domingo, 29 de mayo de 2016

El Torreón de Huérmeces

Viene formando parte del paisaje del pueblo durante los últimos seiscientos y pico años. Cercano al puente Vega y al río Urbel, su figura emerge destacando sobre el caserío.



También denominada torre de los Padilla o del Duque de Abrantes, según las diferentes familias, estirpes y linajes por los que ha pasado su propiedad. En algunas publicaciones aparece también denominada como torre de los Pacheco, aunque parece ser que nunca perteneció propiamente a este linaje.

El torreón de Huérmeces, años 30 del siglo XX
Aunque Cadiñanos data la construcción de la torre a principios del siglo XVI, otras voces sitúan su origen mucho más atrás en el tiempo: finales del XIV o principios del XV

Son las primeras referencias históricas las que datan de principios del XVI: 1508 (reclamación de Isabel Pacheco a su hijo, el Adelantado Antonio Padilla); 1528 (manda de Isabel Pacheco a su hijo Jerónimo). En el inventario formado a la muerte de éste se describe la torre como: 

"una torre con sus eras, y que linda con eras del concejo por todas partes"








El Torreón en los años 20 (Archivo Eustasio Villanueva)
En 1774 ya figura como propiedad del Duque de Abrantes, y el entonces alcalde de Huérmeces la describía así:

"...en el término y pradera que llaman la torre hay un fuerte cuya posesión es del Duque de Abrante[s], su uso y estado no es más que la apariencia por de fuera, por dentro está toda desbaratada, aunque de tiempos antiguos muestra haber sido otra cosa...del foso, contrafoso y puente levadizo no hay más que los vestigios de lo que ha sido..."

El Torreón, años 20 del XX (Photo-Club)








De los Padilla había pasado a manos de los Duques de Abrantes gracias al matrimonio de la hija de Mariana de Padilla y Mendoza, Ana de Sande Padilla (II Marquesa de Valdefuentes) con Alfonso de Láncaster (I Duque de Abrantes)



Ya en el Catastro de Ensenada (1752) figura también como propiedad del Duque de Abrantes el molino cercano a la torre, denominado entonces de Molinduengo (del Rinconcillo en tiempos modernos).
 



En origen, la fortaleza estaba formada por una rectángulo de 13 por 10 metros, con muros de casi 2 metros de espesor. Al Oeste tuvo un cuerpo adosado del que únicamente quedan cimientos. Alrededor de la torre se supone que existía un recinto murado de 17 por 20 metros, ocupando aquélla la esquina NE de dicho recinto.


Bing Maps (Julio 2010): en blanco, contorno del recinto amurallado que rodeaba la torre (según Cadiñanos)






Hay que tener en cuenta que circunvalando sus paredes Norte y Este discurre el cauce que servía a los molinos del Rinconcillo (Molinduengo) y Las Huertas, y que dicho cauce bien pudiera haber realizado las funciones de foso protector de la torre; o bien al contrario, que tras perder la torre su función defensiva, se hubiera aprovechado su foso para hacerlo coincidir con el cauce molinar.

De esta manera, y a pesar de encontrarse en terreno llano, la fortaleza se hallaría protegida por un lado por el río Urbel y por otro lado por el foso-cauce molinar. Precisamente por este motivo, las dos paredes contiguas al cauce molinar no tenían la necesidad de disponer de un segundo recinto fortificado.




Faltan dos lienzos y toda la parte almenada de la torre; esta última desapareció a principios de los años cuarenta del siglo pasado, cuando el entonces propietario, el señor Miguel, en colaboración con un cantero de Santibáñez, decidió vender la buena piedra para su uso en la construcción de varias casas en aquel pueblo y otros de los alrededores.

Como solía ocurrir en aquellos años, poco después de producirse este lamentable desmoche, la torre fue declarada Bien de Interés Cultural (BIC, en 1949).









Al exterior, sólo varias saeteras y un vano adintelado permanecen íntegros. 

Según atestiguan algunas viejas fotografías, la torre tuvo almenas apoyadas en doble modillón.

En el interior, parece ser que poseyó sótano y cuatro plantas. En el primer piso pueden verse aspilleras de diverso tipo, bien trabajadas. En el segundo piso los vanos son más escasos, y los paramentos se estrechan notablemente.







Sobre el rehundimiento formado, así como sobre los canes todavía visibles, se apoyaron las vigas del tercer piso. En éste aparece una ventana de arco de medio punto.

En todos los lados se ven mechinales en los que se incrustaban las vigas.

La torre es de mampostería, con excelentes sillares en las esquinas, que se prolongan ligeramente por los lienzos y encuadran los vanos. El interior de los muros está relleno de cal y canto.















Como curiosidad, cabe señalar la presencia, en la pared este, de numerosas escorias procedentes de la fundición de hierro o de la incompleta combustión del carbón. No está del todo claro el objetivo de este añadido: meramente ornamental, intento de comunicar mayor fortaleza al rejunteo, mejorar el fraguado del mortero ...  


Escorias incrustadas en la masa utilizada para el rejunteo, en la pared Este de la torre




Durante el siglo XV y principios del XVI se produjo una gran expansión en el levantamiento de castillos y fortalezas, como consecuencia de la consolidación de la nobleza y la aristocratización de la oligarquía burgalesa, unido a las luchas civiles y al vacío político originado durante el reinado de Enrique IV (1454-1474) y los años posteriores a la muerte de Isabel La Católica (1474-1504).

En el caso de la nobleza (los Rojas, los López de Padilla, los condes de Castañeda...), las torres y castillos solían enclavarse en el centro de sus dominios, y respondían al modelo de castillo-palacio, provisto de una torre de homenaje y una cerca a su alrededor. Constituyen el símbolo de la autoridad que ejercen sobre los individuos y las colectividades, como avanzadillas e hitos delimitadores del espacio sobre el cual ejercen su prevalencia.

La oligarquía de la ciudad de Burgos (los Alonso de Burgos, los Salamanca, los Pardo, los Cartagena...) toma interés en estas fortificaciones por razones de prestigio social, imitando los modos de vida de la nobleza, entre los que destaca el poseer castillos y mansiones en el campo; a lo largo y ancho de toda la comarca burgalesa existían, a finales de la Edad Media, castillos y casas fuertes en 35 lugares.




En definitiva, la torre servía para recordar a los aldeanos que el señor tenía unas claras prerrogativas sobre las aldeas, entre las que destaca su intervención en la vida municipal: eligiendo a los cargos concejiles o sancionando los nombrados por los vecinos, supervisando y aprobando las ordenanzas municipales, decidiendo sobre los aprovechamientos comunales...   

Ahí están, pues, los restos del torreón de los Padilla o del duque de Abrantes, para recordarnos quien mandaba en Huérmeces hace cinco o seis siglos.





FUENTES Y NOTAS:

1. Arquitectura fortificada en la provincia de Burgos, Inocencio Cadiñanos Bardeci, Diputación Provincial de Burgos (1987) [páginas 44-46]

La arquitectura militar señorial evolucionó rápidamente a mediados del siglo XV, cuando tuvo que adaptarse a la expansión de la artillería. Las altas torres señoriales, con barbacanas y ligeras almenas voladas (torres de los Padilla en Huérmeces, los Varona en Villaute o los Velasco en Olmos de la Picaza) podían servir para defenderse de enemigos armados con ballestas y escalas, pero eran demasiado frágiles frente a los impactos de la naciente artillería, y no estaban preparadas para disparar con armas de fuego desde su interior. Por ello, a mediados del siglo XV, las torres señoriales se adaptaron al uso de la artillería reduciendo su altura, engrosando sus muros, fortaleciendo las almenas pegadas a los muros, adaptando las aspilleras al uso de armas de fuego y añadiendo barreras artilleras de protección. Todo parece indicar, pues, que la torre de Huérmeces es de construcción anterior a la mitad del siglo XV. El castillo de Olmillos de Sasamón, comenzado a construir en 1446 por Pedro de Cartagena, regidor de Burgos, puede servir de buen ejemplo para mostrar esta evolución arquitectónica. 

2. Duque de Abrantes: título creado por Felipe IV en 1642 para Alfonso de Láncaster (I Duque de Abrantes, 1597-1654), y que hace referencia al municipio portugués homónimo, perteneciente al distrito de Santarém; su actual titular es José Manuel Zuleta y Alejandro (XV Duque de Abrantes, 1960), jefe de la secretaría de la reina Letizia.

3. La primera mención a las escorias en masa de rejunteo la encontré en Memorias de Burgos, de Elías Rubio Marcos, Editorial Aldecoa, Burgos (2015) [páginas 72-73] 

4. Señores, mercaderes y campesinos. La comarca de Burgos a fines de la Edad Media, Hilario Casado Alonso, Junta de Castilla y León (1987) [páginas 388-391]




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sábado, 21 de mayo de 2016

La cantina de Valeriano y Rosario



A mediados del siglo XX, tres eran las cantinas que existían en Huérmeces:

  • En el barrio de Arriba (Arroyuelo), una cantina-tienda regentada por Felisa Arnáiz, “La Terreplena”
  • Otra al lado de la carretera, justo dónde paraba el coche de línea: la cantina de Matilde y Joaquín.
  • Y otra más en el barrio de Abajo (Vega): la cantina de Valeriano y Rosario, que durante muchos años fue también locutorio telefónico.

Quizás pudiera parecer una cantidad excesiva para una población de apenas 340 personas: una cantina por cada 113 habitantes. Pero es que una cantina en aquellos años era mucho más que un lugar en el que sirven bebidas.

Hay que recordar que una cantina no era sino un negocio complementario, en una época de pluriempleo generalizado. El cantinero o tabernero también era agricultor o ganadero, o percibía rentas por tierras, o era transportista, o taxista, o tendero…

La Cantina de Valeriano y Rosario, año 1965, cuando ya era locutorio telefónico







Rosario había nacido en Villalibado en 1920; hija de Julio Gutiérrez y Felisa Varona, naturales a su vez de Villalibado y Huérmeces, respectivamente.


Valeriano nació en Castrillo de Rucios en 1916, hijo de Benito Díez (secretario de Las Billetas durante muchos años) y Felipa Díez (maestra en Castrillo, aunque nacida en Arenillas de Villadiego).


Valeriano y Rosario vivieron unos años en la hoy denominada Casa del Juez (antiguo hospital), que por aquellos años pertenecía al padre de Valeriano.

Poco después, al nacer su segunda hija, adquirieron, rehabilitaron y se trasladaron a vivir a la casa que había servido de taller de carpintería a Ludgerico Pérez.

Y allí, en aquella casa, abrieron una cantina a mediados de los años cuarenta del siglo pasado.







Valeriano ya era por entonces un conocido transportista en la comarca, y la cantina vino a suponer un intento de diversificar ingresos, ya que el mundo de transporte era –en aquéllos años- inseguro, esclavo y escasamente lucrativo.





Curiosamente, otro de los propietarios de cantina en Huérmeces, Angel Valladolid, también realizaba por entonces labores de transportista.











 
Veinte años después de su apertura, hacia 1965, la cantina de Valeriano y Rosario se convirtió también en locutorio telefónico, al instalarse allí el único teléfono del pueblo.







Uno de los motivos que les animó a solicitar el teléfono público fue precisamente la profesión de Valeriano: era una buena manera de estar en contacto con la familia, mientras viajaba por medio país.




Para entonces, Valeriano ya había sustituido su camión por un Citröen Pato (Citröen 11 Ligero), con el que realizaba tareas más de taxista que de transportista.




Valeriano se dedicó también, durante los años setenta y primeros ochenta, a recoger leche de oveja para la empresa láctea “Quesos Angulo”, recorriendo varias rutas en los alrededores de la capital provincial, siempre a bordo de su popular Land Rover Santana.



Muchos, tanto vecinos como veraneantes, fuimos los que aprovechamos aquéllos viajes para acercarnos a Burgos “por la patilla”. Y fue precisamente en aquellos años cuando algunos comenzamos a descubrir el encanto de los pueblos de la zona apartados del recorrido del coche de línea: Ros, La Nuez, Los Tremellos, Las Celadas …




El bar como tal se cerró en 1974, pero continuó siendo el único teléfono del pueblo hasta 1985, año en el que se produjo la llegada de las primeras líneas para teléfonos particulares.


Durante sus años como simple locutorio, el local continuó en cierta manera con su función socializadora, y no faltaron sobre las mesas de mármol del extinto bar, intensas partidas de cartas entre los -cada día menos y mayores- vecinos del pueblo.


  

Valeriano también fue alcalde del pueblo durante la primera mitad de los años setenta (1970-1975); precisamente una década durante la cual Huérmeces tuvo que acometer la mayor parte de los proyectos que condicionarían su futuro inmediato: instalación de la base militar en San Vicente (1972), traída de agua (1973), concentración parcelaria (1977), fusión con el municipio vecino de Quintanilla Pedro Abarca (1978) …

Por aquel entonces, en Huérmeces ya solo quedaban abiertas dos cantinas: la de “La Terreplena” y la de Matilde y Joaquín, y esta última por poco tiempo más. Quizás algún día también podamos contar su historia.


-o-o-o-


La cantina de Rosario y Valeriano estaba al lado de la casa en la que, hasta 1969, vivió mi familia. Muchas veces cuidaron de mi hermana y de mí mientras mis padres trabajaban en el campo. Son ese tipo de cosas que no se olvidan o, al menos, no debieran olvidarse.





Para un chaval de siete años, la taberna de Valeriano y Rosario era el enlace del pueblo con el exterior: allí llegaban cosas maravillosas procedentes de más allá de la Cuesta de Mansilla: las primeras historietas por entregas, que aparecían en el Diario de Burgos, los bimbollos, los cromos, los tebeos, la gaseosa, el kaskol, todo lo que uno podría desear en aquellos años…










La cantina era también la suministradora gratuita de uno de los artefactos más exitosos en el mundo de la juguetería fortuita: las chapas. Muy cotizadas eran las de Cinzano, lo que demuestra que ya por entonces triunfaba el diseño italiano. 








Recuerdo la alegría que nos produjo a los chavales de entonces el descubrimiento del vertedero “secreto” al que se arrojaban gran parte de estos tapones de chapa: El Calero, al final del camino de Valdefrailes.


  


Agradecimientos:

A la familia de Rosario y Valeriano, en especial a su hija Ana, por permitirme acceder a viejas fotografías e historias.



sábado, 14 de mayo de 2016

Valdegabas, el vallejo de los guillomos



En este caso, a la rareza toponímica del término se une la espectacularidad del paraje: el vallejo más agreste, salvaje e inculto de todos los de Huérmeces.

Tramo medio de Valdegabas, con Itero, Valdegoba y Fuente La Hoz al fondo




Tramo medio de Valdegabas, con el arroyo activo tras una temporada de fuertes lluvias primaverales
 
Parece ser que el vocablo gaba es de origen pre-romano, con el significado de torrente, río de montaña; acepción que concuerda fielmente con las características del vallejo.

No he encontrado este topónimo en ningún otro lugar de España ni de Sudamérica. Así que nos encontramos con otro vocablo en peligro de extinción.

Fresnos en el tramo bajo de Valdegabas, creciendo sobre el lecho seco del arroyo


Dado su agreste carácter, Valdebagas es el único “val” del término de Huérmeces en el que no existe ni una sola parcela cultivada, ni camino ni sendero que lo recorra.

El río Urbel a la altura del segundo puente de Fuente La Hoz: el arroyo de Valdegabas llega seco, tras filtrarse sus aguas

El Urbel a la altura del área recreativa de Fuente La Hoz, al poco de su confluencia con el arroyo seco de Valdegabas


El acceso por su zona inferior se ha visto facilitado por la construcción, a finales de los años setenta, de los dos puentes peatonales a la altura de Fuente La Hoz.

Ortofoto de Bing Maps; el arroyo de Valdefrailes describe una "S" asimétrica en su discurrir por Valdegabas
Valdegabas no es sino el desagüe del amplio vallejo de Valdefrailes. Este discurre en un eje NW-SE, pero en su tramo final, el arroyo que lo forma, al encontrarse con la importante barrera de terrenos arenosos formados en el límite con Cotillos, se ve obligado a horadar las duras calizas de las estribaciones meridionales de San Vicente, trazando una “ese” asimétrica hasta desembocar en el Urbel escasos metros al norte de Fuente la Hoz.

El amplio vallejo de Valdefrailes y el arranque de su continuación: Valdegabas


El arroyo de Valdefrailes, al llegar a la altura de la chopera homónima, gira al Este y se interna en el vallejo de Valdegabas
Ladera meridional de San Vicente, cayendo sobre Valdegabas en su tramo alto

Agua en el tramo medio del arroyo de Valdegabas


Pequeño salto de agua en el curso medio de Valdegabas




Las aguas del arroyo llegan al Urbel únicamente en episodios de lluvias torrenciales, ya que en condiciones normales aquellas se sumen a mitad o a dos tercios del recorrido total del vallejo, reapareciendo en la fuente estacional de La Serranilla, en el afloramiento rocoso contiguo al río. 



Otro pequeño salto de agua























Tramo final del vallejo, al alcanzar el paraje de Fuente La Hoz; endrinos en flor ocupan el fondo del vallejo


Otro pequeño salto de agua, esta vez en el  tramo alto del vallejo


La fuente de La Serranilla, si es que continúa activa, se encuentra completamente cubierta de maleza, lo que hace casi imposible el acceso a ella.


En sus apenas 750 m de recorrido por Valdegabas, el arroyo de Valdefrailes salva un desnivel de 50 metros, lo que ocasiona pequeños saltos de agua y pozas no muy profundas, horadadas en las calizas por el repetido golpeteo del agua.


A primeros de mayo, las laderas de la mitad inferior de Valdegabas se ven adornadas por la profusa floración blanquecina de los guillomos (Amelanchier ovalis), componiendo una bella estampa, contrastando con el verde oscuro de las dispersas encinas, sobre todo cuando los rayos de sol primaveral inciden sobre el vallejo.

Guillomos en flor en las laderas orientadas al Sur, en la zona baja de Valdegabas, contigua a Fuente La Hoz
El guillomo es un arbusto que crece hasta unos 3-4 metros de altura máxima, y que se extiende por gran parte de las zonas montañosas del centro, oeste y sur de Europa, norte de Africa, Asia Menor y la zona del Caúcaso.

Guillomo en flor

Se trata de una planta leñosa bastante rústica, a la que le agrada la exposición soleada, aguantando también en semi umbría; es resistente al frío y con muy pocas exigencias en cuanto a suelo, aunque con claras preferencias por los terrenos calizos.



Guillomo en la falda de Itero, enfrente de la Peña Rallastra
Crece en lugares rocosos, peñascales, laderas pedregosas, sobre todo sobre sustratos calcáreos.

Sus flores, que aparecen al mismo tiempo que las hojas, poseen una corola blanca formada por 5 pétalos (a veces 6 o 7); sus ramillas jóvenes son tomentosas.

Sus frutos, denominados guillomas, son pequeños (5-11 mm), de color negruzco o azul oscuro, y su carne es dulce y comestible, por lo que son muy apreciados por aves, herbívoros y algunos humanos. Es aconsejable realizar su recolección cuando el fruto esté muy maduro, ya que el sabor resulta más dulce; y mejor aún, se puede dejar secar una vez recolectado, para consumirse como pasa.

Detalle de guillomo en flor; al fondo, la Peña Rallastra
Su espectacular y aromática floración blanca ocasiona que sea una planta muy apreciada en jardinería, habiéndose desarrollado variedades con floraciones y portes específicos para ornamentación.

El color otoñal de su follaje (amarillento con tonalidades anaranjadas) también resulta muy apreciado en parques y jardines.

En Cataluña, Valencia y Aragón eran muy apreciadas sus propiedades medicinales. Se utilizaba tanto para "rebajar la sangre" (hipotensor) como febrífugo, incluso para diversas "afecciones de la vejiga".

Parece ser que es una planta muy rica en ácido cianhídrico y en aceites esenciales (betulinol).

Su madera es densa y dura, pero sin aprovechamiento posible por su escaso desarrollo; su leña es de buena calidad.

En España crece en casi todas las zonas montañosas, excepto en Galicia.

En Burgos está presente en casi toda la provincia excepto en su cuadrante suroccidental, aunque siempre resulta más abundante en las montañas calizas del norte que en el sur. En Huérmeces y alrededores resulta relativamente frecuente, prosperando en todas las zonas montañosas de la comarca. Aparte de Valdegabas, encontraremos fácilmente guillomos en las laderas meridionales de casi todos los vallejos pedregosos de Huérmeces: Buzón, Valdegoba, Valdetope, Fuente La Hoz, Buentudanca...

La denominación científica (Amelanchier ovalis) viene del vocablo provenzal amelancier (nombre dado a su fruto) y del latino ovalis-e, en referencia a la forma oval de sus hojas.