A mediados del siglo XX, tres eran las cantinas que existían en
Huérmeces:
- En el barrio de Arriba (Arroyuelo), una cantina-tienda regentada por Felisa Arnáiz, “La Terreplena”
- Otra al lado de la carretera, justo dónde paraba el coche de línea: la cantina de Matilde y Joaquín.
- Y otra más en el barrio de Abajo (Vega): la cantina de Valeriano y Rosario, que durante muchos años fue también locutorio telefónico.
Quizás pudiera parecer una cantidad excesiva para una población de
apenas 340 personas: una cantina por cada 113 habitantes. Pero es que una
cantina en aquellos años era mucho más que un lugar en el que sirven bebidas.
Hay que recordar que una cantina no era sino un negocio
complementario, en una época de pluriempleo generalizado. El cantinero o
tabernero también era agricultor o ganadero, o percibía rentas por tierras, o
era transportista, o taxista, o tendero…
La Cantina de Valeriano y Rosario, año 1965, cuando ya era locutorio telefónico |
Rosario había nacido en Villalibado en 1920; hija de Julio Gutiérrez y Felisa Varona, naturales a su vez de Villalibado y Huérmeces, respectivamente.
Valeriano
nació en Castrillo de Rucios en
1916, hijo de Benito Díez (secretario de Las Billetas durante muchos años) y
Felipa Díez (maestra en Castrillo, aunque nacida en Arenillas de Villadiego).
Valeriano
y Rosario vivieron unos años en la hoy denominada Casa del Juez (antiguo
hospital), que por aquellos años pertenecía al padre de Valeriano.
Poco
después, al nacer su segunda hija, adquirieron, rehabilitaron y se trasladaron a vivir a la
casa que había servido de taller de carpintería a Ludgerico Pérez.
Y
allí, en aquella casa, abrieron una cantina a mediados de los años cuarenta del
siglo pasado.
Valeriano
ya era por entonces un conocido transportista en la comarca, y la cantina vino
a suponer un intento de diversificar ingresos, ya que el mundo de transporte
era –en aquéllos años- inseguro, esclavo y escasamente lucrativo.
Curiosamente,
otro de los propietarios de cantina en Huérmeces, Angel Valladolid, también
realizaba por entonces labores de transportista.
Veinte
años después de su apertura, hacia 1965, la cantina de Valeriano y Rosario se
convirtió también en locutorio
telefónico, al instalarse allí el único teléfono del pueblo.
Uno
de los motivos que les animó a solicitar el teléfono público fue precisamente
la profesión de Valeriano: era una buena manera de estar en contacto con la
familia, mientras viajaba por medio país.
Para
entonces, Valeriano ya había sustituido su camión por un Citröen Pato (Citröen 11 Ligero), con el que realizaba tareas más de
taxista que de transportista.
Valeriano
se dedicó también, durante los años setenta y primeros ochenta, a recoger leche de oveja
para la empresa láctea “Quesos Angulo”, recorriendo varias
rutas en los alrededores de la capital provincial, siempre a bordo de su
popular Land Rover Santana.
Muchos,
tanto vecinos como veraneantes, fuimos los que aprovechamos aquéllos viajes
para acercarnos a Burgos “por la patilla”. Y fue precisamente en aquellos años
cuando algunos comenzamos a descubrir el encanto de los pueblos de la zona apartados del recorrido del coche de línea:
Ros, La Nuez,
Los Tremellos, Las Celadas …
El
bar como tal se cerró en 1974, pero
continuó siendo el único teléfono del pueblo hasta 1985, año en el que se produjo la llegada de las primeras líneas
para teléfonos particulares.
Durante
sus años como simple locutorio, el local continuó en cierta manera con su
función socializadora, y no faltaron sobre las mesas de mármol del extinto bar,
intensas partidas de cartas entre los -cada día menos y mayores- vecinos del
pueblo.
Valeriano
también fue alcalde del pueblo durante la primera mitad de los años setenta (1970-1975); precisamente una década durante la cual
Huérmeces tuvo que acometer la mayor parte de los proyectos que condicionarían
su futuro inmediato: instalación de la base
militar en San Vicente (1972), traída de agua (1973), concentración parcelaria (1977), fusión con el municipio vecino de Quintanilla Pedro
Abarca (1978) …
Por
aquel entonces, en Huérmeces ya solo quedaban abiertas dos cantinas: la de “La Terreplena” y la de Matilde y Joaquín, y esta última por poco tiempo más. Quizás
algún día también podamos contar su historia.
-o-o-o-
La cantina de Rosario y Valeriano estaba al lado de la casa en la
que, hasta 1969, vivió mi familia. Muchas veces cuidaron de mi hermana y de mí mientras
mis padres trabajaban en el campo. Son ese tipo de cosas que no se olvidan o,
al menos, no debieran olvidarse.
Para un chaval de siete años, la taberna de Valeriano y Rosario era
el enlace del pueblo con el exterior: allí llegaban cosas maravillosas
procedentes de más allá de la
Cuesta de Mansilla: las primeras historietas por entregas,
que aparecían en el Diario de Burgos, los bimbollos, los cromos, los tebeos, la
gaseosa, el kaskol, todo lo que uno podría desear en aquellos años…
La cantina era también la suministradora gratuita de uno de los
artefactos más exitosos en el mundo de la juguetería fortuita: las chapas. Muy
cotizadas eran las de Cinzano, lo que demuestra que ya por entonces triunfaba
el diseño italiano.
Recuerdo la alegría que nos produjo a los chavales de entonces el
descubrimiento del vertedero “secreto” al que se arrojaban gran parte de estos
tapones de chapa: El Calero, al final del camino de Valdefrailes.
Agradecimientos:
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