sábado, 25 de noviembre de 2017

Breve historia de una casa: 1882-2017



Pudiera dar la impresión de que este es un post dirigido principalmente al entorno familiar de quien lo escribe. No es esa su intención, ya que si bien esta es la pequeña historia de una casa en concreto, también pudiera serlo de muchas otras casas levantadas en este pueblo o en cualquiera de los del entorno. Casi todas ellas resultarían sorprendentemente parecidas: cambiarían nombres, quizás también algunos apellidos, puede que fueran necesarios algunos ajustes en las fechas, pero en lo fundamental variarían poco. Describirían, básicamente, el largo proceso -un siglo- durante el cual la casa es testigo del tránsito de una vida campesina a otra ociosa o vacacional.

A lo largo de sus 135 años de historia, esta casa escuchó comentar como pasaban reyes, regentes, presidentes de república, caudillos y, de nuevo, más reyes. (1) Pero sobre todo contempló como trascurría la vida de cinco familias de labradores, siendo testigo de alumbramientos y defunciones, disgustos y reconciliaciones, tragedias y comedias, ... tiempos de siembra y de cosecha, de pedriscos y asuradas, de rosarios, novenas y villancicos...

PRIMEROS INQUILINOS

La casa se levanta sobre un solar de 150 metros cuadrados de superficie, situado en el barrio Arroyuelo, en la pequeña plazoleta que rodea a la fuente allí situada. Según reza sobre el dintel del ventanuco central del desván, la casa se concluyó en 1882; y según reza la leyenda familiar, parece ser que su construcción fue la causa principal de la ruina de su primer dueño, Narciso Varona Ubierna.




En aquellos años postreros del siglo XIX, aún bajo el predominio absoluto de una economía agraria de mera subsistencia, el embarcarse en la construcción de una casa nueva, en piedra de sillería, suponía para el labrador afrontar un riesgo importante, dependientes como eran sus ingresos de la bonanza climatológica de las próximas campañas y de la consiguiente calidad y cantidad del grano cosechado.

Es cierto que, durante las décadas anteriores, se había producido cierta mejoría de la situación económica en la Castilla rural, originada sobre todo por las sucesivas leyes de desamortización (2), que supusieron importantes cambios en la titularidad de bienes hasta entonces pertenecientes a la iglesia y a los municipios, posibilitando el acceso a la propiedad de tierras e inmuebles a pequeños labradores.


Apenas puede leerse "EDIFICADA 1882"


Durante la segunda mitad del siglo XIX, la población de Huérmeces apenas superaba los 400 habitantes. (3) La baja calidad de las construcciones existentes, junto con esa pequeña mejoría en la situación económica de algunos labradores, posibilitaron que algunas familias pudieran realizar ciertas mejoras en las condiciones de habitabilidad de sus casas, e incluso que se embarcaran en la construcción de una nueva.

Narciso, natural de Huérmeces, era el segundo de los seis hijos de Victoriano y María. Pocos años años antes de la construcción de la casa, Narciso había contraído matrimonio con Eulalia Recio Bañuelos, natural de Moradillo del Castillo.

Tras el nacimiento de los dos primeros hijos de la pareja, Bernardo (1878) y Felisa (1881), pensaron que era el momento de arriesgarse en la construcción de una nueva vivienda. Por lo tanto, cabe suponer que Isabel, la tercera y última de sus hijos, fue el primer nacimiento que se produjo en la nueva casa. Corría el año 1892. También es de suponer que los padres de Narciso vivieran en la misma los últimos años de su existencia, pero no hemos encontrado evidencia alguna al respecto.

La casa, de poco más de 13 metros de fachada orientada al Este, consta de dos plantas y desván. Fue ejecutada en buena sillería de piedra caliza, con puerta central adintelada, e inicialmente contaba con dos ventanas en la planta baja, tres en la primera, y tres ventanucos en el desván.




En su pared lateral, orientada al norte, de 10 metros y medio de fondo, se presentan cuatro pequeñas ventanas, así como una puerta, también adintelada, que daba acceso directo a las cuadras.

La distribución interior de la casa era la habitual para una vivienda de agricultores de aquella época. En la planta baja, zaguán o portal, trojero, cuadras y corte. En la primera planta, dormitorios, cocina y pajar. En el desván, palomar, trojero y trastero.

Años más tarde, la casa se amplió al levantarse una construcción anexa, de unos 80 metros cuadrados de superficie, que cumpliría con las funciones de cuadra, pajar, patio interior y almacén de aperos.

En 1894, doce años después de la construcción de la casa y de la ruina de su dueño, Narciso figura como propietario de uno de los varios molinos con que contaba Huérmeces, por lo que cabría suponer que su situación de penuria económica hubiera llegado a su fin.




En 1904, sin embargo, Narciso aparece como vendedor de una finca propiedad de su esposa; la parcela, sita en el paraje denominado Prado, tenía una capacidad de 22 celemines, y se vendió por un importe de 500 pesetas. Un labrador que vende una finca, y más si está situada en un buen paraje, podría ser síntoma de que su economía no andaba muy boyante. Quien sabe.

Por otra parte, Narciso debió de ejercer como juez de paz o figura similar durante el último tercio del siglo XIX, ya que en la casa aparecieron ejemplares de las quince declaraciones de nacimiento consignadas en el pueblo durante el año 1879.  Quince bautizos en un año 


Postigo de la antigua puerta de madera, sustituida por una de chapa en 1965


Narciso falleció en 1921, por lo que cabe suponer que la suya sería la primera de las ocasiones en las que la casa cumpliría con su papel de última morada, en un tiempo en el que la gente nacía, vivía y moría en casa, a falta de hospitales y sistema de seguridad social alguno.

Suponemos que la electricidad llegó a Huérmeces hacia el año 1910. El pueblo se encontraba dentro del recorrido de la línea que se tendió desde la central eléctrica "El Porvenir de Burgos", situada en Quintanilla-Escalada, hasta la capital provincial. Únicamente algunas casas se engancharon a la línea, y solo para disponer de una ténue bombilla en una de las estancias de la misma. En todo caso, supongamos que la casa dispuso de corriente eléctrica a lo largo de la segunda década del siglo XX. Sin duda que este acontecimiento supuso un cambio importante para las costumbres de sus moradores, y la casa lo percibiría. Sobremesas nocturnas más largas, quizás. 

De todas formas, y durante muchos años aún, las cuadras y el resto de las estancias secundarias de la casa contarían únicamente con la iluminación de candiles y carburos. Y las noches continuarían siendo largas, y oscuras. Quizás más pródigas en conversaciones, más ávidas de cuentos y chascarrillos.
 

En la puerta de las escaleras aún puede leerse, casi cien años después: "Eduardo Perez"


SEGUNDOS INQUILINOS

En 1921, tras el fallecimiento de Narciso, la casa pasó a manos de su hija Isabel Varona Recio, casada por entonces en segundas nupcias con Eduardo Pérez Alonso; en la casa nacieron sus cuatro hijas (Amelia, Ángela, Teresa y Purificación); en 1931 falleció en la casa Eulalia, la viuda de Narciso. Isabel y Eduardo vivieron en la casa durante unos once años (1921-1931), tras los cuales se trasladaron a una casa en la calle de la Plaza.


TERCEROS INQUILINOS

Bernardo Varona Recio, el mayor de los hijos de Narciso y Eulalia, había contraído matrimonio en 1902 con Constantina García Villalvilla. Residían en la denominada "casa de arriba" (calle Real nº 14), y allí vivían durante los veinte años en que trajeron al mundo a sus diez hijos (1904-1923). Constantina falleció joven, en 1928, a los 47 años de edad.  Hacia 1931, a los pocos años de enviudar, Bernardo y los seis hijos que aún permanecía en el hogar familiar (Narciso, Bernardo, Constantina, Jesús, José y Petra) se trasladaron a esta casa ("la de abajo", Calle Real 31). Los otros cuatro (Fermín, Dolores, Abdón y Ángel) ya habían abandonado la casa y algunos, incluso, el pueblo.

Bernardo fue alcalde del pueblo durante la primera mitad de los convulsos años treinta del siglo XX. En estos años, al igual que sucedió en muchas otras casas del pueblo, se construyó la gloria, pequeña estancia en la que a partir de entonces las familias campesinas pasarían gran parte de su tiempo casero, sobre todo en invierno.

Cuando finalizó la guerra civil, además de los cuatro hijos de Bernardo y Constantina que previamente habían abandonado el pueblo, lo hicieron otros dos; los cuatro restantes se quedaron en Huérmeces, ejerciendo de labradores de manera muy similar a la que lo habían hecho sus ancestros. 

Por otra parte, en aquellos años se produjo el fenómeno de la popularización de la radio en el medio rural, lo que supuso que la cantidad y calidad de la información que llegaba al campesino aumentara considerablemente; dicha información, hasta entonces estaba casi completamente constreñida al contenido del único ejemplar de diario que llegara al pueblo, así como a lo que tuvieran a bien manifestar las sempiternas fuerzas vivas que en todo pueblo existían: principalmente, el cura y el médico, que eran los que podían permitirse (por poder adquisitivo y nivel cultural) abonar la suscripción a alguno de los diarios o gacetas de la época. (4)


A partir de entonces, la casa escucharía a sus nuevos inquilinos – sonoros únicamente- hablar de temas que le eran desconocidos hasta entonces: partes de guerra, boletines meteorológicos, estraperlos, guerras en Europa, consultorios sentimentales, petróleo en los páramos...





En aquellos años, Bernardo también era propietario del entonces denominado Palacio de Arriba, hoy Palacio de Huérmeces, ayer Palacio de la Belén, mucho antes Palacio de los Salamanca o Alonso Maluenda. Esta enorme construcción se encontraba en un estado de ruina inminente, aunque disponía de una espléndida huerta y de una buena finca aneja.

En una ventana interior de la casa, de las que servían para iluminar las antiguas cuadras orientadas al patio, aún sobrevive alguna piedra con decoraciones sencillas, a base de bolas y puntas de flecha; piedras que seguramente proceden de alguna de aquellas arruinadas estancias del palacio, y que fueron reutilizadas en la casa.
 

CUARTOS INQUILINOS

En 1945, Jesús Varona García, el octavo de los hijos de Bernardo y Constantina, contrajo matrimonio con Eliecer Varona Ortega, y la pareja pasó a vivir en la vieja casa, junto con Bernardo, hasta el fallecimiento de éste, en 1963. Allí nacieron los tres hijos de la pareja. Era la cuarta familia de labradores que habitaba la casa, y sería Aurelio (1952), el tercer hijo de Jesús y Eliecer, el último nacimiento que se produjo en la misma.

Fueron años difíciles, posteriores a la guerra y previos a la mecanización generalizada de las labores agrícolas. Tiempos de trabajar la tierra con bueyes, prácticamente igual que lo habían hecho sus padres, sus abuelos o sus bisabuelos.



Piedra esquinera de la casa



QUINTOS INQUILINOS

Narciso
, quinto hijo de Bernardo y Constantina, adquiere la casa en 1964, tras el fallecimiento de su padre. Poco tiempo después, Narciso y su mujer, Leonila, se mudan a esta casa. Para entonces, casi todos sus hijos habían abandonado ya el pueblo. Y ninguno de los que aún no lo había hecho se quedaría de labrador en Huérmeces.

Hasta su jubilación, en 1975, Narciso y Leonila continuaron trabajaron la tierra con bueyes, ya que el inicio de la mecanización les llegó a una edad en la que invertir en maquinaria, sin relevo generacional alguno, carecía de sentido. De manera que la vieja cochera de la casa no llegó a cobijar tractor alguno, no llegando a respirar los fuertes efluvios oleosos que expelían aquellos viejos cacharros.

En 1973, a consecuencia de la llegada del agua corriente al pueblo, la mayor parte de los vecinos acometieron importantes reformas en las casas, sobre todo en lo relativo a baño y cocina. Esto originó la apertura de una nueva ventana en la planta baja de la fachada principal. El agua corriente llegó a Huérmeces cuando su censo ya se había visto radicalmente mermado, pero supuso la mayor mejora experimentada nunca en las condiciones de vida de la población rural.  

La desaparición de los animales de labor y de cría supuso para la casa un acontecimiento casi tan importante como la llegada del agua. La pareja de bueyes, el pequeño rebaño de ovejas, el puñado de cabras y el solitario cochino constituían un componente esencial del peculiar aroma que se respiraba en las casas labradoras. Con la llegada de la mecanización, los labradores se fueron desprendiendo poco a poco de toda la cabaña ganadera, mejorando considerablemente las condiciones de salubridad e higiene de las viviendas. A cambio, se perdió el aporte calorífico de las bestias y, lo más importante, se acabó con la principal fuente de estiércol con la que abonar las tierras. El abonado químico sustituyó al animal, con las consecuencias de todos conocidas.   

A principio de los años setenta, la llegada generalizada de la televisión a los hogares supuso una modificación radical en la manera de consumir el tiempo de ocio, principalmente el que trascurría al calor de la gloria, sobre todo en los meses de otoño e invierno: la televisión acabó por ganar la partida a los juegos de naipes, a la radio y al mero conversar. Aunque también es cierto que la casa amplió considerablemente la gama de voces y melodías que escuchaba asiduamente.
 

Piedra caliza del páramo, el material constructivo de aquellos años (fachada principal de la casa)


Durante varios veranos entre finales de los sesenta y principios de los setenta, hasta cuatro familias llegaron a compartir la casa durante los meses veraniegos: los abuelos y las familias de tres de sus hijas. Unas 14 personas en total. Y en aquellos tiempos, el veraneo duraba un mes para los adultos y dos meses y pico para los niños. No deja de tener su mérito que todos sobreviviéramos a aquellos veranos en los que la casa del pueblo se transformaba en una especie de campamento colonial.

En aquellos años, alguno de los hijos también acudiría al pueblo a pasar las navidades con los abuelos. Navidades en las que nevaba, se cortaba un pino joven como árbol de navidad, y se pasaba el tiempo jugando a las cartas al calor de la glorieta.

Narciso falleció en 1982, en la vieja casa, cerrando de esta manera el capítulo primero y más extenso de su historia: los cien años durante los cuales aquella fue ocupada, ininterrumpidamente, por cinco familias campesinas.


DE CASA DE LABRANZA A CASA DE HOLGANZA 

En años venideros, la casa pasaría a ser, como tantas otras, una segunda residencia, ocupada -únicamente durante las vacaciones estivales- por buena parte de los muchos descendientes de Narciso y Leonila.

Poco después de fallecer los padres, los hijos acometieron una reforma de la distribución interior de la casa, de manera que cada familia dispusiera de sus correspondientes habitaciones, baño y cocina.

Tras muchos avatares, la casa acabó por pertenecer únicamente a dos de las hijas de Narciso y Leonila: Carmen y Elisa. Durante unos trece años (1995 – 2008) la casa sería utilizada como vivienda semestral, desde junio hasta navidad, huyendo del calor de Madrid y al calor de la cercanía de otros familiares que también pasaban parte de su jubilación en el pueblo. 

En 1999 se realizó la última y más importante de las reformas sufridas por la casa. Consistió en la rehabilitación total de la cubierta -que aún era la original del edificio- junto con la reforma de lo que antes eran cuadras y pajar, y en la ampliación, saneamiento y hormigonado del viejo patio y la antigua cochera.


A caballo entre tres siglos, catorce décadas contemplan ya a esta vieja construcción. Quién sabe cuantos años más resistirán sus paredes; si su chimenea será respetada por rayos y centellas; si su cubierta soportará incendios o copiosas nevadas; si su glorieta seguirá siendo prendida algunos días de otoño; si bajo su alero aún anidarán golondrinas y aviones, ... quien sabe.

Quién sabe qué personas la disfrutarán en los veranos del incierto futuro climático; quizás se convierta en la última morada de algún jubilado o quizás se reconvierta al también impredecible negocio del turismo rural del siglo XXI.

O tal vez, tal y como sucede con muchas casas en Huérmeces y en el resto de los pueblos del entorno, únicamente sea ocupada -hiperocupada- en la semana de las fiestas, permaneciendo el resto del año en la más absoluta soledad.


QUÉ SERÁ DE ESTA CASA CUANDO YO NO ESTÉ

Seguro que este pensamiento pasó por la cabeza, o incluso por la garganta, de alguno de mis ancestros, en algún momento concreto de su existencia: después de una larga enfermedad, después del fallecimiento del cónyuge o después de una seria desavenencia familiar. Seguro que también, más pronto que tarde, ese mismo pensamiento pasará por la cabeza, o incluso por la garganta, de alguno de nosotros.

Claro que, para entonces, serán muchas las ocasiones en las que la casa haya tenido motivos más que de sobra para haber pensado: "qué habrá sido de ellos cuando yo no esté, cuando yo solo sea escombros y recuerdos".





NOTAS:


(1) Alfonso XII (1874-1885); María Cristina de Habsburgo-Lorena (1885-1902); Alfonso XIII (1902-1931); Niceto Alcalá-Zamora (1931-1936); Manuel Azaña (1936-1939); Francisco Franco (1939-1975); Juan Carlos I (1975-2014); Felipe VI (2014-) 

(2) En especial, la Ley de Desamortización General de 1855, también conocida por el nombre de su impulsor, Pascual Madoz, y que estuvo vigente hasta 1924. Esta desamortización originó que se pusieran a la venta muchas propiedades municipales y bienes de la iglesia, lo que posibilitó acceder a la propiedad a algunos labradores que dispusieran de suficiente efectivo; los ayuntamientos, por su parte, tuvieron que vender gran parte de sus propiedades (terrenos comunales, terrenos de propios, molinos, etc.) y con ello perdieron una tradicional fuente de ingresos (las rentas procedentes de los arrendamientos de bienes de naturaleza rústica, sobre todo).

(3) Población de Huérmeces durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX: Censo de 1857: 413 habitantes (208 varones y 205 mujeres); Censo de 1877: 381 habitantes (187 hombres y 194 mujeres); Censo de 1887: 406 (208 y 198); Censo de 1897: 412 (206 y 206); Censo de 1910: 430 (218 y 212). 

(4) Dos ejemplos de "fuerzas vivas" locales; uno conservador y otro progresista: Florentín Díaz-Ubierna, cura párroco de Huérmeces entre 1852 y 1899 (y administrador de fincas), aparece como suscriptor del diario tradicionalista "El Siglo Futuro" (nº 4335, de 17 de agosto de 1889); Rogelio Pérez, médico de Huérmeces entre 1902 y 1913, era un miembro destacado del movimiento esperantista, así como un activo colaborador con la prensa escrita de la época, llegado incluso a publicar algún libro, como el titulado "El malestar de la clase médica" (Revista de Sanidad Militar nº 4, 15 de febrero de 1912). 




Huerta del Palacio de Arriba o de los Alonso Maluenda (c.1916); sentados: Narciso Varona Ubierna y Eulalia Recio Bañuelos, fundadores y primeros inquilinos de la casa; de pie, a la izquierda: Bernardo Ubierna Fontúrbel e Isabel Varona Recio; de pie, a la derecha: Bernardo Varona Recio y Constantina García Villalvilla, los terceros moradores (Fotografía cortesía de Aurelio Varona)




APUNTES FAMILIARES:

Victoriano Varona Alonso (Huérmeces, 1828 - 1902) y María Ubierna Alonso; seis hijos: Lucía, Narciso, José, Guillermo, María y Benito. 

1. Narciso Varona Ubierna (Huérmeces, 1848 - 1921) y Eulalia Recio Bañuelos (Moradillo del Castillo, 1853 - Huérmeces, 1931); tres hijos: Bernardo, Felisa e Isabel. 

2. Isabel Varona Recio (Huérmeces, 1892-1962) y Bernardo Ubierna Fontúrbel (Huérmeces, 1888-c.1918); dos hijos: Clementina y Serafín; en segundas nupcias, Eduardo Pérez Alonso (Huérmeces, 1900-1981); cuatro hijas: Amelia, Ángela, Purificación y Teresa.

3. Bernardo Varona Recio (Huérmeces, 1878 – Burgos, 1963) y Constantina García Villalvilla (Huérmeces, 1881 -1928); diez hijos: Fermín, María Dolores, Abdón, Angel, Narciso, Bernardo, Constantina, Jesús, José y Petra. 

4. Jesús Varona García (Huérmeces, 1918 – Burgos, 2009) y Eliecer Varona Ortega (Huérmeces, 1925 – Burgos, 2017); tres hijos: María Gloria, Elena y Aurelio. 

5. Narciso Varona García (Huérmeces, 1910 - 1982) y Leonila Alonso Villalvilla (Huérmeces, 1910 – Barcelona, 1983); seis hijos: Constantina, María Begoña, María del Carmen, Jesús, José y Elisa.



De los 10 hijos de Bernardo y Constantina, cuatro vivieron en Huérmeces la mayor parte de su vida; los seis restantes se establecieron en Barcelona, Bilbao, Burgos y Pamplona.



Ninguno de los 24 nietos de Bernardo y Constantina se quedó en Huérmeces. En la actualidad residen en: Alemania, Barcelona, Burgos, Canadá, Chad, Guipúzcoa, Madrid, Navarra y Vizcaya.



Por su parte, los 38 bisnietos de Bernardo y Constantina residen en la actualidad en: Alemania, Barcelona, Bruselas, Burgos, Canadá, Canarias, Cantabria, La Coruña, Guipúzcoa, Madrid, Navarra y Vizcaya.





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