lunes, 25 de julio de 2016

Un laberinto de secano en Ros


Justo enfrente de Ros, en la ladera del pequeño páramo que -orientado al Este- se interpone entre ese pueblo y Las Celadas, existe un peculiar paisaje agrario. El paraje en el que se enclava se denomina La Parte.

Ros y la ladera de La Parte (Fotografía: Ricardo Melgar, 22 Septiembre 2013, 10:28:53; Ver en Panoramio)


Es cierto que, para saborear su belleza paisajística, necesitas observar el paraje desde cierta altura. Y para ello, o te agencias un parapente con motor o, más al alcance de cualquiera, echas un vistazo al muchas veces recurrido SIGPAC o visores similares.

Ortofoto de Bing Maps (Junio de 2010): La Parte (Ros), ese año en barbecho


Ortofoto del Vuelo Americano de 16 de Agosto de 1956: obsérvese que La Parte tiene más superficie cultivada que hoy; aún no se ha construido el nuevo cementerio de Ros ni se ha realizado, por supuesto, concentración parcelaria alguna


Los fríos datos catastrales nos dicen que se trata de una finca de 13,7 hectáreas, de las que el 70% se considera tierra arable y el 30% restante pastizal arbustivo. Una finca de 750 metros de longitud y unos 180 de anchura media. Hasta aquí, nada anormal para un roturo, que es como se denomina por aquí a las fincas cultivadas de propiedad comunal. 

Ortofoto SIGPAC (Julio 2014): La Parte (Ros): casi todo el tercio inferior aparece ya segado; en la zona central desaparece brusca y misteriosamente el rastro segado; aún están buscando al maquinista y a su máquina


Pero si añadimos que dicha parcela posee un total de 21 recintos, la cosa empieza a cambiar. En terminología SIGPAC se entiende por recinto cada superficie continua de terreno, dentro de una parcela, con un mismo uso agrícola estable (tierra arable, pastizal arbustivo, prado, viñedo, etc.). Una parcela de menos de 14 hectáreas con un total de 21 recintos ... merece algún comentario.

Parcelario del Catastro superpuesto al SIGPAC: La Parte, una sola parcela de casi 14 ha con 21 recintos; las líneas rojas delimitan las parcelas, las violetas, los recintos dentro de cada parcela



Nos encontramos ante un auténtico laberinto de secano. Intrincados entrantes y salientes, en moderada pendiente, con isletas salpicadas por doquier, hacen que la labor del tractorista -y no digamos nada la del maquinista de cosechadora- sea una auténtica odisea. O te conoces bien este laberinto o corres el riesgo de entrar en un bucle arable del que te será difícil salir.

El labrador en su laberinto: realizando labores preparatorias de Otoño en La Parte (Ros)



Deberás ser especialmente cuidadoso a la hora de realizar los tratamientos herbicidas y fitosanitarios, para no dañar innecesariamente a la flora y fauna del lugar; llevar una hoja de ruta cuando vayas a efectuar el abonado de cobertera, para evitar en lo posible fertilizaciones superpuestas; deberás activar el GPS de tu cosechadora si no quieres segar sobre segado.


Atardecer en el laberinto


Y mientras tanto, desde las múltiples isletas de matorral y pastizal arbustivo o arbóreo, diminutos ojos asustados observarán tu ruidoso despliegue de maquinaria y tecnología punta, deseando que salgas cuanto antes de ese retorcido entuerto en el que tú mismo te has metido.

Amanecer (aproximadamente) en el laberinto


Pequeñas aves, escurridizos reptiles, alados insectos, asustadizos mamíferos y el resto de habitantes de La Parte no entienden de PAC ni de SIGPAC, de polígonos, parcelas ni recintos; ni siquiera son capaces de asimilar el concepto de laberinto. Para ellos, La Parte es su casa, con sus fresnos, matas, espinos, zarzas, espliegos, tomillos y -también- sus trigos, cebadas, centenos o avenas... en fin, exprimetierras o hierbajos alineados, como llaman ellos a nuestros cultivos. Y con suerte, cada dos o tres años, año sabático (nosotros lo llamamos barbecho).

La sombra del páramo de Las Celadas alivia a las resecas laderas de La Parte


Y es que, sorprendentemente, estos retorcidos linderos y pequeñas isletas constituyen un foco de vida, una relativa reserva de biodiversidad dentro de este monocultivo que supone el cereal de secano.

Parte del laberinto de La Parte y pequeña vega del arroyo de Las Cruces-Valdecojos (Ros)






Existen en la comarca muchos otros laberintos de secano, quizás no tan complicados y retorcidos como este de Ros, pero que también entretienen un rato a labradores y maquinistas. Citaremos únicamente otros dos más, por no aburrir.

En el vecino pueblo de Las Celadas, en la ladera de Santueña, orientada al Norte, existe otro intrincado laberinto parcelario, aunque en esta ocasión no esté formado por una sola parcela comunal, sino por multitud de ellas, de pequeña extensión y de propiedad particular.

Ortofoto del SIGPAC (Julio 2014): Santueña (Las Celadas)


Algo más alejado hacia el Este, en el término de Peñahorada, en la ladera de Olmos Gordos que cae hacia el vallejo formado por el arroyo de Villaverde, también encontramos un longilíneo entramado de parcelas con alternancia de recintos arables con otros pastables.

Ortofoto del SIGPAC (Julio 2014): Olmos Gordos (Peñahorada)


Todos estos terrenos tienen en común el no haber entrado en los proyectos de concentración parcelaria de sus respectivos términos, en ocasiones por tratarse de terrenos comunales, y en las más al haberse considerado marginales sus tierras, por excesiva pendiente y baja calidad. Y es precisamente esa ausencia de concentración la que ha originado que esas fincas lleguen a nuestros días con sus peculiares perfiles y linderos.

De otra forma, la potente maquinaria utilizada en las labores de concentración habría arrasado sus lindes, homogeneizado sus pendientes, enderezado sus arroyuelos, despedregado y deforestado sus isletas...y todo ello para ganar un poco de superficie (unos míseros celemines) que contabilice a la hora de percibir las jugosas subvenciones de la PAC.



NOTA

Pueden verse las excelentes fotografías aéreas de Ricardo Melgar, en su página de Panoramio, pinchando en el enlace siguiente:


Fotografías aéreas de Ricardo Melgar en Panoramio 

lunes, 18 de julio de 2016

Árboles solitarios


¿Qué tendrán los árboles solitarios, que a todo el mundo -rayos inclusive- atraen? Y cuanto más solo esté el árbol, y más desolado sea el paisaje circundante, mucho más fuerte será esa atracción.

Pocas imágenes resultan más evocadoras que la de un árbol solitario, en mitad de la nada. Y esa imagen puede desencadenar en el observador casi cualquier sentimiento: tristeza, pasión, melancolía, miedo, nostalgia, abandono ... dependiendo quizás del estado fenológico del árbol (brotando, en plena floración, en policromática otoñada, en defoliado invernal), también del acompañamiento climático (en calma primaveral, amenazando tormenta, en plena ventisca, un tórrido día de estío) y, sobre todo, del día que tenga el aludido observador.


Además de por su soledad o aislamiento, no resulta imprescindible que el árbol solitario destaque por méritos botánicos, estéticos o prácticos (sombra, hito indicador...); tampoco es necesario que su porte sea majestuoso; a veces, al contrario, un ejemplar esmirriado, dañado, enfermo o contrahecho puede añadir aún más fuerza dramática al conjunto.

Un sugerente y solitario roble quejigo (Quercus faginea) a la vera del camino de La Isilla, en el páramo de Los Tremellos


Un arbol solitario al lado de un camino poco transitado, nos indica persistencia en el tiempo, tras generaciones y generaciones de humanos que lo respetaron; incluso, en algunos casos, el árbol solitario acaba por proporcionar un nombre al paraje: La Encina, El Roble, El Majuelo, El Peral, El Fresno, El Manzano ... son topónimos comunes en muchos pueblos de la zona. Y su nombre persiste aunque el árbol que lo motivó haya desaparecido ya.


Otro quejigo en La Isilla (Los Tremellos) proporcionando sombra al sudoroso caminante estival

Un árbol solitario puede llegar a ser la única nota de verdor en un paisaje calcinado por el Sol estival, invitando con su sombra al caminante. A veces, también, el árbol actúa como mojón indicador de una fuente o abrevadero cercanos. Sombra y agua, dos regalos para el sudoroso caminante.

Doble tronco de uno de los quejigos de La Isilla (Los Tremellos)



Chopo marcando abrevadero en Los Valladares (Arroyal)

La ya desaparecida nogala de Villalibado, tantas veces retratada






 

En literatura, la silueta recortada de un árbol solitario, particularmente anciano y retorcido, mejor con un cielo amenazando tormenta, se presta muy bien para la portada de un cuento de terror o de una novela negra. 

Por otra parte, la expresión "árbol solitario" suele dar juego a la hora de establecer el título de una novela de misterio, un libro de auto-ayuda, un poemario recopilatorio, un libro de relatos o una biografía ejemplar. Incluso sirve -mejor con compañía animal- para el título de un cuento infantil.

A título de ejemplo, recientes publicaciones que confirman lo anterior:

 
El árbol solitario del páramo, Rafael Sánchez-Grande Moreno, Dossoles (2016)

El corazón del árbol solitario, José María Rodríguez Olaizola, Sal Terrae (2016)

Los árboles solitarios, Alejandro Tarantino, Devenir Poesía (2015)

Historias del árbol solitario, relatos, Manuel Gris (2016)

El árbol solitario y el pájaro carpintero, Milagros Keppis, Anisa (2003)


También ha sido motivo reiterado para pintores de cualquier época y estilo, sobre todo los pintores románticos de la primera mitad del siglo XIX

El árbol solitario (Einsamer Baum) Caspar David Friedrich (1822)




El roble solitario (Solitary Oak), Asher Brown Durand (1844)
 
Y es que si a la imagen del árbol solitario le acompaña un rebaño de ovejas, con o sin pastor, la estampa adquiere una fuerte carga bucólica ... o pastoril, valga la redundancia. Un tema recurrente entre los pintores paisajistas de ayer y de hoy.







En el mundo de la música popular también encontraremos alguna canción al respecto, por ejemplo Malú-Arbol solitario (Esta vez, 2001), aunque hay que reconocer que no es un tema, ni siquiera un título, muy recurrido por parte de los compositores ligeros, por lo menos en castellano.







Y volviendo a las imágenes evocadoras, nada más efectivo que un abandonado columpio colgando de la rama de un árbol solitario; la pareja árbol solitario-columpio vacío funciona muy bien como imagen metafórica de una infancia que se fue o de un verano que ya acabó.

Aunque a veces, el binomio árbol solitario-columpio puede servir para la práctica de determinados deportes de riesgo, como sucede en el denominado Columpio del Fin del Mundo, en Baños (Ecuador), uno de los mejores lugares para observar el Volcán Tungurahua.






La condición de árbol solitario le puede servir a algún ejemplar incluso para obtener una titulación honorífica; así, una vieja acacia, en mitad del desierto del Teneré, sin ningún pariente leñoso en 400 km a la redonda, fue durante años considerado El árbol más solitario del mundo, el ejemplar arbóreo más solo y aislado de la Tierra; superviviente durante 300 años, hasta que en 1973 un camionero libio borracho acabó con él.

Los ganadores del título de Árbol Europeo del Año, que se celebra desde 2011, suelen ser  ejemplares solitarios, destacables por su belleza, edad, rareza o aislamiento. El vencedor de la edición 2016 ha sido el roble de Bátaszék (Hungría), y uno de los finalistas, el denominado pino-roble de Canicosa de la Sierra (Burgos).


También existe el título de El árbol vivo más viejo del mundo, otorgado recientemente a Old Tijkko, una solitaria y anciana pícea (especie de abeto) sueca, que vive en la montaña de Fulufjället desde hace más de 95 siglos (!¡). Aunque su edad tiene truco, ya que son sus raíces las que alcanzan esa cifra, renovándose la parte aérea del árbol cada 600 años, que tampoco está nada mal.

Un árbol solitario en la ciudad, en mitad de un parque adoquinado, encorsetado por un rígido alcorque, y rodeado por una concurrida área comercial, puede convertirse en un árbol solidario con los de su especie.

 






En los alrededores de Huérmeces encontraremos árboles solitarios sin demasiado esfuerzo. La mayor parte de nuestros páramos y altiplanos esteparios no reúnen las mejores condiciones para el desarrollo de especies vegetales leñosas de cierto porte, por lo que -a excepción del monte de encina- pocos serán los agrupamientos arbóreos que se desarrollen en ellos, dándose con relativa frecuencia la condición de árbol solitario.

Aislada mata de encina en el Páramo de Burgos (Huérmeces)




En el Páramo de Burgos, al SE de Huérmeces, crece desde siempre una aislada mata de encina, en medio de una tierra de labor. Podríamos suponer que generaciones y generaciones de labradores la respetaron por la sombra y abrigaño que les otorgara, en medio de una reseca paramera. Pero la realidad es más prosaica. La mata de encina ha persistido en el tiempo porque se encuentra encima de un considerable apilamiento de piedras y tierra: un túmulo o tumba megalítica. La imposibilidad de meter el arado mucho más allá del anillo exterior del megalito ha obrado el milagro de la pervivencia de la solitaria mata de encina.

No, no es la reencarnación de la acacia del Teneré; es el majuelo de La Cruz del Molino (Las Celadas) en un seco verano


En el páramo de Las Celadas, muy cerca del paraje conocido como La Cruz del Molino, encontramos un solitario ejemplar de espino albar o majuelo (Crataegus monogyna); en esta ocasión, el montón de piedras sobre el que prospera el espino tiene un origen varios milenios más joven que el de Huérmeces; se trata de uno de los centenares de apilamientos realizados por los labradores durante el continuo despedregado del páramo. El majuelo se sitúa en un cruce de caminos, antaño muy transitado, ya que uno de ellos era el utilizado por los vecinos de Las Celadas para alcanzar el molino de La Retortilla, en el vecino valle del río Ruyales (término de Los Tremellos).

En otros casos, la persistencia de ese árbol solitario en mitad de una tierra de labor, milagrosamente respetado por arados, bueyes, tractores y cosechadoras durante generaciones, obedece a otros factores. Décadas atrás, la sombra y cobijo que proporcionara al labrador podría explicar su supervivencia, pero hoy en día, en la era de la maquinaria agrícola con aire acondicionado, quizás haya sido la amenaza de penalización que la normativa de la PAC contempla para la corta de estos especímenes, la causante de su persistencia.

Fresno solitario en Las Cruces (Ros)


Así, encontramos un enorme fresno (Fraxinus excelsior) en mitad de una finca situada en el curso alto del arroyo de Las Cruces, casi en el límite entre Ros y Los Tremellos. Las divagantes ramas del árbol nos indican repetidas y poco amables amputaciones, pero el árbol ha llegado a nuestros días, para sorpresa de los esporádicos usuarios de la carretera entre aquellos dos pueblos.

Ramas divagantes en el fresno de Las Cruces (Ros)
Fresno en San Millán, en las cercanías de Quintanilla Pedro Abarca


Destacado ejemplar de fresno en Miñón

En la zona baja de la misma carretera, en las cercanías de Miñón, otro fresno de considerables dimensiones persiste al paso de tractores y cosechadoras.

Otro buen ejemplar de fresno solitario en medio de campos de labor lo encontramos en Quintanilla Pedro Abarca, en las inmediaciones del arroyo de San Millán, a mitad del camino entre el pueblo y la ermita de Robledillo.

No encontraremos fresnos en las altas parameras, ya que de todos es conocida la querencia de estos árboles por los lugares frescos y húmedos, cercanos a ríos y arroyos.

Pero a lo largo y ancho de las vegas y vallejos cultivados de la comarca encontraremos multitud de ejemplares más o menos aislados, siempre en actitud de agradecimiento a la Política Agraria Común y sus postulados medio-ambientales




 


En los alrededores de Cernégula, en una zona dominada por tierras arcillosas de llamativos tonos rojizos (La Rojeta), encontramos una serie de ejemplares aislados de encina, podados o sin podar, cuyo perenne verde oscuro contrasta fuertemente con el amarillo del cereal estival, el verde claro del girasol o el citado rojo tierra.

Encina solitaria en La Rojeta (Cernégula), en junio de 2014, rodeada de un campo de cereal

La misma encina solitaria de La Rojeta, en julio de 2016, ahora en mitad de un barbecho (año sabático)
  
Estas solitarias encinas parecen observar con envidia a sus hermanas gregarias, que ocupan gran parte de las lomas calizas del entorno, formando espesos montes bajos, a veces adehesados, entre los que campea la ganadería brava de La Cabañuela y Quintanajuar: los llamados toros del frío.

Otra encina solitaria -esta sin poda- entre La Marota y La Rojeta (Cernégula); al fondo: monte bajo de Quintanajuar





Las antaño sombreadas carreteras de la comarca fueron desarboladas sin compasión hace décadas, en pos de la seguridad vial. En algún lugar puntual, un arce, un castaño de indias, un fresno o un tilo solitario, permanecen como únicos testigos, milagrosos supervivientes de aquel holocausto forestal.




En especial, encontraremos buenos ejemplares de arce de carretera (Acer pseudoplatanus) en la BU-522, entre Masa y el cruce con la carretera de Santoña (CL-629). En muchos casos, estos ejemplares han sufrido una poda asimétrica selectiva, de manera que la parte de su copa que da a la calzada presenta menos desarrollo.



Detalle de arce solitario en la carretera de Masa




A veces, en las más altas parameras, encontramos algún fresno, chopo o majuelo que ha sabido aprovechar una dolina o un rehundimiento del terreno, una vaguada o un afloramiento hídrico. Tiene su mérito, ya que no solo las condiciones ambientales no son las óptimas para un árbol, sino que el ancestral aprovechamiento ganadero de nuestros páramos ha ocasionado que prácticamente no exista posibilidad de regeneración para los especímenes arbóreos. 

En la Mesa de Úrbel, ese extenso y singular sinclinal colgado tipo "lora", encontramos una no menos singular mata de rebollo o roble melojo (Quercus pyrenaica), que ha aprovechado una pequeña vaguada para prosperar, gracias a la mayor profundidad del suelo y humedad edáfica existente en el lugar. Esta mata constituye -con diferencia- el ejemplar arbóreo de mayor desarrollo en toda La Mesa, y puede observarse desde gran parte de la misma.

Alta mata de roble melojo en La Mesa de Urbel, en una vaguada aprovechada también por una tierra de labor


Las vaguadas de La Mesa son también aprovechadas por las escasas tierras de labor que existen en esta extensa y herbosa estepa. Generalmente son tierras de pequeña extensión y plano alargado, y sus rendimientos son más bien escasos.

Tres gordolobos (Verbascum pulverulentum), observan admirados el alto porte de la mata de melojo de La Mesa (Urbel)
Detalle de ramas y hojas del roble melojo de La Mesa de Urbel



En La Mesa también prosperan pequeños ejemplares aislados de encina, enebro común (Juniperus communis) y, sobre todo, majuelo (Crataegus monogyna). Estos últimos suelen aprovechar para pervivir las paredes de piedra de los más de quince corrales con que cuenta el lugar. Su floración primaveral (segunda quincena de mayo) constituye uno de los espectáculos naturales más llamativos de La Mesa.

Majuelo, en la pared de uno de los muchos corrales de La Mesa de Urbel


Otro interesante ejemplar de mata aislada de rebollo o roble melojo lo encontramos en el paraje Manga Abajo, a mitad de camino entre Coculina y Fuencivil. Aquí, la mata de rebollo es más densa y redondeada que la de La Mesa de Úrbel, debido al emplazamiento más benigno de aquélla, en una vaguada arenosa situada en el vallejo formado por el arroyo de La Manga o de La Diusa, uno de los que conforman la cabecera del río Brullés.


Densa mata de roble melojo, entre Coculina y Fuencivil, en la cabecera del Brullés, rodeada de brezales y tierras de labor

En el interior de la mata de roble melojo se han instalado varios majuelos, para alegría de la avifauna local

La misma mata, vista desde el Norte; al fondo, Alto del Val-Cuesta Corral (Coculina)




La presencia de nogales suele indicar la cercanía de una población, por el tradicional aprovechamiento que antaño se hacía de sus energéticos frutos. Es relativamente habitual la pervivencia de ejemplares de gran tamaño, en medio de una tierra de labor y nunca muy alejados de un riachuelo, arroyo o cauce molinar. Al lado de la carretera que une las poblaciones de Melgosa y Tobes y Rahedo, muy cerca del molino de La Lámpara, encontramos un ejemplar de nogal (Juglans regia) de notables dimensiones.

Espléndido nogal, entre Melgosa y Tobes y Rahedo; al fondo, Cerro de  San Mamés, continuación de la cadena de Utero


En ocasiones, ha sido la existencia previa de una aislada casa la que ha originado la presencia de un notable ejemplar de árbol solitario, a su vera. En Quintanilla Sobresierra, la evocadoramente denominada Casa Sola cuenta con la visible compañía de un notable ejemplar de fresno, cuasi centenario, al igual que la casa a la que cuida y sombrea.

La Casa Sola y su fresno, con sus cerca de doscientos años de edad (entre los dos)


Parece ser que la casa se levantó a finales de los años veinte o primeros treinta del siglo XX, por parte de una familia que había hecho Las Américas. Hay que reconocer que la estampa que compone este solitario binomio casa-árbol es una de las más llamativas de la comarca. Y ambos ejemplares gozan -aparentemente- de un espléndido estado de salud.

El notable fresno de La Casa Sola, con su lógica poda asimétrica, respetando el espacio más cercano a la vivienda

Cuando el edificio no es una simple vivienda, sino una ermita o santuario, en la mayor parte de las ocasiones se da por sentado el aislamiento del lugar, por lo que la compañía de un árbol solitario de cierta edad o tamaño suele ser habitual.

En la ermita de Las Mercedes, en Montorio, situada en un prominente lugar, al calor de la fuente cercana, encontraremos un sobresaliente ejemplar de nogal (Juglans regia). 

Singular nogal anejo a la ermita de Las Mercedes, en lo más alto del camino de Montorio a Quintanilla Sobresiera
El trío ermita-fuente-nogal es garantía de éxito perpetuo tanto para el santuario como para su romería anual y las frecuentes visitas de ciclistas y caminantes. Y es que la subida cuesta lo suyo.


El nogal de la ermita de Las Mercedes (Montorio)


Si la ermita tomó por compañero a un añoso ejemplar de olmo, cabe sentenciar que aquella quedó viuda hace ya tiempo. Ambos se hicieron compañía hasta que el olmo sucumbió a la grafiosis, durante la trágica pandemia de los años ochenta; pero en ocasiones su tronco seco persiste, a modo de respetuoso recordatorio, en una especie de psicosis hitchcockiana en versión vegetal. Así sucede en la ermita de Sotobrín.

Olmo seco junto a la ermita de Sotobrín





















En otros casos -tristemente- no ha podido perdurar ni siquiera el tronco momificado y entero del compañero fallecido. Así, el monumental álamo que presidía la campa de la ermita de Brañosera (Páramo de La Lora), primero conservado como tronco seco en su totalidad, tuvo más tarde que ser amputado a un tercio por el peligro que suponía para romeros, visitantes y, sobre todo, para la integridad de la propia ermita.

Ermita de Brañosera, con su enorme álamo seco

Ermita de Brañosera, tan sólo con el tercio inferior del álamo seco







Tampoco dejan de ser árboles solitarios el ciprés de Silos o el pinsapo de San Pedro de Arlanza, por mucho que se encuentren ubicados en el interior del edificio religioso, en su claustro concretamente. No solo son árboles solitarios ... también son árboles de clausura

Quizás podamos considerar a las coníferas de cementerio (generalmente cupresáceas) como una variedad singular de árbol solitario. Guardan el lugar y, gracias a su estilizado porte y probada longevidad, ayudan a las almas de los cuerpos allí depositados en su tránsito al cielo. O al menos esa era la simbología original perseguida por griegos y romanos al plantar cipreses en sus camposantos. 


Cupresácea en el cementerio de Santibáñez Zarzaguda


Y para terminar, qué mejor que un poema, tomado prestado de una compañera bloguera:



Mi querido árbol solitario,
siempre que el viento te balancea
se oye, al unísono, el bisbiseo
inquietante de crespones y sedas.

Eres una imagen fija en medio del camino
como un reflejo dormido en el recuerdo:
eres, tal vez, la evocación de un sueño
perdido en la memoria del pasado.

Sobre tus ramas se han deslizado,
a millares, las gotas de lluvia
y también algunos rayos
te han hecho temblar
en noches ebrias de luz y de misterio…

Azotado fuiste por el aquilón y el cierzo
en los gélidos inviernos del ayer.
Pero también la brisa
ha besado tus ardientes hojas
en las cálidas noches del verano.

Impasible has visto pasar el tiempo.
Frágil es la sombra que ahora ofreces.
Tus hojas secas son canto de tus sienes.
Sin notarlo, has ido acumulando días, meses y años.

Un añoso ejemplar llegando al límite:
un árbol centenario, eres.
Sin embargo tu corazón aún presta asilo al canto
y a los nidos de alondras y vencejos.

Ahora no temes al viento huracanado.
Eres humilde y consecuente y es por eso
que nunca alardeas de cuántas primaveras
          has vuelto a renacer llenándote de flores y de frutos.             

Cada noche, sonríes con cariño a las estrellas
porque estás vivo y una savia eficaz y laboriosa
sostiene todavía tu tronco y sus raíces.
Que tu fin está cerca, lo presientes.

Me parece, querido árbol, que tú has sabido
aceptar la soledad en grata compañía.
Has querido retoñar y darte en cada rama
con el mismo aroma y alegría
que florecen las matas del romero
y deslumbran las flores del cantueso.

No sé por cuanto tiempo
tus raíces hundidas en la tierra,
resistirán el paso del polvo del destierro.

Por eso, quiero que hoy sepas
que si me alejo y tú te quedas,
no voy a enterrar tu tronco en el olvido
porque pensar en ti, evocarte,
es como cumplir los ciclos naturales.
Volver de nuevo a tener alas.
Ser, a la vez, estrella, viento y paraíso.


Franziska, Alcalá de Henares, 13 de enero de 2014

El blog de Franziska: El juego de la palabra dada-segundo 


La nogala de Villalibado no estaba sola del todo
Estaba acompañada de un palomar por el Sur y de una iglesia por el Oeste