En
las montañas Black Hills de Dakota del Sur existe un conocido y monumental
conjunto escultórico denominado Monte Rushmore.
Tallados
en granito, entre 1927 y 1941, los rostros de 18 metros de altura de
los presidentes estadounidenses Georges Washington, Thomas
Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln,
representan los primeros 150 años de la historia de los Estados Unidos de
América.
Fueron esculpidos por el escultor estadounidense de origen
danés Gutzon Borglum, con la ayuda de 400 trabajadores, 12 toneladas de
dinamita y casi un millón de dólares de la época.
El lugar fue cuidadosamente escogido, orientado al sureste, de
forma que la luz del sol incidiera claramente en los rostros. Los Lakota,
la tribu local de indios sioux,
siempre ha considerado que les fue usurpado un lugar sagrado para ellos.
Cada
cabeza mide 18 m
de altura y, en promedio, la nariz de cada una mide 6 m de largo, la boca 5,5 m de ancho y los ojos 3,4 m de un extremo al otro.
Para dar carácter y expresión a los rostros en esa escala, Borglum dio a los
ojos un destello de vida dejando una columna de granito de unos 56 cm de largo a modo de
pupila, que la luz del sol hace resaltar contra la sombra que ésta forma.
El monumento ha sido
utilizado en múltiples ocasiones por la cultura popular estadounidense, hasta
el punto de convertirse en uno de sus iconos identitarios.
Así,
por ejemplo, aparece en la escena final de la película Con
la muerte en los talones (1959) de Alfred Hitchcock.
Y en la de Tim Burton, Mars Attacks! (1996), un ovni esculpe marcianas caras en el Monte
Rushmore, reemplazando los bustos de los presidentes.
En
la portada del disco In Rock (1970) de
la banda británica Deep Purple, aparecen en la roca las caras de los cinco componentes
de este grupo de hard rock, nunca
mejor dicho.
El mantenimiento del monumento también constituye un desafío para los conservadores, ya que requiere escalar la montaña para limpiar las esculturas, eliminando vegetación, líquenes y hongos.
El
monumento es visitado por unos dos millones de personas al año.
Todo
esto está muy bien. Grandioso y tal, como casi todo lo norteamericano. Este
rollo viene a cuento para, en un intento de economía comparativa, contar como
se consigue realizar algo similar aquí, en Europa, en un recóndito lugar de la Vieja Castilla.
A
unos 27 km
al NW de Huérmeces, justo encima de un pueblo llamado Ordejón de Abajo, existe
un aislado farallón calizo que tiene por nombre Peña del Castillo.
Esculpida
sobre calizas turonienses, esta enorme roca desgajada de la lora de La Ulaña,
posee una belleza salvaje que solo el paso del tiempo, mucho tiempo, es capaz
de conseguir.
Peña del Castillo, Los Ordejones, por la mañana (10:30), desde la parte alta de Ordejón de Arriba |
Su
talla duró unos cuantos millones de años, y en ella intervinieron únicamente
cuatro o cinco trabajadores, con contrato basura y a tiempo parcial, según la temporada: el Frío, el Calor, el Agua, el Hielo y el Viento.
Al Erario Público no le supuso gasto alguno, ni fue necesaria la participación de la iniciativa privada.
Al Erario Público no le supuso gasto alguno, ni fue necesaria la participación de la iniciativa privada.
No
se conoce diseñador oficial, por lo que suponemos que su aspecto actual es puro
azar.
Los
rostros que aparecen en la roca, dos o tres según la altura que tenga el Sol en
el momento de la observación, pueden representar a quienquiera que la imaginación de cada
uno desee: un ex-presidente del gobierno particularmente odiado o estimado, un viejo amor, la encarnación del diablo, una aparición mística…
El
rostro de la derecha, de rasgos vagamente picassianos,
es observable desde varias orientaciones y casi a cualquier hora del día. Los
otros dos –algo goyescos ambos- que
aparecen a la izquierda, ya dependen más de la incidencia de la luz solar y del
lugar preciso que ocupe el observador.
La Peña, algo más tarde (13:30), y desde la parte baja de Ordejón de Arriba: casi desaparece el rostro de la izquierda y se retuerce el del medio |
La
peña solo es accesible por una estrecha canal en su cara noreste, y las vistas
que ofrecen los 1135
metros de su cima son impresionantes: Peñas Amaya y Albacastro al NW, La Ulaña al NE, Peña de Santa Cruz al S y, al fondo, la
planicie de Villadiego.
En
su vecina y madre Peña Ulaña se localiza
uno de los más extensos asentamientos de la II
Edad del Hierro de todo el continente europeo, y en la propia
Peña del Castillo se localizó otro
castro, este de pequeña extensión.
A
pesar de que una colonia de buitres frecuenta el lugar, La Peña no necesita
mantenimiento alguno, siendo suficiente el agua de lluvia para la limpieza de
las deyecciones de las aves.
No
tiene muchos visitantes La Peña.
Algún caminante que realiza el recorrido de La Ulaña
que parte del cercano Molino de Bernabé.
Los ciclistas de montaña que cada agosto participan en la prueba BTT Portillo
del Infierno. Y poco más.
Su
silueta no ha aparecido, que yo sepa, en película alguna, ni siquiera en un
documental de La 2. Tampoco conozco portada alguna de disco que haya
aprovechado sus rotundos perfiles, aunque quizás pudiera interesar hacer algo
así a bandas tipo la pucelana Celtas Cortos,
por ejemplo (por eso del castro celta …)
La Peña del
Castillo, una especie de Monte
Rushmore en el corazón de la Vieja Castilla.
Otra manera de hacer las cosas. Y sin cabrear a tribu autóctona alguna.
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