sábado, 21 de septiembre de 2024

Pinturas al óleo de Rosa María Hidalgo Fontaneda (2005-2024)


Tras un estío un tanto atípico, ya tenemos al otoño llamando a la puerta de septiembre. El otoño, esa estación tan dada a la melancolía, puede ser un buen momento para abrir una pequeña sala de exposiciones, virtual, en este blog. 

Muy probablemente, si Rosa María Hidalgo Fontaneda (Huérmeces, 1956) fuera una artista consagrada y reconocida, no me habría atrevido a plantearle ni siquiera la posibilidad de realizar un post con parte de su obra, particularmente  la relacionada con paisajes faroles y burgaleses. Pero el caso es que quizás pocas personas, fuera del ámbito familliar, conocieran el hecho de que Rosa María fuera una gran aficionada a la pintura al óleo, disciplina que practica desde hace mucho tiempo.

Y es que en este blog tienen clara preferencia historias y personajes poco o nada conocidos, parajes olvidados o minusvalorados, acontecimientos escasamente festejados y, también, artistas desconocidos.

En este post presentamos una colección de diez pinturas al óleo, realizadas entre los años 2005 y 2024, con una temática predominantemente paisajística. En todos los casos, el modelo utilizado consistió en una fotografía a color. Cinco de los lugares retratados se corresponden con parajes situados en Huérmeces; cuatro, con paisajes ubicados en las Merindades burgalesas; y uno, con un conocido enclave situado en la vertiente soriana de los Picos de Úrbión.

El orden de la presentación responde a un criterio exclusivamente cronológico. Se han mantenido los títulos otorgados por la autora a cada pintura.


1. Estío en Huérmeces (2005)




Una composición pictórica que resume la esencia de Huérmeces de una manera mucho más evidente -y poética- que el escudo de armas municipal: unas peñas, un palacio, un río y un molino. Dicho de otra manera: el monte, el antiguo poder señorial, el Úrbel y su trascendencia económica, en forma de molino harinero. Solo falta la iglesia, pero todo llegará.

El vado de Cigatón, ese lugar antaño utilizado en verano por carros tirados por yuntas de bueyes, resulta hoy frecuentado por niños ávidos de sentir el frescor del agua en sus pies, la emoción de levantar una presa con cantos rodados o la sorpresa del avistamiento de un cangrejo señal entre la cada día más espesa vegetación riparia del Úrbel.

Hace cuarenta o cincuenta años, cuando el Úrbel se mantenía libre de vegetación y contaminación, aguas arriba del vado existía una poza muy utilizada por vecinos y veraneantes. Hoy en día, apenas resulta accesible, ni siquiera visible.

Y qué decir del molino de Zigatón (así, con zeta, aparece en el Catastro de Ensenada), también conocido como molino de Filiberto o, años más tarde, como molino del Chato. Era el único de propiedad comunal, de los diez con que llegó  a contar el pueblo en las primeras décadas del siglo XIX. 


2. El Molino. Quintanilla Valdebodres (2005)

 



Quintanilla Valdebodres, en la Merindad de Sotoscueva, es uno de los 38 pueblos de la provincia de Burgos que llevan Quintanilla por nombre; y también es uno de los pueblos más fotogénicos de Las Merindades, además de puerta de acceso a los espectaculares barrancos conocidos como Canales del Dulla.

Entre su patrimonio natural cabe mencionar a "La Mea", una cascada de agua con 30 metros de caída, y al misterioso "Pozo del Infierno", una surgencia insondable -supuestamente conectada con el sumidero de Ojo Guareña- cuyas cristalinas aguas mueven a uno de los molinos más fotografiados de la provincia. El molino, de una sola rueda, ya aparecía mencionado en el Catastro de Ensenada, y ha sido rehabilitado recientemente. 

Desde siempre, los molinos, los molineros y las molineras han dado mucho juego a la pintura, a la literatura y al mundo del arte en general. Además de lugares de molienda, los molinos constituían puntos de encuentro en los que se socializaba (en ocasiones, más de lo prudente), se movían dinero e influencias y se cerraban tratos.  

Aparte del indudable interés del molino, todo el caserío de Quintanilla Valdebodres conserva el encanto de la arquitectura popular, hasta el punto de que en 2020 fue elegido el "Mejor pueblo de las Merindades". Para aportar un interés añadido a nuestro orgullo comarcal, cabe decir que en el campanario de su iglesia, dedicada a San Miguel Arcángel, cuelga una campana tozana (Juan Pérez Manjón, 1928), lo que indica hasta dónde llegaron los fundidores de campanas de Santa Cruz del Tozo, en unos tiempos en los que las campanas eran el principal medio de comunicación vecinal.


3. Mañana de otoño. Crespos (2006)




Cuando lo visité por primera vez, a finales de los años ochenta del pasado siglo, todo parecía indicar que Crespos era uno de los muchos pueblos de la zona condenado a la desaparición. En sus inviernos ya no vivía nadie allí. Afortunadamente, todo cambió cuando una pareja abrió un Hotel Rural en 1997, tras conseguir rehabilitar una vieja y enorme casa del pueblo. Con el centro de salud más cercano a 25 km por tortuosas carreteras (Villarcayo), con el colegio más cercano a 14 km con un páramo de por medio (Escalada), con problemas de cobertura telefónica, consiguieron sacar adelante su proyecto de vida.

Hoy es un pueblo con casi la totalidad de su caserío totalmente rehabilitado, sus calles cuidadas, con detalles jardineros en cada rincón. Además, cuenta con el valor patrimonial de una pequeña iglesia románica, siempre abierta a las visitas. Y es que no se trata de una iglesia rural más, ya que esta tiene una fecha concreta inscrita en uno de sus sillares (1143) y es considerada la parroquia más antigua de la diócesis de Burgos.

4. El portón. Casa de Ismael Hidalgo (2008)




Todo un mundo en cuatro colores. El azul del cielo, el teja de la cubierta del portón y los tiestos de cerámica, el crema de las piedras calizas que limitan el patio y el verde de los elementos de madera, las plantas enmacetadas y la trepadora que aprovecha el calor matinal generado por la pared orientada al sur. 

El mundo rural plasmado en un patio de una antigua casa de labranza, hoy mutada en casa de holganza, como todas las demás del entorno. Un patio que vio corretear a gallos y gallinas y hoy quizás tenga que conformarse con sentir el vuelo de golondrinas y aviones. Un patio en el que el principal foco de interés consiste en un enorme portón de madera, pintado en el mismo verde que el banco que se sitúa a su vera.
 
En la vieja casa del portón, situada en el antiguo número 15 de la calle Real, vivió -durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX- la familia formada por Ismael Hidalgo y Lucía Fontaneda. Con anterioridad, en los años treinta del siglo XX, en la misma habían vivido Francisco y Avelina Hidalgo. En la década final del siglo XIX y las dos primeras del XX, en ella residieron Quiterio Hidalgo y Florentina Fernández. Desconocemos quienes la habitaron con anterioridad, ya que los padrones municipales no llegan más allá de 1886. 

El portón, quizás pintado en otros colores al principio de su existencia, fue testigo privilegiado del ir y venir de cuatro generaciones de la familia Hidalgo. Y el característico sonido de su picaporte, al abrirse y cerrarse con fuerza, forma parte de la memoria sonora del barrio de Arroyuelo, allí dónde otro sonido característico define el espacio de la plazoleta inmediata: el que hace el agua al caer en la pileta de la fuente pública que lleva más de cien años dando de beber a vecinos y ganados.


5. Laguna Negra. Soria (2008)




Esta laguna de origen glacial, situada en la vertiente soriana de los Picos de Urbión, constituye uno de los lugares más visitados de la provincia de Soria ... en verano. Se ubica a nada menos que 1753 metros de altitud, casi quinientos metros por debajo del señor del lugar: el Pico de Urbión (2228 m).

Como no podía ser de otra forma, esta oscura laguna tiene adheridas numerosas leyendas, la mayor parte de las cuales se repiten en otras lagunas de montaña de la geografía nacional. Que no tiene fondo. Que se comunica con el mar (Cantábrico, supongo, a 150 km en línea recta, rumbo norte) gracias a un larguísimo e intrincado sistema de corrientes subterráneas y cuevas. Que todo ser viviente que cae a sus insondables aguas es devorado por otro ser viviente, enorme y único en su género.

En 1912, y por si el anterior curriculum legendario no resultara más que suficiente, el bueno de Antonio Machado eligió este paraje para situar su particular leyenda, a la que tituló Los Hijos de Alvargonzález; en ella se habla de un parricidio cometido por tres hijos con muchas ganas de heredar, y que encuentran en la Laguna Negra un lugar idóneo al que arrojar el cadáver de su padre. 


Llegaron los asesinos
hasta la Laguna Negra,
agua transparente y muda
qué enorme muro de piedra
donde los buitres anidan
y el eco duerme, rodea;
agua clara donde beben
las águilas de la sierra,
donde el jabalí del monte
y el ciervo y el corzo abrevan;
agua pura y silenciosa
que copia cosas etenas;
agua impasible que guarda
en su seno las estrellas.



6. Desde el Puente Miguel (2009)
 



Al viejo chopo, peligrosamente inclinado sobre el cauce del Úrbel, le quedan pocos años de vida. Quizás un par de avenidas invernales más. Con él desaparecerá uno de los elementos icónicos de esta zona del Úrbel medio. Dos son los momentos del año durante los cuales el paraje ofrece su más plástica estampa: otoño temprano y primavera tardía.

En estos lares, el otoño llega pronto y sin excesivos preámbulos. A finales de septiembre o principios de octubre comienzan a caer en picado las temperaturas nocturnas y la vegetación riparia del Úrbel pronto manifiesta su repuesta en forma de paleta de amarillos, ocres y beises. Chopos, álamos, fresnos, sauces, majuelos, salgueras y algún que otro arce. Todo el lecho del río se va cubriendo de hojas, con importantes acúmulos en los márgenes y en las zonas de remanso.

La primavera, por el contrario, no se da mucha prisa por alcanzar estas tierras. Después de un invierno que dura -o duraba- hasta bien entrado abril, la vegetación riparia va poco a poco despertando del letargo obligado por heladas y temporales de norte. A partir de mediados de mayo, a pesar de alguna noche aún traicionera en temperaturas mínimas, comienzan a florecer las especies de ribera, alcanzando su climax a primeros de junio, cuando las flores amarillas de nenúfares y lirios ofrecen un contrapunto a las oscuras y remansadas aguas del Úrbel.

En la poza originada a la altura del Puente Miguel (Puente del barrio la Parte) por la cercana presa del cauce molinar de Cigatón, se produce un denso tapizado de hojas flotantes de nenúfar (platos), que culmina con la curiosa floración de esta especie vegetal anfibia. Curiosamente, ni el aroma que desprende la flor del nenúfar, ni mucho menos la del lirio amarillo, pueden considerarse como agradables al alfato humano. Los insectos polinizadores, afortunadamente, no opinan lo mismo.

Y allí, al fondo de la poza del Puente Miguel, aguas abajo del mismo, el chopo torcido nos recuerda que la vida es bella, en otoño, en primavera o en cualquier otra estación, aunque siempre efímera, al albur de sequías, crecidas, incendios y hongos de la madera.


7. Río Ebro (2020)




Hace mucho, mucho tiempo, en el extremo oriental del Valle de Tobalina, el río Ebro dibujó a cincel el paraje denominado las Hoces de Sobrón, singular espacio compartido entre las provincias de Burgos y Álava. En el lado burgalés, en la margen derecha del río, destaca la contundente silueta del pico denominado El Campanario/Los Campanarios (1020 m).

Este emblemático hito de los Montes Obarenes posee en su cima un singular buzón montañero: una pequeña iglesia a escala, con una diminuta campana en su campanario y todo. Las campanas y las montañas siempre han congeniado bien, como seres de altos vuelos que ambas son.

El colorido de algunos árboles riparios nos dice que estamos en otoño y las quietas aguas del Ebro nos cuentan que nos encontramos cerca de la presa del pantano de Sobrón, inaugurado con fines hidroeléctricos en 1961. Posteriormente, sus aguas también sirvieron para la refrigeración de la cercana Central Nuclear de Santa María de Garona. La Central Nuclear se encuentra a unos 9 km aguas arriba de la Central Hidroeléctrica. Era pues, el de Sobrón, un pantano fuertemente energetizado, desde su cabeza hasta su cola, aunque algo descompensadas ambas: las turbinas de la hidroeléctrica suponían una potencia instalada de 28 MW, mientras que las de la nuclear alcanzaban los 460 MW. 

Sesenta y tantos años después de su inauguración, la presa sigue produciendo energía, mientras que la nuclear apenas aguantó en activo cuarenta y dos años (1971-2013). Por su parte, El Campanario continúa ejerciendo su función de destacando oteadero sobre las Hoces de Sobrón y las aguas del Ebro, sin pausa ni descanso, desde hace unos pocos millones de años.


8. Escarcha (2023)




Decíamos antes, al comentar el primer óleo, que los elementos que mejor definían la esencia del Huérmeces de antaño eran el monte, los palacios, el río Úrbel y sus molinos harineros. Faltaba, al menos, uno más: la Iglesia. Esa Iglesia que, como poder económico, social, religioso y cultural, se manifestó en nuestro pueblo en forma de varios edificios, de dispar suerte con el devenir de los siglos: la iglesia principal (San Juan Bautista), la iglesia de Santa María del barrio de la Parte (La Blanca), la ermita de Cuesta Castillo, y las otras cinco pequeñas ermitas que se levantaron de manera dispersa por varios parajes del término (San Román, San Vicente, Santorcaz, San Miguel y San Pedrillo).

La iglesia de San Juan Bautista, un destacado ejemplar de edificio religioso de estética neoclasicista, tiene un punto de vista desde el que muestra todo su esplendor: desde el camino del puente Vega, un poco antes de alcanzar la casa de Castilla, e iluminada por el tibio sol de la mañana. Si a esa iluminación matinal se le añade la neblina de fondo y la escarcha en el entorno, los resultados son aún más espectaculares. Todo el paisaje aparece congelado, difuminado, y la mole de la iglesia destaca aún más sobre el entorno.


9. El arenal (2023)




En la falda occidental de La Coronilla (949 m), a la vera del viejo camino de San Miguel y Mulimayor, existe un peculiar paisaje de claro origen antrópico. Fueron las características geológicas del término las causantes directas del aprovechamiento humano de las arenas albienses que componen gran parte del cotorro de La Coronilla. La granulometría y composición química de dichas arenas las hacía óptimas para su uso en la elaboración de morteros y hormigones, y los vecinos y canteros locales comenzaron a extraerlas en las primeras décadas del siglo XX.

Tanto las aprovecharon que acabaron por originar una corta de unos doce metros de altura en su máximo desarrollo. El paraje, cercano al pueblo y bien comunicado, pasó a convertirse en El Arenal. Una vez que cesaron las labores extractivas, comenzó la invasión vegetal de parte de sus terrenos, sometidos en su parte baja a periódicos encharcamientos. Los chopos acabaron por convertirse en los dueños y señores del lugar. 

Para muchos caminantes que visiten el paraje no puede pasar desapercibido el fuerte contraste entre el verdor y verticalidad de los chopos y el rosa pastel de las paredes de este auténtico acantilado de secano. El cortado también mostraba un desarrollo claramente vertical en origen, pero el agua de lluvia ha ido creando incipientes canales acarcavados que contribuyen a diversificar la paleta de colores de aquel. Una auténtica mina cromática para un pintor paisajista.

Y otra mina, pero esta de hierro, existió a pocos metros del lugar. A mediados de los años cincuenta se llegó a excavar una galería exploratoria de unos veinte metros de desarrollo. Aquí fueron los grises grafito los colores dominantes en los materiales extraídos. Pero esa es otra historia.   

10. Pesquera de Ebro (2024)




Nos encontramos ante un puente de origen medieval, aunque muy modificado en el siglo XVII, bajo una sobria estética clasicista. Consta de tres vanos en arco de medio punto, de planta irregular, con tajamares rectangulares aguas abajo y apuntados aguas arriba. La buena labor de sillería y mampostería fue realizada por alguno de los muchos maestros canteros cántabros que trabajaron por la zona en aquellos tiempos. 

Aparentemente, el punto de vista de la composición se encuentra en la orilla izquierda del Ebro, aguas abajo del puente, ya que se aprecian los referidos tajamares rectangulares, así como la leve caída de agua situada al otro lado de aquel. En la pintura destaca el arco central del puente aunque también se vislumbra, parcialmente cubierto de vegetación arbórea, uno de los arcos laterales.

Por el colorido de árboles y arbustos, así como por la disposicion de las sombras, nos encontramos ante una espléndida mañana de principios de otoño. Al fondo, por encima del puente, destaca la mole caliza de Sobrepeña.


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