Tras un verano seco y cálido, un comienzo de otoño aún más. Un octubre sin lluvias, vientos ni fríos ha originado un otoño sin hongos pero con la paleta de colores más espléndida en años.
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Ladera del Páramo, desde Cuesta Castillo |
Los típicos tonos amarillentos de chopos, fresnos, castaños de indias y arces se han visto más realzados que nunca. En ausencia de viento y frío, la larga persistencia de las hojas ha ocasionado que el disfrute de sus tonos otoñales se haya prolongado más tiempo de lo habitual.
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La vieja carretera de Aguilar, a la altura de Los Praos de Vega; fresnos y chopos enmarcan su trazado |
Durante el puente de Todos los Santos, La Comarca estalló en colores. También acompañó, durante esos cuatro días, el tiempo soleado y con altas temperaturas.
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Ladera de San Vicente, cayendo hacia Valdetope |
Entre los más espectaculares despliegues de color, una especie arbórea destaca de entre todas: el álamo temblón (Populus tremula); primo del chopo común (Populus nigra), se diferencia de éste por sus hojas más pequeñas y largamente pecioladas, lo que ocasiona que se muevan incluso en ausencia de viento; en otoño, sus hojas adquieren una llamativa coloración rojiza, que contrasta fuertemente con la del resto de árboles de ribera (fresnos, chopos, sauces y salgueras).
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Chopos comunes y álamos temblones, en las cercanías de Terradillos de Sedano |
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Álamo temblón en Cuesta Castillo (Huérmeces) |
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Cerezo en el protegido valle del Rudrón (Bañuelos) |
Otro de los árboles de llamativa foliación otoñal rojiza es el cerezo (Prunus avium); mucho menos abundante por estos lares, es un árbol que no pasa desapercibido ni en primavera temprana (densa floración blanquecina) ni en verano (rojizos frutos en junio) ni en otoño. Ni siquiera en invierno, gracias a su llamativa corteza. Es lo que se dice un árbol completo, un auténtico cuatro estaciones.
Uno de los parajes desde el que mejor se puede disfrutar del paisaje otoñal es, sin duda, el mirador de Valdegoba. Sus vistas sobre el conjunto formado por Los Praos de Vega, Valdetope, Valdegoba, Rallastra e Itero son, sencillamente, espectaculares.
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El Urbel y la carretera de Aguilar serpentean entre Fuente La Hoz y Alba; desde el Mirador de Valdegoba |
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Valdetope, con su bosquete de quejigos comenzando a virar al ocre |
También el río Urbel ha visto coloreadas sus habitualmente obscuras aguas. Las hojas de los árboles ribereños quedan flotando, a la espera de que aumentos de caudal se las lleven lejos, hacia el Suroeste, camino del Arlanzón.
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Urbel abajo, desde el Puente Miguel o Puente del desaparecido barrio de La Parte |
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Puente Miguel, aguas arriba |
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La ermita de Cuesta Castillo, entre una tierra arada y un álamo temblón |
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Itero y chopos de Valdegoba; los pequeños arbustos rojizos de la zona inferior de la ladera son rosales silvestres |
En casi todas las laderas pedregosas de los vallejos más soleados, destaca también el color rojo de las abundantes bayas del rosal silvestre (Rosa canina). Este arbusto tampoco pasa desapercibido en primavera, gracias a su llamativa y fragante floración. Sus bayas (escaramujos o tapaculos) son ricas en vitamina C y taninos, estos con un fuerte efecto antidiarreico, de ahí su nombre.
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Rosal silvestre cargado de escaramujo; Trasvallejo (Huérmeces) |
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Trasvallejo; al fondo, entre la niebla, Huérmeces y su Torreón |
Al
poco de finalizar el breve periodo vacacional, llegaron las lluvias
(unos 20 litros), los vientos y los fríos, para alegría de labradores y
pastores.
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