domingo, 28 de agosto de 2016

Topónimos desaparecidos (I): Carreviñas



En algunos casos, el mero discurrir del tiempo pero, en otros, ha sido la fuerza arrasadora de la concentración parcelaria la que ha ocasionado la pérdida irreparable de multitud de topónimos menores. No solo se han destruido linderos, sendas y apilamientos de piedra, también se ha arrancado su memoria, su mismo nombre.

Si el agente homicida ha sido el devenir de los siglos, probablemente el paraje en cuestión era de pequeño tamaño (apenas para dar nombre a una o dos míseras fincas de unos pocos celemines) y se encontraba enclavado en una zona remota del término, de acceso difícil y tierras de baja calidad, que se dejaron incultas hace tiempo.

Si, por el contrario, el paraje se encontraba en una buena zona agrícola, llana o semillana, cerca de un transitado camino, y servía para nombrar a un par de fincas de reducida dimensión, estamos ante un caso de extinción por parcelaria.

Así sucede con el paraje que nos ocupa en esta primera entrega: Carreviñas.

El paraje estaba situado cerca del pueblo, apenas kilómetro y pico al Sureste, entre la parte baja del camino de Ubierna y el camino de La Varga, en una soleada ladera.

Su nombre aún aparece en algún documento registral de los tiempos pre-parcelarios. En una escritura de compraventa, datada en Julio de 1964, por medio de la cual un labrador del pueblo adquiere 18 fincas hasta entonces propiedad de la familia Arteche, aparece una parcela con la siguiente descripción:

  • 16.- Otra en "Carreviñas", de ocho áreas y sesenta centiáreas; que linda al Norte de María Arquiaga; Este de Prudencio Villanueva y al Oeste de Felipe Alberico. Polígono 5, parcela 72.
Aparte de su ubicación exacta (Polígono 5, parcela 72) según el Catastro anterior a la Parcelaria, llaman la atención la reducida dimensión de la finca (860 m2), así como la presencia de nombres ajenos al pueblo entre los colindantes (familia Arquiaga, Felipe Alberico Rosales)


Ejecutoria sobre la herencia de Juan Zorrilla de San Martín el Viejo (1591); relación de las 64 parcelas objeto de la herencia, en la página 3 aparecen dos fincas con el nombre de "Carreviñas"


Si retrocedemos en el tiempo cuatro siglos más, encontramos otro documento en el que aparece recogido el mismo topónimo. En la ya referida ejecutoria del año 1591 sobre la herencia de Juan Zorrilla de San Martín el Viejo (1) vienen consignadas dos fincas con esa denominación:

  • a do dizen Carre biñas, de dos cargas, en surco de la Feria de la Vera Cruz
  • otra Carrebiñas, en surco de la dicha Feria de la Vera Cruz y tierra del censo de San Pedro de Cardeña
Hoy en día, sin embargo, ni los más viejos del lugar recuerdan en Huérmeces el topónimo Carreviñas.

Quizás hoy nos pueda parecer extraño que un paraje de Huérmeces lleve por apelativo "viña", pero es que raro era el lugar que en la Edad Media no disponía de alguna parcela dedicada al cultivo de la vid. Ni el clima ni las tierras de estos lares son las más propicias para la viticultura, pero hay que tener en cuenta que en aquellos lejanos tiempos el vino -aunque fuera de pésima calidad- constituía un aporte calórico nada desdeñable en la dieta del labrador, dada la escasez de proteínas y grasas de origen animal o vegetal.

Las condiciones bioclimáticas de la zona no son las más apropiadas para que prospere el viñedo. Los enólogos consideran que en el valle del Duero el mínimo necesario de grados de calor entre la floración y la maduración de los racimos ronda los 2600-2800 grados. En nuestra comarca, apenas se sobrepasan los 1900 grados (aunque en años como este...). (2)

Suelen considerarse no aptas para el viñedo las tierras de altitudes superiores a los 800 m. Y tampoco ayuda la disposición norte-sur o noreste-suroeste de la mayor parte de los cursos fluviales, ya que se crean las condiciones ideales para que afluyan los fríos vientos septentrionales.




De esta manera, los caldos obtenidos en la comarca eran de muy baja calidad y, por lo tanto, de bajo precio, al alcance de todo el mundo.

La presencia de viñedo en la época medieval se debía tanto a la autarquía imperante como a las dificultades para garantizar el aprovisionamiento de caldos procedentes de otras regiones. Además de caros, estos vinos foráneos eran muy inestables, debido a que las técnicas de vinificación no eran ni homogéneas ni adecuadas. Los vinos procedentes de comarcas vitivinícolas eran, pues, caros, solo al alcance de las clases más acomodadas.

El labrador de la zona, en muchos casos por mera inercia, mantenía su viña a pesar de sus escasos rendimientos, y autoconsumía el vino producido. Además, las labores de la viña resultaban perfectamente compatibles con las temporadas altas de trabajo cerealista (siembra, abonado y cosecha).

En el siglo XV, el cultivo de la vid había desaparecido en altitudes superiores a los 1000 metros. Y había disminuido considerablemente en las tierras cercanas a los 900, siempre en pagos orientados al Sol.





En dicho siglo, todos los valles de ríos afluentes del Arlanzón por el Norte (Ubierna, Urbel y Hormazuelas) tenían vegas con viñedos. Incluso existían viñedos en pueblos tan septentrionales como Huérmeces, Villaverde-Peñahorada y Quintanaortuño, aunque su desarrollo fue escaso al estar sus valles muy expuestos a los vientos fríos del Norte. Aún así, las viñas han perdurado en zonas del Urbel y del Hormazuelas hasta fechas contemporáneas.

La variedad más utilizada era la denominada pardillo; en cuanto a la forma de las plantaciones, el viñedo bajo era el más frecuente, aunque también existían parrales.

A partir del siglo XVI, se acentúa el arranque de viñedos y, gracias al mayor desarrollo comercial, se generaliza la importación de caldos foráneos, menos ácidos y de mayor graduación alcohólica (blancos y tintos de La Rioja, Ribera del Duero, Tierra de Campos, Ribera del Pisuega, Toro, Tierra de Medina, etc.)



Aún persisten en la comarca topónimos que recuerdan un cultivo extinto pero que gozó de cierta popularidad en otros tiempos. Así, tenemos: La Viña (Fuencivil, Palacios de Benaver), Las Viñas (Quintanilla-Vivar, Villanueva Río Ubierna, Mansilla, Miñón, Avellanosa, Santa María Tajadura, Ceniceros, Riocerezo, Lermilla, Bárcena de Bureba, Peones de Amaya, Boada de Villadiego), Viña Blanca (Villanueva de Odra), Viña Bajera (Sandoval de la Reina), Viña el Hoyo (Villanueva de Odra), Viña Palacio (Barruelo de Villadiego), Prado Viñas (Ubierna), Carrera las Viñas (Quintanaortuño), Valdeviñas (Quintanarruz), Viñuela (Nidáguila), Las Viñuelas (Lodoso, Villalbilla Sobresierra, Páramo del Arroyo, Villusto), Las Vinajeras (Villegas), El Parral (Marmellar de Abajo), Los Majuelos (Villatoro, Tapia), Tragavino (Terradillos)...


En la no excesivamente lejana comarca de Villadiego, el cultivo de viñas (majuelos se denominan allí a las parcelas dedicadas a la vid) y el cuidado de sus bodegas resistieron algún tiempo más, y aún se cultivan viñas de manera testimonial.
 
En Huérmeces, mucha gente recuerda aún alguna parcela plantada de viñas en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. En la ladera de Cuesta Castillo -arenosa y soleada- que cae hacia la carretera, Rodrigo recogió uvas en aquellos tiempos. Poco maduras, el vino obtenido de ellas sería de escasa calidad en la mayor parte de los años.




FUENTES:

(1) Real provisión dirigida a la justicia, a petición de Juan Zorrilla de San Martín, para que se le entregue la ejecutoria del pleito que tratra con Pedro Díez Fernández y Francisca Zorrilla, su mujer, vecinos de Huérmeces (Burgos), sobre la herencia de Juan Zorrilla de San Martín el Viejo, tío de esta última. Real Chancillería de Valladolid. Registro de Ejecutorias, caja 1689, 50; de fecha 30 de marzo de 1591 [este documento puede consultarse en el Portal de Archivos Españoles, PARES]

(2) Señores, mercaderes y campesinos. La comarca de Burgos a fines de la Edad Media. Hilario Casado. Junta de Castilla y León. Valladolid (1987) [páginas 127-138]

lunes, 8 de agosto de 2016

De Huérmeces a Monteacedo (Ubierna)

Monteacedo es un bello paraje montaraz perteneciente al término de Ubierna, situado entre este pueblo y su barrio de San Martín, y delimitado por el arroyo de Las Espisas, el río Ubierna y el arroyo de la Culebra, que fluye por El Val de San Martín.


(Ortofoto SIGPAC, julio de 2014)
Además de por sus cerca de 100 hectáreas de denso monte de encina, Monteacedo es cartográficamente reconocido por poseer, en su culminación (1036 m), un vértice geodésico, el único existente en este sector de la alineación montañosa entre Huérmeces y Ubierna.

Y eso que Monteacedo no posee la altitud mayor de la zona, ya que el cercano Los Pilones (1041 m) y varios parajes más existentes en el término de Huérmeces superan ampliamente los 1040 m de altitud. (1)



Además, al estar rodeado de un denso arbolado, ha sido necesario instalar el vértice geodésico en lo alto de un pilar de ladrillo y cemento de unos 4 metros de altura, para que resultara visible desde otros vértices cercanos. Dicho pilar fue construido hace casi 30 años (en julio de 1987).




Hoy, en la era del GPS, la función de estos vértices geodésicos ha variado considerablemente, pero su existencia ha posibilitado que, durante muchas ediciones de mapas del IGN, el paraje Monteacedo luciera en negrita. Y la verdad es que, tanto la sonoridad del nombre como la belleza del lugar lo merecen.



Existe la posibilidad de realizar una bonita -y nada dificultosa- excursión circular de unos 18 km entre Huérmeces y Monteacedo. Una excursión ideal para el comienzo de primavera, que aquí suele acontecer a mediados de mayo. Este año, además, ha llovido mucho y bien.



Saliendo de Huérmeces, la forma menos trabajosa de alcanzar el límite con el término de Ubierna es ascendiendo, poco a poco, por el camino de Valdelebrín. El viejo camino de Ubierna, afeado en parte por la moderna pista de servicio del Parque Eólico del Sombrío, tiene mayor pendiente y menor encanto.


Zona alta del Camino de Valdelebrín, a la altura del Parque Eólico del Sombrío


Una vez alcanzada la zona alta de Valdelebrín nos encaminamos, ahora sin remedio por la pista de servicio del parque, hacia el último molino, el situado más al SE. Justo en su plataforma, tomamos el camino que, atravesando una reciente plantación de pinos, retrocede ligeramente hasta encontrarse con el camino de Los Pilones, ya en el término de San Martín de Ubierna.

Plantación de pinos en los alrededores del Parque Eólico del Sombrío

El Val de San Martín, desde el Camino de Los Pilones
La carretera de Aguilar (N-627) en la cuesta posterior a San Martín, desde el Camino de Los Pilones





Durante 1 km seguimos el bien marcado camino -observando a la izquierda el amplio vallejo del Val de San Martín- hasta que, al llegar a la primera bifurcación, seguimos por el de la izquierda, camino de la masa forestal que se divisa al fondo.

El camino que surge a la derecha del cruce de Los Pilones se dirige al Blancar y La Rueda





El valle de La Rueda, Los Paramillos y Valdelozán; al fondo, valle del Ubierna y laderas de Sotobrín; cultivos de colza en flor salpican los campos de cereal

Justo en la bifurcación, a la izquierda, una mata de encina -y un pequeño poste informativo- nos indica que nos encontramos en la necrópolis no excavada de Los Pilones (I Edad del Hierro).

Necrópolis de Los Pilones y poste indicador de ruta TRINO
La masa forestal de Monteacedo, al fondo


A partir de ahora, nuestro recorrido coincide (hasta San Martín) con la ruta balizada "Ubierna entre la dehesa y el cañón" enmarcada dentro del Proyecto TRINO (Turismo Rural de Interior y Ornitología).

Nos adentramos en el bosque de Monteacedo cuyos pastos, de un verde luminoso en esta época del año, enmarcan el camino.

Entrada al bosque adehesado de Monteacedo


Como todo monte adehesado por el continuo aprovechamiento ganadero, Monteacedo dispone de multitud de claros entre los que se desarrollan pastos de calidad, y que suponen un despliegue de color en días primaverales.

Amplios pastizales en el ralo corazón de Monteacedo


Orquídeas, gamones, carraspiques, espíreas y sedums florecen entre los pequeños afloramientos rocosos dispersos por el pastizal.

Cuando no llevamos recorridos ni siquiera 500 metros por el interior del monte, a la izquierda, una pequeña apertura nos lleva al corazón cartográfico de Monteacedo: su vértice geodésico, justo al lado de unos antiguos corrales.

A pesar de disponer de una tosca escalera a base de varillas de acero, no es muy recomendable la trepada a lo más alto del vértice, ya que la barandilla que rodea su zona superior no parece muy consistente, y la altura (unos 4 metros) es más que suficiente para ocasionar un accidente serio. Además, las vistas están muy limitadas por la extensa masa de bosque que rodea el lugar.



El Mundo desde la columna de Monteacedo:

Hacia el N: Monte de San Martín, valle alto del Ubierna y Las Billetas

Hacia el NE: El Castro; al fondo, Utero, en el corazón de Las Torcas

Hacia el SW: Parque Eólico en el Páramo Ermitas de Santibáñez

Hacia el SE: La Polera y valle medio del Ubierna

Hacia el NW: Parque Eólico del Sombrío (Huérmeces), El Perul, Monte de San Martín...


Volvemos al camino interior del monte y, unos 700 m después del cruce del vértice, iniciamos el descenso hacia el arroyo de Las Espisas y el viejo camino de Ubierna a Huérmeces, que discurre paralelo al mismo.









Al poco de iniciar el descenso, hacen su aparición la torre de la iglesia y el castillo de Ubierna.




Cruzamos el arroyo de La Rueda o de Las Espisas, que baja bastante agua en esta época del año, tras una salida del invierno particularmente lluviosa. El Pozo del Diablo invitaría a un baño en un día algo más cálido.














 
















Después de caminar paralelos al arroyo, por el antiguo camino de Huérmeces, tallado en la roca durante gran parte de su trazado, alcanzamos una amplia chopera, antesala del castillo de Ubierna.



El pueblo de Ubierna, con el arroyo de Las Espisas atravesándolo de lado a lado, su bella plaza del Conde Diego Rodríguez Porcelos (su fundador, allá por el 884), su molino rehabilitado y su iglesia de San Juan, bien merece una parada.


Abandonamos el pueblo por el camino asfaltado hacia su barrio de San Martín, al que se llega en poco más de 1 km; situado en la confluencia del arroyo de Rucios con el Ubierna, San Martín es un tranquilo lugar, únicamente roto por el tráfico de la carretera de Aguilar, que presenta una buena cuesta a la salida del pueblo. Las cuevas situadas en el desfiladero de Rucios, por el que se encamina la senda de TRINO, merecen un detenido recorrido.


Camino que comunica San Martín con su monte, hacia la raya con Huérmeces


Nosotros nos encaminamos, sin embargo, por el camino que discurre paralelo a la N-627, a un nivel inferior, ascendiendo suavemente hacia el Monte de San Martín y el término de Huérmeces.

Orquídeas de páramo en el Monte de San Martín

El Monte de San Martín, algo más pequeño (65 ha) y ralo que Monteacedo, está atravesado por multitud de caminos y trochas.



En esta época del año, estos montes adehesados constituyen un autentico festín para los aficionados a la botánica.




La mayor parte de las especies vegetales aprovechan para florecer la corta primavera de la que disfrutan estos lares. Entre primeros de mayo y mediados de junio, escasas son las plantas que no entran en floración: majuelos,  gamones, orquídeas, peonías, espíreas, carraspiques, etc. 











Una vez alcanzado de nuevo el Parque Eólico del Sombrío, tenemos dos opciones para regresar a Huérmeces: descender por el mismo camino de Valdelebrín que trajimos a la ida; o tomar a la izquierda el camino que acaba por desembocar en el camino de Huérmeces a Ubierna, atravesando Buen Tudanca. 


NOTAS:


Monteacedo (1036 m), antiguo vértice geodésico de tercer orden, hoy forma parte de la nueva Red de Orden Inferior (ROI). Otros vértices situados en el entorno: Becerril (Quintanilla Sobresierra), Cera (Montorio), El Perul (Acedillo), Páramo (Quintanadueñas) y Utero (Cobos Junto a La Molina). 


Página de Turismo Rural de Interior y Ornitología (TRINO) en la que se describe la ruta "Ubierna entre la dehesa y el cañón":

Proyecto TRINO

lunes, 1 de agosto de 2016

El roturo de las geodas




En Monte las Eras existe un estrecho y alargado roturo, casi completamente rodeado de monte bajo de encina, que se extiende en una suave pendiente Oeste-Este. Su suelo es poco profundo y pedregoso, como es habitual en las parcelas situadas en estas altiplanicies esteparias, en las que el sustrato rocoso se encuentra a flor de piel.

Los roturos se encuentran en pequeñas vaguadas en las que se ha acumulado suelo en un pequeño espesor, el suficiente para que puedan prosperar cultivos de cereal de secano. Los rendimientos no son gran cosa, pero algunos se cultivan desde hace mucho tiempo. Este roturo de Monte las Eras es, sin embargo, mucho más reciente.



Y la pedregosidad de este roturo tiene una peculiaridad. No contiene solo vulgares piedras calizas, de múltiples formas, fracturas y tamaños, como sucede en el resto de roturos de la zona.


Aquí abunda un tipo de piedra redondeada, rugosa al tacto, de gran variedad de diámetros, desde 1 cm hasta más de 30 cm en algunos casos. Dichas piedras han ido apareciendo en gran cantidad sobre la superficie a causa de ese laboreo al que -recientemente- se ha visto sometida la parcela.



Los pastores y naturales del pueblo, así como los paseantes curiosos, conocen de siempre el lugar y su peculiaridad. Era también muy apreciado por las ovejas y los bueyes, por lo que cuando pasaban por las cercanías del pecio se lanzaban como posesos a soltar lengüetazos a aquellas piedras rugosas, redondeadas y ricas en sales. Por ello, en la comarca de Los Páramos, eran denominadas piedras de sal

Y es que son relativamente abundantes en casi todos los páramos calizos mesozoicos de la comarca. En el municipio vecino de Merindad de Río Ubierna, por ejemplo, también aparecen en varios parajes.


Su denominación mineralógica es geoda: una cavidad rocosa, generalmente cerrada, cuyas paredes están cubiertas de minerales -cuarzo, calcita o yeso- más o menos cristalizados y proyectados hacia dentro. Estos minerales que han cristalizado han sido conducidos hasta ella disueltos en agua subterránea, y suelen ser de gran tamaño debido a la escasa presión a la que se han originado. El proceso de cristalización se realiza en capas, en las paredes de la cavidad, por lo que también suelen encontrarse parcialmente huecas.

La superficie exterior de una geoda no es excesivamente atractiva, a primera vista es una simple piedra redondeada provista de ligeros abultamientos. Pero cuando se abre (lo que requiere su técnica) proporcionan -unas veces más que otras- un contenido sorprendente. Su cavidad esférica está tapizada interiormente por una capa de cristales perfectamente formados, dispuestos en concreciones. Según la naturaleza y disposición de esos cristales, la geoda tendrá mayor o menor valor mineralógico y, por tanto, comercial.




 



En 1999 se encontró, en España, la geoda más grande de Europa, La geoda gigante de Pulpí, un fenómeno a escala mundial tanto por sus dimensiones como por la transparencia y perfección de los cristales de yeso que tapizan su interior, como por la posibilidad de acceder a su interior, algo que no sucede en el caso de la geoda más grande del mundo, la de Naica (México), ubicada en una mina a 50ºC de temperatua y 100% de humedad.





Especialmente rico en geodas de alto valor comercial era el Monte Grau, un paraje cercano a la localidad de Tubilla del Agua. Años de batidas por parte de coleccionistas y comerciantes sin escrúpulos consiguieron acabar con el yacimiento. Desde 2007 está prohibida expresamente su recolección, tal y como se recoge en el Plan de ordenación de los recursos naturales (PORN) del Parque Natural Hoces del Alto Ebro y Rudrón.




Fotografías de geodas procedentes del extinto yacimiento de Tubilla del Agua, descargadas del blog Colección de minerales de Mmarte, en el que también pueden observarse algunos especímenes recolectados en el vecino municipio de Merindad de Río Ubierna, de mucho menor valor comercial que las de Tubilla, pero mayor que las de Huérmeces.









Para prevenir la invasión de posibles hordas recolectoras, es importante aclarar que estas geodas de Huérmeces no tienen ningún valor comercial, ya que los cristales interiores son muy comunes y no presentan excesivas variaciones en colores ni en formas. Son muy habituales en los alrededores y, especialmente, en este roturo de Monte las Eras. Hay que tomarlas simplemente como una curiosidad geológica o mineralógica.

Geodas de Monte las Eras, diversidad de tamaños


Geoda de Monte las Eras, de unos 25 cms de diámetro, con pequeña perforación
Geoda de Monte las Eras, abierta, mostrando su nulo valor comercial.


Si aún así, insistes en recolectar alguna para que luzcan encima de tu mesilla de noche o sirvan a modo de inestable pisapapeles en tu mesa de trabajo, piensa en la cantidad de pringosas -y ricas en bacterias- lenguas ovinas, bobinas, equinas y corcinas que habrán acariciado su rugosa superficie a lo largo de los tiempos. Mejor las dejamos donde están ¿no?


geoda n.f. [del griego geôdes lithos, igual significado, de geôdês, terroso](sinónimo: drusa). Masa hueca de algunos milímetros o decímetros, de paredes tapizadas de cristales, cuyos vértices automorfos apuntan hacia el centro. Se encuentran en las rocas magmáticas y en los filones, donde se han originado a menudo a partir de burbujas de gas, pero también en las rocas metamórficas y sedimentarias, donde se forman en fracturas. Los cristales (cuarzo y sus variedades en particular) pueden alcanzar gran tamaño en ellas, dando bellas agujas prismáticas, de lo que se desprende su interés para los coleccionistas. 


Diccionario de Geología, Foucault y Raoult; Masson S.A., Barcelona (1985)


Geoda, estival, de Monte las Eras