sábado, 19 de octubre de 2019

Dos toros escapados, un conde corneado, un cura cazador y un cabo de la guardia civil (julio 1897)

Plaza de toros de Los Vadillos, 30 junio 1893; Foto: Juan Antonio Cortés. Archivo Municipal de Burgos


Aquel lejano 1897, Burgos se encontraba en plena celebración de las fiestas de San Pedro y San Pablo. El día 29 de junio se había festejado la primera corrida de la feria, pero la del día siguiente tuvo que aplazarse debido a un suceso poco habitual: dos de los toros de la ganadería Ibarra, que iban a ser lidiados en la plaza de Los Vadillos, escaparon durante el "encierro" que les conducía desde el prado de San Lázaro a la plaza.


Prado de San Lázaro, 28 junio 1894; Foto: Juan Antonio Cortés. Archivo Municipal de Burgos


En aquellos tiempos, los toros llegaban a Burgos en tren, enjaulados, procedentes de tierras sureñas (Sevilla, en el caso de los Ibarra). Los astados se apeaban del tren en la estación de Quintanilleja, donde se procedía a su desencajonamiento. Conducidos por mansos y mayorales, las reses bravas llegaban al Prado de las Matas (Prado de San Lázaro), donde se permitía que los aficionados disfrutaran de su presencia durante unas cuantas horas, organizándose una especie de fiesta campera popular.


Prado de San Lázaro, 27 junio 1897; Foto: Juan Antonio Cortés. Archivo Municipal de Burgos

Ya de madrugada, los toros eran conducidos por detrás del barrio de San Pedro, a través de los terrenos hoy ocupados por el Cementerio de San José, para salir a la carretera de Santander y, callejeando por un itinerario encerrado por gruesos tablones, llegaban a la plaza de Los Vadillos con las primeras luces del día, rodeados en todo momento de numeroso público.


Plaza de toros de Los Vadillos y lavaderos del río Vena, 9 julio 1893; Foto: Juan Antonio Cortés. A.M. Burgos


Accesos a la plaza de toros de Los Vadillos, 1 julio 1894; Foto: Juan Antonio Cortés. Archivo Municipal de Burgos

Parece ser que -ya en los aledaños de la plaza- uno de los espectadores (un sargento de artillería) cometió la imprudencia de arrojar una colilla encendida al paso de los toros que, asustados por aquella chispa de fuego, retrocedieron, arrastrando tras de sí a las reses que habían entrado ya en la plaza. Los vaqueros únicamente lograron encerrar a cuatro de los seis toros, quedando en libertad dos de los más bravos, que huyeron, campo a través, en dirección a Ubierna.


Prado de San Lázaro, 27 junio 1897; Foto: Juan Antonio Cortés. Archivo Municipal de Burgos


Durante las horas siguientes se vivieron en la ciudad momentos de gran nerviosismo, casi de histeria, ya que se corrió el rumor de que los dos toros escapados habían regresado a las calles de Burgos, y se dedicaban a cornear a todo inocente ciudadano que se cruzara en su camino.

Las autoridades, no obstante, conocían perfectamente que los toros habían escapado en dirección noroeste, hacia las ricas zonas de pasto de la entonces denominada sierra de Ubierna.


La Guardia Civil, en uniforme de gala, durante una procesión al paso por la iglesia de Santa Dorotea, 3 junio 1894. A.M. Bu


Rápidamente se organizaron partidas de jinetes exploradores-cazadores, entre las que destacaba la formada por el cabo de la guardia civil Remigio [Benigno] Herrero, acompañado de los guardias Pedro Agúndez y José González, a los que se había unido el Conde de Berberana, que no debía de tener muchas cosas que hacer en aquellas fechas, aparte de perseguir a un par de inocentes bestias. El Conde, encantado con su papel de héroe popular, iba montado sobre una hermosa jaca, propiedad del empresario minero vizcaíno señor Levisson, y armado de un soberbio rifle americano.  



Once leguas (60 km) separan Burgos de San Mamés de Abar y Basconcillos del Tozo; cinco días de intenso periplo taurino


Todo parecía indicar que los dos toros tenían pocas posibilidades de prolongar en demasía su huida. Se contaron decenas de historietas acerca de los numerosos encuentros entre jinetes y astados huidos, pero el caso es que las horas pasaban, los toros se iban alejando poco a poco de la capital, y las noticias de avistamientos taurinos llegaban de parajes cada vez más norteños: Ubierna, Huérmeces, Quintanilla Sobresierra, Masa, El Tozo...

Los días pasaban y los toros, pastando tranquilamente, al tiempo que seguían ancestrales rutas trashumantes, fueron pasando de la cuenca del Ubierna a la del Úrbel, y de esta a la del Talamillo, y de esta, ya en la divisoria Duero-Ebro, a la del Mundilla-Rudrón. Hay que tener en cuenta que, en aquellos postreros años del siglo XIX, no existían carreteras ni mucho menos coches que impidieran o molestaran el libre tránsito de los dos toros, por lo que lo único que tenían que hacer los astados era evitar el paso por las poblaciones. De todas formas, los pastos se encontraban en las alturas de las parameras, alejados de los pueblos. 

Fue en la cercanías de San Mamés de Abar, tras cuatro días y pico de escapada, y a 60 kilómetros al NW de la ciudad de Burgos, dónde la suerte de los astados parecía más que echada. Acorralados, en unas ocasiones haciendo frente a los perseguidores, en otras huyendo hacia los numerosos bosquetes de roble que medran en estas tierras del Tozo, ambos toros ya habían sido alcanzados por algún que otro disparo, lo que no inhibió su natural bravura, más bien al contrario.


Prado de San Lázaro, 28 junio 1894, vacas y toros; foto: Juan Antonio Cortés. Archivo Municipal de Burgos

Para hablar con más precisión, convendría utilizar los nombres de los dos toros escapistas ya que, como todo el mundo sabe, los astados a lidiar suelen tener nombre, a pesar de estar marcados solo con un número y una divisa. Aquí, las crónicas de la época no se ponen de acuerdo: unas hablan de Negris y Veintinueve, otras de Girón y Calcetero, al referirse a la pareja de toros huidos, negro zaíno el primero, rojo tostado el segundo. Este último, además, parece ser que poseía una estampa más bella y poderosa que el moreno.

El primero en caer fue Calcetero [Veintinueve], quizás debido a que su mayor porte le hacía blanco más fácil para los fusiles de los perseguidores, poco diestros en el manejo de armas largas, por lo que parece.

Al llegar a San Mamés de Abar, se unieron a la partida cazadora el cura párroco y un vecino del pueblo. El cura, Toribio Santamaría, tenía fama de experto cazador, pero tuvo que emplearse a fondo más bien como corredor, ya que un disparo suyo -poco certero- cabreó a uno de los astados de tal manera que salió tras el de la sotana, obligando a este a buscar refugio en un cercano colmenar. 

Para variar, en la autoría de la muerte de Calcetero difieren las crónicas, de manera que unos se la adjudican al cura Toribio, otros a un guardia civil. El caso es que fue en terrenos de San Mamés de Abar dónde finalizó la huida del toro tostado, completamente acorralado.



Archivo Municipal de Burgos


Las últimas horas en la vida de Girón [Negris] resultaron ser bastante más peliculeras, y nunca sabremos hasta que punto exageradas por los cronistas de la época y la subsiguiente imaginación popular. Tras la muerte de su compañero de huida, el toro negro zaíno -más ligero- emprendió la huida hacia terrenos del cercano Basconcillos del Tozo, en cuyo paraje denominado "Las Cañadas" resultó finalmente rodeado.

Pero en lugar de dejar que los muchos fusileros dispararan al astado hasta la muerte, el señor Conde de Berberana, en un alarde de temeridad y estupidez, se separó de los demás, y a lomos de su exquisita yegua se dirigió hacia el animal, con ánimo de apuntarse el tanto de su muerte. Disparó con su soberbio rifle americano, pero con una puntería lamentable para un disparo realizado a una distancia muy inferior a la de seguridad. El toro arremetió contra la yegua, derribando al jinete y dejando a aquella a merced del astado. La yegua murió de dos cornadas profundas. Y al conde el toro lo volteó cuatro veces entre las astas, mientras los tiradores hacían continuos disparos en un intento por salvar la vida de don Manuel.

Parece ser que el disparo certero lo realizó el cabo de la guardia civil Remigio [Benigno] Herrero y que, aún así, los cazadores tuvieron que rematar al toro a base de culatazos y golpes. 

De las andanzas de los dos toros escapados se hicieron prolongado eco los periódicos y revistas taurinas de la época. Las versiones descritas en cada uno de estos medios difieren en nombres, fechas y circunstancias, por lo que no me ha resultado sencillo pergeñar una versión medianamente coherente. Lo único cierto es que resultaron muertos tres animales, con heridas leves un guardia civil, con heridas graves un conde, con susto importante un cura y con estrés profesional un farmacéutico rural y un médico urbano.

 

PARTE DE BAJAS:


Muertos:

  • Toro Girón [Negris]: negro zaino, de porte ligero, muerto en Basconcillos del Tozo por disparos de Máuser y cabo de la guardia civil; fue el autor de la severa paliza sufrida por el Conde de Berberana. Se decidió conservar su cabeza para su posterior disecado. Suponemos que acabaría en el salón comedor de don Manuel. Cuando el cuerpo del toro, desangrado y eviscerado, llegó a Burgos, aún resultaba visible la sangre roja [azul] del conde en el asta izquierda del pobre bicho.
  • Toro Calcetero [Veintinueve]: rojo tostado, poderoso y de bella estampa, muerto en San Mamés de Abar por disparos de cura párroco o de guardia civil, según diferentes versiones. Otra versión sitúa su muerte en Quintanadueñas [sic].La carne descuartizada de Girón [Negris] y Calcetero [Veintinueve] fue puesta a la venta para el gran público de la capital, a un precio directamente proporcional a la repercusión mediática del suceso.
  • Yegua del señor Levisson: muerta por asta de toro; una de las heridas presentaba una trayectoria directa al corazón. Víctima de la irresponsabilidad y necedad de su jinete. Su piel se instaló en la casa que en Bilbao poseía el empresario minero señor Carlos Levisson.

Heridos:

  • Conde de Berberana [Manuel Gil-Delgado y Pineda]: tres costillas fracturadas, todas del costado izquierdo; herida por asta de toro en la parte interior del muslo izquierdo. Fue volteado por el toro Girón [Negris] hasta en cuatro ocasiones, tras cebarse con su yegua, a la que prácticamente destripó. El conde actuó con notable valentía, sobresaliente necedad y sorprendente falta de puntería.
  • Cabo de la guardia civil, Benigno [Remigio] Herrero: fuerte contusión en una pierna, sufrida al ser derribado por su caballo, asustado por el disparo que realizó el jinete contra uno de los toros. Fue el único de los tiradores que acertó a alcanzar con sus disparos algún órgano vital del toro Girón [Negris], impidiendo de esta manera que el animal acabara por despanzurrar al pobre conde.

Solo susto:

  • El cura Toribio Santamaría: el párroco de San Mamés de Abar [o de Santa Cruz del Tozo, según otra versión periodística] parece ser que era un experimentado cazador, pero únicamente acertó al toro Calcetero [Veintinueve] en una pata y luego corrió a refugiarse en un colmenar como alma que lleva el diablo. Aunque otras crónicas le adjudican la muerte de este toro.

Estresados:

  • El farmacéutico de Pedrosa de Valdelucio, Clemente González: proporcionó los primeros auxilios médicos al conde corneado, cuando este fue conducido a Basconcillos del Tozo. Hasta aquel fatídico día, nunca había pasado por sus manos todo un miembro de la aristocracia.
  • El reputado médico de Burgos, Perfecto Ruiz López: a última hora de la noche del domingo 4 de julio, partió raudo desde la capital para llegar cuanto antes a Basconcillos y atender al ilustre corneado.


EPÍLOGO:

Sirva este post a modo de recordatorio de aquella pareja de toros bravos sevillanos, uno rubio y otro moreno, predestinados a morir en el coso de una ciudad castellano vieja, pero a los que el destino -en forma de colilla arrojada oportunamente por un incívico artillero- les regaló una prórroga vital de casi cinco días. Cinco días que aprovecharon a tope.

Cinco días que dedicaron básicamente a hacer lo que más les apetecía: corretear y pacer, siempre a la búsqueda del pastizal perfecto, el más fresco y tierno; siempre en dirección noroeste, pisoteando en su periplo trigales y campos de centeno y avena, degustando y rumiando alfalfas, titos, yeros, alholvas y esparcetas.

Vadearon el Ubierna, quizás sestearon en Monteacedo o quizás en Monte las Eras; continuaron por la raya con Huérmeces, siguiendo la antigua cañada de merinas que unía Burgos con las altas tierras del Tozo y Valdelucio, pasando por terrenos de Montorio y Masa. Una provechosa y bonita excursión, sin duda. 

A Girón [Negris] y Calcetero [Veintinueve] les acabaron por perseguir demasiados  y poderosos estamentos como para que la pobre pareja de toros sevillanos saliera indemne de la excursión. La Ley, la Iglesia, el populacho y la nobleza salieron tras ellos, en despiadada cacería, en forma de guardias, curas de gatillo fácil, mayorales, y hasta algún conde teatrero y parlanchín. Acabaron con ellos disparos de Máuser, pero antes obligaron a un emisario de Dios a refugiarse en un colmenar, e hicieron volar por los aires -hasta en cuatro ocasiones- a todo un conde.

Puede que la cabeza disecada de Girón [Negris] acabara decorando una pared del salón de la casa de don Manuel, pero al Conde no le fue mucho mejor. Vale que curó de las heridas infligidas por el astado, vale que sobrevivió 35 años al toro negro zaíno que le volteó con ganas ... pero también vale que el Conde de Berberana murió lejos de su Castilla querida (en Barcelona, para más inri), casi solo y arruinado; enviudó relativamente joven, perdió una hija a temprana edad, no le fue bien en los negocios, su otro hijo se fue a América... 





Manuel Gil-Delgado y Pineda (1861-Barcelona, 1932), V Conde de Berberana: Alfonso XII le nombró mayordomo de semana y, precisamente el día del fallecimiento del monarca, don Manuel se encontraba de servicio en El Pardo. Al llegar la República era el decano de los mayordomos. Contrajo matrimonio con Josefa Soto y Armesto (1866-1911), hija del Conde de Encinas. Tenía fama de aventurero, osado protagonista de historietas reales o inventadas, ya que el conde poseía una gran capacidad de fabulación; simpático y generoso, era todo un caballero andante; la pega es que vivió en una época en la que todas estas supuestas virtudes ya no eran tan apreciadas como en tiempos anteriores. Tuvo dos hijos, Carmen y Álvaro, de los que únicamente este le sobrevivió. Falleció en Barcelona, en casa de su hermana Rosa, viuda también.



FUENTES:

  • Memorias de una burgalesa. María Cruz Ebro. Imprenta de la Diputación Provincial. Burgos (1952) ["¡El toro! ¡El toro! Extraordinaria hazaña de un caballero andante", páginas 213-218]
  • Diario de Burgos. Lunes 5 de julio de 1897 ["El suceso del día", página 2]
  • Diario de Burgos, 29 de junio de 1944 [recordatorio del suceso]
  • El arte de los toros. Madrid, 12 de julio de 1897 [página 8]
  • La lidia. Revista taurina ilustrada. Madrid, 12 de julio de 1897 [página 1]
  • Suplemento a El Enano. Madrid, 16 de julio de 1897 [página 4]
  • Pan y toros. Madrid, 12 de julio de 1897 [página 7]
  • ABC. Madrid, 8 de junio de 1932 [página 51]
  • Archivo Municipal Ayuntamiento de Burgos. Colección fotográfica de Juan Antonio Cortés García de Quevedo. Archivo Burgos 
  • Historia taurina de Burgos. Gregorio del Santo Nogal y Miguel Ángel Salinas Ibáñez. Instituto Municipal de Cultura. Ayuntamiento de Burgos (2007). Tomo I ["Año 1897. Persecución y muerte de toros fugados", páginas 430-431]


APÉNDICE:

Transcripción íntegra y literal de "El suceso del día", noticia aparecida en la página 2 del Diario de Burgos en su edición del lunes 5 de julio de 1897:



 



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