sábado, 21 de septiembre de 2019

La fuga del Obispo de Palencia (1836)


En aquellos años, cuando a un obispo no le agradaban las actuaciones y leyes decretadas por el Gobierno de turno, su patriarcal enojo podía originar que el mitrado abandonara su palacio episcopal, su diócesis e, incluso, su país; o por lo menos, aquella parte del país con la que no congeniaba. ¡Qué tiempos aquellos! (1)

Corría el año 1836, y el país estaba inmerso en su Primera Guerra Carlista (1833-1840); en realidad, una guerra civil, precursora de la que cien años después arrasaría España de sur a norte, y de oeste a este. Y tal y como sucedió en 1936, las relaciones entre la Iglesia y el Estado tampoco pasaban entonces  por un buen momento.

Vamos a ver: si usted fuera un enojado obispo palentino decimonónico, y su enfado con el Gobierno de Madrid fuera de tal calibre que no pudiera aguantarse esos irrefrenables deseos de abandonar el país vía Puerto de Santander ¿qué ruta seguiría desde la capital palentina?

Seguramente, tiraría hacia el norte, hacia Aguilar de Campoo, enlazando allí con el viejo Camino Real que desde Burgos se dirigía a Reinosa y Santander ¿no?

Pero si su patriarcal enfado únicamente le impulsara a abandonar esa parte del país que usted deplora (la España Isabelina, moderna y libertina)  para pasarse a esa otra parte (la España Carlista, tradicionalista y catolicista) en la que usted piensa que se sentiría más cómodo y reconocido, entonces, ¿para donde tiraría?

Sin duda, diseñaría una ruta que le llevara, lo más rápido posible, a esa tierra prometida: dirección nordeste, directo a las entonces denominadas Provincias Vascongadas, gran parte de cuyo territorio se encontraba en manos carlistas. Y la ruta escapista trazada, entre Palencia y la localidad carlista más cercana (Valmaseda) parece ser que se habría diseñado pasando por ... ¡Las Hormazas y Huérmeces!

Carlos Laborda, obispo de Palencia (1832-1853)

Carlos José Laborda y Clau (Barbuñales, Huesca, 1783 - Palencia, 1853) estudió filosofía y teología en el seminario de Lérida, y se doctoró en teología en la Universidad Sertoriana de Huesca; su carrera eclesiástica se inaguró al ser nombrado racionero en Pertusa (Huesca), y continuó después con puestos importantes en Tamarite y Tarazona.

Don Carlos José ya apuntaba maneras cuando se exilió en Francia durante el denominado Trienio Liberal (1820-1823); hasta entonces, había destacando por su vehemencia en la defensa de los derechos de la Iglesia frente a las exigencias gubernamentales. Además de abundantes conocimientos teológicos y unas fuertes convicciones político-morales, parece ser que Laborda poseía una excelente capacidad oratoria. Y un púlpito importante desde el que proyectar su fina y punzante labia, claro.

A su regreso de Francia, fue propuesto para obispo de Canarias y de Albarracín, pero rechazó ambas plazas. En 1831 aceptó -por fin- una mitra: la de Palencia, tras el oportuno visto bueno del rey Fernando VII. Realizó una solemne entrada en la ciudad del Carrión el día 23 de julio de 1832.

Su episcopado estuvo marcado desde el principio por el anticlericalismo desatado en la época: en 1834 y 1835 se dieron cruentos ataques contra religiosos en Madrid, Zaragoza y Barcelona; las relaciones con la Santa Sede estaban rotas; las autoridades civiles reclamaban a los curas parte de su recaudación para financiar la guerra contra los carlistas (la facción, como también se les denominaba entonces); el gobierno decretaba la supresión de la Compañía de Jesús, el cierre forzoso de  los establecimientos religiosos y la desamortización de sus bienes.

Para más inri, en 1834 un brote de cólera había acabado con el diez por ciento de su feligresía palentina. Y hubo voces que echaron culpa de la pandemia a los frailes... Ya entonces se utilizaban profusamente las fake news, para emponzoñar a los ignorantes de turno.

Resulta curioso constatar, durante los casi cuatro años de su primer período como obispo de Palencia, la nula actividad pastoral de Laborda: ni predicación, ni confirmaciones, ni visitas a las numerosas parroquias de la diócesis. Quizás su ánimo estaba ocupado en exclusiva por la situación político-religiosa de España, agravada por la angustia que despertaba en algunos la enfermedad del rey Fernando VII y la ausencia de descendencia masculina...

Palencia, Puente Mayor sobre el Carrión


Este era el panorama cuando, a principios de 1836, el gobernador civil de Palencia le solicita al obispo el censo de los edificios que debían de ser desocupados y del clero que debía ser exclaustrado. Esto ya fue demasiado para las profundas convicciones de don Carlos José, y empezó a barruntar la idea de abandonar el cargo, la diócesis y lo que fuera menester. Experiencia escapista ya tenía.


Y supo elegir la fecha, engañando a todos, a los suyos y a los otros. La noche del 3 de abril de 1836, Domingo de Resurrección, concluidas ya las celebraciones de Semana Santa, Laborda abandonó su ciudad a escondidas, en compañía de tres compinches: su sobrino y capellán Nicolás Nasarre Laborda, su lacayo Juan Antonio Santolaria y un guía local, Pedro Martínez.

El gobernador civil de Palencia, Simeón Jalón Aparicio, no se enteró de la huida de Laborda hasta dos días después, el martes 5 de abril, dando la oportuna orden de busca y captura, ya que existía la sospecha de que el obispo intentaría pasarse a las filas del pretendiente don Carlos.


Palacio Episcopal (Palencia)


Durante el registro realizado en el Palacio Episcopal, encontraron un papel personal de Laborda en el que se hacía referencia a dos pueblos burgaleses: Las Hormazas y Huérmeces, así como el nombre de dos personas que pudieran servir de enlace para llevar al díscolo obispo hasta territorio carlista: el cura don Fernando en el primero de los pueblos, y un tal Julián Bajón [Bayón] en el segundo.(2)



Solano (Las Hormazas)


Parece ser que, tras los 84 kilómetros (15 leguas) de sendas y caminos que separan Palencia de Las Hormazas, en un extenuante y nocturno periplo de 15 horas a lomos de una pobre mula, fue en este pueblo burgalés -en casa del cura don Fernando- dónde los fugitivos descansaron durante 24 horas aquel lejano lunes, 4 de abril de 1836.(3)

Tras el descubrimiento del comprometido papel con sus anotaciones, se informó al gobernador civil de Burgos de la más que posible presencia de los huidos en la provincia bajo su jurisdicción. A las dos de la mañana del miércoles, 6 de abril, una escuadra de 26 hombres partió de Burgos hacia Las Hormazas y Huérmeces, en busca de Laborda, aunque en ninguno de los dos hallaron rastro del obispo, que les llevaba más de un día de ventaja.

Laborda habría abandonado Las Hormazas a primera hora de la mañana del martes, 5 de abril,  y según lo manifestado en la célebre "causa", a lomos de una mula de refresco traída desde Huérmeces, habría pasando por las cercanías del pueblo de La Nuez de Arriba, antes de llegar a Villalta, ya en el nuevo camino de Burgos a Santander (la hoy carretera comarcal Burgos-Santoña). 


Antiguo parador de Villalta, hoy en lamentable ruina


Y fue en Villalta, en el pueblo que casi tres siglos antes viera pasar al emperador Carlos V en su viaje de retiro desde Laredo al monasterio de Yuste, dónde se acabó la suerte del obispo y sus acompañantes. Habían recorrido unas 7 leguas desde Las Hormazas, siempre en dirección nordeste, cuando a la altura de Villalta fueron sorprendidos por el comandante de carabineros, Francisco Briones, justo cuando los huidos pretendían contactar con Ambrosio López, vecino de Burgos, que era la persona encargada de guiar al obispo desde Villalta hasta Villarcayo (y más allá, hacia Mena y Valmaseda).


Poza de la Sal (Foto: Archivo Eustasio Villanueva)

Tras rocambolescos episodios, en alguno de los cuales el obispo Laborda -tras intentar hacerse pasar por tratante de carne-pretendió incluso sobornar al comandante Briones (nada menos que 42.000 reales portaba el obispo en su maleta), los huidos fueron conducidos a Poza de la Sal, en dónde quedó reconocida la verdadera identidad de los detenidos al día siguiente de la llegada a la villa salinera, el 7 de abril.


Lugares implicados de una u otra manera en la fuga del Obispo Laborda, y que aparecen mencionados en la célebre "Causa"


A continuación, se les condujo a Burgos, teniendo que salir a su encuentro el propio gobernador civil, para evitar que fuerzas de la Milicia Nacional o algún ciudadano exaltado intentara linchar al obispo; Laborda tuvo que escuchar gritos de "¡muera el obispo traidor!", "¡muera el obispo faccioso!".

Tras ser conducido a Madrid, el 30 de mayo, en un carruaje escoltado por treinta caballos, permaneció incomunicado durante un mes en el Convento de San Juan de dios, siendo reintegrado a prisión a últimos de septiembre, donde fue juzgado, acusado de: desobediencia y rebeldía ante el Gobierno, fuga de su puesto e intento de paso al campo carlista.



Su causa penal fue célebre en su momento. Durante el proceso, el obispo siempre negó que el destino de su fuga fuese territorio carlista. Alegó que su  intento de huida (según él, siempre hacia el extranjero) estuvo originado por insuperables problemas de conciencia, y no se sonrojó al señalar como circunstancia atenuante el hecho de que, tal y como dijo Cristo a los Apóstoles: "si pesecuti vos fuerint in una civitate fugite in aliam" (cuando os persigan en una ciudad, huid a otra); en otro momento álgido de su defensa epistolar, Laborda afirmó que "cogitationis penam nemo patitur", vamos, que no puede condenarse a una persona únicamente por sus ideas o pensamientos. [hummm ... esta alegación suena bastante contemporánea, aunque quizás en esta ocasión haya sido utilizada para intentar justificar el simulacro de fuga de una parte del país, no la fuga real de un simple obispo; quizás resulte que el carlismo (carlesmo) aún sigue hoy vivo en la esquina nordeste del país].

La sentencia del Tribunal Supremo [de nuevo se me ocurren ciertas analogías contemporáneas, pero dejémoslo estar] fue dictada el 30 de noviembre de 1836 y no estuvo exenta de polémica:

-se absolvió a Laborda del cargo de intento de unirse a los carlistas, a pesar de que el propio itinerario seguido en la fuga indicaba claramente lo contrario.

- Laborda resultó finalmente condenado por desobediencia, resistencia a las órdenes del gobierno y fuga de su diócesis, a la pena de confinamiento en la plaza de Ciudad Rodrigo o en otro punto que el gobierno juzgare conveniente (Ibiza, finalmente), durante todo el tiempo que durase la guerra civil (la primera carlistada finalizó en 1840).

-sin duda puede considerarse benigna la pena impuesta al obispo Laborda; quizás los jueces sopesaron la idea de no proporcionar argumentos victimistas al carlismo, pendiente como estaba del resultado de la causa; no se deseaba echar más leña al fuego de la supuesta persecución sufrida por la Iglesia; cabe recordar que los obispos de León, Menorca y Pamplona también habían abandonado sus diócesis, y juzgados en rebeldía.

-al sobrino y capellán del obispo, Nicolás Nasarre Laborda, y al lacayo Juan Antonio Santolaria, no se les condena a corrección alguna, dando por suficiente la pena de prisión sufrida.

-a Pedro Martínez, guía de la escapada desde Palencia a Villalta, y que se ofreció a llevarle hasta Villarcayo, se le condenó a la pena de dos años de prisión, conmutada por la de multa, en atención a su circunstancia familiar.

-más grave que la del obispo Laborda resultó la pena impuesta a Ambrosio López, el guía que debía unirse a la expedición escapista en Villalta, para -supuestamente- acompañar al obispo en el trayecto entre Villarcayo y Valmaseda: cuatro años de presidio en Ceuta; quizás resultara determinante la circunstancia de que el pobre Ambrosio portara correspondencia dirigida a la facción.


Ibiza, a principios del siglo XX

El obispo sancionado llegó a Ibiza el 7 de marzo de 1837, después de un viaje de 200 leguas, realizado en 32 días. En la isla pasó cuatro años, padeciendo graves problemas de salud relacionados con la vista; fue trasladado a Artá (Mallorca), en dónde pasó otros tres años de extrañamiento. En Ibiza, Laborda fue agasajado por el obispo de la ciudad, que le preparó una habitación digna de su categoría. Como era hombre de posibles, Laborda acabó por alquilar una casa, también digna de su estatus.



Sello del Obispo Laborda

Fue durante su estancia en Ibiza cuando Laborda escribió una larguísima carta de diez folios -en letra muy pequeña y en un extraordinario latín- dirigida al Papa de Roma, Gregorio XVI. En la misiva, Laborda intentaba justificar su vergonzoso abandono de la diócesis.

Mientras tanto, en la Península, siguieron adelante los planes secularizadores del gobierno, de manera que en septiembre de 1841 las Cortes aprobaron la Ley por la que se declaran bienes nacionales todas las propiedades del clero secular; la ley fue sancionada por el Regente Espartero.

Todos estos sucesos, unidos a su largo confinamiento balear no hicieron más que aumentar los resquemores y amarguras de don Carlos José.

Finalizada ya hacía tiempo la carlistada, el 11 de abril de 1844, ocho años después de los hechos, una real orden devolvió la libertad al obispo y le permitió retornar a Palencia. Se le impusieron dos condiciones: que se pasara por la Corte a besar la mano de la Reina Isabel II, y que jurase obediencia a la Constitución y fidelidad a la Reina, en presencia del Cabildo. Cumplimentó ambas con prontitud, ansioso como estaba por retornar a su mitra.

El 20 de abril  de 1844, el obispo Laborda efectúa una solemne entrada en la capital de su diócesis, pasando a residir en el Colegio Seminario, ya que el Palacio Episcopal se encontraba en mal estado, por haberse utilizado como fuerte en su ausencia.

Al poco de reintegrarse a su diócesis, Laborda hizo lo que no había hecho en su primera época como obispo de Palencia: visitar las múltiples parroquias de aquella.

En 1846 falleció el papa Gregorio XVI, sustituido en la sede de San Pedro por Pío IX. Laborda ordenó cantar un solemne Te Deum por el arreglo de las relaciones entre la Santa Sede y el Gobierno de Su Magestad, rotas durante las últimas décadas.

El momento más feliz de su segunda etapa como episcopus palentinus  fue, sin duda, la firma del Concordato de 1851, entre la Santa Sede y la reina Isabel II. Se acabó la persecución a la iglesia española: ahora el gobierno pagaría incluso el sueldo de los sacerdotes.

Tampoco fue un mal momento para don Carlos José el vivido en septiembre de 1852, cuando la Reina rubricó el nombramiento de su sobrino -y cómplice de fuga- don Nicolás Nasarre Laborda, como Dignidad de Arcediano.

Carlos José Laborda, obispo de Palencia, falleció el 8 de febrero de 1853, víctima de una congestión pulmonar. Días antes había hecho testamento en favor de sus cuatro sobrinos, entre los que se encontraba, cómo no, su querido Nicolás.

Como era costumbre entre los obispos de posibles, Laborda no dejó mucho dinero a sus herederos; apenas para pagar sus funerales.

Su cadáver embalsamado estuvo tres días expuesto a los fieles, para ser definitivamente depositado en la capilla de la Purísima de la catedral de Palencia. Al año siguiente se colocó una lápida sobre su sepultura, grabada con versos de su buen amigo, el historiador menorquín José María Quadrado. (4)

Y así acaba la historia del obispo que, en la oscuridad de un Domingo de Pascua, escapó de su diócesis en busca de la tierra prometida, y acabó con sus huesos en la que siglo y pico después también sería considerada la tierra prometida o paraíso hippy: Ibiza-Eivissa.

Pero antes de eso, su itinerario de fuga dejó unas migajas de historia en dos o tres pequeños pueblos de La Comarca: llegó de noche a Las Hormazas, reposó en casa del cura durante 24 horas, y continuó al día siguiente su periplo -a lomos de una mula traída de Huérmeces- hacia Villalta, en dónde una partida de carabineros acabó con la excursión escapista de aquel obispo que discrepaba.

Quizás, tal y como afirma su principal biógrafo, Jesús San Martín Payo, (5) el doctor Laborda:

"pagó un caro tributo a las duras circunstancias en que le tocó vivir, y el trienio constitucionalista (1820-23), en que sufrió el primer destierro, le marcó para siempre con caracteres indelebles, impidiéndole dar marcha atrás, como pedían los signos de los tiempos."




NOTAS:

(1) Hoy en día, cuesta siquiera imaginar que a un obispo contemporáneo se le pasara por la  cabeza la ridícula idea de abandonar el país, y menos aún su -en muchas ocasiones- lujoso palacio episcopal; de hecho, recientemente, ha costado mucho conseguir que alguno desalojara el palacio arzobispal una vez finalizado su mandato.

(2) Un vecino de Las Hormazas me confirma que, en 1836, sí que residía en dicho pueblo un cura llamado Fernando, en cuya casa se alojó el obispo prófugo: se trataría de Fernando Martínez de Castro, nacido en el barrio Solano en 1768 (tendría pues 68 años en 1836) y que prestaría sus servicios -probablemente- en la parroquia de San Pelayo del barrio La Parte.

También se cita en el documento relativo al proceso judicial a un tal Sixto, sobrino del cura don Fernando, que ayudó a los prófugos en su camino hacia Santander o hacia territorio carlista ("un día yendo a Huérmeces a por una mula, y al día siguiente acompañando a la comitiva hasta más allá de La Nuez de Arriba"): se trataría de Sixto Infante Martínez, nacido en el barrio Solano en 1811 (25 años de edad en 1836), hijo de Antonia Martínez de Castro, hermana de don Fernando.

Por mi parte, no he sido capaz de encontrar referencia alguna en cuanto a la presencia en Huérmeces, en 1836, de un tal Juan Bajón [o Bayón], desconociendo incluso si se trataba de un vecino religioso o laico.

Pedro Martínez, la persona que hizo de guía del obispo y su séquito entre Palencia y Villalta, parece ser que había residido en Huérmeces durante algún tiempo, por lo que era buen conocedor de las sendas y caminos de la comarca. Por lo tanto, no podía ignorar que el camino más corto entre Huérmeces y Santander era por el viejo camino real de Burgos a Reinosa y Santander, si el puerto cántabro hubiera sido el destino cierto de los huidos; dirigirse hacia Villalta ponía de manifiesto que las intenciones del prelado eran dirigirse a las tierras carlistas de Valmaseda, vía Villarcayo y Valle de Mena.


(3) Ni Las Hormazas ni Huérmeces tuvieron mucho que ver con la primera carlistada, aunque seguro que algún miembro de su numeroso clero (sobre todo en Huérmeces) sintiera algo más que simpatía hacia la facción.

En la prensa de la época, únicamente he podido encontrar un hecho que relacione a uno de estos dos pueblos con algún episodio de la primera guerra carlista. Así, en la Gaceta de Madrid correspondiente al miércoles 7 de septiembre de 1836, en su página 4, aparece la siguiente noticia:



"El correo ordinario procedente de Santander, que debió llegar a Burgos el día 3 del corriente con la correspondencia de aquella plaza y de la de Bilbao, ha sido interceptado en las cercanías de Huérmeces por una partida de 25 facciosos."




Otro periódico de la época, El Español, recoge así la misma noticia en su edición de 7 de septiembre de 1836:

"De Burgos escriben con fecha del 3 lo siguiente: Cuatro leguas de aquí, camino de Huérmeces, ha sido interceptado el correo que venía hoy de Santander por 25 hombres que armados y de a caballo, más bien que el nombre de facciosos, merecen el de bandidos."

Quizás la denominación del paraje "Cuevas de los carlistas" tenga su origen en alguna de estas correrías de los facciosos durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840). Quizás solo haga referencia a la silueta en forma de boina que presenta la entrada principal de estas cuevas.

Por otra parte, en el periódico madrileño "El Correo Nacional" de fecha 8 de agosto de 1838, se incluye la siguiente noticia, elaborada en Reinosa el día 1 de agosto:

"El comandante de armas que los facciosos tenían en Rubanales [Ruanales], el armeto del cabecilla Ruiz y otros rebeldes, han caído en poder de Nalda. La bizarra columna de este incansable jefe no sale de los intrincados y espesos montes de este país: así es, que no pasa semana sin que nos ofrezca resultados. Anteayer lanceó su caballería en el pueblo de Polientes a Mariano el de Huérmeces, compañero de los ya exterminados Arrayas (los Remendones), que con otros se estaba divirtiendo en la función del patrón del pueblo. Los demás debieron su salvación a la velocidad de sus pies y a la obscuridad de la noche."

La ciudad de Palencia, sin embargo, sí que presenció algún que otro acontecimiento de cierta importancia durante aquellos años. El 20 de agosto de 1836, ya fugado, arrestado y encarcelado el obispo Laborda, tropas carlistas ocuparon la ciudad durante algunas horas; era una de las muchas expediciones que organizaron los facciosos, en un intento por conseguir extender la sublevación a nuevas ciudades, fuera del frente vasco-navarro.

Por otra parte, también después de la fuga de Laborda, en la capital palentina aparecieron algunos pasquines carlistas que dejaban patente el desacuerdo de algunos con el nuevo gobierno, así como su apoyo al pretendiente don Carlos:




El 28 de abril de 1836 apareció uno que rezaba de la siguiente manera:

"Viva Carlos V. Viva el señor obispo. Muera Isabel II. Mueran todos los liberales y vivan los colegiados y demás estudiantes. Muera el gobernador interino. Muera el juez de primera instancia y el señor Ojero y el gobierno palentino y vivan el rector, vicerrector, catedráticos, colegiales, fámulos, cocineros, pinches, porteros y últimamente los mateystas y muera el capitán de los liberales. Y este no le han puesto los realistas que han sido los carlistas."




El 1 de noviembre de 1836 apareció otro que decía así:

"Si muerte o constitución a de ser vuestra divisa podéis a toda priesa recibir la santa unción por que antes de dos meses muera la Constitución. Viva Carlos V y la Religión, Muera la Reyna Governadora y su hija y los urbanos que defienden la constitución."

Así estaba el patio en aquellos tiempos. El contenido de estos dos pasquines valdría igual -cambiando nombres- para la situación que viviría el país cien años después. Como casi siempre que se han enfrentado o mezclado los poderes civil y religioso, las cosas acabaron mal.

(4) Inscripción grabada en la lápida de la sepultura del Obispo Laborda, situada en la Capilla de la Purísima de la Catedral de Palencia:




Carolus hic tegitur mitissimus ille Laborda
Et gregis et patriae pastor amatus, amans.
Ex forti dulcedo fluit, cui pectore robur,
Flamma in corde vorax, mellis in ore favum.
Natus Aragoniae rapitur, Balearibus hospes,
Lux, decus Hesperiae, sed pater ipse tibi.
Ah! patre bis denos Pallentia fulta per annos,
Exule quo moerens, quo redeunte nitens!
Custodi cineres, animam custodiat aether,
Exemplum socii, dogmata semper oves
Vita functus VI íd. februarii anno MDCCCLIII,
aetatis suae LXIX. R.I.P.

Los versos grabados son obra de su amigo, el menorquín y cronista del reino de Mallorca, José María Quadrado, erudito al que Laborda hospedó en el Palacio Episcopal en el año 1852, cuando Quadrado se encontraba realizando un estudio de la diócesis de Palencia. Quadrado fue, junto a Menéndez Pelayo, el polígrafo (periodista, escritor e historiador neocatólico) más importante de la España del XIX.


(5) Jesús San Martín Payo (Lomas de Campos, Palencia, 1906 - Valladolid, 1992): hijo de labradores relativamente acomodados, inició su carrera eclesiástica en 1918, en el Seminario de Palencia, completando sus estudios en la Universidad Pontificia de Burgos. Fue ordenado sacerdote en 1930 y amplió su formación en la Universidad Gregoriana de Roma, obteniendo el doctorado en Historia de la Iglesia. Fue nombrado profesor del Seminario de Palencia y ganó por oposición la plaza de Canónigo Bibliotecario Archivero de la Catedral de la ciudad del Carrión. Prolífico escritor, dedicó casi toda su producción historiográfica a la ciudad de Palencia. En 1978 se publicó un amplio trabajo suyo dedicado al Obispo Laborda. Fue uno de los 12 académicos fundadores de la palentina "Institución Tello Téllez de Meneses" (1949) y uno de sus miembros más activos.


FUENTES:

- El obispo de Palencia D. Carlos Laborda (1832-1853). Jesús San Martín Payo. Publicaciones de la Institución "Tello Téllez de Meneses" nº 40. Palencia (1978) [páginas 231-307]

- Inscripciones en la Catedral de Palencia. Jesús San Martín Payo. Publicaciones de la Institución "Tello Téllez de Meneses" nº 39. Palencia (1977) [página 74]

- Colección de las causas más célebres e interesantes, de los mejores modelos de alegatos, acusaciones fiscales, interrogatorios y las más elocuentes defensas en lo civil y criminal. Librería de Leocadio López, Editor. Madrid (1863). Tomo IX ["Causa contra el Obispo de Palencia", páginas 293-371]; Tomo X ["Causa contra el Obispo de Palencia", páginas 5-22]
 
- Palencia: momentos, personajes y lugares para la historia (1808-1935). Javier de la Cruz Macho. Aruz Ediciones. Palencia (2017). ["El año que el carlismo agitó la ciudad (1836)", páginas 113-123]

  

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