sábado, 23 de agosto de 2025

El Rinconcillo de Moisés (Huérmeces, 1926)


En un post anterior se publicó un monográfico relativo a las fotografías que el cura Moisés realizó en Huérmeces cien años ha. Fotografías que constituyen un valiosísimo testimonio gráfico del Huérmeces de antaño:

Moisés Díez Martínez, el cura que fotografió Huérmeces en 1925

Por motivos que desconocemos, en aquel lote de placas fotográficas de cristal no se encontraba la que hoy presentamos que, además, resulta ser una de las más valiosas y evocadoras, tanto desde el punto de vista artístico como del testimonial.

Justo ahora, cien años después de que el cura Moisés disparara aquella espléndida instantánea, Rosa María Hidalgo Fontaneda ha realizado una interpretación pictórica (acuarela y rotulador de punta fina) que no desmerece en absoluto de la categoría plástica observada en la fotografía original.


El Torreón, el molino y los lavaderos del Rinconcillo. Rosa María Hidalgo (2025)


EL ORIGINAL PUNTO DE VISTA

La fotografía está realizada desde la entonces despejada orilla derecha del cauce molinar de Los Abares, aguas abajo del Puente Vega, justo enfrente de los lavaderos del Rinconcillo, cuyas lanchas de piedra aparecen nítidamente al otro lado del cauce. Un punto de vista sorprendentemente original con respecto al utilizado en otras fotografías contemporáneas del torreón y zonas aledañas.

En nuestros días, la abundancia de especies leñosas de galería haría imposible dicha vista desde el mismo punto del abandonado cauce de Los Abares. Hace mucho tiempo que los ganados dejaron de ramonear por márgenes y riberas, y el aprovechamiento humano de ramas y leña fina declinó al compás del declive de cocinas, pucheros, hornos de leña, glorias y braseros.


LA COMPOSICIÓN

Una arruinada torre originaria de finales del siglo XIV o principios del XV, un humilde molino íntimamente ligado a los fundadores de dicha casa-fuerte, un cauce molinar vivo, unos chopos deshojados, unas lanchas de lavar que se sumergen ligeramente en el agua, y un cura que lee. Un auténtico compendio de añejas referencias farolas: los poderosos señores del lugar, la importancia molinar del pueblo, los campos de cultivo, el elemento popular en forma de lavadero y la entonces poderosa Iglesia.

Estamos, pues, ante la fotografía perfecta del Huérmeces de principios del siglo XX, ya que aúna los restos de un pasado esplendoroso con una naturaleza dura y generosa a la vez, que si bien hiela campos y huertas, también proporciona pastos, sombra, leña y agua; y, por encima de todo, mejor dicho, a la derecha de todo, el factor humano, en forma de joven presbítero, con birreta (o bonete) en la cabeza, libro en las manos y, seguramente, rosario en el bolsillo derecho de su sotana.


EL TORREÓN

Sabemos que hubo más torres y casas-fuertes en el Huérmeces de los siglos pasados. Apenas a 200 m al norte del Torreón, en el paraje de Santa Cristina, existió una torre de dimensiones similares, y cuyos cimientos pueden aún apreciarse en fotografía aérea. Sabemos que tuvieron torres y casas-fuertes en Huérmeces familias tan solariegas como los Arriaga, Velasco y de la Vega.

Lo que está claro es que solo ha llegado a nuestros días el denominado Torreón, que perteneció a linajes tan destacables como los Padilla y los Duques de Abrantes. El Torreón fue fundado por alguno de los descendientes de Lope Díaz de Rojas, señor de behetría en el Huérmeces de mediados del siglo XIV, y cuyo nombre aparece en el famoso Libro Becerro de las Behetrías (1352).

El Torreón de Huérmeces

Sus dimensiones (10x14 m), el grosor de sus muros (1,90 m) y la calidad de sus sillares convirtieron a la vieja torre en un objeto de deseo, sobre todo tras la caída del Antiguo Régimen. No sabemos cuando se derribaron los lienzos occidental y meridional, aunque suponemos que la fecha no estaría muy alejada de la década de los años treinta del siglo XIX.

Lo que sí sabemos es cuando se procedió a derribar las almenas y modillones que remataban la torre en los dos lienzos supervivientes. A principios de la década de los cuarenta del siglo XX, el entonces propietario de la torre, Miguel Díaz Martínez, procedió a la venta de aquellas espléndidas piedras a un cantero de Santibáñez.

Queremos pensar que varias casas de Huérmeces, Santibáñez y otros pueblos del entorno contienen piedras del Torreón. Así es la ley del perpetuo reciclaje de los buenos sillares; ayer formando parte de una poderosa torre, hoy quizás sirviendo para cercar una era, un corral o una casa levantada en los años cuarenta.


EL MOLINO DEL RINCONCILLO

En el Catastro de Ensenada (1752), este pequeño molino aparece denominado con el peculiar apelativo de Molinduengo, y es propiedad del Duque de Abrantes, dueño también de la torre inmediata (El Torreón). El término Molinduengo parece hacer referencia a "del señor", en cuanto a que es posesión o dominio de un señor del lugar, lo que concuerda plenamente con su entonces propietario, el referido Duque de Abrantes. 

Nos cuentan las Respuestas Generales que este molino, situado a unos 250 pasos del pueblo, se componía de una sola rueda, y que su rentero era el vecino de Huérmeces Lorenzo Lomillo, por cuyo arriendo pagaba diecisiete fanegas y media de pan al año; tras el pago de la renta, el molino le reportaba al rentero un beneficio de catorce fanegas, también de pan. El molinero, aparte de ejercer la molienda a tiempo parcial, también trabajaría como labrador de tierras propias o ajenas.

[Lorenzo Lomillo Pesquera (1719), casado en 1741 con Francisca Galán, tuvieron doce hijos entre 1742 y 1763, todos ellos nacidos en Huérmeces; Lorenzo era hermano de Feliciano Lomillo Pesquera (1736-1818), sacristán que fue de la parroquia de San Juan Bautista de Huérmeces durante muchos años, por lo que su presencia en los libros sacramentales resultaba frecuente, en su condición de testigo en bautizos, bodas y funerales]

En años posteriores al Catastro de Ensenada, no encontramos referencia alguna en cuanto al molino del Rinconcillo. En los trabajos topográficos realizados en 1910-1911, el molino aún aparece rotulado como "molino harinero", lo que no significa necesariamente que se encontrara activo. Desconocemos la fecha siquiera aproximada en la que el pequeño molino dejó de moler grano, aunque no creemos que se encuentre muy alejada de los últimos años del siglo XIX o primeros del XX.

Lo que resulta casi seguro es que, para el año en el que Moisés disparó su cámara, el molino del Rinconcillo era un edificio en aparente buen estado, pero sin vida molinera alguna. Si el cauce molinar de Los Abares se mantenía en buen uso era porque seguía moviendo las ruedas de los molinos de Cigatón y Las Huertas, este último con la fecha de jubilación ya cercana en el tiempo.

En cuanto al nombre del término, poco cabe añadir a tan evocador apelativo. El Rinconcillo, el lugar en el que confluyen un cauce molinar, un molino, un río en su curso medio, un puente sobre el Úrbel, un pontón sobre el cauce, un lavadero público, una pequeña y cuidada pradera sobre la cual se extendían a secar y blanquear las recién lavadas ropas, una altísima y antiquísima torre, y unos chopos que otorgaban sombra a lavanderas, paseantes ociosos, parejas en celo, niños en recreo e intelectuales a la búsqueda de un rincón en el que meditar, leer o, simplemente, observar la belleza del lugar.


EL RÍO ÚRBEL Y EL CAUCE DE LOS ABARES

A la altura del Rinconcillo, el Úrbel se encuentra unos 28 km de su nacimiento en Fuente Úrbel, siguiendo un plácido devenir por su curso medio, nunca mejor dicho, ya muy cerca de este punto el Úrbel alcanza la mitad de su recorrido total (55 kilómetros desde el referido manantial hasta desembocar en el Arlanzón a la altura de Frandovínez).

El denominado cauce de Los Abares (o Los Sabares) recorría, durante algo más de un kilómetro, y siempre por la margen izquierda del río Úrbel, la distancia existente entre el puente del barrio La Parte (Puente Miguel) y el puente de la Pradera (Puente Comparanza). En tan largo trayecto, el cauce daba servicio a tres molinos: los de Cigatón, El Rinconcillo y Las Huertas.

[abar no existe como palabra castellana aunque en eusquera sí, con el significado de rama, leña o broza, lo que podría estar relacionado con la más que posible abundancia de leña fina en las márgenes del antiguo cauce molinar, así como con el más que posible aprovechamiento intensivo de dicha leña por parte de los vecinos de Huérmeces, al encontrarse situado el cauce en las inmediaciones del pueblo]

Durante las dos o tres primeras décadas del siglo XX funcionaban aún dos de los tres molinos, por lo que el cauce se encontraba siempre activo y sometido a periódicas labores de conservación y limpieza.

Desde nuestra óptica actual, llama poderosamente la atención la ausencia de vegetación ribereña, con la sola excepción de vetustos ejemplares de chopo. La ausencia de árboles y arbustos de ribera (mimbreras, sauces, salgueras, majuelos, fresnos) así como de flora riparia y anfibia (nenúfares, iris, espadañas) se debía tanto a los por entonces constantes aprovechamientos ganadero y humano, como a las citadas labores de conservación y limpieza del cauce.


LOS CHOPOS

Constituyen, con diferencia, el elemento más presente en la fotografía. Aparecen casi una veintena de añosos ejemplares de Populus alba, que era por entonces la especie leñosa más frecuente en los bosques de galería de los ríos castellanos. Además, presentan un aspecto caducifolio que nos permite observar con suficiente nitidez al resto de los protagonistas de la composición fotográfica.

De todas formas, más destacable que el número de árboles retratados, resulta ser el diferente estado en el que se encuentra alguno de ellos. 

A la izquierda, justo al lado de las lanchas lavaderas, aparece el tocón, aparentemente chamuscado, de un desaparecido chopo. Quizás fue un rayo el que acabó con su vida, quizás fue un inoportuno vendaval, quien sabe si el causante fue un modesto insecto xilófago. El caso es que el árbol está y no está. O no está en vida, pero persiste la lápida recordatoria, aunque en ella no pueda leerse fecha alguna, ya que los anillos concéntricos desaparecieron hace mucho.

A la derecha, justo al lado del cura que lee, aparece un ejemplar inclinado, al que probablemente no le queda mucho tiempo de vida. Un par de vendavales más, combinados o no con otro par de avenidas del Úrbel. El chopo torcido, tan habitual en las riberas de ríos y cauces, nos recuerda que no nos queda mucho, que todos caeremos más pronto que tarde. No deja de tener su simbolismo que sea el árbol elegido por el cura para posar a su lado. Tanto es así que Moisés parece estar recitándole las últimas oraciones al enfermo, quizás moribundo, Populus alba.

Y no puede negarse que su inclinación contribuye sobremanera a la belleza de la composición, ya que refleja una de las pocas líneas oblicuas (junto con las del cauce y el tejado del molino) en un mundo dominado por horizontales y verticales.  

El resto de árboles ejerce su verticalidad con aparente contundencia, a pesar de estar sometidos a numerosas y frecuentes podas. En aquellos tiempos, todos los árboles tenían dueño, y las podas y cortas estaban a la orden del día, de tal manera que los que ayer se erguían orgullosos mañana mismo podían pasar a ser simples vigas o ripias. 


LOS LAVADEROS DEL RINCONCILLO

A escasa distancia del molino homónimo existían unas lanchas de piedra caliza que servían para lavar la ropa. Dada la cercanía del paraje al casco urbano del pueblo, no se había hecho necesaria la construcción de un lavadero de cemento en el mismo, tal y como sucedía en muchos pueblos del entorno.


Leonila y Petra lavando ropa en Atarrío (años 50)

 

Los lavaderos del Rinconcillo fueron perdiendo importancia durante los años cincuenta y sesenta del siglo veinte, al compás de la progresiva desaparición de varios de los molinos que utilizaban el cauce de Los Abares. El Rinconcillo y Las Huertas ya no molían por entonces, y al molino de Cigatón le quedaba poco tiempo de vida molinar. 

En 1953 se inauguró el nuevo Puente Vega, adquiriendo mayor importancia como lavaderos los parajes de Atarrío y Cigatón, ambos ya situados sobre el propio cauce del río Úrbel. En el arranque de nuevo puente existían unas pequeñas escaleras que facilitaban el acceso a ambos parajes, bien aguas arriba (Cigatón), bien aguas abajo (Atarrío).

Era también importante que existiera una pequeña pradera en las inmediaciones del lavadero, ya que la ropa se debía secar y blanquear lentamente, tendida sobre aquella. Las mujeres utilizaban ya tablas portátiles de madera (lavaderas).


Lucía y Leonila en los lavaderos de Cigatón (agosto 1965)

 

Hoy en día, en las proximidades de Cigatón existe un vado -muy utilizado en verano por niños aprendices de ingenieros de presas, pantanos y puertos- que recuerda el lugar en el que las mujeres realizaban la colada en aquellos años anteriores a la despoblación.


LA POSIBLE DATACIÓN DE LA FOTOGRAFÍA

Ya comentamos que la mayor parte de las instantáneas que componen la famosa serie de fotografías sobre placa de cristal del cura Moisés fue realizada hacia el verano del año 1925, una vez cumplidos sus servicios religioso-patrióticos en el Ejército de África.

En la fotografía que nos ocupa, la ausencia de hojas en los grandes ejemplares de chopo que aparecen en aquella parecería indicar que la instantánea se tomó a finales de invierno o principios de primavera, antes en todo caso de que brotaran nuevas hojas en los árboles caducifolios.

Por diversos documentos guardados en el Archivo Diocesano, sabemos que en abril de 1926 Moisés pasó unos días en Huérmeces. El motivo de la presencia de Moisés en su pueblo natal estribó en la necesidad que tuvo la parroquia de contar con los servicios de un cura provisional, durante los pocos días que mediaron entre la marcha del anterior párroco, Eusebio Arroyo Dorao (1902-1926) y la llegada del nuevo, Félix López Hidalgo (1926-1957). Durante aquellos días de abril de 1926, Moisés aparece en diversas partidas sacramentales y en el libro de fábrica de la iglesia en su condición de "cura sirviente interino".

Aquel año de 1926 la Semana Santa cayó en la penúltima semana de abril, por lo que resulta probable que Moisés tuviera que encargarse de las misas y oficios típicos de aquellas sacras fechas. Suponemos que el cura Moisés se encontraría encantado de pasar unos días en Huérmeces, visitando a sus numerosos familiares y amigos. Y en sus ratos libres, entre oficios y procesiones, no dudaría en cargar con su pesada cámara de fotos, siempre a la búsqueda de la fotografía perfecta. Y a fe que lo consiguió.


EL CURA MOISÉS

A la derecha del cuadro destaca la oscura figura del joven presbítero, aparentemente absorto en la lectura de un libro. Quizás tenga ojos y mente fijados sobre unos versículos sagrados, o puede que lo haga sobre la pía vida de un santo hacia el que profesara ciega devoción, o quién sabe si sobre una sencilla partitura dedicada a la virgen del lugar o, lo más probable, sobre un réquiem por el alma de un chopo peligrosamente inclinado.

El caso es que el cura Moisés quiere posar leyendo, en clara pose introspectiva, tal y como le gustaría pasar a la posteridad a todo intelectual que se precie de serlo. 

Aunque no se aprecia en la imagen, el cura Moisés utilizaba gafas de montura metálica, lo que sin duda le añadiría mayor carga intelectual a su rictus reflexivo. 

Curiosamente, el cura ilustrado posa en un paraje poco dado -en aquellos años- a exquisiteces literarias. Dicen que los lavaderos públicos solían ser lugares dónde las mujeres empapaban, estrujaban y aclaraban ropas al mismo ritmo con el que chismorreaban, vituperaban y despellejaban a todo bicho viviente. O al menos así nos lo han contado los escritores costumbristas de entre siglos.

Por otra parte, su propio nombre, Moisés, de evidentes resonancias bíblicas, no podría sino haber dotado al cura farol de unas claras querencias por las corrientes fluviales, por muy humildes que aquellas fueran. 

[Si eres de los que estudiaron Historia Sagrada en el colegio, no creo que sea necesario abundar en la historia del pobre niño judío embarcado en una pequeña cesta flotante y abandonado al albur de la corriente del Nilo, hasta que una hija del faraón lo rescató de las aguas y se lo entregó a una mujer hebrea que resultó ser la propia madre del pequeño Moisés]

Moisés realizó esta fotografía tres o cuatro años antes de cruzar el Charco camino de las misiones en Sudamérica, dónde pasó el resto de su no muy longeva existencia. Seguramente, durante su periplo chileno recordó en muchas ocasiones la quietud y belleza que se respiraba aquel día de abril en aquel pequeño y encantador rincón, a la vera de un cauce molinar. 

Moisés falleció en Iquique hacia el año 1947, sin alcanzar los cincuenta años de edad. Murió a consecuencia de la tuberculosis contraída mientras ejercía de presbítero en el hospital militar de Melilla, durante su prestación del servicio militar en el Ejército de África.

Hoy en día, y a falta de testigos directos, aquellos recuerdos estivales y primaverales del cura Moisés, plasmados en una serie de espléndidas fotografías en soporte de cristal, nos sirven a nosotros para imaginar cómo sería la vida en el Huérmeces de hace ya cien años.

 

LA FOTOGRAFÍA ORIGINAL

Ya he comentado que, por motivos desconocidos, en este caso no se conserva la placa de cristal original, ya que únicamente ha llegado a nuestros días una impresión en papel de la misma.


Moisés Díez Martínez (abril de 1926)


No obstante las probables pérdidas de resolución sufridas en el proceso de impresión en papel de la fotografía original y en la posterior digitalización de la misma, no deja de sorprendernos la perfección plástica conseguida por esta espléndida instantánea de un momento irrepetible en la vida de un pequeño pueblo de Castilla. 

La contemplación de esta fotografía también nos sirve para apreciar el esfuerzo que ha tenido que realizar Rosa María para dibujar y -sobre todo- colorear su particular interpretación de esta pequeña joya fotográfica. Hay que tener en cuenta que el tamaño de la fotografía original rondará los 13x18 cm, y supongo que la impresión en papel también andaría cercana a esas medidas. 

También conviene aclarar que, para traducir en colores la gama de grises de la fotografía original, Rosa María no se ha ayudado de programa informático alguno (hoy en día tan en boga), sino que ha realizado una laboriosa tarea de consulta de paisajes castellanos en su facies invernal.


ANEXOS

I. APUNTES GENEALÓGICOS DEL CURA MOISÉS

Moisés Díez Martínez (Huérmeces, 1898-Iquique, c.1947)

Moisés nació un 28 de agosto, onomástica de San Moisés, ladrón etíope que acabó convirtiéndose en anacoreta; por si esto no resultara suficiente, Moisés fue bautizado unos días más tarde, el 4 de septiembre, onomástica del Profeta Moisés. 

El apellido Díez procede de Peñahorada, llegando a Huérmeces en 1848, al contraer matrimonio Fabián Díez Moradillo con María Arribas Arce (1829), abuelos de Moisés por línea paterna.

El apellido Martínez, por su parte, procede de Basconcillos del Tozo, llegando a Huérmeces en 1835, al contraer matrimonio Antonio Martínez Alonso con Ramona Díaz-Tudanca Valderrama (1797), bisabuelos de Moisés por línea materna.  

El apellido Arribas procede de Arcos de la Llana, y llegó a Huérmeces en 1807, al contraer matrimonio José Arribas Sáinz con Sabina Díaz-Tudanca Ornilla (1786), tatarabuelos de Moisés por línea paterna.

El apellido Alonso, por último, procede de Ruyales del Páramo, y llegó a Huérmeces en 1799, al contraer matrimonio Facundo Alonso Arce con Gertrudis Espinosa Fontúrbel (1780), tatarabuelos de Moisés por línea materna.



De los cinco hermanos de Moisés, uno falleció de niño (Mariano), dos siguieron carreras profesionales y vitales lejos de Huérmeces (José, jesuita que pasó gran parte de su vida en China; Mariano, que trabajó como funcionario de prisiones y no tuvo descendencia) y otros dos se establecieron y formaron sendas familias en Huérmeces (Millán y Saturia).


II. EL MOLINO DEL RINCONCILLO EN LA CARTOGRAFÍA MODERNA

En el célebre mapa de Coello (1868), editado como complemento cartográfico del no menos célebre Diccionario de Madoz, únicamente aparecen representados dos de los diez molinos con que contaba por entonces Huérmeces. Uno de los molinos se corresponde claramente con Retuerta, aunque el que se encuentra situado cerca del pueblo no resulta de sencilla identificación, dada la escasa precisión del mapa de Coello. Bien pudiera tratarse del molino de Cigatón, aunque también pudiera ser el del Rinconcillo.


Mapa de Coello (1868)


En mapas más precisos, como los correspondientes a los primeros trabajos topográficos serios realizados a comienzos del siglo XX (las "planimetrías", a escala 1.25.000), previos a la elaboración del Mapa Topográfico Nacional a escala 1:50.000, ya es posible identificar a la casi totalidad de molinos harineros de Huérmeces, entre los que se encuentra el del Rinconcillo, situado a apenas 50 metros al oeste-noroeste del Torreón.

 

Planimetría del término municipal de Huérmeces (1911)


Lo mismo sucede en las "minutas" o "catastrones", mapas a escala 1.50.000 a partir de los cuales se elaborarían las conocidas hojas topográficas a la misma escala (MTN50). El correspondiente a la hoja 167 se elaboró en 1928.


Catastrón correspondiente a la hoja MTN nº 167 (1928)


Lo mismo sucede en el MTN50, en cuya hoja 167 (elaborada en 1934) aparecen representados todos los molinos harineros de Huérmeces, a pesar de que alguno de ello no era sino una ruina (Berlanga). Ignoramos en qué estado se encontraba por entonces el molino del Rinconcillo, lo que es seguro es que en su interior no se molía grano alguno desde hacía muchos años.


MTN50, hoja 167  (1934)


Por último, en una nueva edición de la hoja 167 del MTN50, elaborada en 1960, siguen apareciendo los nueve molinos de Huérmeces, aunque sabemos que ya no existían más que pequeños restos de seis de ellos (Navatillo, Berlanga, Mulimayor, Los Nogales, El Rinconcillo y Las Huertas). Solo existían, aún en activo, los tres molinos que han llegado a nuestros días: Alba, Cigatón y Retuerta. O lo que es lo mismo: Aquileo, Filiberto y Donato.


Vuelo americano serie B (8 de octubre de 1956)



En un fotograma del vuelo americano de 1956 se aprecia una pequeña construcción junto al cauce de Los Abares. A pesar de su planta cuadrada, creo que se trata del molino del Rinconcillo, ya que puede ser que el edificio superviviente (ya sin tejado) tuviera dicha planta, tal y como se aprecia en la fotografía de Gonzalo Miguel Ojeda. El cauce se distingue claramente, rodeando al Torreón por el norte y el este; también se aprecia claramente al nuevo puente Vega, recientemente inaugurado (diciembre de 1953). Y la ubicación de los diferentes chopos también sirve para enmarcar la posible situación del molino.

III. TRES FOTOGRAFÍAS CLÁSICAS DEL TORREÓN

Durante la década de los años veinte del siglo pasado, al menos tres fotógrafos eligieron al viejo y ruinoso torreón de Huérmeces como objetivo de su cámara. Y los tres lo hicieron desde una posición similar, tomando como referencia el lienzo oriental de la torre, aquel que presentaba una mayor abundancia y variedad de vanos.

1. Eustasio Villanueva Gutiérrez (Villegas, 1875-Burgos, 1949)

Relojero y fotógrafo aficionado, Eustasio recorrió la provincia de Burgos realizando una serie de fotografías estereoscópicas en placas de vidrio que se ha convertido en una fuente clásica de documentos gráficos del periodo 1913-1930.

Huérmeces fue uno de los muchos pueblos de la provincia visitado por Eustasio, y en nuestro pueblo realizó dos espléndidas fotografias: en una de ellas destacan las ruinas del viejo molino de Berlanga, situado justo antes del comienzo del desfiladero de Fuente la Hoz; en la otra, encontramos una imagen ya icónica del viejo torreón.




La fotografía fue realizada desde el estrecho camino de Los Abares, que partía de la calleja existente entre las últimas casas de la calle de Hondovilla. Era el recorrido habitual que seguían las mujeres del pueblo para acercarse al cauce molinar al objeto de realizar la limpieza de tripas y restos de la matanza del cerdo.  

La fotografía recoge los lienzos oriental y meridional del torreón, el primero de ellos horadado por varios vanos y saeteras. El lienzo meridional apenas consta de una estrecha tira de pared, recorrida en toda su longitud por una peligrosa grieta, que sería la utilizada para consumar el derribo parcial ejecutado a principios de los años cuarenta, cuando desaparecieron también las excelentes piedras que componían almenas y modillones.

En primer plano, se aprecia la escasa vegetación ribereña del cauce molinar, así como los buenos ejemplares de chopo que acompañaban a la contundente verticalidad de la torre.

2. Gonzalo Miguel Ojeda (Valladolid, 1888-Burgos, 1964)

Fue un prolífico fotógrafo que dispuso de tienda en Burgos durante el periodo 1924-1964, y cuyo legado hoy guarda la Diputación Provincial de Burgos en el denominado Archivo Photo Club, por el nombre que recibía el establecimiento fotográfico por él regentado.

Huérmeces aparece en diez de las miles de fotografías realizadas por Gonzalo: la iglesia, los palacios, los escudos de algunas casas hidalgas y, cómo no, el torreón. 

 



En esta fotografía también aparecen los lienzos oriental y meridional de la torre, aunque desde un punto de vista situado algo menos esquinado que en el caso de la toma de Eustasio Villanueva. Gonzalo Miguel disparó esta fotografía también desde las inmediaciones del camino de Los Abares, aunque desde una posición algo más encarada con respecto al muro oriental de la torre.

Aunque la fotografía no está datada, suponemos que fue realizada en la segunda mitad de la década de 1920 o a lo largo de la de 1930. No se observan grandes diferencias con respecto a la foto de Eustasio Villanueva en cuanto al estado general de la torre, aunque contiene mayor información complementaria que aquella.

A la izquierda de la torre aparece el pequeño edificio del molino del Rinconcillo y, a la derecha, la casa de Castilla, de mucho mayor tamaño.

3. Moisés Díez Martínez (Huérmeces, 1898-Iquique, c.1947)

Nuestro cura fotógrafo también realizó otra fotografía del torreón, aparte de la que protagoniza este post. En esta ocasión, el punto de vista está situado en las proximidades del camino del Puente Vega, por lo que resulta ser el lienzo septentrional el que se encuentra más claramente encarado con respecto al fotógrafo. El lienzo oriental, por su parte, lo hace de una manera más oblicua, aunque no por ello impide la contemplación de sus variados vanos.

  



En la zona superior del lienzo norte aparecen dos pequeños vanos horizontales, alargados y estrechos, cuya función desconozco. Un poco más abajo, en los dos cuerpos inferiores, aparecen las típicas saeteras verticales.

Esta fotografía del cura Moisés de 1925 llevó a muchos a pensar que en aquellos años la torre aún conservaba sus cuatro lienzos en pie, cuando ahora sabemos por las fotografías de Eustasio Villanueva y Gonzalo Miguel (seguramente contemporáneas de la de Moisés) que no era así, y que únicamente se conservaban los lienzos oriental y septentrional.


IV. LA SUMA IMPORTANCIA DEL PUNTO DE VISTA

Nada más apropiado que una fotografía satelital para situar el punto aproximado desde el cual Moisés realizó su fotografía perfecta. 


Google Maps (agosto 2023)


AGRADECIMIENTOS

A Rosa María Hidalgo Fontaneda, por proporcionarme una copia de la fotografía original y otra de su particular interpretación pictórica.



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