La
concentración parcelaria llegó a Huérmeces en la segunda mitad de los años 70
del siglo pasado. La primera cosecha realizada ya en las nuevas parcelas de reemplazo
fue la del año 1978.
El
Ministerio de Agricultura, en un intento por disminuir el grave problema de minifundismo que asolaba a gran parte
de las comarcas agrícolas de la mitad norte del país, promulgó en el año 1973 la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario.
Uno
de los objetivos de la nueva Ley era mejorar la bajísima productividad de la
agricultura española, actuando directamente por la excesiva fragmentación de la
propiedad. Ese mismo año, se creó el Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario
(IRYDA), brazo ejecutor del proceso
de concentración parcelaria en España hasta que, a principios de los años 80,
se transfirieron sus competencias a las diferentes comunidades autónomas.
Huérmeces
fue uno de los primeros municipios de la comarca en solicitar la concentración. Así, en abril de 1974, la C.P.
de Huérmeces fue declarada de utilidad pública, aunque no fue hasta 1977 cuando
se alcanzó el acuerdo definitivo, y hasta 1985 cuando se finalizó completamente
todo el procedimiento.
Antes de la C.P.: zona oeste del término de Huérmeces, vuelo americano de 10 de octubre de 1956 |
El
proceso de C.P. resultó lento y complicado. Para empezar, era muy difícil
convencer de sus bondades a los agricultores, sobre todo a los de mayor edad. Apegados
a sus pequeñas parcelas, heredadas de sus padres, se resistían a la idea de que
otras manos labraran la tierra de sus ancestros. Por otra parte, resultaba difícil
realizar repartos equitativos según las calidades y cantidades de tierra
existentes. Vamos, que era difícil contentar a todos.
En
aquellos años, en todos y cada uno de los pueblos en los que se realizó la concentración
parcelaria, circularon leyendas (rurales) acerca de los cuantiosos “regalos”
que supuestamente percibieron ingenieros y peritos del IRYDA por arrimar el
ascua a la sardina de éste o de aquel otro labrador. Puede que se diera algún
caso aislado. Puede que algún ingeniero aceptara un par de corderos de regalo,
pero de ahí a condicionar todo el proceso de adjudicación de fincas…
No
obstante, a los pocos años de su ejecución, ya casi nadie se acordaba de connotaciones
sentimentales, peritos supuestamente corruptos ni agravios comparativos,
rendidos a la evidencia de las indudables mejoras que la concentración trajo para
todos.
Las
producciones medias crecieron, ya que se intensificó el uso de fertilizantes y
se utilizaban variedades de cultivo más seleccionadas. Se facilitó el uso de
maquinaria de mayor potencia y tamaño (sobre todo, cosechadoras), por lo que
las necesidades de mano de obra se redujeron drásticamente, en un momento en el
que casi se había completando el fenómeno del éxodo rural.
El
Servicio Nacional del Trigo (más
tarde S. N. de Cereales, más tarde aún S. N. de Productos Agrarios) aseguraba
la compra de todo el trigo producido y a un precio más o menos conocido.
El
trigo dejó de ser el cultivo básico,
para dejar paso, poco a poco, a la cebada.
Pasó de sembrarse cebada para autoconsumo de los animales de la explotación a utilizar
variedades de alto rendimiento para su uso como materia prima para piensos
industriales o para la fabricación de cerveza. A la avena prácticamente le pasó
algo parecido.
Las
plantas forrajeras para alimentación
animal (yeros, alholvas, esparceta, alfalfa, titos, etc.) desaparecieron con la
sustitución de bueyes y mulas por tractores.
Los
garbanzos también iniciaron su lento
declive como leguminosa básica para la alimentación humana.
La
cabaña ganadera también acabó por
desaparecer, dentro del proceso general de simplificación de la explotación
agropecuaria media. Los animales dan mucho trabajo y ya no quedan apenas hijos
que ayuden en las labores. Los cuatro o cinco pastores que había en el pueblo a
mediados de los 60 también se fueron.
El
abono orgánico a base de estiércol
desapareció con el ganado. Primero había llegado el nitrato de Chile, luego los abonos minerales, sencillos y complejos. La química ganó la batalla a la biología.
Cambió también el paisaje. Desaparecieron kilómetros de lindes llenas de vida. Majuelos, espinos, zarzas y endrinos, junto con los pájaros que en ellos habitaban. Los cauces de los arroyos se rediseñaron, rectos hacia el Urbel. El río se dragó y limpió, en un intento por contener sus periódicas avenidas.
Los
árboles de la carretera (tilos,
arces, castaños de Indias) también sobraron. Y su sombra protectora también se
fue con ellos.
Algún
que otro asentamiento altomedieval fue arrasado por potente maquinaria sin que
a nadie le preocupara lo más mínimo.
Fueron
peajes –muy caros- que hubo que pagar.
En
1986, la entrada de España en el entonces denominado Mercado Común, dio una nueva vuelta de tuerca a la agricultura de
la zona. Al calor de las subvenciones de la PAC se volvieron a cultivar tierras marginales
abandonadas veinte años antes (laderas poco productivas, páramos pedregosos…). Las
ayudas se percibían en función de las hectáreas “cultivadas”, fueran o no
rentables.
Nuevos
cultivos llegaron y algunos se fueron: girasol, colza, veza, cártamo…
Incluso han vuelto a cultivarse especies casi olvidadas (yeros, esparceta).
¿Qué nos deparará el futuro? Una vez abierta la posibilidad de percibir subvenciones por el mero hecho de poseer una explotación agraria, independientemente de que se recolecte algo, todo es posible.
Quizás
mañana el agricultor acabe por convertirse en una especie de guardián
medioambiental, subvencionado por sembrar variedades “autóctonas”, abonar con
productos “ecológicos”, labrar sólo con maquinaria eléctrica, repoblar con
arbustos las lindes antes arrasadas, suministrar alimento a aves y mamíferos
antes perseguidos, rehabilitar antiguos manantiales y fuentes ya perdidas …
Quien
sabe, quizás algún día veamos de nuevo lobos en Valdefrailes, alimentados por
voluntarios que les suministren periódicamente restos de comida caducada procedente
de hipermercados. No habrá que preocuparse por las ovejas, ya que entonces serán
criadas en régimen intensivo, en enormes naves climatizadas, sin pisar el monte.
La
concentración parcelaria de Huérmeces afectó a una superficie total de 1390
hectáreas (aproximadamente, la mitad del término), y
supuso la reconversión de 2270 parcelas
originales en otras 508 parcelas de
reemplazo. Cuando se realizó la concentración, la propiedad de las fincas
afectaba a un total de 172 propietarios.
Hay
quien piensa que la concentración parcelaria es un proceso sin sentido. Con el
paso de los años, al quedar únicamente dos o tres agricultores en cada pueblo
(en el mejor de los casos), ellos mismos habrían terminado por llevar a cabo la
labor de “fusión” de fincas, independientemente del régimen de propiedad, sin
necesidad de gastar fondos públicos.
Es
la denominada “concentración natural”, visible en muchos pueblos del entorno (Montorio,
Quintanilla Pedro Abarca, Pantaleón, Santibáñez, La Nuez de Arriba, Castrillo). La
administración se habría limitado entonces a acometer diversas obras de
infraestructura (caminos, puentes, drenajes) y a preservar como oro en paño los
viejos planos del catastro.
CONSULTAS
- Para descargar fotogramas del Vuelo Americano de 1956
- Para descargar los planos de los quince polígonos correspondientes a la C.P. de Huérmeces: Buscador de Concentraciones Parcelarias JCYL
Los 15 polígonos de la zona de C.P. de Huérmeces |
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