sábado, 24 de octubre de 2020

El libro de los cementerios olvidados


Si la estampa de un pueblo abandonado produce una fuerte sensación de tristeza, no digamos ya la que provoca la contemplación de un cementerio completamente invadido por la maleza, en el que apenas se vislumbran ya cruces metálicas ni lápidas de mármol...


Villaescusa del Butrón

Durante las últimas décadas, los pequeños cementerios rurales se han ido muriendo, ya que una inexorable ley biológica establece que, allí dónde no hay casi vivos, difícilmente habrá muertos.

Lermilla


Para los intereses de la presente entrada, estiraremos un poco los límites de la comarca, escorándolos ligeramente hacia el norte, como ya hemos hecho en otras ocasiones. Encontraremos cementerios abandonados u olvidados en multitud de pueblos y despoblados de La Comarca:


A-Cementerios abandonados, situados en pueblos también abandonados, y cuya ubicación aún resulta posible reconocer 

Generalmente, se trata de localidades despobladas en la segunda mitad del siglo XX, y la mayor parte de ellas presentan un caserío complemente arruinado, aunque en otras aún queda alguna casa o almacén techados; también, en ocasiones, es la iglesia o parte de la misma la única que aún aguanta techada: la cabecera suele ser la que más resiste, gracias a su peculiar construcción.

Los cementerios de estos pueblos abandonados aún resultan reconocibles en sus derruidos muros perimetrales, aunque completamente invadidos por la maleza: Albacastro, Bárcena de Bureba, Ceniceros, Hormicedo, La Mota (Villaverde Peñahorada), Lorilla, Puentes de Amaya, Quintanajuar, Valdearnedo y Villalta.

En algunos cementerios, han sido los endrinales los arbustos que mejor han prosperado en el recinto (Quintanajuar, La Mota, Hormicedo), en otros, los cerezos silvestres (Bárcena de Bureba), aunque saúcos, fresnos, zarzas y majuelos abundan en casi todos. En cuanto a vegetación herbácea, son las ortigas las reinas de estos camposantos olvidados.


1-Albacastro

Este ha sido el último pueblo en despoblarse, aunque aún queda en pie alguna construcción, y parece darse algún poblamiento estacional. A la iglesia, situada en lo más alto de una enorme roca arenisca, se accede por medio de una serie de escalones tallados en aquella. El viejo cementerio, aparentemente adosado al muro meridional de la iglesia, junto a la sacristía, no permite observar vestigio funerario alguno, invadido por zarzas y ortigas. Sus muros se encuentran en buen estado, al haber sido la iglesia objeto de una completa rehabilitación. 



2-Bárcena de Bureba

El cementerio se encuentra adosado a la iglesia por su muro norte, como es habitual en los pequeños camposantos de la comarca. Los muros perimetrales se encuentran medio derruidos, y la totalidad del recinto se ha visto invadida por la vegetación, especialmente por brotes de cerezo silvestre.




3-Ceniceros

También el camposanto se encuentra adosado a la pared septentrional de la derruida iglesia. Aunque su muro perimetral se encuentre en parte derruido, y el recinto completamente invadido por la maleza, aún resultan visibles dos cruces metálicas, y en una de ellas puede leerse la triste circunstancia de haber fallecido joven y el día de su cumpleaños.




4-Hormicedo

El cementerio se encontraba adosado a la pared oriental de la iglesia. Aún se encuentra en pie la puerta de acceso, aunque todo el recinto está invadido por una impenetrable vegetación. La cabecera de la iglesia, la única parte que aún se conserva techada, presenta una curiosa orientación N-NE, poco habitual en los templos cristianos.


 

5-La Mota (Villaverde Peñahorada)

El viejo camposanto, adosado a la pared oriental de la aún impresionante iglesia, ocupa una terraza de tamaño considerable. Aunque sus muros no presentan mal aspecto, todo el recinto está invadido por la vegetación, endrinos sobre todo.




6-Lorilla

El cementerio se encontraba adosado a la pared oriental de la iglesia. Sus muros presentan derrumbes importantes, y todo el recinto (unos 100 m2) se encuentra invadido por densa vegetación.  




7-Puentes de Amaya

El viejo cementerio se encuentra situado a las afueras del pueblo, a la vera del camino que se dirigía a Villamartín por el collado del Barrancón, siguiendo el curso del arroyo de Valdeamaya (o río Gallinas). Hoy se encuentra invadido por la vegetación, aunque en su interior aún persisten restos funerarios, alguno de los cuales nos habla -al igual que en el caso de Ceniceros- de muertes prematuras, en plena juventud.



He encontrado en internet una vieja fotografía que nos puede servir para hacernos una idea del aspecto del camposanto cuando la mayor parte del caserío del pueblo aún se mantenía en pie.



8-Quintanajuar

El viejo cementerio de este desaparecido pueblo de renteros se encuentra situado a unos 150 metros al este del caserío, a la vera del antiguo camino de Abajas. Aparte de la iglesia y un palomar, el murado recinto del camposanto fue lo único que se salvó del arrasamiento masivo efectuado por el entonces propietario, a finales de los años setenta del pasado siglo, después de que un incendio se cebara con gran parte del caserío.


  



9-Valdearnedo

El cementerio, de reducidas dimensiones (40 m2), se encuentra adosado al muro occidental de la iglesia de la Natividad, hoy casi completamente saqueada. El cerramiento del camposanto presenta algunos derrumbes, y su interior está completamente invadido por la vegetación, tras medio siglo de abandono.



10-Villalta

El antiguo cementerio está situado en una pequeña parcela (60 m2) contigua, aunque no adosada, a la pared oeste de la iglesia. Sus muros han cedido en parte, y las ortigas se han apropiado del recinto. Junto a una de las paredes aún se aprecian restos de flores artificiales, quizás depositados en su día por la misma persona a la que hace referencia Elías Rubio en su célebre artículo ("Un ramo de flores en el páramo"), escrito ya hace casi treinta años.






B-Cementerios abandonados, situados en pueblos también abandonados, pero con ubicación imposible de determinar 

Se trata de localidades en las que ya no resulta posible situar el antiguo cementerio, bien por el mucho tiempo transcurrido desde su despoblamiento, bien por el reducido tamaño del mismo.

En Fresno de Nidáguila, despoblado a finales del siglo XIX o principios del XX, quedan restos de lo que se supone que pudo ser su iglesia (San Miguel Arcángel). También suponemos que el cementerio se encontraría en sus inmediaciones.

En la actualidad existe un recinto murado, en buen estado de conservación (probablemente restaurado no hace mucho) pero cuyo enorme tamaño (300 m2) lo descarta completamente como antiguo camposanto del lugar, cuya población siempre fue exigua. 




En Icedo, tampoco he sido capaz de encontrar la ubicación de su cementerio, aunque en el Madoz se afirma que se encontraba "contiguo" a la iglesia de San Adrián. Tampoco he encontrado información alguna en los viejos mapas de principios del siglo XX (planimetrías de los años 20 y MTN50 de los años 30).

En las inmediaciones de la iglesia se aprecia algún pequeño amontonamiento de piedra, pero no parece claro que pueda pertenecer al antiguo muro del camposanto. Por otra parte, alrededor de la iglesia aparecen hoyos que tienen todo el aspecto de haber sido antiguos enterramientos.



Por razones de cercanía, también podríamos incluir en este grupo a Monasteruelo, despoblado largamente disputado por Huérmeces y Ros, y que acabó por pertenecer a este último gracias a las Leyes de la Gravedad y de la Hidrología. Monasteruelo se despobló pronto, ya en el siglo XVII, y su último vestigio tangible (la espadaña de su iglesia) desapareció a mediados del siglo XX, reencarnada en el edificio de las nuevas escuelas de Ros (hoy sede de la "Asociación Monasteruelo de Ros").


Monasteruelo (1920). Foto: Demetrio Ortega

Monasteruelo, completamente invadido por endrinos, zarzas y espinos


Por lo tanto, intentar localizar su cementerio es pura quimera. En los alrededores del pueblo han aparecido muchas tumbas de piedra, pero no está claro que formen parte de lo que hoy en día conocemos por el nombre de "cementerio". Se trata de enterramientos medievales, muy habituales en numerosos y dispersos parajes de casi todos los pueblos de la comarca.


C-Cementerios olvidados que, aunque situados en localidades aún pobladas, no han recibido labor alguna de mantenimiento en las últimas décadas

Se trata de localidades en las que su exigua población ha ocasionado que el cementerio se encuentre olvidado, sin uso en las últimas décadas, prácticamente abandonado a su suerte.

Sus muros se conservan en mayor o menor medida, aunque su interior se encuentra invadido por la vegetación. No resultan reconocibles cruces metálicas, lápidas ni ningún tipo de objeto funerario.

En Quintanarrío, el camposanto está adosado al muro norte de la iglesia y, aunque su cerramiento aún se mantiene en pie, carece de puerta y su recinto hace tiempo que no es desbrozado ni limpiado.




En Villaescusa del Butrón, el camposanto está también adosado al muro norte de la recientemente consolidada iglesia románica de San Torcuato. Aunque aún aguanta el dintel de madera de su puerta de acceso, sus muros están arruinados y en el interior, de buen tamaño (110 m2), la vegetación campa a sus anchas. Al lado de la entrada, destaca un arce de buen tamaño.







D-Cementerios clausurados o desaparecidos por causa de fuerza mayor

En Ros, fue el pequeño tamaño del cementerio tradicional, anexo a la iglesia, el que obligó, en los viejos tiempos de crecimiento demográfico, a levantar un cementerio nuevo, dejando el anterior sin uso.




En otros casos, fue la desaparición de la antigua iglesia la que ocasionó el consiguiente abandono del cementerio anexo, tal y como sucedió en Llanillo de Valdelucio. En el antiguo cementerio apenas se aprecia un amontonamiento de piedras, quizás restos de su muro perimetral, quizás restos de la iglesia que no pudieron aprovecharse en la construcción de la nueva. Al fondo, las obras de la autovía A-73 (Burgos-Aguilar) casi rozan el recinto del desaparecido camposanto.



Como contrapartida a estos cementerios abandonados, desaparecidos u olvidados, existen en la comarca otros muchos que presentan -a pesar de la escasa entidad demográfica del lugar- un buen aspecto general e, incluso, uso muy reciente, por lo que no pueden encuadrarse en ninguno de los capítulos anteriores.

 

Cementerios sin uso reciente, aunque en buen estado de conservación

En algunas localidades de pequeño tamaño, encontraremos cementerios que, a pesar de contener lápidas que no llegan más acá de los años ochenta del siglo XX, presentan un buen aspecto general, lo que denota que alguien sigue realizando sobre ellos pequeñas labores de mantenimiento, quizás en las cercanías del día de difuntos.

Destaca sobre todo el buen estado de sus muros perimetrales, bien rejunteados y rematados; tampoco se ha producido invasión importante por parte de la vegetación. Abundan las viejas cruces metálicas, ya oxidadas o partidas, apoyadas en las paredes interiores. También lo hacen cruces de mármol con peanas que apenas aguantan en pie.

Alguno de estos cementerios se ha beneficiado también de las recientes obras de rehabilitación de la iglesia correspondiente (Huidobro).

Entre estos camposantos que, aparentemente, no han presenciado enterramiento alguno en las últimas décadas, destacamos los siguientes: Espinosilla de San Bartolomé, Hormazuela, Huidobro, Mata Sobresierra, Melgosa de Villadiego, Quintanarruz y Robredo Sobresierra.





El reciente renacer de algunos pequeños cementerios rurales

En tiempos muy cercanos, las tendencias crematorias han reactivado ligeramente el número de inhumaciones realizadas en pequeñas poblaciones del mundo rural, dando cierta vida a camposantos que llevaban décadas muertos. Al resultar más sencillo el traslado e inhumación de una pequeña urna, se ha ido extendiendo la costumbre de celebrar sencillas ceremonias funerarias en estos pequeños cementerios rurales. 

Esto ha sucedido incluso en algunas localidades con bajísima población, que llegaron a estar al borde del despoblamiento en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado; algunas se han mantenido a duras penas, pero otras han renacido de aquellas cenizas demográficas y han remontado el vuelo, bien como solar de segundas residencias, bien bajo el impulso del turismo rural o el maná eólico, bien como mero milagro poblacional:

Acedillo, Barrio Lucio, Brullés, Cobos Junto a la Molina, Corralejo, Lermilla, Mozuelos de Sedano, Nocedo, Quintana del Pino, San Andrés de Montearados, Villalvilla Sobresierra y Villalibado.







En todos ellos se observan lápidas fechadas en años recientes, ya del siglo XXI o de finales del XX. Su suelo se encuentra aceptablemente segado y desbrozado, sus tapias remozadas, sus puertas renovadas... Cementerios que cada 1 de noviembre reciben la puntual visita de familiares y deudos.

La mayor parte de las iglesias, con las que los camposantos comparten parcela, han sido recientemente rehabilitadas. Únicamente la iglesia de Barrio Lucio ha sido abandonada a su suerte, para alegría de los carroñeros de la piedra bien labrada y grabada.

También sorprende encontrar enterramientos recientes y mantenimiento anual en cementerios de pueblos hace tiempo abandonados; tal es el peculiar caso de Siero, que se convirtió en el camposanto de Valdelateja, y al que se accede tras una dura ascensión por una estrecha vereda que, en un recorrido aproximado de kilómetro y medio, salva los 100 metros de desnivel existente.




En este cementerio de media montaña, cada entierro exige la realización de relevos entre los portadores del féretro que, aun así, deberán encontrarse en buenas condiciones físicas.

Cuando un vivo comunica a sus hijos su deseo de ser enterrado en el pueblo en que nació, o en el que pasó muchos días felices en veranos, navidades y pascuas, suele ser consciente de que está pidiendo a sus deudos algo más que la realización de un deseo puntual; les está legando una modesta hipoteca emocionalal manifestar su voluntad de ser enterrado en un pequeño cementerio rural, sabe que -quizás- esté obligando a sus hijos a realizar en un futuro, año tras año, una breve visita otoñal al pueblo.

Ya no será suficiente la breve estancia veraniega, esos cuatro o cinco días de agosto, coincidiendo con las fiestas patronales. Ahora también tendrán que acudir al pueblo allá por finales de octubre, en la proximidad del día de todos los santos.

Porque los cementerios católicos son poco visitados a lo largo del año, pero en esa fecha otoñal rebosan de actividad humana, de profusión floral, de aporte de gravas redondeadas y arena limpia. En ese día los cementerios se convierten en un tipo especial de jardín, en el que por unas horas conviven vivos y muertos.


Villalta


Para los familiares que residan muy lejos del pueblo, habrá años en los que el calendario facilitará algo más esa cuasi ritual visita otoñal a los camposantos rurales; habrá familias que tendrán que turnarse en la visita anual al cementerio, cuando la dispersión de sus difuntos así lo exija; habrá años con otoños lluviosos, los habrá con días que parecerán una pequeña prolongación del casi olvidado verano. Nadie, ni siquiera los hombres del tiempo, puede asegurarte buen tiempo en esas fechas, mitad otoño, mitad invierno por estos lares.

Y en esas nuevas visitas otoñales, hijos y nietos descubrirán o redescubrirán quizás los bellos paisajes otoñales de estas tierras, aprenderán a apreciar la riqueza micológica de páramos y pinares, experimentarán el discreto encanto de prender la gloria en una casa sin calefacción; incluso, si el cierzo y la lluvia lo permiten, podrán sacudir el polvo a las bicicletas, volver a bajarlas del desván, y contradecir así a Fernán Gómez con aquello de que aquellas solo son para el verano...

Hasta hace poco tiempo, el día de los santos marcaba también la fecha límite en la que muchos jubilados permanecían solos en el pueblo; después del 1-N, una vez cumplidas las obligaciones con los difuntos, se producía un pequeño éxodo rural estacional, que duraba -como mínimo- hasta semana santa (1), si no lo hacía ya hasta el comienzo del verano.



NOTA

(1) Todo parece indicar que se encuentra en trance de desaparición la antaño costumbre de pasar las vacaciones de navidad en el pueblo de turno, con los abuelos; y eso que los inviernos son cada vez más benignos y las casas de pueblo se van rehabilitando poco a poco. Paralelamente, se produce la aparente contradicción que supone la nueva tendencia consistente en pasar la noche vieja, o incluso la noche buena, en familia o con amigos, en alojamientos rurales; quizás un mero sucedáneo de aquellas desaparecidas navidades en el pueblo, al calor de la glorieta y al helador ambiente del resto de la casa, bien combatido con tumbillas, bolsas de agua caliente o, más recientemente, mantas eléctricas. 


LECTURAS RECOMENDADAS:

Burgos en el recuerdo, Elías Rubio Marcos, Burgos (1992): "Un ramo de flores en el páramo" (pág. 111), "El pueblo sin cementerio" (pág. 112)


OTRAS ENTRADAS RELACIONADAS CON EL TEMA, PUBLICADAS EN LAS PROXIMIDADES DEL DÍA DE TODOS LOS SANTOS:

Camposantos en La Comarca

Todos los difuntos del cementerio de Huérmeces

Cementerios con leyenda

Memorias Perpetuas de Huérmeces


BANDA SONORA

En 1969, King Crimson, la banda británica de rock progresivo (o sinfónico, como se decía entonces) lanzó al mercado su primer álbum, "In the Court of the Crimson King", que acabó siendo uno de los más influyentes del entonces exitoso género, basado en una sabia combinación de blues, rock, jazz, clásica y sinfónica. 

El nombre del grupo fue idea de Peter Sinfield, el letrista del primer álbum: King Crimson como sinónimo de Belcebú, príncipe de los demonios, nada más ni nada menos. La banda, aún en activo, ha disfrutado de una longeva trayectoria, aunque el único superviviente de la formación inicial es Robert Fripp, considerado por muchos como el líder de King Crimson, y por todos como un auténtico hombre orquesta, ya que maneja guitarra, mellotron, piano acústico y teclados; y si hace falta cantar, también sabe hacerlo.


El tercer corte de aquel álbum de debut lleva por título Epitaph y nos viene muy bien como telonero para este fúnebre post. Qué mejor epitafio para esos cementerios muertos, por abandono, olvido o inanición, que esta espléndida pieza de rock sinfónico, convertida ya en todo un clásico.

 

sábado, 10 de octubre de 2020

Luis Salinas, el médico histórico de Huérmeces (1929-1969)


Cuando un joven Luis Salinas llegó a Huérmeces en 1929, con 26 años, recién licenciado en medicina, seguramente ni se le pasó por la cabeza la estrambótica idea de que aquel pequeño pueblo, de poco más de 400 habitantes, iba a ser su primer y único destino profesional.

Pero lo cierto es que don Luis prestó sus servicios como médico en Huérmeces durante nada menos que cuarenta años (1929-1969). Salinas llegó a Huérmeces con los últimos estertores de la dictadura de Primo de Rivera y se fue cuando a la de Franco aún le restaban seis años. Con guerra y posguerra de por medio. Se fue cuando se barruntaba la llegada del nuevo sistema nacional de salud, cuando el censo del pueblo apenas llegaba a los 150 habitantes, y el éxodo rural se encontraba en su cénit.

Perteneciente a una familia burgalesa relativamente acomodada, Luis fue el pequeño de los tres hijos que trajo al mundo el matrimonio formado por Laureano Salinas y Petronila Mendizábal.

A lo largo de su dilatada vida empresarial, Laureano Salinas Navarro (Burgos, 1859) regentó un taller de carretería en la calle Calera de la capital burgalesa, siendo también propietario de otros muchos negocios "industriales", entre los que destacamos un molino en Gamonal, una lechería en la calle de la Parra y un ventorro ("Madre Juana") en la carretera de Arcos.

La situación económica de la familia permitió que los dos hijos varones estudiaran medicina: Fernando, el mayor, en Valladolid, graduándose en 1911; Luis, el pequeño, en Valencia, haciéndolo en 1928.

Poco después de recoger el título de licenciado en medicina por la Universidad de Valencia (abril de 1929), Luis Salinas recaló como médico rural en Huérmeces; poco era lo que sabía de aquella localidad situada a unos 25 kilómetros de la capital, en la carretera de Aguilar, limítrofe ya con Los Páramos.

De todas formas, pronto comprendió que no era un mal destino para el estreno profesional de un joven médico recién licenciado. Sus posibles pacientes serían, además de los 400 habitantes de Huérmeces, los 550 de Ruyales del Páramo, Quintanilla Pedro Abarca, San Pantaleón del Páramo, Los Tremellos y Castrillo de Rucios, pueblos todos ellos situados a menos de 8 kilómetros de Huérmeces, y que conformaban lo que entonces se denominaba un "Partido Médico". Casi mil potenciales clientes, no era mala cartera para empezar.

Don Luis llegó a Huérmeces acompañado de Ascensión Santamaría Cubillo, una joven asistenta (19 años en 1929) que prestó sus servicios domésticos al médico durante el resto de su vida profesional. 

Diario de Burgos, 5 de octubre de 1933

En su arribada a Huérmeces también le acompañó otro fiel compañero, un viejo Austin 7, que resultó vital para los desplazamientos profesionales del médico. A los cuatro años de llegar a Huérmeces, el viejo auto británico debía presentar ya algún achaque, porque don Luis anunció su deseo de venderlo o cambiarlo por otro modelo similar. Durante muchos años, el Austin de don Luis fue el único "coche" del pueblo, aunque en los años cuarenta ya circulaban dos camiones, los de Ángel Valladolid y Valeriano Díez. 

Salinas utilizaba su vehículo, principalmente, para los viajes a Burgos, bien para el traslado de algún enfermo, bien para sus asuntos personales; también para visitar enfermos en los pueblos que disponían de comunicación por carretera con Huérmeces; para Castrillo y Ruyales, sin comunicación apta para vehículos a motor, utilizaba la caballería como medio de locomoción; 

El sistema sanitario en aquellos tiempos era muy diferente al que conocemos hoy en día. Desde finales del siglo anterior se venía practicando el denominado sistema de "igualas médicas", una especie de contrato entre el médico titular de un municipio o partido médico y los vecinos del pueblo o pueblos incluidos.




La duración normal de cada contrato solía ser de cuatro años, pudiendo romperse con anterioridad por parte del médico, en los plazos e indemnizaciones constatados en el documentos.

Los honorarios y obligaciones del médico comprendían dos apartados bien diferenciados:

-como titular, el médico estaba obligado a atender a los pobres de solemnidad que existieran en el municipio o municipios incluidos, así como a prestar el correspondiente servicio de inspección municipal; este concepto suponía el 40% de la totalidad de los ingresos del médico.

-en concepto de iguala, el médico cobraba una determinada cantidad de dinero, distribuida entre todos los vecinos "pudientes" (todos, excepto los pobres de solemnidad) del municipio o municipios comprendidos, por la atención médica prestada; este concepto suponía el 60% de la totalidad de los ingresos del médico.

En el contrato se fijaba la forma de pago; generalmente, se efectuaba un pago anual, fijado para la segunda quincena de septiembre, una vez finalizadas las labores de cosecha.

El médico se comprometía al traslado del enfermo a la capital, bien por su necesario ingreso hospitalario, bien por el deseo de consultar con algún profesional de la capital. Generalmente, los médicos únicamente realizaban estos traslados de enfermos a la capital en casos de extrema necesidad, ya que esta práctica suponía una merma en sus ingresos económicos. 

El Ayuntamiento debía proporcionar al médico una vivienda digna para el y su familia, así como pastos libres para una caballería y paja para la misma; y todo ello libre de impuestos y cargas municipales.

Casa del médico en Huérmeces (1955)

Hasta que en 1955 se levantó la nueva casa del médico, don Luis residió en la calle de la Solana, tanto en la luego denominada "casa del secretario" como en una casa propiedad de la familia Alonso Güemes, al lado de la anterior.

Don Luis se jubiló en diciembre de 1969, al cumplir 67 años; abandonó Huérmeces y fijó su residencia en Burgos, su ciudad natal, dónde fallecería en 1980, a los 77 años de edad.

Luis Salinas: 1ª fila, 2º por la derecha (DB-31-08-1971)


APUNTES FAMILIARES

Padres:
Laureano Salinas Navarro (Burgos, 1859-1943)
Petronila Mendizábal Zumeta (Burgos, 1864-1949)

Hermanos:

Fernando Salinas Mendizábal (Burgos, 1884-1975)
Amparo Salinas Mendizábal (Burgos, 1889-1976)
Luis Salinas Mendizábal (Burgos, 1902-1980)


NOTA: la práctica totalidad de datos biográficos han sido extraídos de diversos recortes de prensa del Diario de Burgos, editados entre los años 1915 y 1980.


BANDA SONORA

Existe un viejo tema musical, titulado Doctor, Doctor (1974) que nos viene como anillo al dedo para hacer de telonero en este pequeño homenaje al histórico médico de Huérmeces. Y es que esa doble exclamación es lo primero que se nos ocurre soltar a casi todos cuando presentimos que nuestra vida corre peligro inminente: esa leve taquicardia, ese insoportable dolor de muelas, ese desgarrador dolor intestinal, esas hemorroides nunca bien curadas... Seguramente, también "doctor, doctor" es lo primero que pensé cuando nací, ya que la cara de don Luis fue el primer rasgo humano que vislumbré al abandonar el nido materno, una fría mañana de primeros de diciembre. 

Que nadie espere una tierna canción de cuna, ni un nostálgico y bucólico canto a la sanidad rural. De hecho, este tema del grupo británico de heavy metal, UFO, es de todo menos suave. El atronador ¡doctor, doctor! que desgañita Phil Mogg, el vocalista del grupo, no responde a ningún grave problema de salud física; más bien, su "enfermedad" podría encuadrarse en ese cajón de sastre dado en llamar "de picores varios"; nada que no cure una prolongada inmersión en agua bien fría.

Así que, para nada nos importa la insustancial y "manida" letra de la canción. De hecho, casi mejor no saber inglés, porque así cabe imaginar un texto de resonancias algo más épicas, más acorde con la rotundidad de la música. Lo que nos importa son esos reiterados gritos de Mogg, esos riffs y solos de guitarra del jovencísimo Michael Schenker, (19 añitos, recién llegado de Alemania), esa poderosa sección rítmica, con Pete Way al bajo y Andy Parker a la batería... Despistando a los neófitos, el tema comienza con una ya clásica introducción melódica, en clave de balada -ejecutada en sus primeros acordes por el negociado de teclados- para pasar rápidamente a descerrajar una serie inacabable de ladrillazos rítmicos y acústicos, y así durante cuatro gloriosos minutos.

"Doctor, doctor" es un buen exponente de aquel contundente rock de los setenta, equiparable al "Don't look back" (1978) de Boston o al "Smoke on the Water" (1972) de los Deep Purple, por poner dos ejemplos. Escuchen la canción sin prejuicios anti metálicos ya que, si bien estamos ante todo un clásico del hard rock o heavy metal, si por algo se caracterizan los clásicos es porque acaban por gustar a casi todo el mundo, tanto a fieles como a conversos.