La
vieja caja de zapatos en la que se guardan las fotografías de la familia sigue
dando sorpresas cada vez que se repasa su contenido.
En
esta ocasión se trata de una no menos vieja fotografía sin fecha, realizada en
el estudio del fotógrafo "E. Costa" de San Sebastián, en la que aparecen seis
“amigos de la mili”. Mi abuelo Narciso entre ellos.
Puesto
que mi abuelo nació en 1910, y suponiendo que la fotografía se realizara en
fecha cercana al licenciamiento, podría datarse la fotografía en enero o febrero de 1933.
En
el año 1930 se había reducido la duración del servicio militar activo de dos
años a un año, por lo que supongo
que a la quinta de mi abuelo le afectaría dicha reducción, incorporándose a
filas a finales de 1931 o principios de 1932 y licenciándose un año más tarde.
Ya
no existe ningún estudio de fotografía denominado “E. Costa” en la Plaza de la Constitución
donostiarra. Tampoco he podido encontrar datos relativos a su historia y
circunstancias.
Muy
probablemente, los seis “mozos” de la foto pasaron un año completo de sus
vidas, el de 1932, en el acuartelamiento
de Loyola, ubicado en la margen derecha del Urumea. Estos cuarteles,
inagurados en 1926, sustituyeron a los que se encontraban -desde los tiempos de
la desamortización de Mendizábal- en pleno casco viejo de la ciudad, en el
Convento de San Telmo.
En
aquellos tiempos el servicio militar suponía una etapa de transición a la edad
adulta masculina. La mili era una especie de periodo de iniciación. Tampoco hay
que desdeñar el cierto carácter socializador o re-socializador que ejercía el
servicio militar en aquellos años.
Para
muchos jóvenes, la mili suponía la primera vez que salían del pueblo y su
entorno inmediato, más allá de la capital provincial; en la mili conocían a
otros jóvenes, tanto de su misma condición social o cultural como de otras muy
distintas. Conocían a personas de otras tierras, con otras lenguas y
costumbres.
En los años treinta del siglo pasado, para un joven de la Vieja Castilla, un destino como San Sebastián -puerto de mar, cercano a la frontera francesa- supuso sin duda una experiencia que marcaría su vida.
En los años treinta del siglo pasado, para un joven de la Vieja Castilla, un destino como San Sebastián -puerto de mar, cercano a la frontera francesa- supuso sin duda una experiencia que marcaría su vida.
En
muchos casos, la mili era un requisito previo para que el mozo pudiera casarse
y formar una familia; mi abuelo, por ejemplo, se casó al mes siguiente de
licenciarse.
Dicen
que los amigos de la mili son para siempre. Dicen que los compañeros de quinta
son una especie de referente generacional. Digo dicen porque yo no puedo hablar
por experiencia propia: no hice la mili.
BREVE
HISTORIA DEL SERVICIO MILITAR EN ESPAÑA
Hasta
el siglo XVIII, el sistema de reclutamiento en España se realizaba a través de enganches pagados y levas de vagos, de
mendigos y marginados en general. En 1704, Felipe V y la dinastía
borbónica, copiando el modelo francés, introdujeron un sistema de reclutamiento
basado en las “quintas”, así llamado
porque escogía mediante sorteo a una quinta parte de los mozos en edad militar.
Desde
entonces, aunque el sistema y los porcentajes de reclutamiento han variado
mucho, el nombre de “quintas” ha permanecido arraigado en la sociedad hasta la
desaparición del servicio militar obligatorio en las postrimerías del siglo XX.
Fueron
las Cortes de Cádiz en 1812 las que
establecieron el principio de obligatoriedad del servicio militar para todos
los varones españoles sin discriminaciones, aunque en la práctica existía un
sistema de redenciones y sustituciones para las clases más favorecidas.
Este
fue siempre el elemento central de la polémica respecto al servicio militar:
los mecanismos promovidos por la ley para eludirlo (redenciones en metálico y
sustituciones). Este hecho motivó una elevada conflictividad en la sociedad
española de finales del siglo XIX y principios del XX. El pensamiento general
era que a los ricos se les eximía del servicio militar como en otros tiempos se
les eximía a los nobles de tributar.
Esta
manifiesta desigualdad tuvo su punto álgido en la Semana
Trágica de Barcelona el 26 de Julio de 1909. Con el alto
nivel de mortandad en la guerra de Africa como telón de fondo, las familias se
sublevaron y trataron de impedir el embarque de sus hijos movilizados.
En
1873, la Primera República
abolió la obligatoriedad del servicio militar, disponiendo que el ejército se
compusiera de soldados voluntarios de 19 a 40 años, retribuidos con una peseta
diaria.
Poco
después, la Restauración volvió a
instaurar la obligatoriedad. La
Constitución de 1876, reinando Alfonso XII, establece en 4
años el servicio activo y otros 4 en la reserva. También crea las exenciones de cuotas y los sustitutos,
lo que permitía de nuevo a las clases adineradas librarse del servicio militar.
El
Gobierno liberal de Canalejas
(1910-1912) eliminó las figuras de sustitución y la redención en metálico,
buscando un servicio militar más igualitario; aun así, las clases dominantes
consiguieron que se mantuviera la posibilidad de “dulcificar” el paso de sus
vástagos por el ejército mediante el pago de unas cuotas militares, cuyo pago permitía elegir destino y la reducción
del tiempo en filas 10 meses (1000 pesetas) o 5 meses (2000 pesetas). Eran los
denominados “soldados de cuota”.
En
cuanto a la duración del servicio militar, la tendencia general durante las
últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX fue al descenso del período
activo y un incremento del período de reserva.
Entre
1856 y 1882 la duración del servicio militar “activo” (años de reserva aparte)
fue de cuatro años. Posteriormente, dicho servicio activo se redujo a tres
años, hasta que en 1912 se volvió a ampliar hasta ocho años; leyes sucesivas
redujeron sensiblemente este periodo: dos años en 1924 y un año en 1930, cifra
que mantuvo el gobierno de la
República.
Esta
tendencia a la reducción varió considerablemente en la legislación franquista
de posguerra. Después de la Guerra Civil,
la Ley de
1940 aumentó la duración del servicio activo hasta los dos años. Superada
la posguerra, se redujo el servicio activo a un año.
Fue
precisamente la citada Ley de 1940 la que eliminó realmente las diferencias de
clases y las cuotas, estableciendo un servicio militar sin distinción en la que
los mozos de 19 años quedaban afiliados en su
ayuntamiento y al año siguiente pasaban a la Caja de
Reclutas de su provincia para ser sorteados.
Se
permitía quedar exento a quien demostrara ser el sustento de su familia (hijos
de viuda, padres de familia); a los estudiantes se les permitía solicitar
prórrogas hasta los 27 años. Quienes tuvieran 3 años de carrera o finalizada
podían realizar previa superación de un curso de formación su servicio militar
repartido en dos años como alférez o sargento de la escala de Complemento: IMEC
o Milicias Universitarias.
En
1968 se estableció el servicio activo en 16 meses para los soldados
obligatorios y en 20 meses para los voluntarios; a éstos se les permitía
escoger destino y adelantarla a los 18 años. En ambos casos una vez licenciado
se pasaba a la reserva hasta cumplir los 49 años
En los años 70 se dieron en España los primeros casos de objeción de conciencia, especialmente
por parte de Testigos de Jehová, que acabaron en procesamientos con pena de
cárcel.
En 1984 se estableció el Servicio Civil Sustitutorio que doblaba en el tiempo
al realizado en el Ejército, establecido entonces en 1 año y el pase a la
reserva hasta cumplir los 34 años.
En 1991 se estableció el periodo activo en 9 meses y el
pase a la reserva hasta cumplir los 30 años.
Durante los años 90, cierta permisividad legal facilitó el
incremento en el número de objetores de conciencia, hasta alcanzar los 144.823 en
el año 1998, superando entonces al número de de reclutas.
En 1999, el gobierno de Aznar decretó la suspensión
tanto del Servicio Militar Obligatorio como de la Prestación Social
Sustitutoria.
En España existen hoy unas fuerzas armadas
profesionalizadas, formadas por unas 132.000 personas.
FUENTE:
“Quintas y servicio
militar: aspectos sociológicos y antropológicos de la conscripción” de J. Fidel
Molina Luque, Servei de Publicacions, Universitat de Lleida 1998
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