIDAD

Es una verdadera lástima que una estela, que no hace sino conmemorar la muerte de dos mujeres en descampado, no pudiera seguir ubicada en el lugar en el que se produjo el suceso, por el riesgo cierto de que fuera sustraída.

Es una pena que ni siquiera pudiera reubicarse en el pueblo a cuyo término pertenece el paraje, por el riesgo de que alguien no entendiera lo que una estela significa, no tratándose en absoluto de un elemento "funerario".

Es lamentable, en general, que existan personas que compren estelas con las que adornar orgullosamente sus jardines, patios o encimeras de chimenea; quizás desconozcan que este tipo de piedras conmemorativas suelen carecer de valor artístico, y que su valor etnocultural únicamente se aprecia en su contexto y que, además, suelen estar dotadas de una fuerte carga sentimental para algunas personas del entorno, quizás descendientes de la persona o personas cuya muerte en descampado conmemora la piedra.

Por último, queremos imaginar que quizás alguien, algún día, de alguna manera, se anime a recomponer la vieja piedra conmemorativa de Ocejo, posibilitando así su posterior recolocación en su ubicación original, convenientemente anclada a una zapata de hormigón. La memoria de Brígida y María se merece ese pétreo recuerdo. Y supongo que muchos "Fontúrbeles" y "Rodrigos", descendientes lejanos de Brígida y María, estarán de acuerdo con esta idea.



APUNTES GENEALÓGICOS

Nos encontramos con un enrevesado entramado de "Fontúrbeles", con aportes importantes de "Rodrigos" y puntuales de otros apellidos comunes (Rodríguez, Gutiérrez, Ruiz, Esteban, de la Serna y García).

Apellidos procedentes de pueblos del entorno cercano: Fontúrbel (San Pantaleón del Páramo, Quintanilla Pedro Abarca, Icedo), Rodrigo (Villalibado), Rodríguez (Bustillo del Páramo), Esteban (Quintanilla Pedro Abarca), García (Quintanilla Pedro Abarca), Gutiérrez (Quintanilla Pedro Abarca), Ruiz (Quintanilla Pedro Abarca).


Brígida Fontúrbel Ruiz

*Quintanilla Pedro Abarca (1 de febrero de 1765)
+Ocejo, Ruyales del Páramo (26 de marzo de 1832)

Esposo: José Fontúrbel Rodríguez 

*Icedo (1766)
+Quintanilla Pedro Abarca (1828)

Hijos: Pedro Fontúrbel Fonrtúrbel (Quintanilla Pedro Abarca, 1795-1829) 


María Rodrigo Fontúrbel 

*Villalibado (10 de diciembre de 1797)
+Ocejo, Ruyales del Páramo (26 de marzo de 1832)

Esposo: Pedro Fontúrbel Fontúrbel 

*Quintanilla Pedro Abarca (23 de octubre de 1795)
+Quintanilla Pedro Abarca (3 de abril de 1829)


Hijos de María Rodrigo y Pedro Fontúrbel:

-Lorenza Fontúrbel Rodrigo

*Quintanilla Pedro Abarca (1821)
+Quintanilla Pedro Abarca (25 de mayo de 1851)

Casada con Adrián Gutiérrez Esteban (QPA, 1818); dos hijos: Vicente y Jorge

-Pedro Fontúrbel Rodrigo

*Quintanillla Pedro Abarca (1820)
+Quintanilla Pedro Abarca (7 de octubre de 1851)

Casado con Águeda García Serna (Bustillo del Páramo, 1820-QPA, 1892); un hijo: Santiago

-Dámaso Fontúrbel Rodrigo

*Quintanilla Pedro Abarca (1827)
+Quintanilla Pedro Abarca (1901)

Casado con Cipriana González Crespo (*La Nuez de Arriba, 1830-QPA, 1916); seis hijos: Nicolás, Francisco, Estéfana, Julián y Pablo


Nietos de María Rodrigo y Pedro Fontúrbel:

  • Vicente Gutiérrez Fontúrbel (*Quintanilla Pedro Abarca, 1847)
  • Jorge Gutiérrez Fontúrbel (*QPA, 1851)
  • Santiago Fontúrbel García (*QPA, 1849)
  • Nicolás Fontúrbel González (*QPA, 1854)
  • Francisco Fontúrbel González (QPA, 1860-1917); se casó con Balbina González (*La Nuez de Arriba, 1861-QPA, 1938) y tuvieron cuatro hijos: Teófilo, Eladio, Ambrosia y Segundo
  • Estéfana Fontúrbel González (*QPA, 1866)
  • Julián Fontúrbel González (*QPA, 1869); se casó con Catalina González (San Pantaleón del Páramo) y tuvieron una hija, Isabel
  • Pablo Fontúrbel González (*QPA, 1874) 

Algunos bisnietos de María Rodrigo y Pedro Fontúrbel:

  • Teófilo Fontúrbel González (QPA, 1885-1918); en 1908 se casó con Josefa Alonso Gutiérrez (*QPA) y tuvieron tres hijos: María Ester (*QPA, 1911), Aureliana (*QPA, 1909) y Martina (*QPA, 1912)
  • Eladio Fontúrbel González (*QPA, 1887)
  • Ambrosia Fontúrbel González (*QPA, 1890); en 1912 se casó con Santiago Sagredo Llano (Baracaldo)
  • Segundo Fontúrbel González (QPA, 1893-1926)
  • Isabel Fontúrbel González (*QPA,1897) 


Quizás un pequeño árbol genealógico nos facilite algo la comprensión de este entramado de "Fontúrbeles" y "Rodrigos" (en rojo, las dos mujeres fallecidas en Ocejo):




UN VIAJE EN EL TIEMPO POR EL CAMINO DE OCEJO

El camino de Ocejo era -y es- la vía de comunicación más directa entre Quintanilla y Ruyales. Siguiendo un eje principal norte-sur, sus 2600 metros de recorrido discurren a una elevada altitud, entre los 940 m de su arranque en la curva de la carretera de Quintanilla a Pantaleón, hasta los 1011 m de La Cotorra, y los 975 m a su llegada a Ruyales del Páramo.


MTN50-H167 (1934)

Es posible que, en los 190 años trascurridos desde el fallecimiento de Brígida y María, el trazado del camino de Ocejo haya variado muy poco. Lo que sí ha cambiado ha sido la calidad del mismo: desde un camino carretero, cuyo firme embarrado lo hacía apenas apto para caballerías en determinadas épocas del año, hasta la moderna pista actual, apta para todo tipo de vehículos, y libre de barro y baches la totalidad del año. Y con la empinada cuesta de Las Peñuelas recientemente hormigonada.


Vuelo Americano "B" (12 julio 1956): los brezales de Ocejo y La Cotorra, aún vírgenes

Vuelo IRYDA (nov. 1977): los incipientes pinares de Ocejo y La Cotorra llevaban 20 años plantados 


Bing Maps (c. 2015): pinares ya adultos de Las Mayas, Ocejo y La Cotorra


De todas formas, quizás el cambio fundamental lo haya soportado el paisaje circundante, lo que el ojo humano observa a ambos lados del camino: la vegetación espontánea y la cultivada, el parcelario y -sobre todo- los "complementos" paisajísticos.


UN SALTO DE 190 AÑOS HACIA ATRÁS 

Si viajáramos en el tiempo hasta el año 1832, quizás lo primero que nos sorprendería seria la práctica ausencia de vegetación leñosa, sobre todo en la zona alta del recorrido. Ni atisbo de los pinares de Ocejo, La Cotorra y Las Mayas, plantados en los años 50 del siglo XX como masas forestales protectoras de la cabecera de cuenca del río Ruyales. En aquellos tiempos, enormes brezales ocupaban los terrenos arcillosos y pobres de aquellos parajes luego forestados.

En los ribazos de los arroyos escasa sería también la presencia de especies leñosas riparias: nada que ver con la actual profusión de fresnos de buen tamaño en gran parte de los arroyos de cabecera del Ruyales. Veríamos escasos y pequeños ejemplares de sauces y salgueras, y quizás alguna mancha aislada de chopos y olmos.

Por contra, en las zonas altas de Las MayasOcejo y La Cotorra abundarían los eriales y pastizales esteparios, con clara dominancia de brezales. Es probable que, en los claros de algún brezal, encontráramos algún que otro colmenar. Lo que apenas encontraríamos serían tierras de labor, ya que el principal factor antropizador de aquel paisaje sería la densa presencia de ganado. Observaríamos varios rebaños de ovejas y cabras pastando por estas tierras altas, batidas por un casi constante viento. También nos encontraríamos con pequeños rebaños de ganado vacuno, caballar y mular. Bueyes y mulas, los tractores y furgonetas de aquellos tiempos.


Vista desde La Lastra: el camino entre Quintanilla y Ruyales, atravesando el Ocejo


Encontraríamos varios pastores con los que charlar un rato sobre lo divino y lo humano. En las alturas rocosas de La Lastra y Peñuelas abundarían los refugios pastoriles, levantados en piedra caliza. Y algún que otro corral.

Es probable que también nos topáramos con algún mulero que moviera mercancía variada entre los pequeños pueblos de los páramos. 

En Valdementero y otras zonas más bajas nos sorprendería la variedad de cultivos y el minifundio dominante: aparte de los cereales clásicos (trigo, cebada, avena y centeno), veríamos pequeñas parcelas cultivadas de yeros, arvejones, vezas, titos, esparcetas, lentejas y garbanzos. En pequeñas parcelas aptas para el riego, cerca de Ruyales y Quintanilla, puede que encontráramos alguna pequeña parcela cultivada de lino, cuya azulada floración llamara también la atención del viajero. Y en la periferia de los caseríos veríamos numerosos huertos y eras, con sus correspondientes casetos.

En definitiva, al viajero en el tiempo le sorprenderían los cambios en el paisaje y la abundancia de paisanaje, en comparación con el tiempo presente.


Y OTRO SALTO DE 190 AÑOS HACIA ADELANTE

Si fueran Brígida y María las que pudieran realizar ese viaje en el tiempo, hacia el futuro en su caso, cabe presuponer que las sorpresas -y los sustos- serían de mucho mayor calado.


El camino serpentea hacia La Cotorra, en dirección Quintanilla Pedro Abarca


Lo primero que les sorprendería, aparte de la anchura y calidad del camino, sería la contundente presencia de siete gigantescos y albinos molinos de viento, dispuestos sobre la cumbrera de La Lastra, con sus aspas girando continuamente y variando su orientación según soplara el cierzo o el solano. Ni a ellas ni al más quijotesco y soñador de sus convecinos se le habría pasado nunca por la cabeza semejante despliegue molinar. 


Retama de olor en Las Peñuelas; al fondo, aerogeneradores de La Lastra

Al remontar Valdementero les habría llamado poderosamente la atención la presencia de una serie de postes de madera, rectos y perfectamente anclados al suelo, dispuestos en paralelo al camino y a poca distancia del mismo; de estos postes colgaban una especie de cuerdas de aspecto brillante. 

Tampoco les pasaría desapercibida, justo debajo de Las Peñuelas, la chillona masa amarillenta de la retama de olor en flor, una especie leñosa completamente ajena a la comarca hasta tiempos muy recientes, y que se ha extendido por ella al compás de un clima cada vez más cálido. 

Al abandonar el vallejo y alcanzar las tierras altas del recorrido hacia Ruyales, no menos les habrían sorprendido las densas masas forestales formadas por los pinares de Ocejo, La Cotorra y Las Mayas, en terrenos dónde antaño crecían brezos y aulagas.


El camino, en dirección Quintanilla, a la altura de Ocejo; al fondo, a la izquierda, pinar homónimo


También les habrían sorprendido las enormes tierras de labor, trazadas a cordel sobre esos antaño yermos pagos, utilizados únicamente como pastizales para el ganado. Ahora eran tierras despedregadas, allanadas, desprovistas de linderos ricos en espinos y zarzas. Tierras cultivadas de trigos y cebadas de tallo mucho más corto que el que ellas estaban acostumbradas a ver.


Ocejo, desde la ubicación aproximada de la desaparecida estela


En otoño no entenderían la ausencia de quema de rastrojeras, ni en verano la presencia de enormes pacas de paja, perfectamente alineadas y, sin embargo, ni rastro de morenas, esos perfectos montones de mies, esperando su acarreo a las eras.

 

El Ocejo: antigua línea telefónica (ya desmantelada) entre Ruyales y Quintanilla


En primavera les sorprendería la amarilla floración de alguna parcela de colza, cultivo completamente desconocido por sus contemporáneos; en verano avanzado, también les llamaría la  atención alguna que otra parcela plantada de girasol, cultivo no menos ajeno a sus campos.

Al llegar los primeros calores del verano se preguntarían a dónde se habían ido los pájaros y los insectos, y por qué apenas picaban los mosquitos. 

Y, de similar forma que al viajero contemporáneo le sucedió en su viaje al siglo XIX, a ellas les produciría una cierta desazón los profundos cambios en el paisanaje, pero justo en el sentido contrario: ni un alma en todo el recorrido. Ni pastores, ni zagales, ni muleros, ni trajineros, ni curas ni viajeros. Se preguntarían dónde estaban las cuadrillas de segadores, con sus hoces, botas de vino y botijas de agua; dónde los pastores con sus rebaños...

A lo sumo, y si se trataba de un sábado o domingo del buen tiempo, podían cruzarse con algún curioso personaje, estrafalariamente vestido, con un brillante casco de guerrero en la cabeza, prendas escasas y apretadas, y encaramado a un extraño artilugio provisto de dos ruedas y un par de manivelas para los pies, y desprendiendo un fortísimo olor de origen desconocido, y que ni siquiera parecía escuchar tu acostumbrado saludo.


El camino, en dirección Ruyales, atraviesa el paraje de Ocejo, 

 

Tiempos extraños aquellos en los que el único alma con el que te cruzas en el camino viste como un demonio, jadea como un bonobo, no te mira a la cara y ni siquiera responde a tu cristiano saludo.

No creo que sea necesario pormenorizar el efecto que pudo causarles su primer encuentro con un tractor, una cosechadora, un automóvil, una motocicleta o un quad.

Y en cuanto a las estelas, las únicas que verían serían las que dejaban los aviones en el cielo ... No encontrarían ninguna de aquellas piedras que se disponían a la vera de los caminos, recordando la muerte de una persona en descampado, invitando al caminante a rezar brevemente por el alma del difunto. ¿Ya no moría nadie en los caminos o por el contrario era algo tan habitual que ya ni se tomaban la molestia de conmemorar el hecho con una piedra labrada y grabada? Si conocieran la verdad de tal ausencia, Brígida y María no se sentirían nada reconfortadas.

Al entrar en Quintanilla o en Ruyales, no entenderían qué había sucedido con las eras y huertos; de aquéllas no quedaba ni una, de éstos, solo unos pocos. Las calles, completamente encementadas, los tejados, perfectamente retejados. La iglesia, totalmente rehabilitada, como si acabara de ser levantada. Y las ermitas ... ¿dónde estaban las ermitas? La de San Andrés, en Ruyales; la de Los Dolores, entre Quintanilla y Pantaleón ... 

Quizás alguien les debiera contar que casi todas las ermitas de la comarca se dejaron caer para luego vender su piedra al mejor postor. Y que la de San Andrés, en concreto, acabó formando parte de las escaleras exteriores del palacio de Arroyuelo, en Huérmeces.


Al fondo, Ruyales, con el camino descendiendo desde El Ocejo y La Cotorra hacia Carrequintanilla


Si el viaje al futuro lo realizaran en invierno, les sobrecogería el silencio de estos pueblos. ¿Dónde estaban los niños? ¿Por qué la escuela lucía nueva pero vacía? Y los lavaderos, igualmente vacíos, ¿ya nadie hacía la colada? Y las fuentes, muy cuidadas, pero sin paisanos acarreando agua. Ni siquiera podían intuir en dónde se encontraba la taberna... Y qué eran aquellos enormes arcones de vivos colores (verde, azul y amarillo) de los que emanaba un olor peculiar... Y esos grandes juguetes, algunos también pintados en vivos colores, que se disponían a las afueras de los pueblos, pero sin usuarios que los disfrutaran...

Unos enormes edificios, construidos en materiales desconocidos para ellas, sin ventanas, destacaban sobre el caserío; alguno se encontraba vallado, por lo que suponían que en su interior se guardarían cosas de mucho valor. Si alzaban la vista a los tejados de las casas, con suerte verían salir humo de la chimenea de una o dos.

Pueblos perfectos para vivir, pero sin vida alguna. No entenderían qué había podido suceder. Ni siquiera se atreverían a llamar a una puerta y preguntar a sus supuestos moradores: ¿y si no abría nadie?

Y... aunque la pregunta pudiera parecer algo improcedente viniendo precisamente de ellas ... ¿por qué nevaba tan poco en invierno? ¿Por qué ya no se daban las bruscas y violentas ventiscas, como aquella de finales de marzo de 1832 que acabó con sus vidas?


"La nevada, Francisco de Goya (1786), Museo del Prado


APÉNDICES

OCEJO: ETIMOLOGÍA, TOPONIMIA Y APELLIDO TOPONÍMICO 

"Ocejo" ("Hocejo") es la forma masculina, usada como diminutivo, derivada de "hoz"; esta proviene del latín faux, faucis, con el significado de "garganta", muy común en  toponimia, aplicado metafóricamente a la angostura de un valle.

En el caso del Ocejo de Ruyales, cabe señalar la cercanía del vallejo de Valdementero, con el evidente estrechamiento existente en las cercanías de Las Peñuelas.

El topónimo "Ocejo/Hocejo" es relativamente común en la toponimia menor de la Castilla norteña (Burgos, Palencia, León y Cantabria). Más raro resulta, sin embargo, en la toponimia mayor. Un par de ejemplos de cada categoría:

  • Ocejo: localidad (18 hab) del municipio cántabro de Luena, en las montañas pasiegas; situado a unos 300 m de altitud, en la ladera de un estrecho valle formado por un arroyo tributario del río Pas
  • Ocejo de la Peña: localidad (30 hab) del municipio leonés de Cistierna, en la Montaña Oriental; enclavado a 1160 m de altitud, en un pequeño valle tras cruzar el desfiladero de La Duerna
  • Hocejo: paraje que nombra a la pequeña garganta formada por el río Trema entre las localidades de Butrera (Merindad de Sotoscueva) y Torme (Villarcayo de Merindad de Castilla la Vieja)
  • Monte Ocejo: paraje situado al norte de la localidad cántabra de Lamedo (Cabezón de Liébana), cerca de la Collada del Campo, a unos 1150 m de altitud

En España existen 1283 personas que portan el apellido Ocejo (621 como primero y 662 como segundo); buena parte de ellas reside en Cantabria.


CASUÍSTICA DE LAS MUERTES EN DESCAMPADO CONMEMORADAS POR ESTELAS MODERNAS EN LA PROVINCIA DE BURGOS

La estela de Ocejo no se encuentra incluida en ninguno de los catálogos confeccionados por Jacinto Campillo Cueva, un auténtico especialista en estelas "modernas" de la provincia de Burgos. Quizás el motivo de dicha ausencia se deba a que, cuando Jacinto publicó el primero de sus trabajos monográficos (Boletín de la Institución Fernán Gonzalez, 2004), la estela de Ruyales ya no se encontraba en su ubicación original.

Gracias a las más de 70 estelas epigráficas y anepigráficas catalogadas por Jacinto Campillo en la provincia de Burgos (casi todas ubicadas en la mitad norte y, sobre todo, en el cuadrante noroccidental), plasmadas en las cinco monografías editadas hasta la fecha, es posible realizar una clasificación según el motivo de la muerte accidental en descampado:

  • alcance por rayo: Boada de Villadiego (?), Montorio (c. 1900), Villandiego (1869), Arroyo de Valdivielso (1877), Leva (1895), Quintanilla Sobresierra (1898)
  • infarto, angina de pecho: Fuencivil (1929), Iglesias (1930), Iglesias (1958)
  • derrame interno torácico: El Almiñé (1879)
  • atropello automovilista: Pedrosa del Páramo (1911)
  • ahogamiento mientras pescaba: Borcos-Las Hormazas (1898)
  • muerte violenta, asesinato: Rabé de las Calzadas (1822), Castresana (1890), Porquera del Butrón (1904), Villamudria (1909), Yudego (1942)
  • presunto suicidio: Montoto (1931)
  • fusilamiento: Torre de Abajo (1937)
  • enfriamiento intenso, congelación: Avellanosa del Páramo (?), Santibáñez Zarzaguda (1924) 
  • hemorragia cerebral, apoplejía: Villandiego (1863), Villalbilla de Burgos (1883), San Martín de Ubierna (1903), Miñón de Santibáñez (1917)
  • difteria, garrotillo: Avellanosa del Páramo (?)
  • muerte repentina, siendo posteriormente devorado por lobos: Corralejo (?)
  • muerte repentina, por causa no determinada o conocida: Avellanosa del Páramo (?), Castrillo de Rucios (?), Cobos junto a La Molina (?), Guadilla de Villamar (?), Montorio (?), San Pedro Samuel (?), Talamillo del Tozo (?), Villandiego (?), Yudego (?), La Parte-Las Hormazas (1729), Villadiego (1769), Quintanajuar (177_), Mahamud (1808), Villusto (1817), Susinos del Páramo (2) (1831), Villaverde Mogina (1831), Santibáñez Zarzaguda (1834), Tardajos (1843), Palacios de Benaver (1853), Olmillos de Sasamón (186_), Villalvilla de Villadiedo (1870), Santibáñez Zarzaguda (1924)
  • caída desde caballería: Avellanosa del Páramo (?), Quintanilla Sobresierra (?), San Martín de Humada (?), Tubilla del Agua (?), Fuenteodra (1896)
  • caída desde carro: Olmos de la Picaza (1852)
  • caída desde trillo: Villandiego (1903)
  • vuelco de carro: Avellanosa del Páramo (1826)
  • vuelco de tractor: Quintanalara (1965)
  • golpeado por caída de árbol: Palacios de Benaver (1946) 
  • golpeado por caída de piedra: Iglesias (1884)
  • secuestro infantil: Pedrosa de Río Úrbel (1951)

También puede resultar interesante realizar una clasificación según los caracteres del fallecido. Lógicamente, la mayor parte de los fallecidos en descampado se corresponde con el tipo de persona definido por la expresión "labrador, varón, mayor de edad"; pero existe un nada despreciable número de excepciones a esa regla, entre las que destacamos las siguientes:

  • pastor: Yudego (1942), asesinado por guarda jurado, en presencia de su hija de dos años
  • pareja de novios: Avellanosa del Páramo (?), por congelación durante nevada repentina
  • sacerdote: Talamillo del Tozo (?); La Parte-Las Hormazas (1729), por muerte repentina y violenta; Rabé de las Calzadas (1822), por muerte violenta; Villandiego (1863), por apoplejía mientras regaba su huerta; Villamudria (1909), por asesinato
  • niño: Villandiego (1869), 15 años de edad, por rayo; Santibáñez Zarzaguda (1904), 9 años de edad, por enfriamiento intenso, quizás por extravío; Pedrosa del Páramo (1911), 5 años de edad, por atropello automovilista; Pedrosa de Río Úrbel (1951), 2 años de edad, por secuestro por parte de un grupo de gitanos
  • molinero: Boada de Villadiego (?), por rayo
  • veterinario: Quintanilla Sobresierra (?), por caída desde caballería
  • militar, hijo de militar: Torres de Abajo (1937), por fusilamiento
  • posible discapacitado: Borcos-Las Hormazas (1898), ahogado mientras pescaba en el río
  • mujer mayor de edad: Mahamud (1808), Olmos de la Picaza (1852), Leva (1895)
  • mujer joven: Fuenteodra (1896), 19 años, por caída desde caballería; Porquera del Butrón (1904), 17 años, asesinada por pretendiente rechazado 
  • maestro de escuela: San Martín de Humada (?), mientras viajaba desde Peones de Amaya a San Mamés de Abar, por caída desde caballería
  • zapatero: Miñón de Santibáñez (1917)


OTRA ESTELA CONMEMORATIVA MODERNA NO RECOGIDA EN LOS CATÁLOGOS PUBLICADOS HASTA EL MOMENTO

En el término de Las Hormazas, cerca ya del límite con el de Villaute, y al lado de la carretera que comunica ambos pueblos, existe una estela conmemorativa bastante moderna. 





Se trata de una estela pseudo tabular cuyo borde superior denota ausencia de labra alguna. Elaborada en piedra caliza blanca, su anverso abujardado presenta una gran cruz latina, rehundida. La epigrafía se concentra en la base de la estela, justo debajo de la cruz, tapada habitualmente por un grupo de flores artificiales, y dice así:

 F-P-P 
5-11-45
A LOS 68 AÑOS





La estela conmemora el fallecimiento de Florencio Pesquera Pesquera, acaecido el día 11 de noviembre de 1945, a consecuencia de un derrame cerebral, accidente vascular que le hizo caer del carro con el que circulaba por el lugar.

La estela fue realizada y allí colocada, a mediados de los años 80 del siglo XX, por Severino Pesquera, nieto de Florencio, al cumplirse los cuarenta años del fallecimiento de su abuelo.

Como curiosidad adicional, cabe añadir que Florencio Pesquera Pesquera fue uno de los jóvenes de la zona que participó en la Guerra de Cuba. Su nombre y lugar de nacimiento (Las Hormazas) aparece en la prensa de la época (Diario de Burgos, 23 de octubre de 1897), destacándose en la noticia las lamentables condiciones físicas en las que Florencio llegó a la capital burgalesa, hasta el punto de tener que recibir auxilio por parte de algunos vecinos de la ciudad, ante la escandalosa y habitual pasividad de las autoridades políticas y militares de la España de entonces. Todo por la Patria pero sin la Patria. Florencio había nacido en Las Hormazas en el año 1877.


Y OTRA MÁS: LA ESTELA DE LA VENTA DE VALTRASERO (DESAPARECIDA)

También en el término de Ruyales del Páramo, esta vez en el paraje denominado "La Venta" [de Valtrasero], a la vera del camino que se dirige a Los Tremellos, existía otra estela epigráfica de la que, desgraciadamente, desconocemos su contenido.


La Venta en el camino de Valtrasero, parte del antiguo Camino Real de Burgos a Reinosa

La estela desapareció hace ya muchos años y su colocación en el lugar quizás se debiera a la conmemoración del luctuoso suceso acaecido en la venta que allí existía, dando servicio a los viajeros que se movían por el antiguo Camino Real de Burgos a Reinosa, que por Valtrasero pasaba. Reza la memoria popular de Ruyales que, en algún momento indeterminado del siglo XIX, los últimos venteros de Valtrasero fueron asesinados.

La desaparecida estela también podría hacer referencia al fallecimiento, en la casa venta de Ruyales (la citada venta de Valtrasero) de José Joaquín García, cura de Haza (localidad situada en La Ribera burgalesa, perteneciente entonces al obispado de Osma), suceso acaecido el 30 de diciembre de 1754. Aunque el apunte realizado en el libro de difuntos no establece el motivo del fallecimiento del cura, si que apunta que "no recibió los sacramentos por no dar lugar el accidente". El cura García era natural de la villa de Poza.

FUENTES

  • Archivo Diocesano de Burgos: libros de bautizados y finados de las parroquias de Quintanilla Pedro Abarca, San Pantaleón del Páramo, Ruyales del Páramo, Bustillo del Páramo, Acedillo, Huérmeces y Villalibado.
  • Las estelas epigráficas de época postmedieval en la provincia de Burgos. Jacinto Campillo Cueva. Boletín de la Institución Fernán González nº 229 (2004/2).
  • Las estelas pluripersonales de Miraveche y Quintanilla-Sobresierra (Burgos). Jacinto Campillo Cueva. Estudios Mirandeses. Anuario de la Fundación Cultural "Profesor Cantera Burgos" nº 27-1 [45-55]. Miranda de Ebro (2007).
  • Nuevas estelas epigráficas de época moderna en el norte de la provincia de Burgos. Jacinto Campillo Cueva. Kobie nº XII [371-386]. Diputación Foral de Bizkaia. Bilbao (2006).
  • Estelas anepigráficas de época moderna en la provincia de Burgos. Jacinto Campillo Cueva. Kobie nº 15 [181-192]. Diputación Foral de Bizkaia. Bilbao (2011).
  • Nuevas estelas epigráficas de carácter conmemorativo en el noroeste burgalés. Jacinto Campillo Cueva. Kobie nº 19 [105-120]. Diputación Foral de Bizkaia. Bilbao (2015).
  • Diccionario etimológico de la toponimia mayor de Cantabria. Alberto González Rodríguez. Ediciones de Librería Estudio. Santander (1999) [páginas 205-207]
  • Diario de Burgos, 23 de octubre de 1897: Florencio Pesquera, natural de las Hormazas, recién regresado de Cuba, recibe el auxilio de vecinos de Burgos.

Diario de Burgos, 23 de octubre de 1897



AGRADECIMIENTOS

  • A Gloria Martínez, por las fotografías y los datos relativos a la ubicación original y transcripción de la epigrafía de la estela de Ocejo.
  • A José Carlos Martínez, por los datos relativos a la desaparición de la estela.
  • A Vivencio Martínez, por los datos relativos a las dos personas cuyo fallecimiento conmemora la estela, datos que resultaron fundamentales a la hora de encontrar información en el Archivo Diocesano de Burgos.
  • A Ignacio Pérez, por los datos relativos a la estela de Las Hormazas

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