Personales gustos estéticos
aparte, hemos de convenir que existen determinados paisajes a los que la mayor
parte de los humanos consideraríamos mucho más atractivos que otros.
Un paisaje alpino, con o sin
nieve, reclutará más admiradores que un desolado descampado en la periferia de
una gran ciudad mesetaria. Una isla tropical, con parte de su playa de
blanquecinas arenas convenientemente sombreada por palmeras cocoteras y rodeada
por un mar de transparentes aguas, tampoco se descolgaría mucho en el listado
de paisajes considerados paradisíacos. Mientras que un rocoso islote, carente
de vegetación, ensenadas ni arenas playeras, no alcanzaría la misma
popularidad.
Aunque tampoco habría que desdeñar
la posibilidad de que, en algunas ocasiones, paisajes de apariencia vulgar, sin
nada llamativo ni fuera de lo común, pudieran metamorfosearse en un lugar incluso
bonito, simplemente por el hecho de que allí te hubiera sucedido algo que mereciera ser recordado.
Cuestiones estas secundarias, cuando lo realmente importante es constatar el enorme esfuerzo físico que tuvieron que realizar aquellas gentes para transportar y pinar estos grandes ortostatos, en este caso grandes lanchas de piedra caliza. Y este esfuerzo sobrehumano también nos sirve para hacernos una idea de la importancia que para aquellas gentes tenía el rito funerario, sus creencias en un más allá o en algo muy poderoso en todo caso. No sabemos si en cada panteón tumular se enterraban cadáveres completos o solo una parte (cráneos sobre todo), si se hacía con todos y cada uno de los miembros de un clan o solo con los notables, qué tipo de rituales precedían y seguían a la inhumación, etc.
También nos asombrará ver abundantes rebaños de rebecos, así como ejemplares solitarios de varias especies de cérvidos, pastando tranquilamente sobre las laderas herbosas de Itero; puede que lleguemos a ver, incluso, alguna acechante manada de lobos; y si aguantamos en el mirador el tiempo suficiente, incluso podremos oir el gruñido de un oso o el rugido de una pantera; sonidos ambos que nos indicarán que ha llegado el momento de abandonar apresuradamente el lugar. Una lástima, porque aún no habíamos sido capaces de descubrir a ejemplar alguno de Homo neanderthalensis, esos homínidos tan parecidos a nosotros.
En ocasiones, no hay que remontarse en el tiempo. Muchos paisajes actuales, fuertemente antropizados, adquieren una peculiar y efímera belleza en determinados momentos del ciclo vegetativo anual. Así sucede con este campo de girasoles, cuyas perfectas alineaciones sortean sin dificultad las ondulaciones del terreno, entre La Muñeca y La Jara, en la cuesta de Mansilla.
Seguramente, por este viejo camino anduvo muchas veces el capitán Alegría, personaje de ficción de "Los girasoles ciegos", cuando quería verse con Inés, su novia de Ubierna, antes de que la guerra del 36 los separara para siempre. Seguramente, nuestros próximos paseos por este lugar adquirirán la condición de "últimos": últimos sin pilares de hormigón, últimos sin pasos inferiores, últimos sin traqueteo de tableros, últimos sin ruido de rozamiento de neumáticos sobre asfalto...
Y aún los perderá más cuando sobre la carretera nacional vuelen los tableros de la nueva autovía y en su entorno se dibujen los amplios círculos que conformarán los proyectados viales de enlace entre autovía y carretera. La magia y encanto del Nido del Buitre habrán desaparecido, pero surgirá una nueva leyenda: "Huérmeces 7 km", tal y como rezará uno de esos enormes carteles informativos de letras blancas sobre fondo azul.
Otra combinación entre paisaje y crónica negra nos ofrece la Venta de Valtrasero,
sita en Ruyales del Páramo. A finales del siglo XIX, la pareja de
venteros que la regentaba resultó salvajemente
asesinada, ocasionando el cierre definitivo del establecimiento. Esta
ausencia añade mayor desolación a un paisaje ya de por sí
suficientemente desolado.
Varios estratos históricos encontraremos en el viejo camino del Alto la Cruz: a una vieja calzada romana se le superpone otra medieval y sobre esta, a su vez, un camino real del siglo XVIII. Por una ladera casi absolutamente deforestada, árida y abierta a los vientos del NW, habrán pasado a lo largo de los tiempos miles de personas, descalzas o provistas de sandalias, alpargatas, recias botas militares o, últimamente, cómodo calzado deportivo. Y todas ellas habrán sudado o temblado de frío, maldiciendo una pendiente que parece que nunca va a acabar. ¿Cuantas gentes habrán girado más de una vez la cabeza, para echar una postrera mirada al cada vez más alejado caserío del pueblo, preguntándose cuando será el día en que vuelvan a dormir caliente o mullido?
Y si el agua, en forma de poza sobre el Úrbel, tiene adherida una leyenda, mejor que mejor. La umbrosa y escondida poza de Rogarcía tiene fama de ente tragalotodo; dicen que hace tiempo, mucho tiempo, la poza se tragó a una inocente pareja de bueyes que, con su carro repleto de mies, tuvo la desgracia de caerse en ella. También dicen que en noches de luna llena aún pueden verse brillar las astas de los desdichados bovinos... El lugar tiene su encanto, pero apostaría a que ningún conocedor de la leyenda osaría pegarse un baño en sus insondables profundidades. Para eso ya existen Cigatón y La Presa. O la piscina de Ubierna.
Ese mismo agua fue lo que condicionó la ubicación de la mayor parte de los poblados que por estos lares surgieron durante los tiempos repobladores de finales del siglo IX y comienzos del X. Lugares como Monasteruelo, bien enraizado al lado del arroyo homónimo, no muy lejos de la fuente también homónima. Sus raíces eran sin duda profundas, pero la parte aérea no sobrevivió al siglo XIX, y hoy solo quedan paredes engullidas por la vegetación y tierras planimetradas por la concentración.
Este quizás sea uno de los parajes en los que más claramente trasciende su antrópico pasado. Vislumbrar en su ladera una aldea aún viva, oler el humo de sus chimeneas, oír el tañido de las campanas de su pequeña iglesia, escuchar a sus gentes llamar a las bestias dispersas por el monte cercano, a sus niños gritar durante una tarde sin escuela...todo esto es posible si sabes elegir bien el día y la hora en que sentarte pacientemente en la cornisa de la ladera del Páramo que cae sobre el vallejo...
Dicen que en alguna que otra noche de San Juan (patrón de Huérmeces y Monasteruelo) aún pueden verse decimonónicos ediles y clérigos de Ros y de Huérmeces quitando y poniendo mojones en el límite entre los dos pueblos, en un vano intento por hacerse con los dominios del despoblado, sus almas y sus campanas. Desconocedores, quizás, de que el Pleito de Monasteruelo finalizó hace mucho tiempo y lo resolvió la Ley ... de la Gravedad: las aguas del arroyo siguen un curso descendente, hacia Ros.
Eso es lo que tienen los paisajes con Historia, o los parajes de leyenda, que son algo más que una postal más o menos bonita, y solo hace falta rascar un poco por la parte de atrás para que aparezca el premio.
NOTA:
La mayor parte de los parajes y paisajes que aparecen en esta entrada ya han sido tratados en este blog de manera más o menos extensa:
La base militar de San Vicente
Las ermitas de San Vicente y Santorcaz
Sutildarache
El castro de San Vicente
La ermita de Cuesta Castillo
La Nevera
Cuevas, dólmenes y un castro
El Torreón
La torre de Santa Cristina
La ermita de La Blanca
Arroyos y vallejos
La cueva de Valdegoba y los neandertales
El diapiro de Quintanilla Pedro Abarca
La autovía de Aguilar (A-73)
De Huérmeces a Ubierna
Los girasoles ciegos
El Nido del Buitre
La Peña Rallastra
La Venta de Valtrasero
Cuevas de Huérmeces
El Camino del Alto la Cruz
El Puente Miguel
Fuentes y abrevaderos
La poza de Rogarcía
Monasteruelo
El Pleito de Monasteruelo
Dicen que en alguna que otra noche de San Juan (patrón de Huérmeces y Monasteruelo) aún pueden verse decimonónicos ediles y clérigos de Ros y de Huérmeces quitando y poniendo mojones en el límite entre los dos pueblos, en un vano intento por hacerse con los dominios del despoblado, sus almas y sus campanas. Desconocedores, quizás, de que el Pleito de Monasteruelo finalizó hace mucho tiempo y lo resolvió la Ley ... de la Gravedad: las aguas del arroyo siguen un curso descendente, hacia Ros.
Eso es lo que tienen los paisajes con Historia, o los parajes de leyenda, que son algo más que una postal más o menos bonita, y solo hace falta rascar un poco por la parte de atrás para que aparezca el premio.
NOTA:
La mayor parte de los parajes y paisajes que aparecen en esta entrada ya han sido tratados en este blog de manera más o menos extensa:
La base militar de San Vicente
Las ermitas de San Vicente y Santorcaz
Sutildarache
El castro de San Vicente
La ermita de Cuesta Castillo
La Nevera
Cuevas, dólmenes y un castro
El Torreón
La torre de Santa Cristina
La ermita de La Blanca
Arroyos y vallejos
La cueva de Valdegoba y los neandertales
El diapiro de Quintanilla Pedro Abarca
La autovía de Aguilar (A-73)
De Huérmeces a Ubierna
Los girasoles ciegos
El Nido del Buitre
La Peña Rallastra
La Venta de Valtrasero
Cuevas de Huérmeces
El Camino del Alto la Cruz
El Puente Miguel
Fuentes y abrevaderos
La poza de Rogarcía
Monasteruelo
El Pleito de Monasteruelo
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