domingo, 27 de noviembre de 2016

Un día en la vida de un pastor del siglo XXI


Nueve de la mañana: el rebaño de 900 ovejas cruza el Urbel por el Puente Miguel, y enfila la ladera del Páramo por el primer repecho del Camino Tremello; a partir de allí, campo a través, las ovejas comienzan a dar cuenta de los -este año- escasos pastos otoñales.



El rebaño, conducido por Jose, su pastor, con la inestimable ayuda de su fiel Moro, alcanza las rastrojeras y pastizales del páramo, en dónde pasarán gran parte de la jornada. Tiempo más que de sobra para pensar y recordar, evocando tiempos pasados, sin duda muy diferentes de los actuales.
 
 
Muchas cosas han cambiado en la vida de un pastor actual en relación con la que llevaron sus antepasados.

La fundamental quizás sea que el pastor de hoy es el dueño del rebaño, no trabaja para otros, y ha acabado por convertirse en un ganadero más. Un tipo especial de ganadero, eso sí. 

Atrás han quedado los tiempos en que el pastor se ajustaba de pueblo en pueblo, llevando una vida itinerante, sin asentarse en ningún lugar, cuidando de los ganados de los vecinos del pueblo de turno. De las ovejas, borros, bueyes, jatos, caballos... De corral en corral, pasando varias noches al raso, o en un mísero caseto, siempre pendiente del lobo. (1)



Tampoco hay que desdeñar los avances tecnológicos que han hecho mucho más fácil la vida del pastor moderno. Entre otros, el iphone, el land rover y el goretex.

Gracias al teléfono móvil, el pastor está localizable a cualquier hora y en cualquier lugar. Si es necesario, su familia puede ir a buscarle a la hora de la comida, mientras el rebaño queda al cuidado de los perros.

A la hora de la siesta, a la sombra de un majuelo, el pastor navega con su smart phone, buscando buenos machos para su rebaño, o negocia el precio del lechal con un cliente de Burgos.



Aunque caigan chuzos de punta, sus pies se mantienen secos todo el día. Y su ropa térmica no teme al viento del norte. Y no se considera baladí ponerse protector solar en la cara, sobre todo en verano.

"El oficio de pastor en nuestra tierra se pierde en la noche de los tiempos. Antes de que se configurasen las actuales fronteras y países, antes incluso de que árabes, romanos o visigodos intentasen, con mayor o menor éxito, conquistar este territorio, el pastoreo era ya una actividad con una larga tradición". (2)

A pesar de tanta solera, existen elementos del pastoreo que apenas han variado en los últimos cinco mil años. Los perros pastores, en estrecha relación con su amo, siguen siendo un factor fundamental para el manejo del rebaño. Un buen perro puede ahorrarle al pastor mucho tiempo, trabajo y disgustos.



Un obediente border collie y un par de molosos mastines son suficientes para conducir al rebaño y protegerlo de los escasamente asustadizos lobos de hoy en día. 

La raza ovina ideal para estos lares sigue siendo la churra. Loables intentos para introducir otras razas han acabado en el más absoluto de los fracasos. La churra está adaptada a las cuestas, fríos y terrenos pedregosos de la comarca. 

Por obligación normativa, todas las ovejas disponen de identificación auricular (el clásico crotal plástico de color amarillo), e incluso de un microchip. Pero ninguna nueva tecnología ha superado aún a la esquila de bronce de toda la vida en cuanto a capacidad para mantener al rebaño unido y al pastor informado de sus movimientos. Suelen portar esquila o cencerro el 10% de los animales del rebaño. Un número superior seria innecesario y, además, antieconómico. Una esquila de bronce, con su correspondiente collar de cuero, puede alcanzar un precio de entre 15 y 20 euros. 




El ciclo de la vida, al compás de las estaciones, sigue su curso, y en un buen año se alcanzan casi dos corderos por oveja, lo que implica mantener al rebaño bien cuidado y alimentado. Jose prefiere no concentrar los partos en las primeras semanas del invierno, cerca de Navidad. El enorme esfuerzo en tiempo y trabajo que ello acarrea no compensa. Aunque la gestación dura unos cinco meses, con un adecuado manejo del rebaño los partos se pueden prolongar a lo largo de todo el año.

Otro parámetro que no ha variado mucho en los últimos años es -desgraciadamente- el precio del cordero lechal. Importaciones masivas de carne de cordero congelada -procedente de Argentina, Nueva Zelanda y Chile- hacen caer -o por lo menos estancarse- los precios pagados al productor. Mientras tanto, España exporta carne de cordero de calidad. Parece ser que compramos lo malo y vendemos lo bueno.






El precio de un lechazo de unos 10 kg de peso vivo es hoy prácticamente el mismo que hace veinte años: entre 50 y 55 euros. Pero los gastos en piensos, sanidad y bienestar animal no se han mantenido precisamente constantes. Y las ayudas de la PAC para el sector ovino (12 euros por cabeza con derecho a pago) apenas cubren ese desfase de precios. También pueden percibirse otras ayudas como el denominado pago básico, que viene a complementar las rentas del ganadero. 





Después de una frugal comida y una leve siesta, aún le quedan al pastor unas cuantas horas de trabajo, hasta que el Sol comience a lamer el horizonte del páramo. La temperatura va cayendo lentamente, después de un día de anómalo calor otoñal, sin noticias del Cierzo. La sonora silueta en punta de flecha de una bandada de grullas acompaña las meditaciones del pastor.



Para la mayor parte de los visitantes ocasionales, turistas y veraneantes, la presencia de un rebaño de ovejas en un pequeño pueblo de Castilla constituye un motivo de alegría, uno de los escasos testimonios vivientes de un tiempo que no volverá. Cuando se cruza en su camino, el orgulloso rebaño es fotografíado y admirado, especialmente por niños y jóvenes, una generación ya totalmente ajena a lo rural. Y los mastines del pastor, bien educados, dejan hacer a los entusiastas fotógrafos. Y si hay que posar, se posa.

Qué mayor espectáculo por estos lares que el de un lustroso rebaño regresando al pueblo tras un día de pastoreo. Qué mayor regalo para el oído que una sinfonía de balidos acompañada por el metálico tintineo de decenas de esquilas de bronce. Un pueblo con rebaño es aún un pueblo con vida, no un mero decorado de cartón piedra.

Fotografía descargada del sitio web peopleproducciones.com
Preguntad si no a los actores principales y a  cualquiera de los invitados a una boda celebrada en los dos palacios del pueblo: la presencia del rebaño en la ladera de la ermita constituye un telón de fondo ideal en el que inmortalizar parte de su wedding-book

Y la cara de sorpresa con la que invariablemente aparecen los ovinos del fondo de foto no tiene precio.

Por otra parte, tampoco hay que despreciar las aportaciones beneficiosas para el paisaje y el medio ambiente. Un rebaño de ovejas mantiene limpios de broza pastizales y cunetas de caminos, abona campos y rastrojeras, crea y mantiene senderos utilizados por excursionistas y fauna silvestre… En suma, modela un paisaje al que ya nos hemos acostumbrado, y que echaremos en falta algún día.

Y, además, el pastor está fuertemente anclado al territorio. A diferencia del agricultor moderno, que más pronto que tarde acaba por trasladarse a vivir a la capital, el ganadero suele estar más atado a la explotación, viviendo en el medio rural la totalidad del año, constituyendo una sólida base poblacional en un medio cada día más despoblado.




Es una suerte que tu pueblo, en el que pasas fines de semana y parte de las vacaciones, aún mantenga un rebaño. Y del creciente interés que la sociedad moderna muestra por estas cuestiones habla el reciente éxito de un libro titulado La vida del pastor (3), escrito por el pastor inglés James Rebanks, y recientemente traducido al castellano. En el Reino Unido, ha ocupado las listas de libros más vendidos durante meses, y en España ha despertado también cierto interés.


Aerogeneradores y ovejas en el Páramo de Huérmeces, una imagen metafórica de la fusión entre tradición y modernidad


Aunque -aparentemente- la vida de un pastor inglés del Distrito de los Lagos no tenga mucho que ver con la de un pastor castellano de la Comarca de Los Páramos, son innegables los paralelismos entre ambas. Una mezcla de tradiciones y usos ancestrales con buenas dosis de últimas tecnologías y materiales. En el fondo, se trata de lo mismo, de intentar vivir de pastor en el siglo XXI, en el medio rural, pero con la modernidad mucho más accesible que antaño.

Hacia las seis de la tarde el rebaño comienza a descender la cuesta del Páramo por las laderas de Uyestro. Cruza el Urbel por el vado de Retuerta y, tras dejar atrás la poco transitada carretera de Santibáñez, acelera el paso  -ávido de agua- camino de los abrevaderos de Valdelebrín.




Son ya las seis y media pasadas cuando llegan a la nave, su alojamiento nocturno; con corral para los animales que prefieran pasar ratos al aire libre, con limpia y abundante cama de paja en el interior de la nave. La sensibilidad de la sociedad y de algunos ganaderos hacia todas las cuestiones relacionadas con el bienestar animal se deja notar en el día a día del manejo del ganado.

La jornada del pastor aún no ha finalizado. Resta aún trabajo en el interior de la nave: atender a las madres y a sus corderos, vigilar a las próximas parturientas, atender a un montón de pequeños detalles que pasan desapercibidos a los ojos del profano...

Si la labor del pastor es fundamental, no menos importante es la del cónyuge. Un cónyuge capaz de hacerse con el rebaño cuando el titular no pueda hacerlo, por enfermedad, por viaje, por otras tareas urgentes, por lo que sea.

Jose y Ana dejaron sus trabajos en Burgos y comenzaron una nueva vida en el pueblo, como ganaderos de ovino. Conocedores del oficio por tradición familiar, a ninguno de los dos les amilanó el brusco cambio de vida.


Tras unos principios difíciles, como suele ser habitual al incorporarse a la actividad agraria, con inversiones importantes, trabas burocráticas y ayudas que no siempre llegan puntuales, quizás mañana Jose y Ana -tal y como lo hace James Rebanks en la última frase de su exitoso libro- lleguen a la conclusión de que:


 
Esta es mi vida. No quiero otra.










Agradecimientos:

A los pastores de la comarca, con los que siempre es un placer charlar un buen rato, haciendo un alto en tu excursión pedestre o ciclista; y en especial, a Jose, pastor en Huérmeces.


Notas:

En los alrededores de Huérmeces, aún mantienen rebaños de ovino los pueblos de Masa, Urbel del Castillo, Ubierna, Castrillo de Rucios y Celada de la Torre, entre otros.

Algunos pastores que prestaron sus servicios en Huérmeces en las últimas décadas: Julio Nebreda, Jerónimo Blanco, Luis Santamaría, Sabino Pérez, Félix Antón.


(1) El pastor del páramo. Antonio Zavala y Justo Peña. Sendoa (2ª edición, 1997) 

Interesante lectura en la que se relata, en forma de autobiografía, la vida de un pastor de los de antes, Justo Peña (Escóbados de Abajo, 1919 - Cernégula, 1993): pastor desde muy joven en siete pueblos de la comarca burgalesa de Los Páramos: Huéspeda, Pesadas, Ahedo de Butrón, Turzo, Báscones de Zamanzas, Cubillo de Butrón y Cernégula. La vida de un pastor en una época en la que se hacían las cosas tal y como las habían hecho, durante siglos, sus antepasados: "Aquellos pastores de antaño, cuidadores de ganado ajeno y llevados tanto de la conveniencia propia como de la que quienes les ajustaban, casi siempre los municipios, apenas echaban raíces en un sitio, y su vida se contagiaba de la movilidad y vagabundeo de los animales que guardaban." Justo se jubiló en 1984, poco antes de que España entrara en la Unión Europea y su sector agrario accediera a las cuantiosas ayudas de la PAC.



(2) Artzaina. El pastor, una vida unida a la tradición. Iñaki Vergara (fotografías), Ion Orzaiz (textos). Cénlit Ediciones (2009)

Aunque se trate de un libro de fotografía, resultan interesantes los breves textos que acompañan a cada capítulo. Fotografías -en blanco y negro- sobre la vida diaria de Ricardo, un pastor navarro, así como de sus técnicas, herramientas y medios: ovejas, corderos, ordeño, elaboración de quesos, perros y paisajes.   





(3) La vida del pastor. La historia de un hombre, un rebaño y un oficio eterno. James Rebanks. Debate (2016)


El pastor inglés mantiene a sus ovejas en un régimen de semi-libertad durante buena parte del año, pastando en colinas de pastos comunales siempre verdes por mor de la húmeda climatología del norte de Inglaterra. Visita casi diariamente a sus ovejas, a bordo de su quad, sobre todo en época de cría. Unicamente durante los meses de crudo invierno, con frecuentes nevadas y temporales, el rebaño es conducido a las tierras bajas, pero sin apenas estabulaciones, únicamente con alimentación complementaria (el heno fabricado durante el corto y húmedo verano inglés). La raza Herdwick, perfectamente adaptada a su entorno, es la clave del éxito.








domingo, 20 de noviembre de 2016

Una mastina periurbana y una oveja descarriada


Aunque había nacido en la vertiente burgalesa de la Sierra de la Demanda, casi se podría afirmar que -hasta entonces- nunca había visto una oveja ni de lejos, ya que a la temprana edad de dos meses fue adoptada por una familia urbana del Norte.

Podría haber sido una excelente perra mastina, protegiendo fielmente a una numerosa cabaña vacuna durante su libre pastoreo por la sierra. Quizás podría haber proporcionado a su amo buenas camadas de mastines, que habrían dispersado sus genes por toda la comarca.

Pero el destino le tenía preparada una vida algo diferente a la esperable para un perro mastín. Sería una perra más urbana que rural, guardando una casa, en la periferia de una ciudad, rodeada de vecinos schnauzers, golden retrievers, huskies y demás razas caninas de moda como animales de compañía.

Allí, en aquel barrio de la periferia, siempre sería considerada una paleta perra de pueblo. Demasiado grande y ruda para aquellos finos y pulcros perritos de diseño. Y si bien nunca le faltó el afecto de sus amos, no se acercó siquiera a las extravagancias de sus vecinos. Nada de caseta con calefacción y música, ni chaleco de invierno, ni veterinarios de postín, ni delicatessen culinarios...

El único capricho que se le permitía a la mastina consistía en que los tres meses estivales se los pasara en Huérmeces, con los abuelos, en una especie de "colonias" veraniegas para perros urbanos. Paseando y perdiéndose por el monte, persiguiendo alimañas, durmiendo en el patio de una casa de piedra, bañándose en el Úrbel, envenenándose hasta casi morir por culpa de cebos colocados por cazadores sin escrúpulos ... ese tipo de actividades típicamente veraniegas.

Algunos años, las vacaciones de verano se extendían hasta el puente de Todos los Santos; y también se producían visitas puntuales en Navidades y Semana Santa, al compás de los ritmos vitales de sus amos.




Y en una de aquellas salidas al campo, se produjo el primer e inevitable encuentro entre mastín y oveja. Sucedió en el monte de Itero, ya sobre los cantiles que asoman hacia la Peña Rallastra y Carromaribáñez. Mientras olisqueaba el ambiente, seguramente en busca de corzos y zorros, a los que adoraba perseguir -sin éxito alguno-, de repente algo nuevo aterrizó en su membrana pituitaria.

Era un aroma desconocido para una mastina de bote como ella. Un olor ni tan salvaje como el de un jabalí ni tan doméstico como el de un gato. Pero le atraía, sin duda. En su memoria genética debía existir grabado a fuego un olor similar.

Cuando por fin localizó a su fragante objetivo, se quedó petrificada, sin saber cómo reaccionar ante aquella mullida masa blanquecina, con cabeza pelada, morro afilado y negro antifaz, y con sus cuatro escuálidas patas bien plantadas sobre la cornisa rocosa.



Los dos bichos se observaron abiertamente. Puede que desafiantes, puede que desconfiados, pero en cualquiera de los casos se pegaron un buen repaso visual. Aunque a la oveja su instinto le decía que no se preocupara, que aquel perro estaba del lado de los suyos, el ovino no las tenía todas consigo. A la mastina, por su parte, el cuerpo le pedía perseguir a aquel bicho por entre las encinas, como habría hecho con un corzo, pero su instinto bueno le susurraba que tenía que comportarse, que la razón de ser de su raza algo tenía que ver con lo que tenía delante.

El caso es que ni la perra se arrancó a correr ni la oveja huyó, y al cabo de unos larguísimos minutos ambas siguieron con lo que estaban haciendo hasta entonces: la mastina, paseando con sus amos, la oveja, paciendo y balando, en busca del rebaño perdido.

Ese mismo año, la mastina se volvió a encontrar con ovejas en multitud de ocasiones, aunque ya en forma de rebaño. Pero nunca tuvo la ocasión de volver a observar tan detenidamente a aquellos animales de aspecto estrafalario. No se lo permitieron los mastines del pastor, que rápidamente salían en persecución de aquella perra pija, neorrural y mimada, que olía a colonia, y que invariablemente terminaba buscando refugio entre las piernas de sus desconcertados amos.






La hembra de mastín atendía al nombre de Tana; repartió su existencia (1996-2007) entre Huérmeces y El Norte y quiero suponer que llevó una buena vida. Para sus amos, fue una buena perra. También creo que nunca le importó demasiado que sus congéneres la consideraran pija en el pueblo y paleta en la ciudad.

De la oveja descarriada,... supongo que proporcionó a su dueño muchos corderos antes de que fuera consideraba demasiado vieja para criar, se despeñara por un cantil o fuera presa de lobos o perros cimarrones, ...vete tú a saber.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Otoño en La Comarca

Tras un verano seco y cálido, un comienzo de otoño aún más. Un octubre sin lluvias, vientos ni fríos ha originado un otoño sin hongos pero con la paleta de colores más espléndida en años.

Ladera del Páramo, desde Cuesta Castillo


Los típicos tonos amarillentos de chopos, fresnos, castaños de indias y arces se han visto más realzados que nunca. En ausencia de viento y frío, la larga persistencia de las hojas ha ocasionado que el disfrute de sus tonos otoñales se haya prolongado más tiempo de lo habitual.

La vieja carretera de Aguilar, a la altura de Los Praos de Vega; fresnos y chopos enmarcan su trazado


Durante el puente de Todos los Santos, La Comarca estalló en colores. También acompañó, durante esos cuatro días, el tiempo soleado y con altas temperaturas.

Ladera de San Vicente, cayendo hacia Valdetope




Entre los más espectaculares despliegues de color, una especie arbórea destaca de entre todas: el álamo temblón (Populus tremula); primo del chopo común (Populus nigra), se diferencia de éste por sus hojas más pequeñas y largamente pecioladas, lo que ocasiona que se muevan incluso en ausencia de viento; en otoño, sus hojas adquieren una llamativa coloración rojiza, que contrasta fuertemente con la del resto de árboles de ribera (fresnos, chopos, sauces y salgueras).

Chopos comunes y álamos temblones, en las cercanías de Terradillos de Sedano

Álamo temblón en Cuesta Castillo (Huérmeces)

Cerezo en el protegido valle del Rudrón (Bañuelos)
Otro de los árboles de llamativa foliación otoñal rojiza es el cerezo (Prunus avium); mucho menos abundante por estos lares, es un árbol que no pasa desapercibido ni en primavera temprana (densa floración blanquecina) ni en verano (rojizos frutos en junio) ni en otoño. Ni siquiera en invierno, gracias a su llamativa corteza. Es lo que se dice un árbol completo, un auténtico cuatro estaciones.



Uno de los parajes desde el que mejor se puede disfrutar del paisaje otoñal es, sin duda, el mirador de Valdegoba. Sus vistas sobre el conjunto formado por Los Praos de Vega, Valdetope, Valdegoba, Rallastra e Itero son, sencillamente, espectaculares.

El Urbel y la carretera de Aguilar serpentean entre Fuente La Hoz y Alba; desde el Mirador de Valdegoba

Valdetope, con su bosquete de quejigos comenzando a virar al ocre

También el río Urbel ha visto coloreadas sus habitualmente obscuras aguas. Las hojas de los árboles ribereños quedan flotando, a la espera de que aumentos de caudal se las lleven lejos, hacia el Suroeste, camino del Arlanzón.

Urbel abajo, desde el Puente Miguel o Puente del desaparecido barrio de La Parte


Puente Miguel, aguas arriba

La ermita de Cuesta Castillo, entre una tierra arada y un álamo temblón


Itero y chopos de Valdegoba; los pequeños arbustos rojizos de la zona inferior de la ladera son rosales silvestres

En casi todas las laderas pedregosas de los vallejos más soleados, destaca también el color rojo de las abundantes bayas del rosal silvestre (Rosa canina). Este arbusto tampoco pasa desapercibido en primavera, gracias a su llamativa y fragante floración. Sus bayas (escaramujos o tapaculos) son ricas en vitamina C y taninos, estos con un fuerte efecto antidiarreico, de ahí su nombre.

Rosal silvestre cargado de escaramujo; Trasvallejo (Huérmeces)






















Trasvallejo; al fondo, entre la niebla, Huérmeces y su Torreón





















Al poco de finalizar el breve periodo vacacional, llegaron las lluvias (unos 20 litros), los vientos y los fríos, para alegría de labradores y pastores.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Una canasta en Los Páramos y un hórreo en Las Torcas




Hay objetos que nos llaman poderosamente la atención por encontrarse completamente fuera de contexto, fuera de lugar, fuera de juego. Bien porque han sido levantados en un lugar inesperado, bien porque han sido elaborados con materiales nada convencionales, para usos sorprendentes.



Una canasta de baloncesto, realizada con materiales metálicos reciclados (quizás un par de llantas de rueda de una bicicleta infantil), sobre un soporte de viejas tablas, colgada en una pared de piedra de una casa, en un pequeño pueblo de Los Páramos, a la sombra de un viejo castillo medieval y a la vera de un río de obscuras aguas.

Seguramente, la persona que ensambló la canasta, hace ya muchos años, solo pensó en dar una alegría a sus nietos, hijos o sobrinos, en su próxima visita estival. Los niños, esa alegría efímera de estos pueblos medio olvidados durante gran parte del año. 

Y durante algunos veranos, la canasta sufriría mates espectaculares, lanzamientos de tres puntos realizados desde la esquina de enfrente, tapones del más alto de los chavales…

Hasta que los niños crecieron, dejaron de visitar el pueblo asiduamente, y la canasta cayó en el olvido, aguantando a duras penas los embates del óxido y del hielo…




Y qué decir del hórreo emplazado en las cercanías de un pequeño pueblo de Las Torcas, muy lejos de sus primos de tierras astur-galaicas.

Rodeado de una tierra cultivada de cereal, semi vallado por una tela metálica, seis pilares de hormigón lo separan del suelo. Una sencilla escalera de piedra servía para que su dueño accediera a este almacén, caseta o lo que quiera que haya sido. Y la ausencia del último escalón denota la preocupación de su constructor por posibles abordajes de lirones hambrientos.

Parece ser que el hórreo fue construido a mediados de los años noventa del siglo pasado, siendo su destino original el servir de refugio para las colmenas de un vecino del pueblo.   



Y ahí permanece, haciendo también las veces de palafito de secano, precavido contra las posibles crecidas del arroyo que discurre por su trasera, sabedor de que las tormentas de esta comarca pueden muy traicioneras. Ellas son las que han modelado el blando paisaje de Las Torcas, esa arizónica comarca rica en arenas y arcillas fácilmente erosionables.