miércoles, 15 de julio de 2015

Un Monte Rushmore en Los Ordejones




En las montañas Black Hills de Dakota del Sur existe un conocido y monumental conjunto escultórico denominado Monte Rushmore.

Tallados en granito, entre 1927 y 1941, los rostros de 18 metros de altura de los presidentes estadounidenses Georges Washington, Thomas Jefferson,  Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln, representan los primeros 150 años de la historia de los Estados Unidos de América.



Fueron esculpidos por el escultor estadounidense de origen danés Gutzon Borglum, con la ayuda de 400 trabajadores, 12 toneladas de dinamita y casi un millón de dólares de la época.

El lugar fue cuidadosamente escogido, orientado al sureste, de forma que la luz del sol incidiera claramente en los rostros. Los Lakota, la tribu local de indios sioux, siempre ha considerado que les fue usurpado un lugar sagrado para ellos.



Cada cabeza mide 18 m de altura y, en promedio, la nariz de cada una mide 6 m de largo, la boca 5,5 m de ancho y los ojos 3,4 m de un extremo al otro. Para dar carácter y expresión a los rostros en esa escala, Borglum dio a los ojos un destello de vida dejando una columna de granito de unos 56 cm de largo a modo de pupila, que la luz del sol hace resaltar contra la sombra que ésta forma.

El monumento ha sido utilizado en múltiples ocasiones por la cultura popular estadounidense, hasta el punto de convertirse en uno de sus iconos identitarios.

Así, por ejemplo, aparece en la escena final de la película Con la muerte en los talones (1959) de Alfred Hitchcock. Y en la de Tim Burton, Mars Attacks! (1996), un ovni esculpe marcianas caras en el Monte Rushmore, reemplazando los bustos de los presidentes.


En la portada del disco In Rock (1970) de la banda británica Deep Purple, aparecen en la roca las caras de los cinco componentes de este grupo de hard rock, nunca mejor dicho.


El mantenimiento del monumento también constituye un desafío para los conservadores, ya que requiere escalar la montaña para limpiar las esculturas, eliminando vegetación, líquenes y hongos.

El monumento es visitado por unos dos millones de personas al año.



Todo esto está muy bien. Grandioso y tal, como casi todo lo norteamericano. Este rollo viene a cuento para, en un intento de economía comparativa, contar como se consigue realizar algo similar aquí, en Europa, en un recóndito lugar de la Vieja Castilla.

A unos 27 km al NW de Huérmeces, justo encima de un pueblo llamado Ordejón de Abajo, existe un aislado farallón calizo que tiene por nombre Peña del Castillo.

Esculpida sobre calizas turonienses, esta enorme roca desgajada de la lora de La Ulaña, posee una belleza salvaje que solo el paso del tiempo, mucho tiempo, es capaz de conseguir.

Peña del Castillo, Los Ordejones, por la mañana (10:30), desde la parte alta de Ordejón de Arriba

Su talla duró unos cuantos millones de años, y en ella intervinieron únicamente cuatro o cinco trabajadores, con contrato basura y a tiempo parcial, según la temporada: el Frío, el Calor, el Agua, el Hielo y el Viento.

Al Erario Público no le supuso gasto alguno, ni fue necesaria la participación de la iniciativa privada. 

No se conoce diseñador oficial, por lo que suponemos que su aspecto actual es puro azar.

Los rostros que aparecen en la roca, dos o tres según la altura que tenga el Sol en el momento de la observación, pueden representar a quienquiera que la imaginación de cada uno desee: un ex-presidente del gobierno particularmente odiado o estimado, un viejo amor, la encarnación del diablo, una aparición mística…

El rostro de la derecha, de rasgos vagamente picassianos, es observable desde varias orientaciones y casi a cualquier hora del día. Los otros dos –algo goyescos ambos- que aparecen a la izquierda, ya dependen más de la incidencia de la luz solar y del lugar preciso que ocupe el observador.

La Peña, algo más tarde (13:30), y desde la parte baja de Ordejón de Arriba: casi desaparece el rostro de la izquierda y se retuerce el del medio

La peña solo es accesible por una estrecha canal en su cara noreste, y las vistas que ofrecen los 1135 metros de su cima son impresionantes: Peñas Amaya y Albacastro al NW, La Ulaña al NE, Peña de Santa Cruz al S y, al fondo, la planicie de Villadiego.

En su vecina y madre Peña Ulaña se localiza uno de los más extensos asentamientos de la II Edad del Hierro de todo el continente europeo, y en la propia Peña del Castillo se localizó otro castro, este de pequeña extensión.

A pesar de que una colonia de buitres frecuenta el lugar, La Peña no necesita mantenimiento alguno, siendo suficiente el agua de lluvia para la limpieza de las deyecciones de las aves.

No tiene muchos visitantes La Peña. Algún caminante que realiza el recorrido de La Ulaña que parte del cercano Molino de Bernabé. Los ciclistas de montaña que cada agosto participan en la prueba BTT Portillo del Infierno. Y poco más.

Su silueta no ha aparecido, que yo sepa, en película alguna, ni siquiera en un documental de La 2. Tampoco conozco portada alguna de disco que haya aprovechado sus rotundos perfiles, aunque quizás pudiera interesar hacer algo así a bandas tipo la pucelana Celtas Cortos, por ejemplo (por eso del castro celta …)

La Peña del Castillo, una especie de Monte Rushmore en el corazón de la Vieja Castilla. Otra manera de hacer las cosas. Y sin cabrear a tribu autóctona alguna.


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