lunes, 23 de noviembre de 2015

Cuando la lavadora era el Úrbel



Paso ríos, paso puentes
siempre te encuentro lavando,
cuando te encontraré yo
en mis brazos descansando.

(Canción popular)



En aquellos tiempos, cuando dicen que nevaba más y hacía más frío, seguramente que las aguas del Úrbel también bajaban más frías, para desgracia de las manos de nuestras madres y abuelas, marcadas de sabañones buena parte del año.

El Úrbel, río relativamente caudaloso, pasa muy cerca de las últimas casas del barrio Vega, en la parte baja del pueblo, por lo que no se hizo necesaria la construcción de lavaderos dentro del casco urbano.

No solo el río, que también el cauce del molino del Rinconcillo (cauce de Los Abares o Sabares) servía para estas labores. El Puente Vega y sus aledaños, aguas abajo y aguas arriba, El Rinconcillo y Cigatón, respectivamente, se convertían en lugares habituales para el lavado y secado de la ropa.




Justo en el arranque del puente, unas escaleras facilitaban el acceso hasta la orilla. Las mujeres, cargadas con sus grandes baldes de ropa, subían y bajaban por ellas trabajosamente, hasta alcanzar el estrecho paso entre las piedras del pretil.

Previamente al lavado de la ropa en el río, había que realizar en casa una labor no menos importante: el blanqueado y desinfección, sobre todo de la ropa interior y de cama. En grandes barreños se vertía agua muy caliente que se hacía pasar a través de un paño que contenía una buena capa de ceniza de encina, de ahí el nombre de colada. Una vez realizado el filtrado, se introducía la ropa y se dejaba en reposo durante horas.

El jabón también era de fabricación casera: una mezcla de grasa y sosa cáustica.

Un buen lugar para secar la ropa eran las pequeñas praderas de El Rinconcillo y Cigatón, siempre limpias de broza y cuya hierba crecía poco por el continuo pisoteo de las mujeres.


Lavadero portátil, tabla de madera, en Cigatón (1965)


Los lavaderos del río, al ser de uso exclusivamente femenino, también constituían un lugar de “socialización”: lugar de encuentro, conversación, cántico y chismorreo. Se hablaba de todo y de todos, salvo de trapos sucios que, como es sabido, se lavan en casa.

Fuera del río y sus lavaderos, también se realizaban otras tareas de limpieza “en seco”, y afectaban a uno de los elementos fundamentales de las entonces escasas comodidades del hogar: los colchones de lana.


Eras de Mercado (c. 1968)


Cuando llegaba el buen tiempo, pero antes de que comenzaran las labores de cosecha, se descosían las telas de todos los colchones de la casa, se extendía su lana en la era o en el patio, y se golpeaba repetidamente con un palo, en un intento de ahuecarla y esponjarla.

Al ser una labor puntual y menos especializada que la colada y lavado, en este vareado de lana podían colaborar hombres, niños e, incluso, veraneantes.


FOTOGRAFÍAS:

Familias Varona Alonso y De Miguel Pérez 


No hay comentarios:

Publicar un comentario