martes, 17 de febrero de 2015

La concentración parcelaria en Huérmeces



La concentración parcelaria llegó a Huérmeces en la segunda mitad de los años 70 del siglo pasado. La primera cosecha realizada ya en las nuevas parcelas de reemplazo fue la del año 1978.

El Ministerio de Agricultura, en un intento por disminuir el grave problema de minifundismo que asolaba a gran parte de las comarcas agrícolas de la mitad norte del país, promulgó en el año 1973 la Ley de Reforma y Desarrollo Agrario.

Uno de los objetivos de la nueva Ley era mejorar la bajísima productividad de la agricultura española, actuando directamente por la excesiva fragmentación de la propiedad. Ese mismo año, se creó el Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA), brazo ejecutor del proceso de concentración parcelaria en España hasta que, a principios de los años 80, se transfirieron sus competencias a las diferentes comunidades autónomas.

Huérmeces fue uno de los primeros municipios de la comarca en solicitar la concentración. Así, en abril de 1974, la C.P. de Huérmeces fue declarada de utilidad pública, aunque no fue hasta 1977 cuando se alcanzó el acuerdo definitivo, y hasta 1985 cuando se finalizó completamente todo el procedimiento.


Antes de la C.P.: zona oeste del término de Huérmeces, vuelo americano de 10 de octubre de 1956

Después de la C.P.: La misma zona oeste del término de Huérmeces, PNOA 2 de julio de 2011


El proceso de C.P. resultó lento y complicado. Para empezar, era muy difícil convencer de sus bondades a los agricultores, sobre todo a los de mayor edad. Apegados a sus pequeñas parcelas, heredadas de sus padres, se resistían a la idea de que otras manos labraran la tierra de sus ancestros. Por otra parte, resultaba difícil realizar repartos equitativos según las calidades y cantidades de tierra existentes. Vamos, que era difícil contentar a todos.

En aquellos años, en todos y cada uno de los pueblos en los que se realizó la concentración parcelaria, circularon leyendas (rurales) acerca de los cuantiosos “regalos” que supuestamente percibieron ingenieros y peritos del IRYDA por arrimar el ascua a la sardina de éste o de aquel otro labrador. Puede que se diera algún caso aislado. Puede que algún ingeniero aceptara un par de corderos de regalo, pero de ahí a condicionar todo el proceso de adjudicación de fincas…

No obstante, a los pocos años de su ejecución, ya casi nadie se acordaba de connotaciones sentimentales, peritos supuestamente corruptos ni agravios comparativos, rendidos a la evidencia de las indudables mejoras que la concentración trajo para todos.

Las producciones medias crecieron, ya que se intensificó el uso de fertilizantes y se utilizaban variedades de cultivo más seleccionadas. Se facilitó el uso de maquinaria de mayor potencia y tamaño (sobre todo, cosechadoras), por lo que las necesidades de mano de obra se redujeron drásticamente, en un momento en el que casi se había completando el fenómeno del éxodo rural.

El Servicio Nacional del Trigo (más tarde S. N. de Cereales, más tarde aún S. N. de Productos Agrarios) aseguraba la compra de todo el trigo producido y a un precio más o menos conocido.

El trigo dejó de ser el cultivo básico, para dejar paso, poco a poco, a la cebada. Pasó de sembrarse cebada para autoconsumo de los animales de la explotación a utilizar variedades de alto rendimiento para su uso como materia prima para piensos industriales o para la fabricación de cerveza. A la avena prácticamente le pasó algo parecido.




Las plantas forrajeras para alimentación animal (yeros, alholvas, esparceta, alfalfa, titos, etc.) desaparecieron con la sustitución de bueyes y mulas por tractores.

Los garbanzos también iniciaron su lento declive como leguminosa básica para la alimentación humana.

La cabaña ganadera también acabó por desaparecer, dentro del proceso general de simplificación de la explotación agropecuaria media. Los animales dan mucho trabajo y ya no quedan apenas hijos que ayuden en las labores. Los cuatro o cinco pastores que había en el pueblo a mediados de los 60 también se fueron.

El abono orgánico a base de estiércol desapareció con el ganado. Primero había llegado el nitrato de Chile, luego los abonos minerales, sencillos y complejos. La química ganó la batalla a la biología.




Cambió también el paisaje. Desaparecieron kilómetros de lindes llenas de vida. Majuelos, espinos, zarzas y endrinos, junto con los pájaros que en ellos habitaban. Los cauces de los arroyos se rediseñaron, rectos hacia el Urbel. El río se dragó y limpió, en un intento por contener sus periódicas avenidas.

Los árboles de la carretera (tilos, arces, castaños de Indias) también sobraron. Y su sombra protectora también se fue con ellos.


La carretera, cuando aún quedaban árboles en sus cunetas y bueyes en su calzada


Algún que otro asentamiento altomedieval fue arrasado por potente maquinaria sin que a nadie le preocupara lo más mínimo.

Fueron peajes –muy caros- que hubo que pagar.

En 1986, la entrada de España en el entonces denominado Mercado Común, dio una nueva vuelta de tuerca a la agricultura de la zona. Al calor de las subvenciones de la PAC se volvieron a cultivar tierras marginales abandonadas veinte años antes (laderas poco productivas, páramos pedregosos…). Las ayudas se percibían en función de las hectáreas “cultivadas”, fueran o no rentables.

Nuevos cultivos llegaron y algunos se fueron: girasol, colza, veza, cártamo… Incluso han vuelto a cultivarse especies casi olvidadas (yeros, esparceta).




¿Qué nos deparará el futuro? Una vez abierta la posibilidad de percibir subvenciones por el mero hecho de poseer una explotación agraria, independientemente de que se recolecte algo, todo es posible.

Quizás mañana el agricultor acabe por convertirse en una especie de guardián medioambiental, subvencionado por sembrar variedades “autóctonas”, abonar con productos “ecológicos”, labrar sólo con maquinaria eléctrica, repoblar con arbustos las lindes antes arrasadas, suministrar alimento a aves y mamíferos antes perseguidos, rehabilitar antiguos manantiales y fuentes ya perdidas …

Quien sabe, quizás algún día veamos de nuevo lobos en Valdefrailes, alimentados por voluntarios que les suministren periódicamente restos de comida caducada procedente de hipermercados. No habrá que preocuparse por las ovejas, ya que entonces serán criadas en régimen intensivo, en enormes naves climatizadas, sin pisar el monte.




La concentración parcelaria de Huérmeces afectó a una superficie total de 1390 hectáreas (aproximadamente, la mitad del término), y supuso la reconversión de 2270 parcelas originales en otras 508 parcelas de reemplazo. Cuando se realizó la concentración, la propiedad de las fincas afectaba a un total de 172 propietarios.

Hay quien piensa que la concentración parcelaria es un proceso sin sentido. Con el paso de los años, al quedar únicamente dos o tres agricultores en cada pueblo (en el mejor de los casos), ellos mismos habrían terminado por llevar a cabo la labor de “fusión” de fincas, independientemente del régimen de propiedad, sin necesidad de gastar fondos públicos.

Es la denominada “concentración natural”, visible en muchos pueblos del entorno (Montorio, Quintanilla Pedro Abarca, Pantaleón, Santibáñez, La Nuez de Arriba, Castrillo). La administración se habría limitado entonces a acometer diversas obras de infraestructura (caminos, puentes, drenajes) y a preservar como oro en paño los viejos planos del catastro.





CONSULTAS


 

Los 15 polígonos de la zona de C.P. de Huérmeces
 

 

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