Aquel
domingo de mayo se celebró en Huérmeces una de las últimas comuniones “comunitarias”:
Jesús, José Luis, José Francisco y José Luis. Mayoría absoluta de Joses en los nombres de los chavales,
como era usual en aquellos años.
En
una de las fotos, don Emilio, el maestro, posa a la entrada de la iglesia con
los cuatro primero-comulgantes.
En
la otra, media generación masculina aparece detrás de uno de los celebrantes: José
Enrique, Francisco, Salvador, Alfonso, César, Ramón, Sabino, Jacinto, Carlos y
Raúl. Abunda el pantalón corto, habitual hasta que cumplías los catorce años.
Poco
más de diez años más tarde, sólo uno de aquellos chavales continuaría viviendo
en el pueblo.
Las
calles antes de su encementado, el pilón de abajo, en un espacio al que se
denominaba plaza, enmarcada por las
casas de Julio, Bienvenido, Emilio, Benjamín, Daniel y Rodrigo, y vigilada por
el ojo de buey de la casa del cura.
Casa
que acababa de estrenar inquilino, ya que pocos meses antes había llegado un
nuevo cura, don Santos, que sustituyó a otro de paso efímero, don Celestino.
Las celebraciones, sobra decirlo, tenían poco que
ver con las que acontecen en nuestros días. Una comida en casa, y con invitados
exclusivamente dentro del ámbito familiar más cercano: abuelos, padres,
hermanos y, como mucho, los tíos y primos de Burgos. Y los regalos, los justos,
en consonancia también con los tiempos que corrían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario