domingo, 16 de octubre de 2016

Una pequeña joya en el desván


El desván de la casa del pueblo sigue dando sorpresas de cuando en cuando. En un carcomido cajón de un viejo armario, entre misales y vidas de santos, apareció un librito encuadernado en tapa dura, muy sobado por el uso, y con un llamativo título:

PRACTICA COMPLETA DE AYUDAR A BIEN MORIR A ESPAÑOLES Y EXTRANGEROS

Y a tan curioso título no podía sino corresponderle una fecha con solera: MDCCXCVI (1796). Doscientos veinte años contemplan a este añejo ejemplar de 15x10 cm, en edición bilingüe (español-francés), impreso en bellos caracteres, en la imprenta madrileña de Don Joseph Doblado. Suponemos, pues, que sirvió para que muchas personas realizaran cristianamente el tránsito hacia la otra vida, hasta que -ya ajado y cansado- alguien lo depositara en el fondo de un cajón de un viejo armario, en un viejo desván de una vieja casa...



Fue aquel 1796 un año conflictivo para España. En agosto se firmó el Tratado de San Ildefonso, por el que se establecía una alianza militar entre España y Francia, con el objetivo de aunar esfuerzos contra su enemigo común: la pérfida Inglaterra, que amenazaba a la flota española en sus viajes a América. Los firmantes fueron Manuel Godoy, en nombre del rey Carlos IV, y el general Catherine-Dominique de Pérignon, por parte del Directorio francés. El lugar, el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso; la fecha, el 18 de agosto de 1796. La firma del tratado trajo consigo la declaración de guerra a Inglaterra.

Y en tiempos tan revueltos, con guerras, batallas, escaramuzas, accidentes y muertes por doquier, qué mejor ocasión para imprimir un libro en una edición bilingüe, que sirviera de manual para capellanes y párrocos, en su ardua tarea de administrar extremaunciones a diestro y siniestro, a españoles y franceses, aliados en este caso.

El autor, Don Joseph Villarroel Pérez de Baños, presbítero de altos vuelos, fue un prolífico escritor, sobre todo lírico, que vivió a lo largo de gran parte del siglo XVIII. No he encontrado datos biográficos precisos, únicamente títulos de obras suyas que pueden encontrarse aún en catálogos de diversas librerías de viejo y bibliotecas. Entre todas ellas destaca la titulada Poesías sagradas y profanas, editada en Madrid en 1761. Otras obras menores se publicaron en 1736, 1740, 1755 y 1759. Suponemos que, por lo tanto, esta Práctica completa de ayudar a bien morir constituiría una de sus obras más tardías, sino la última de ellas.






Ya en la Introducción de la obra que nos ocupa, Villarroel deja claras las motivaciones e intenciones que le llevaron a escribir acerca de la técnica y la táctica del ayudar a bien morir:

La dilatada experiencia de diez y seis años, que hace que me empleo lo mas de el tiempo en asistir Moribundos en los Hospitales y Casas particulares de España, y fuera de ella, y la falta que experimentamos de un Libro, que concisa y brevemente comprehenda el modo mas sencillo y eficaz de Ayudar a Bien Morir en Lengua Española, y sobre todo en los Idiomas Extrangeros, de que absolutamente nada tenemos escrito, me ha obligado a publicar hoy la presente Obra, insertando en ella también la recomendación del Alma en Latin, segun el Ritual Romano, y traduciendo ésta en Español y en Francés, para que pueda ser también útil a los Legos, que en ausencia de los Párrocos podrán leerla a los Moribundos, y también las Preces que se han de decir luego que el Enfermo haya entregado el Alma a su Criador, y nuestro Redentor Jesus. 

Villarroel también deja escrita su intención de publicar "con la mayor brevedad que me sea posible" una segunda parte de esta obra, esta vez en italiano y en alemán. No parece que pudiera llegar a materializarse el proyecto, quizás debido a la avanzada edad del autor, quizás a la falta del patrocinio indispensable para la edición del libro.

En una pequeña nota aclaratoria, el autor añade:

Me ha parecido advertir a los Señores Eclesiásticos, que antes de emprender la asistencia de un Moribundo, se informen de sus qüalidades, circunstancias, e instrucción, para que de este modo puedan hablar a cada uno en el lenguaje o estilo conveniente.
  



En el capítulo Advertencia, Villarroel dice:

Todos los hombres saben que morirán un día, aunque ignoran el momento y las circunstancias de su muerte. Los Christianos que están mas iluminados que los otros, están seguros de que la muerte es un tránsito de esta vida mortal a la eternidad: que esta eternidad debe ser, o su recompensa, o su castigo...

Y no pierde ocasión de dejar clara la importancia que tiene, para la salvación del alma, una adecuada preparación para la muerte:

Si para acertar en un negocio temporal, se toman todos los dias tantos desvelos en este mundo, ¿no es por ventura una extraña locura descuidar de este negocio, que es para nosotros de la mayor importancia, y cuyo éxito nos debe ser tan ventajoso, o tan desventajoso por toda la eternidad? 

Tomemos, pues, temprano nuestras medidas; y pues que todos los momentos de esta vida son, por decirlo así, otros tantos pasos que nos arriman continuamente a la muerte, empleemoslos tan bien, que no quede alguno que no contribuya a hacerla feliz...



A continuación nos encontramos con el capítulo titulado Pensamientos Utiles para disponerse a una buena y santa muerte, por medio de una buena y santa vida, en el que podemos leer sentencias tales como:

Pues que la muerte es un castigo del pecado aceptemosla con gusto, nosotros que somos tan pecadores.

El último dia de nuestra vida nos está oculto, dice San Agustin, a fin de que todos los dias estemos alerta.

Caminemos en este mundo con grande circunspección, y velemos sobre nosotros mismos. La muerte nos aguarda en todo lugar. La vida es corta, nos veremos presto a su fin; cuidemos de amontonar quanto antes tesoros de buenas obras para la eternidad.

¿Por qué emprendemos nosotros tan grandes designios para lo futuro quando no somos dueños de un momento de nuestra vida, y quando no sabriamos, ni detenerla ni desecharla?

Compraria un condenado con gusto por mil años enteros que él pasaria en los tormentos mas horribles de el Infierno, una sola hora de todas las que tantas gentes pasan sin hacer nada, o en dormir, o en jugar, o en hacer mal.

No os regocijeis de la muerte de vuestro enemigo, sabiendo que debeis vos mismo seguirle dentro de poco.

Y entrando ya en la parte práctica de la obra, encontramos: Oraciones, Súplicas, Ruegos, Jaculatorias, Actos de Contrición, de Fé y Esperanza, de Amor de Dios y del Próximo, de Resignación y de Aceptación.



Y ya en latín: Ordo Commendationis, Animae, Litaniae, y Oratios varias, tanto en latín como en español y francés. El Oremus final dice así:

Tibi Domine commendamus animan famuli tui N., ut defunctus século tibi vivat: & quae per fragilitatem humanae conversationis peccata commissit, tu venia misericordissimae pietatis absterge. Per Christum Dominum nostrum. R. Amen. 



No podían faltar tampoco los agradecimientos al mecenas que hizo posible la edición de la obra, Don Vicente Joachîn Osorio de Moscoso, cuyos títulos nobiliarios ocupan seis páginas del librito.





















No debió de tratarse de un libro de gran tirada, ya que no he sido capaz de encontrarlo en ninguna librería de viejo. Únicamente aparece en los catálogos de la Biblioteca del Escorial y del Patrimonio Bibliográfico de Cataluña (Biblioteca Balmes). Una pequeña referencia a su edición aparece, asimismo, en una revista literaria inglesa de finales del siglo XVIII.





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