Lo que a vista de pájaro puede llegar a ofrecernos una bella o por lo menos curiosa composición plástica, a pie de tierra pierde todo o gran parte de su encanto.
Lo que desde arriba se convierte en la versión paramera del Grito de Munch, a ras de suelo no deja de ser una simple pista del parque eólico Paramo Vega rodeado de tierras de secano más o menos pedregosas.
(En amarillo se han señalado los lugares desde los que se tomó la fotografía a pie de tierra)
(En amarillo se han señalado los lugares desde los que se tomó la fotografía a pie de tierra)
Lo
que desde el avión fotógrafo del SIGPAC puede interpretarse como un
enigmático mensaje intergaláctico, desde la cornisa de la Mesa de Urbel no pasa de ser una vulgar tierra de labor de contornos algo rebuscados.
Lo que a tres kilómetros de altura parece un apéndice rocoso emergiendo en mitad de una finca, desde la ladera de Los Casares de Ruyales se convierte en el peculiar dolmen de La Mina, con su corredor orientado al SW en lugar de al SE como es común para el resto de los dólmenes ibéricos.
Con los pies en el suelo todo es lo que parece, ni más ni menos. Se desvanecen pinturas expresionistas, mensajes cifrados y afloramientos rocosos; solo quedan caminos, arroyos, tierras de labor, piedras y matas.
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